La última noche

Estábamos sentados en el coche. En los asientos de atrás. Ni yo era Danny Zuko ni mi vehículo un descapotable. Tú podrías haber sido cualquier mujer hermosa, desde Cleopatra hasta Marilyn Monroe. En la radio se escuchaba un agradable y añejo rock’n’roll de los años setenta. Tampoco era yo un Elvis, pero podría cantarte al oído todas sus canciones…, despacio, mientras te mordisqueaba el lóbulo de la oreja. Eso te gustaba. Lo sé.

Coche

Tus piernas se abrieron ante mí. La desnudez les sentaba mejor que una minifalda roja. Y a tus pechos, pálidos como estrellas, nada se ajustaba tan bien como mis manos desnudas.

Escuché un gemido y luego otro. Ni el más virtuoso solo de guitarra habría podido sobrepasar los decibelios de tu voz. Las vertiginosas notas sabían a aire sazonado de miel. Así me lo constataron tus besos.

El sudor femenino de tu cuerpo se derramó sobre los asientos tapizados. Tu perfume de rosas aún los impregna. En tus ojos, cerrados por el agónico orgasmo, los míos se anclaban derribándote entre besos. Noté un fuerte latido en mi mano. Tu corazón se aceleró. El placer te desbordaba, te sobrepasaba. A mí me ocurría lo mismo. Me faltaban pocos segundos para llegar al apogeo. Tú ya lo habías alcanzado un par de veces. Lo notaba a raíz de la humedad de tus muslos.

Mi inconsciencia lanzó un gruñido, y toda mi energía se esfumó. Te abracé y respiré desde el canal de tus pechos, intentando robarte el aliento.

—Te quiero —me dijiste.

Y yo te respondí lo mismo.

Aquella fue la última vez que hicimos el amor. Si lo hubiera sabido, te habría robado un mísero cabello o, incluso, la ropa interior. Pero lo único que me quedaron fueron los recuerdos… y estas estúpidas palabras.

Iraultza Askerria

¡Contenido extra!

Las escenas sexuales ambientadas en un coche son un tema recurrente en mi prosa, tal y como el lector puede comprobar en la novela Sexo, drogas y violencia. Como apunte a esto, recuerdo episodios magníficos de estas características en las novelas de otros autores, como Las edades de Lulú, de Almudena Grandes.

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Campo de batalla

Azores cruzando vías en extinción.
Palas cavando los despojos de otras palas.
Un niño jugando con una pelota pinchada.
Al fondo una explosión.
Margaritas amargas por el beso grana
de animales buscando un sorbo de agua.
Una niña bañándose en el barro de un río seco.
Un hábitat que muere de sed.
El sol que se oculta en el ocaso sangriento
sigue presente en la madrugada tibia.
Los críos miran a lo alto buscando las estrellas.
Pero no hay nada… ¡nada!
Manos que exhalan en las sombras amor
y necesidad, se sueltan por el sudor ardiente.
El bebé que llora sin el apego paterno.
El cariño vuela, ¡vuela!
Cuando rompen el minarete de las mezquitas
derruidas, se quiebran las oraciones olvidadas.
La infancia crece sin fe, fundamento o ética.
El mundo ni cree ni ve.
Olas lejanas en la memoria que fragmentan
la esperanza al cubrirla de negro y de verde.
Los pequeños desconocen los castillos de arena.
Ninguna nueva ilusión.

Iraultza Askerria

Quark

Photo - {author}Belleza de largos tendidos al son del viento, al sol violento, al sonar de los muslos frotándose. Tú y yo como gelatina, acaparando hoteles y dormitorios, desvistiendo colchones y humedeciendo bañeras. En los montes y en los mares, comernos la corteza mientras intercambiamos saliva. El olé de los orgasmos y el quétal apremiado por el descanso. La suerte de tenerte en el fondo de todos los átomos. Mi carga eléctrica, mi positrón y mi quark enamorado. Eternidad.

Iraultza Askerria

Las seis amantes

absinthia_03 - Suzanne Gerber

Abiertos de par de par encontré los brazos de mis amantes. Todas sonrientes y hermosas, rodeándome en un círculo crepuscular que me llamaba entre sonrisas y halagos. Allí estaba Diana con sus rizos de trigo; allá Verónica con su explosivo talante; acá Gisela con su cuerpito moreno; aquí Selena con su mirada de néctar, ahí Rebeca con su boca expectante y la cercana Sonia con sus piernas sumisas.

Intenté aproximarme a alguna de ellas, pero todas eran tan apetecibles que dudé a cuál elegir, y ellas sin dudarlo se aproximaron paulatinamente a mí.

Luego llegó el infierno y la agonía. Una me arrancó la ropa, otra el pelo, aquella las piernas, esta los brazos, la quinta el corazón y la última gustosamente la polla.

Se habían vengado por mis infidelidades, por mis mentiras, por mi falta de mimos, por mi desconsideración, por mi frialdad y por usarlas única y exclusivamente para el placer carnal.

De esta forma tan honrada, me dieron muerte mis seis bellas amantes.

Iraultza Askerria

Al arte y al sexo

.orgasm - SAO!

Artístico sexo eres,
canción que supura besos,
pincel blanco, rosa y trémulo,
cual vaivén de los veleros.
Te elevas alba fachada,
catedral de muslos llenos,
con dos sendos campanarios
y dos relojes obscenos.
Cuerpo de mármol sedoso.
De Venus el fiel ejemplo.
Sin pintar inmaculada
cual obra de antiguos griegos.
Te trazaron madreselvas
en la frente y en el pelo.
Virgen desnuda y pintada
con la grana del cerezo.
Rocé tus caras estampas
hasta el borde de tus huesos.
Bien tañida y resoplada
por mis voces y mis dedos.

Iraultza Askerria

Redoma de beso rosa

Photo - {author}Redoma de beso rosa, ¡qué dominio de la daga en mi piel desplumada! Lanzas la sábana al crespado pubis y apaciguas su fortaleza con un roce húmedo. Cubren el pudor los cabellos negros y mis manos toman débilmente el rostro que se acuna en mi vientre. La órbita de un cometa atravesando el dormitorio azul, y una esfera titilante simulando una enana blanca. Vibra y brilla. Espasmos de átomos rotos entre jadeos de sangre.

Lame el gemido, mi hembra morena. Hombre desquiciado en su cerrazón ocular. Ver más allá de la realidad cuando es cierto lo imposible y el paraíso parece oasis terrenal. Simplificando el placer para derribar el odio, mientras sonríen los gases nobles en la polución del sexo.

Saliva diáfana contra diáfana saliva. Claroscuros de sabores entre aromas almizclados. La boca susurra un embudo y en la presión de una ventosa se inhibe la piel lacerada por la lengua. Oblicua punzada tras íntegra envoltura. Se queda abierta la sima y libre el pedestal, antes de otra profunda ingestión.

Y tan profunda…

… que se rompe la agonía en mil pedazos y el corazón se tambalea insolente, sin apenas pedir perdón ni permiso. Llora con un gruñido gutural mientras el beso rosa prosigue en su maestría. Explosión de llamas.
Tus labios teñidos de mí como una flor de azucena en su zigurat de luz.

Iraultza Askerria

Avellana

Photo - {author}
Quiero pelarte como a una avellana, quitarte el sobrante de tu cuerpo y dejarte desnuda y pura, ante mi ávida mirada. Recorrer tu afrutada piel con la lengua, prodigando entre sus lunares y recovecos el claro color de la saliva. Como a una avellana seca, quiero abrirte con los dedos, lentamente, ayudándome de la boca para infundirte aliento. En esa humedad que te transmito, me deslizaré por tu diámetro desvestido hasta encontrar la punta rosa y extendida ante mí. Besaré y embriagaré tu cáscara fibrosa, haciendo madurar la sensación, haciendo que acreciente la pasión, haciéndote enloquecer en el inmenso placer de quererte.

Iraultza Askerria

En el éxtasis

 - Lumosmaxima.Los ojos entornados contra la penetrada oscuridad, las piernas entreabiertas ante la luz creciente, la boca quejumbrosa bajo un peso atroz y los brazos aferrados a un sudoroso mundo; un sentimiento tan agónico que la dejó finalmente desprotegida, herida e incluso devastada por el huracán ardiente que la había traspasado, abandonándola casi seca, perdida y sin energías, pero colmada de una plena satisfacción por haber hecho el amor con el hombre que más amaba del mundo.

Iraultza Askerria

Romperse en pedazos

CampusParty 2010-17-2 - {author}Te doy un soplo de aire. Te muerdo la boca. La mejilla. El cuello. Te vuelvo a morder. Torturo tu alma de doncella y azoto tus carnes. Tu cabeza contra la almohada. Tu espalda arqueada. Mi cuerpo sobre el tuyo, un Atlas que te aplasta. Tu vientre fino soportando la Bóveda Celeste. Corre alrededor del mundo. Corre. Córrete. Grita, húndete en la miseria de eyacular sobre mis dedos.

Lo has hecho. Te has deshecho. Hojarasca mojada. Mi mano naufragada en tu sexo. Aprieto entre los muslos. La temperatura decrece. Relajación. Sosiego. Un beso en tus mejillas. Tus párpados se abren. Me miras fatigada. Te miro con ganas de fatigarme.

Abandono tus piernas y asciendo al horizonte. Me acomodo sobre las montañas. Divino soporte de estrellas. El cometa endurecido, con su cola que se hace y se deshace constantemente. Tus manos lo envuelven y me rompo en pedazos.

Iraultza Askerria

Sexología

Photo - {author}
Llegué a tu habitación en silencio, y ni siquiera te diste cuenta de mi presencia. Tras ocho horas, seguías sumida en el intenso estudio, repasando una y otra vez más y más apuntes universitarios. Con los codos hincados sobre el escritorio y el cabello ocultándote la cara como una cascada de sombras, no había gesto que pudiera divisar en tu rostro. Sin embargo, contemplé tu espalda curvada, algo separada del respaldo de la silla, como tendida sobre la mesa, lo que me obligó a pensar que estabas excesivamente cansada.

Me coloqué detrás de ti como una sombra y te tomé los hombros con las manos. Entonces te percataste de que estaba ahí. No dijiste nada, y te dejaste llevar por la sosegada sensación de mis dedos al masajear tiernamente la piel de tu cuello. Bajé luego por los omóplatos y te presioné a ambos lados de las vertebras. Te recogí posteriormente el cabello en una coleta y te tiré hacia atrás. Con tu cabeza vuelta antinaturalmente, mis ojos encontraron los tuyos. Bajé los labios y te besé. Lo recibiste encantada. Profundamente.

Solté la veda al soltarte el pelo. Te cogí de los brazos y te levanté con tanta brusquedad que la silla se cayó a un lado. Fue un golpe estruendoso, pero no tanto como el desgarro de tu camiseta azul, que en realidad era mía, al ascender violentamente por tu pecho, coronar tu cabeza de algodón y desaparecer de la escena un segundo después.

Mientras te besaba, te arranqué las tetas del ceñido sujetador que llevabas. Las mismas afloraron como pelotas de goma, gigantescas, suaves, esponjosas. Tortitas de chocolate. Aún llevabas el pantalón del pijama. Yo mis vaqueros. Guíe tus manos a mi cintura para que acelerases la tarea, mientras yo hacía lo propio con tus muslos.

En un momento, nos quedamos en ropa interior, frente al escritorio, en un revoltijo de gruñidos, gemidos y brazos que chocaban contra otros brazos. La desorientación nos llevó a mordernos y a arañarnos, pero todavía así, acertamos a despojarnos por completo. Tenía la polla dispuesta para ti. Tus ingles olían a garantía, a estrés y a necesidad.

Te levanté de la cintura y te dejé reposando sobre el escritorio, sobre los amargos papeles que un minuto atrás habías estado estudiando, ávidamente. Con la misma avidez, me ubiqué entre tus piernas, restregando mi sexo contra el tuyo. Tus pechos quedaron a la altura de mi boca. Los mordí como un bárbaro, y entonces, solo entonces, te penetré.

Te machaqué el vientre, machacándomela en tu interior. Te embestí una y otra vez, mientras tu culito prominente chocaba contra la estantería que descansaba sobre la mesa. De seguro que te estabas clavando las romas puntas en la espalda, mientras yo te clavaba el clavo mayor, y entre tantos trabajos domésticos, domesticaba tu cuerpo sexy y tibio de inteligencia.

Transpiramos como dos cachorros sedientos. Manchamos el escritorio y todo su contenido con algo más que sudor. Ya no podrías aprender más de tus cuadernos, tus apuntes, tus libros. Estaban mancillados por la pasión del momento, la bestialidad del sexo, la necesidad de amarte y de que me amases sin pensar en las consecuencias.

Cuando fuiste consciente de que cualquier estudio había tocado su fin, te apretaste contra mi cuerpo, subiste a mi cadera y te quedaste suspendida en el aire, solo sujeta por el miembro viril que abrazabas entre los muslos. Subiste y bajaste como un tiovivo, como un ascensor, como un elevador hacia el cielo, sin que yo pudiera resistir más el vertiginoso balanceo.

En ese momento me corrí, y los dos caímos rendidos al suelo.

Iraultza Askerria