
Y de esta forma, cuando el hombre había crecido hasta alcanzar la plena madurez, se había desposado y concebido dos hijos, tenía un trabajo estable y una cuadrilla de amigos, tú, maldito cáncer, le arrancaste la vida.
Feb222018
Feb202018
Feb152018
Ralla la duda iridiscente como una tormenta de otoño, y las lágrimas pasas se deslizan en el cristal de la mirada, como un hilo de terciopelo desgarrado. Un graznido, un reproche, un trueno que al corazón atraviesa y vuelve sus latidos un lento toque de campanas. La solemnidad del llanto -orgulloso como una manzana roja erguida en la copa de un árbol ceniciento, cuyo color ha desaparecido bajo la aridez del clima- atraviesa el tiempo con sus caricias arrugadas que pliegan el espacio hasta la soledad más absoluta. El rojo ocaso es rojo amanecer, y el mediodía, aún más rojo, absorbe el blanco y el rosa, devorándolos. Ávida boca, voracidad intempestiva de la madrugada y el día. Mueren las manos al desasirse y caen las presas de la guerra como muñecos de lana sobre el campo de batalla. Minas de gloria, sexos húmedos, pero evaporados por la inclemente penetración de un aguileño pico. La pala excava. La pala entierra. Desaparecen los recuerdos tras un universo de grava, y en el polvo añejo se escucha el eco olvidado de un nombre. A los cometas se les va su cola y aparece una roca fría y tediosa. Chocar contra chocar. Las piedras se desmenuzan como papilla. No hay nada más sólido que la posibilidad de no existir. El suicidio parece la única vía de escapatoria.
Feb132018
Feb82018
Feb62018
Feb12018
Ene302018
Abajo, las calles están vacías. El viento de la tempestad lo domina todo; desde la soledad hasta los recuerdos de antaño, que en forma de coches y establecimientos, evocan una pasada época repleta de humanos y de vida.
Ahora, la polución y las altas temperaturas del sol han convertido las grandes ciudades en poco más que grandes cementerios. Lo único que queda de pie son las inmensas construcciones que el ser humano erigió por encima de su cabeza, con la estúpida intención de alcanzar los cielos.
Ene252018
Ene232018
Y resultó que el destino me había colocado a mí frente a aquel recipiente de zafiros.
En un primer momento, ignoré de qué se trataba. Luego, al advertir su boca encorchada y su busto acristalado, lo identifiqué sin problemas. Ahora bien, no supe hasta varios minutos después, cuando logré limpiar su cuerpo ceniciento, cuál era su contenido.
Zafiros, hermosos y resplandecientes zafiros.
Yo no era ningún experto en orfebrería ni tan siquiera en la tasación de piedras preciosas, pero por un momento, imaginé que podría hacerme rico. Era por todos sabido el valor incalculable de este tipo de objetos.
Por tanto, con esta ilusión, me encaminé presto a una joyería para informarme del valor de la joya. Cuando salí del establecimiento, mi corazón palpitaba aceleradísimo. ¡Era rico! Había tal vez un millar de zafiros, y el precio de cada pieza oscilaba por encima de los tres mil. El importe total no era nada despreciable.
Tomé dirección hacia mi casa con intención de reorganizar la que sería mi nueva vida. Pero en el camino, me encontré -no sé muy bien si para mi gracia o desgracia- contigo, contigo: bella princesa. Hacía al menos un año que no nos veíamos y, todavía, no había podido olvidarte. Desde que me dejaste, amor mío, había sido incapaz de no pensar en ti.
Y entonces los vi, tus ojos. Tus lindos, fulgentes e inmensos ojos azules, que parecían dos joyas preciosas en su más esbelta superficie.
Tus ojos eran zafiros. Igual de brillantes, pero mucho más valiosos.
Pero te fuiste, despidiéndote rápidamente de mí, sin más conversación que un cínico y educado “¿Qué tal estás?”. Después pensé que nunca más volvería a verte; ni a ti, ni a tus espectaculares ojos.
Así que aterrorizado por ello, volví al solar donde había encontrado la botella, la enterré de igual modo que la había hallado y me guardé para mí dos de aquellos zafiros. Eran tan idénticos a tus ojos que atesorar la joya me aseguraba no olvidarte jamás.
El resto de los zafiros quedaron enterrados en la botella, al aguardo de todos aquellos hombres que necesitasen a su vez de una imitación prodigiosa de los ojos de su amada.