Primera voz
Siento el corazón desbocado, ardiendo con las embestidas de mi cuerpo. Siento mis mordiscos arrancarte los labios y mis dedos pellizcando tus pezones erectos. Siento el dolor y el ansia, mezclada con la despreocupación de la amnesia. Olvídate de todo, salvo de mí, y siente mi llama dentro de tu húmedo cáliz. Siénteme dentro de ti.
Yaces entre mis brazos mientras te penetro con furia. No tengo piedad. A pesar de lo mucho que te amo, me despreocupo de la clemencia en estos momentos de locura, arrebato, agonía y destemplanza. Mientras me muero, cavo mi tumba en el interior de tus muslos.
Veo tus ojos irritados, tal vez por las lágrimas saladas o por mi dulce saliva derramada en besos sobre tus párpados. Lo cierto es que me contemplan enrojecidos, ahítos de agonía. Mirada roja, mirada de sangre.
Mi corazón late como timbales de guerra. En esta batalla de crueldad y sadismo, tú, vida mía, yaces aprisionada entre las murallas de mis brazos, bloqueada bajo el peso de mi cuerpo macizo, torturada entre apuñalamientos y arañazos. Al vaivén de mi cólera inclemente, oigo tus gemidos clamar por la piedad de Dios.
Pero la guerra no ha terminado, y por mucho que supliques, seguirán mis asaltos y acometidas. Al menos, hasta que las fuerzas aguanten y el sudor me recuerde que estoy vivo.
Soy el león y tú el cervatillo. Te devoro con mis dientes hambrientos mientras te empalo con la gracia de un espetón. Siento tu aroma pegado a mi piel. Huele a miedo asado, a perfume de rosas despojadas de pétalos. Huele a desnudez sin coraje y a espíritu sin cuerpo. Estás completamente sometida a mi violencia.
A mí… eso me encanta, me enfurece, me encabrona. Soy un dragón que escupe llamas y ruge por la nariz; maldice a Dios y maltrata a su amante. Soy el bárbaro y el violador, el asesino y el ladrón, el soez hijo de puta que rompe las barreras de la moral y el respeto por un placer egoísta.
Y de esta forma tan poco romántica, me corro dentro de ti.
Segunda voz
Estoy indefensa, en frente tuyo. Sin compañía alguna, en la penumbra de tu habitación. Miro tus músculos, el pecho desnudo y el cabello revuelto y firme; como firme te estás poniendo, mientras a mí me pones cachonda.
Me muerdo el labio al contemplarte; casi noto el sabor metálico de la sangre. Me he hecho daño; pero no me importa.
Ven a mí, tómame. Abrázame entre tus bíceps; arrástrame hasta la cama, tírame en el colchón como a un despojo y fóllame como si fuera tu último polvo. Fóllame aquí y ahora. Poséeme como un diablo, como un demonio. Con la furia de un titán.
Veo tu miembro decidido, convencido. El glande brilla por el líquido preseminal. Lo deseo, lo huelo, lo siento rozando los límites de mi pudor. Entra en mí. Ya. Ahora. Quiero sentir tus rugidos perderse en el interior de mi vientre.
Rompes el sello, abres el arca y penetras en mi corazón. Te zambulles en mí como un tiburón que acorrala a su presa. Soy tuya, tu cautiva, tu esclava. Haz conmigo cuanto te plazca. Desgástame, malgástame, destrózame por dentro; pero no me mates de hambre.
El sudor me enfría la piel mientras tú me calientas como una hoguera. Soy tu Juana, tu rea, tu bruja, tu princesa desposeída de honor. Mis ojos lloran en un intento de apagar el fuego que los irrita. Soy un volcán y tú mi combustible. Si no exploto ahora, sucumbiré a la agonía.
Erupciono con un grito histérico, atolondrado, incipiente; seguido por los coros de mis gemidos. Aún estoy ardiendo, pero ahora húmeda, salada y bien jodida. Parezco un océano alborotado por maremotos; un cielo azul cubierto de lluvia y una inconstante disolución de agua y ácido sulfúrico.
Entre orgasmos y estimulaciones de clítoris, mi mente desaparece del mundo terrenal. No veo ni oigo nada, pero siento tu aliento pegado a mi oreja mientras tu polla me arranca un gemido tras otro. Siento tu olor pegado en el aire, tu sudor viril resonando fuerte en mis tímpanos y tu resuello crecer como un eco ventoso. Gruñes de dolor y te desplomas sobre mí.
Todo ha terminado. Has perdido la fuerza y el deseo, y tu miembro yace mustio fuera de mis ingles. Para mí, en estos momentos, no hay mayor placer que sentir tu peso sobre mi cuerpo, sabiendo que has muerto de satisfacción mientras me matabas de agonía.
Iraultza Askerria