¿Por qué escribimos?

Colección visual de caligrafía - Silvia Cordero Vega

Hay una cuestión, imperecedera, genuina y constante, que sobrevuela la mente de cualquier artista dedicado a la literatura. ¿Por qué escribimos los escritores? ¿Por qué? ¿Cuál es el motivo intrínseco que nos impulsa a sobrellevar una carga tan pesada con los sentimientos de nuestros protagonistas? ¿Qué hace que amemos tanto la soledad de un escritorio y la ardiente intimidad de la bombilla de un flexo? ¿Cómo es posible que un ser humano tenga tanta disposición, tanta ansia, tanto deseo de estampar palabras y pensamientos sobre una lámina de papel blanco?

¿Dinero? ¿Fama? ¿Vocación? ¿Sosiego? ¿Comprensión? ¿Sabiduría? ¿Compañía? ¿Ética? ¿Moral? ¿Mera fatalidad del destino? ¿Simple encuentro con uno mismo? ¿Desmesurado orgullo? ¿Tímido hastío con la realidad? ¿Exceso de demencia e imaginación?

Las respuestas son muchas, tan variables como agotadoras, y cada escritor, cada novelista, cada poeta podrá esgrimir su propia explicación. Lo cierto es, que sea cual sea la contestación, no es una respuesta fácil. Sin embargo, voy a intentar aclarar esta histórica pregunta desde la experiencia personal, simplemente, por el mero deseo de desnudarme ante vosotros.

Escribo porque hay alguna mentira que quiero dejar al descubierto, algún hecho sobre el que deseo llamar la atención.

George Orwell

Imitación

La mayoría de los escritores no nacen de escribir, nacen de leer. Las lecturas ininterrumpidas, como un virus, malsanas, resultan contagiosas para la mente humana, y así como el Quijote se sintió tentado de reproducir las aventuras caballerescas que devoraba en su biblioteca, los escritores necesitan simular lo que leen. De esta manera comienza un escritor: leyendo.

Tras tantos años dedicados a la lectura y a la escritura de todo tipo de libros, me doy cuenta de que los autores imitados forman una larga lista: Homero, Vladimir Nabokov, William Shakespeare, Gustavo Adolfo Bécquer, John Ronald Reuel Tolkien, Stephen King, etc. Fueron los maestros remotos, los examinadores ausentes de las viejas glorias de un niño extraviado, los incitadores de la inspiración.

Pero el escritor no sólo emula a los genios que lee. Existe algo mucho más sereno, íntimo y portentoso: la simulación de la propia realidad. Reproducir las experiencias, los sentimientos, lo que vemos, oímos, tocamos, olemos y saboreamos. Posiblemente sea ésta una de las razones más primigenias por la que el escritor escribe.

Escribo para contar mi realidad, para narrar los episodios de mi mundo único, para desempolvar recuerdos, para hablar de mí, de ti, de nosotros, de ellos y de cuanto me rodea.

Vocación

Pero hablando en plata y con la franqueza más objetiva, nosotros, los escritores, escribimos porque nos gusta. Otras respuestas no son más que filigranas y ornamentos para volver ostentoso y genial este simple motivo.

Escribir es una vocación, un pasatiempo, un hobby, un acto donde se sustenta la comodidad y la calma del autor. Emborronar de palabras la imaginación es la droga que nos mantiene sonrientes, el ocio en el que se extrapolan nuestros placeres.

La vocación de contar historias, la vocación de escribir finales, la vocación de jugar con vidas de hombres y mujeres que no existen, la vocación de regodearse con algo que sólo es nuestro, la vocación de originar multiversos en nuestra mente inmensa.

Escribo porque me gusta, escribo porque cuando lo hago el mundo se detiene a cada palabra que anoto y se alivia con cada coma y se enternece con cada adjetivo y actúa con cada verbo. Ser dios y escritor es casi lo mismo.

Escribo porque es lo mío.

Aceptación

Pienso, y lo pienso desde el pecado, que los escritores somos especialmente orgullosos. Nuestra vanidad roza la egolatría diría yo. Firmamos nuestras obras con una meticulosidad propia de quien se cree eterno. Quizá una dura referencia a la complejidad mortal del ser humano, empeñado en trascender su propia muerte.

Sea como fuere, el artista, y de esta manera, el escritor busca la incansable admiración del lector, que la fama romana expanda los rumores de su literatura de un lado a otro de los continentes. La consagración del artista, la popularidad del inventor de cuentos, un sueño perseguido, en mayor o menor medida, por los escritores de a pie que, llanamente, necesitan ser aceptados por la sociedad.

Porque al ser humano le encanta ser el centro del mundo y captar la atención de los demás. Muchos lo consiguen con la especulación, con la seducción, con la competitividad, con la simpatía… pero otros desgraciados, como los escritores, sólo pueden alcanzar la fama con una herramienta tan prosaica como la literatura y ser aceptados en un mundo cruel, meramente, por lo que escriben.

Escribo para no ser escrito.

Rodolfo Enrique Fogwill

Por temor a que este artículo se alargue en demasía, voy a dar por finalizada esta primera parte, esperando publicar la continuación en unas pocas semanas. Hasta entonces que decir tiene que cualquier respuesta a la pregunta ¿por qué escribimos? será bienvenida. Sin duda, las opiniones y puntos de vista serán incontables.

Iraultza Askerria

Falta poesía, sobra miedo

faltpoesiasobremiedoCaminaba yo a las siete de la mañana por la calle, pensando en lo poco que había dormido y en lo mucho que no había escrito, cuando de repente, en una esquina desconocida y asombrada de sombras, divisé unas letras de color rosa. Rezaban lo siguiente:

Falta poesía sobra miedo

Me detuve un instante y observé el pétreo muro conmovido por la emoción. En su pared desconchada el fino trazo de una musa se deslizaba dispuesta a sembrar una revolución. Pero en la calle nadie se había percatado del eslogan; el mundo giraba agobiado sin un momento para detenerse a mirar el cielo.

Falta poesía sobra miedo

Resonaban los vocablos en el interior de mi cabeza, encadenando tras su eco un recóndito vaivén de palabras y pensamientos.

Sobra miedo… ¿Miedo? Miedo a perder un trabajo ingrato, miedo al embargo de una casa hipotecada, miedo a que la esposa sea infiel, miedo a que el marido regrese borracho tras el partido de fútbol, miedo a que el niño suspenda las asignaturas impuestas por un gobierno nada intelectual, miedo a que la muchacha pierda la virginidad con quince años, miedo a la muerte que es la vida, miedo a la propia vida, miedo a la charla, miedo a ayudar, miedo a preguntar y a responder, miedo a leer y miedo a escribir, miedo a mirar y miedo a escuchar, miedo a los animales y a los seres humanos, miedo a la verdad y miedo a la mentira, miedo a la inseguridad y a la policía. Miedo en un mundo gobernado por el miedo.

Falta poesía sobra miedo

Falta poesía, ¿qué es poesía? Y entonces sí, afloran las respuestas. Poesía eres tú. La poesía no la entiende ni dios. La poesía no sirve de nada. Pero sí, poesía eres tú; hagamos poesía porque falta poesía. ¿Dónde quedaron Lorca y Bécquer? ¿Quién traducirá a Shakespeare o a Baudelaire en los años venideros? ¿Habrá otro bello navío iluminado por un rayo de luna. ¿Quién conoció a Hernández? ¿Y a Aleixandre? ¿Y a Darío? No, no hablo del rey persa. Y dime, ¿serás tú el próximo caudillo lírico capaz de luchar contra el miedo de la gente? ¡Salid poetas y con sonetos componed barricadas! ¡Salid y con rimas proclamad libertades! El poeta en la calle, el poeta en la revolución, el poeta que habla porque no le asusta leer lo que escribe.

En todo esto pensaba yo, a las siete de la mañana de un lunes, cuando eché a correr hacia la estación ferroviaria por miedo a perder el tren. En el vagón leí algún poema de Machado, pero por miedo a saltarme la parada abandoné la lectura a los pocos minutos. Llegué a la oficina pensando en como culminar aquel soneto que había dejado a medias y al llegar a mi despacho me atiborré de dos cafés por miedo a quedarme dormido en mitad de la jornada. En ese instante, cuando la cafeína activaba el sistema nervioso, me percaté de que aquel anónimo rebelde tenía razón.

Falta poesía sobra miedo

Incluso a los poetas nos sobraba el miedo.

Al día siguiente pasé por la misma calle a la misma hora. Me percaté de que aquel verso había desaparecido. Supongo que algún empleado a cargo del ayuntamiento había borrado la poesía por miedo a perder su trabajo.

Sirva este pequeño artículo como recuerdo de aquella efigie borrada.

Falta poesía sobra miedo

Iraultza Askerria

La sugerencia ignorada

Simetrías asimétricas - Chema ConcellónLe había sugerido a Judas que almacenase los bidones de carburante en el ático del bar, donde el nauseabundo olor no importunase a nadie; pero éste había hecho caso omiso del consejo, como si sus palabras le entrasen por un oído y le saliesen por otro. Quizá, para que le quedasen las cosas claras, debía coger un cuchillo y extirparle una oreja.

Ya lo pensaría más tarde.

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria

Las pirámides y las piras funerarias

La pirámide roja - MrOmegaÚltimamente me he encontrado a mí mismo releyendo algunos cantos de la Ilíada, casi con una indiferencia propia del placer derivado del tiempo libre. Durante una de dichas lecturas, no pude dejar de imaginarme el cadáver del joven Patroclo, consumido por las llamas ante la atenta mirada de Aquiles.

Mientras el héroe mirmidón lloraba a su compañero, asesinado en la cruel Guerra de Troya, los egipcios y los hititas se discutían la posesión de las costas orientales del Mediterráneo. Al igual que la civilización griega, tanto el Antiguo Egipcio como el Imperio Hitita tenían sus propios ritos funerarios, siendo especialmente famosos los monumentos fúnebres egipcios. ¿Quién no ha soñado alguna vez con entrar en alguna pirámide, símbolo de la inmortalidad y de los secretos más ambiguos?

El significado moderno de las pirámides

Por encima de cualquier otro significado, la pirámide es un edificio monumental levantado antes de nuestra era por los fervientes egipcios, quienes enterraban a sus faraones en el interior de estas colosales tumbas. No son las únicas pirámides que han sobrevivido a las civilizaciones: las pirámides de los incas tienen el mismo valor histórico.

Sin embargo, según la RAE, la primera acepción del término pirámide se refiere a su forma geométrica: una base sólida y poligonal que se estrecha hacia el interior a medida que crece, juntándose al final en un punto central, en su vértice.

Además, si concebimos esta estructura física en un plano bidimensional, se dibuja otra imagen utilizada, frecuentemente como esquema pictográfico: la pirámide alimenticia, la pirámide social, la pirámide de edades, la pirámide de Maslow, etc.

El nacimiento griego de la palabra

Viendo los múltiples significados de estevocablo,conviene atender a su procedencia etimológica.El término proviene de la Antigua Grecia, allí donde sabios como Aristóteleso Pitágoras cultivaron todas lasciencias, desde matemáticas y astronomía hasta poesía y música.En aquellos tiempos ya se utilizaba la palabra pirámide en su forma griega,πυραμίς, que nosotros transcribiremos comopyramis.

Pese al supuesto origen griego del vocablo pirámide, han sido muchos los intentos de relacionar su procedencia con la lengua egipcia. Algunas de estas relaciones se inspiran en raíces como “per-am-is”, que viene a significar La casa de Isis. En este punto, os propongo recordar el cimiento etimológico de la palabra faraón.

El significado de la pirámide

Aceptado el origen griego del vocablo, restan algunas preguntas importantes: ¿nació esta palabra para designar los cuerpos piramidales? O, por el contrario, ¿se utilizó expresamente para identificar las pirámides funerarias egipcias? Son preguntas, que, posiblemente, nunca podrán ser reveladas y confunden un poco más el significado etimológico de la palabra pyramis; sobre la que predominan dos teorías:

Una de ellas, promulgada por el Diccionario de la Real Academia Española y por el eminente etimólogo Joan Corominas, defiende que, primitivamente, pyramis hacía referencia a un pastel o tortita elaborado a base de trigo por los griegos, que tenía una configuración piramidal. Desgraciadamente, no ha llegado hasta nuestros días ningún rastro de esta receta de repostería y es más apropiado pensar que dichos dulces recibían este nombre por su estructura de pirámide, no porque instaurasen el origen de la expresión.

Por tanto, hay que atender auna segunda teoría sobre el origen etimológico de pyramis. Comparativamente hablando,un cuerpo piramidal, como las tumbas funerarias egipcias, tiene cierto parecido con las piras funerarias: en la base el amontonamiento de leña que sevaestrechandopaulatinamente a cada elevación;a mitad del montículoaparece el cuerpo del cadáver y, finalmente, sobre él, las llamas que crecen yconvergenhasta conformar un vértice de humo.

Ahora, viene la interesanteasociación de imágenes e ideas:pyramis contiene el término pyra,que en griegosignifica “pira” u “hoguera”.A su vezpyra nace de la raíz indoeuropea pyr, que viene asimbolizar el fuego o la llama.En definitiva, según esta teoría,hay que alinearla palabra pirámide con una pira funeraria, considerando asimismo la raíz de ambos términos.El prefijopyro aparece en un sinfín de palabras del diccionario español, como pirómano, piromancia,la propia pira, o tal y como hemoscomprobado,lapirámide.

Aquí finalizo este pequeño artículo sobre el origen etimológico de la palabra pirámide, que a partir de ahora, conviene visualizar como una pira rodeada de un fuego purificador, aunque manteniendo el simbolismo religioso y eternal que siempre la ha caracterizado.

Iraultza Askerria

Los girasoles ciegos de Alberto Méndez

Los girasoles ciegos de Alberto Méndez

El lunes pasado inicié la lectura de una obra escrita por Alberto Méndez y titulada Los girasoles ciegos. Posiblemente el lector haya reconocido ya estos nombres debido al éxito de crítica y público que siguió a la publicación del libro. Pero lejos de cualquier apariencia, no nos encontramos ante un best seller o una intriga novelesca fácil de colgar en las estanterías; al contrario, Los girasoles ciegos es un ciclo de relatos, crudos y desoladores sazonados con una profunda sabiduría y una virtuosa prosa.

El autor: Alberto Méndez Herrera

Nacido el 27 de agosto de 1941, Alberto Méndez Herrera pasó sus primeros años a caballo entre Madrid y Roma. En la capital italiana cursó el bachillerato mientras que en la metrópoli española obtuvo la licenciatura de Filosofía y Letras. No debe extrañarnos su rápida vocación por la literatura, puesto que su progenitor fue un afamado poeta y traductor, que se había enfrentado a clásicos escritores de lengua inglesa como Dickens, Stevenson o Shakespeare.

Además de su pasión por las letras y la educación recibida que tanta huella dejaría en una prosa selecta, inmejorable y magistral, Alberto Méndez Herrera tuvo mucho que decir a lo largo de su vida. De ideología izquierdista, fue militante del Partido Comunista y fundador de la editorial Ciencia Nueva.

Su dedicación a la narrativa llegaría tarde y culminaría en el año 2004, con la publicación de la impecable Los girasoles ciegos. El autor madrileño moriría al año siguiente, víctima de un cáncer.

Los girasoles ciegos y su contexto histórico

Es importante señalar la ideología política de este autor madrileño, debido a que Los girasoles ciegos está ambientada al final de la Guerra Civil Española y dada las brutales consecuencias de esta conflagración bélica resulta muy difícil realizar una opinión objetiva sobre tan fatídico evento histórico.

Sin embargo, Alberto Méndez lo consigue. Sin centrarse en etiquetas de buenos o malos, Los girasoles ciegos manifiesta abiertamente la derrota de una país entero; donde no hubo vencedores, solamente vencidos. En un contexto histórico jaspeado de desolación y perdición, aparece la honestidad y la ética para intentar sobrevivir a una catástrofe nacional. La conclusión final es tan cruda como estremecedora.

La estructura de la obra

Los girasoles ciegos está compuesto por cuatro relatos ambientados al término de la Guerra Civil, exactamente entre los años 1939 y 1942. Las narraciones son completamente independientes, aunque guardan cierta relación: el primero y el tercero comparten la aparición de un protagonista común, y el segundo y cuarto están vinculados por la presencia de un personaje secundario.

No obstante, si bien los relatos están ordenados cronológicamente, pueden leerse con total libertad e independencia, sin perder un detalle de la historia. Personalmente, recomendaría leerlos siguiendo este orden: primer relato, tercer relato, cuarto relato y segundo relato.

En cualquier caso, los relatos que componen Los girasoles ciegos son los siguientes:

  • Primera derrota: 1939 o Si el corazón pensara dejaría de latir

  • Segunda derrota: 1940 o Manuscrito encontrado en el olvido

  • Tercera derrota: 1941 o El idioma de los muertos

  • Cuarta derrota: 1942 o Los girasoles ciegos

La narración

Las historias de Los girasoles ciegos aglomeran distintos tipos de narradores: primera y tercera persona, narrador omnisciente, narrador objetivo, monólogo epistolar o autobiografía. Dicha variedad convierte en grande a un libro tan pequeño. El lector tiene la obligación, por tanto, de atender a cada particularidad narrativa para no perder ni por un momento el hilo de la historia.

La obra culminante en cuanto al uso de narradores es el cuarto relato, que da título al libro. En esta historia se combinan hasta tres puntos de vista, intercalados para mantener la conexión temporal. Indudablemente, un descarado acierto de genialidad por parte de Alberto Méndez, que nos obliga a devorar la historia que nos quiere transmitir; la más elaborada de las cuatro.

Los personajes

Un capitán franquista, consciente de la próxima victoria de su bando, pero que aún así, se siente más un derrotado que un vencido, debido a las tantas vidas que se han malgastado ante sus ojos indiferentes.

Tendremos que elegir entre ganar una guerra o conquistar un cementerio.”

Un poeta iluso y esperanzado, capaz de fraguar una súbita escapatoria hacia Francia, que, sin embargo, lo pierde todo en una noche, incluso sus versos, y el destino lo condena a sobrevivir en una soledad compartida con una vaca, un recién nacido y un cuaderno.

«Mi lápiz también debió de perder la guerra y probablemente la última palabra que escribirá será «melancolía».»

Un preso que fragua una mentira para sobrevivir a una muerte que acecha en cada esquina, y que se lleva a la tumba a los compañeros de celda, compañeros que únicamente comprenden el idioma de los muertos.

Encontró de repente cierto parecido entre la escritura y las caricias.”

Un niño que sobrevive en la ignorancia de saber, mas no conocer, el constante interés de un maestro eclesiástico hacia su angustiada madre que guarda celosamente el secreto de su marido.

«Yo no quiero que nuestros hijos tengan que matar o morir por lo que piensan.»

El estilo literario

Podría definir la calidad narrativa de este libro como una pequeña obra maestra. Digo pequeña por la corta extensión de los relatos, ya que la magnitud y profundidad de los mismos es inconmensurable.

Por un lado el vocabulario es copioso y heterogéneo, demostrando un amplio conocimiento y dominio del diccionario. Las palabras aparecen como si hubieran estado predestinadas a estar ahí, no como un capricho de un escritor con ganas de terminar la redacción.

Por otro, la profundidad de las frases e ideas mostradas en los cuentos, hacen aflorar sentimientos y emociones. La desesperación y la esperanza, el miedo y la libertad, el apego filial y el amor pasional, protagonizan unos cuentos donde los personajes no son más que meros espectadores de su propio destino. Incapaces de cambiarlo, están condenados, y el lector sufre con ellos tan aciago sino.

Manuscrito encontrado en el olvido

Si bien he querido evitar resumir los relatos o hacer cualquier referencia detallada de los mismos, me siento tentado a hablar, aunque sea grosso modo, de la segunda narración de este libro, titulada Manuscrito encontrado en el olvido.

Es un relato, en primer lugar, para leer del tirón y después analizar. El nivel literario de esta pequeña perla lo colocan en el pedestal de las obras maestras. Cada oración es un verso y cada párrafo un soneto.

En sus páginas se amontonan tantos sentimiento como espacios tiene el alma. Hay un lugar para la ternura y el amor y otro para la atrocidad y la desidia. Sea como fuere, Manuscrito encontrado en el olvido es un relato para sufrir y para llorar. Pocas son las narraciones que han podido provocar una lágrima. Éste es uno de ellos.

El éxito de Los girasoles ciegos

Como colofón, me gustaría destaca que Los girasoles ciegos obtuvo en el año 2005, y a título póstumo, el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica, dos de los galardones más codiciados en el mundo de la literatura.

Finalmente, no quiero si no recomendaros la lectura de este libro, y pedir a quienes ya lo hayan leído, que expongan libremente su opinión sobre el mismo.

Como siempre, un placer.

La sencillez de la escritura

“ —Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: ‘Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa’.
El alumno escribe lo que se le dicta.
— Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno después de meditar, escribe: ‘Lo que pasa en la calle’.
—No está mal —dice Mairena”.

Antonio Machado

Dia 100: Frases vienen y van - Angel ArconesAntes de comenzar, hay que tener clara una cosa: los escritores escriben para que los lean. Pueden ser leídos por el prójimo, el amante, el amigo, el padre o la madre, o incluso, por el escritor mismo. Pero escriben para que los lean. Punto.

El texto escrito y abandonado por el lector es una aguja en el corazón del escribano, una verdadera tortura. Ahora bien, ¿cuáles son las razones para que una obra sea relegada al olvido? ¿Qué motivos interfieren en la valoración positiva de los lectores? Aunque respuestas hay muchas, existe una regla general para cualquier tipo de texto: la escritura debe ser sencilla y refinada.

La peligrosa complejidad del autor novel

Aunque sobre este capítulo se podría escribir un largo ensayo (y más admitiendo los derroches literarios de este servidor), intentaré resumir la idea principal: los escritores principiantes tienen a excederse con la literatura.

El autor novel, en vez de aprender utilizando formas simples y sencillas, se embarca en un cúmulo de retórica, sobrecargada de metáforas y kilométricas frases subordinadas. El catálogo de palabras cultas se desborda en extensas descripciones prácticamente indescifrables para el lector. El desdichado, incluso, tiende a ahogarse entre tanta lírica forzada.

Otro riesgo de los autores noveles, siendo yo la primera representación de este fracaso, es su facilidad para imitar a los escritores consagrados sin comprender en absoluto la técnica de estos. Consecuentemente, brota una prosa tan amanerada, tan impersonal que duele incluso leerla.

El autor novel debe, simplemente, buscar su propia escritura olvidándose de fórmulas complejas, extensas manifestaciones poéticas o descripciones que no se acercan ni un ápice a la realidad. Sencillez, pureza y franqueza es lo primordial en las obras iniciales.

La ficción: historia legible y con ritmo

¿Qué busca un lector? Sencillo: una historia que lo enganche, una narración que en verdad cuente algo, una trama que lo atrape desde el principio hasta el final, incitando que su imaginación se dispare.

¿Y cómo lograrlo? Sencillo: olvidándose de engorrosas estructuras gramaticales, de oraciones largas, de metáforas redundantes y de sustantivos adjetivados como una profusión de maquillaje barato. Sin una transparencia, sin una claridad en la redacción, la trama se convertirá en un infierno. La sencillez es una necesidad para que el lector se sienta atraído por la narración.

Se puede decir que escribir bien significa ser eficaz a la hora de contar una historia, eficacia que únicamente se logra cuando el narrador se hace entender. La ficción no busca deslumbrar con un lenguaje sobrecargado, sino todo lo contrario. La belleza de la literatura es bella, sólo, cuando se comprende.

Lenguaje natural, el lenguaje sencillo

El arte es imitación de la naturaleza. Este es un concepto arraigado en la civilización humana desde hace milenios. La literatura persigue este axioma irrefutable: el arte es natural, sencillo, refinado; no enrevesado, complicado u ostentoso.

Un estilo natural siembra fidelidad, confianza y certeza. Incluso surte un efecto de persuasión sobre el lector, que se traduce en una lectura más profunda y leal. El que lee no quiere encontrarse frente a un texto legal, como una doctrina judicial o una constitución. Busca algo más cercano, más puro y espontáneo. Algo, en definitiva, más sencillo de leer.

Una narración menos natural, inspirada en la artificiosidad y la búsqueda de un lenguaje retórico y metafórico, trae consigo la suspicacia por parte del lector. Lo recargado resulta fingido. El ornato parece una mentira; excusa para ocultar los defectos. El lector lo sabe, y por ello, se sentirá menos apegado a leer semejante parafernalia.

El lenguaje literario tiene que ser natural: tono directo, secuencia clara, ideas nítidas. Entonces la historia podrá ser leída. Para lograr esta naturalidad, sin artificios, sin fingimientos, el texto ha de ser sencillo.

La sencillez de la literatura

Como tal, la literatura es un arte especialmente fácil de comprender y de divulgar. Desgraciadamente, escribir con un estilo sencillo y natural, obviando cualquier tipo de retórica exagerada, es una de las tareas más arduas a las que un escritor se enfrenta en su carrera.

Ciertamente, pocas cosas hay más difíciles que la simplicidad. Pese a todo, se debe escribir aceptando la premisa de la sencillez. De no hacerlo, el texto será tan alambicado que ni el propio autor podrá tragarlo años después de la redacción.

El gran escritor es aquel que dota de fluidez sus textos, haciéndolos legibles y diáfanos para toda la humanidad.

Iraultza Askerria

El bello navío, de Charles Baudelaire

Yo deseo relatarte, ¡oh, voluptuosa hechicera!
los diversos atractivos que engalanan tu juventud;
pintar quiero tu belleza,
donde la infancia se alía con la madurez.

Baudelaire se deja agasajar por la belleza de una muchacha, a medio camino entre la gracia infantil y la morbidez adulta. Con palabras dulces surge este cuarteto esclarecedor del sentir embrujado del poeta. Tan maravillado de la hermosura de su musa, se siente tentado a ensalzar las virtudes de su cuerpo femíneo. Haremos, con esta excusa, un breve recorrido por este poema del libro Las flores del mal.

Cuando barres el aire con tus faldas amplias,
produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,
desplegado el velamen, y que va rolando
siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.

En este punto, se compara el caminar de la mujer con la zarpa de un barco. Las piernas de la dama, desnudas y resplandecientes bajo la jugosa danza de la falda, son en realidad el objeto oculto del cuarteto, donde la prenda de vestir ocupa todo el protagonismo. Sin embargo, el autor francés no se olvida de cuan bonitas son las piernas de su amante.

Sobre tu cuello largo y torneado, sobre tus hombros opulentos,
tu cabeza se pavonea con extrañas gracias;
con un aire plácido y triunfal
atraviesas tu camino, majestuosa criatura.

Lo sublime, lo imperial, lo magnífico. El ostento, la realeza, la victoria. El capitel de la hermosura. La joya de la corona que unos cuartetos después, culminará este artístico poema. Seguidamente, la composición prosigue con el cuarteto inicial “Yo deseo relatarte, ¡oh, voluptuosa hechicera!”, versos que omitiré para evitar repeticiones.

Tu pecho que se adelanta y que realza el muaré,
tu seno triunfante es una bella armadura
cuyos paneles combados y claros
como los escudos atajan los dardos;

Entre el belicismo y la delicadeza, se escuda el pecho de esta mujer idealizada, donde nada ni nadie puede penetrar, ni el más sagaz ataque, ni la más astuta acometida. Pero esta fortaleza femenina guarda una gracia sublime, las mismas líneas de Venus en un pecho turgente; columnas que protegen un corazón imposible de herir.

¡Escudos provocadores, armados de puntas rosadas!
armario de dulces secretos, lleno de buenas cosas,
de vinos, perfumes, licores
que harían delirar los cerebros y los corazones!

La conquista de la mujer como una batalla sin violencia, pero a la vez sexual, apasionada y amenazante como la punta más aguda de una lanza. Tras la victoria aguarda un secreto, un paraíso en forma de olores y sabores que perturban la mente y, por supuesto, el corazón.

Cuando vas barriendo el aire con tu falda amplia,
produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,
desplegado el velamen, y que va rolando
siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.

Repite el poeta la metáfora de la mujer-navío, belleza que da título a este poema, el número 52 de la obra. Aprovecho para señalar que está extraído de wikisource, y que la composición ha sido traducida con el título de El hermoso navío o El bello navío.

Tus nobles piernas, bajo los volados que ellas impulsan,
atormentan los deseos oscuros, y los acucian,
como dos hechiceros que hacen
girar un filtro negro en un vaso profundo.

Tentador, cuanto menos tentador, la descripción de las piernas de esta mujer, que deleitan, enajenan, embrujan. Bajo los volantes de la falda, el muslo incita el ansia más primigenia, haciendo uso de una magia sobrenatural. La mujer hechicera es una constante en este poema para hacer hincapié, casi con obsesión, en los encantos de la protagonista.

Tus brazos, que se burlarían de precoces Hércules,
son de las boas relucientes los sólidos émulos,
hechos para estrechar obstinadamente,
como para estampar en tu corazón, tu amante.

Se alude aquí al popular mito del poderoso Hércules que nada más nacer estranguló con sus propios brazos a dos serpientes. En dicha ocasión, la mujer no simboliza materialmente la fuerza corpórea del héroe grecolatino, sino un poder y un control que subyuga a los hombres: la seducción que los cautiva aferrándolos obstinadamente en un abrazo.

Sobre tu cuello largo y torneado, sobre tus hombros opulentos,
tu cabeza se pavonea con extrañas gracias;
con un aire plácido y triunfal
atraviesas tu camino, majestuosa criatura.

En el cénit de este poema se intercalan palabras como opulento, pavonear, gracia, plácido, triunfal o majestuoso. La mujer, la criatura descrita tenazmente en los cuartetos precedentes, ya no es representada con largas metáforas, sino con intensos calificativos que construyen el final de la composición. El rostro de la dama es el crisol de tanta perfección, el apogeo de tanta beldad, el punto culminante de una lindeza que vaya por donde vaya, siempre se mostrará magnífica y esplendorosa.

Finalizamos por tanto este breve comentario de un poema de Las flores del mal, cuya lectura es altamente recomendable para cualquier amante de la poesía. Se trata de una de las obras indispensables de la lírica, donde se aglutinan el amor y el erotismo, la poesía y la muerte y otros temas recurrente en las obras de este autor francés.

Agradable

Tamron 17-50 f/2.8 VC - Aitor Aguirregabiria

Agradable, agradable como la aurora cálida que tras un invierno gélido y eternamente níveo, despunta un día insospechado, sembrando en la tierra la esperanza y el sosiego que acarrea consigo su luz.

Agradable, agradable como el tierno trino de los arpados, que semejando las notas de la lira, corresponden con grata melodía a los arpegios que acompañan el susurro del viento.

Agradable, agradable como el néctar de un labio que, junto a otro, se comparte en recíproca devoción y ternura.

Agradable, agradable como el brío de una danza cuyos bailadores sonríen por la gloria de sus gráciles movimientos.

Agradable, agradable como unos ojos que, mirando a otros, se reflejan en los ajenos con intensiva y fogosa insinuación.

Agradable como la luz, agradable como la naturaleza, agradable como el amor, agradable como la música, agradable como la pasión.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria

Los devoradores de carne

Logroño'09 san Bartolomé sarcófago gótico - Fernando LópezEsta misma semana se ha publicado en el blog Las dos vidas de las palabras un artículo que versa sobre el origen etimológico de la palabra sarcófago. Agradezco a Juan V. Romero, autor del mencionado blog, la oportunidad de permitirme colaborar en su espacio, en un intento de divulgar la fantástica historia de las palabras, siempre para esclarecer curiosidades, dudas, y en fin, para desentrañar un idioma tan hermoso como éste.

Os dejo a continuación el enlace directo al artículo Los devoradores de carne o la etimología de sarcófago, una entrada que espero cause expectación.

Iraultza Askerria

El arte de revisar textos: ahora sí… ¡a revisar!

Serie Alfabetos 2002 - Silvia Cordero VegaEn el artículo anterior sobre el arte de revisar textos hacía una división, inquebrantable, de los procesos de redacción y revisión. La conclusión es bien sencilla: primero se escribe, luego se revisa. Nunca hay que llevarlas a cabo simultáneamente.

En el texto precedente explicaba algunos consejos o pautas a seguir durante el proceso de escritura de la novela o el relato en cuestión. Los siguientes consejos están orientadao tras finalizar el primer borrador de la obra. Es entonces cuando comienza el verdadero, tenaz, insoportable y agotador trabajo de corrector.

Ahora nos adentraremos en esta dura faena. Esperemos que salgamos ilesos.

Revisa la novela un año después de finalizarla, no antes

Paciencia, paciencia, descansa, descansa, relájate, haz un viaje y olvídate de cuanto haz escrito durante los meses pretéritos. Antes de iniciar el proceso de revisión, el autor tiene que realizar un esfuerzo considerable y quitarse de la memoria a personajes, escenarios, situaciones, etc. Olvidarlo todo. Sufrir amnesia literaria podríamos llamarlo.

¿Por qué? Porque los escritores tenemos una memoria selectiva para nuestros escritos. Consecuentemente, en vez de leer el texto escrito, leemos aquel que está introducido en el cerebro. Por eso, antes de iniciar la revisión de la novela hay que dejarla reposar un tiempo… puedes ser varios meses… un año. Todo depende del tiempo que hayamos invertido en la redacción de la obra y cuan absorbidos estemos por ella.

Mientras tanto, hay que aprovechar la espera para escribir otra novela.

Utiliza el corrector ofimático

Antes de adentrarse en la tediosa tarea de revisión, conviene utilizar los mecanismos que la informática ha puesto a nuestro alcance. Tanto LibreOffice Writer como Microsoft Office Word incorporarán un corrector gramatical y ortográfico decente. De hecho, lo mejor es utilizar los dos.

Con sus sugerencias se pueden subsanar muchísimos errores: falta de tildes, carencia de diéresis, palabras en minúsculas, puntuación incorrecta, doble separación entre palabras, etc. Revisar el borrador de la obra con estas herramientas puede llevar un día entero, pero el tiempo invertido merecerá la pena.

Un último consejo: nunca antepongas la sugerencia de la máquina a tu propia disposición. El humano siempre es más sabio que el ordenador.

Ponte siempre cerca un diccionario

Cuando digo un diccionario, digo un diccionario de verdad, no valen las enciclopedias en línea. No es que las primeras sean mejor que las segundas o viceversa, para nada. Es una forma de crear presión, de insistir. Cualquier palabra que suponga un ápice de duda, por pequeña que sea, hay que buscarla inmediatamente en el diccionario, y tener uno cerca sirve como medida de control. Te sorprenderán las cantidad de términos que usamos equivocadamente pensando que conocemos su significado correcto.

Igualmente, se recomienda el uso de un diccionario de sinónimos. Ahora bien, hay una regla inquebrantable que ningún escritor debe olvidar: una vez encontrado un sinónimo, búscalo prontamente en el diccionario de definiciones.

Has un desglose de las palabras más utilizadas por secciones o capítulos

Las repeticiones de palabras y frases son muy comunes en el primer borrador de la obra. Si estas reiteraciones ocurren espaciadamente no hay ningún problema. Por el contrario, si los términos se repiten en la misma página o aún peor en el mismo párrafo, conviene modificarlas con ideas afines.

Para saber las palabras que más se repiten en un texto, utilizo una herramienta web que hace un desglose de las más utilizadas. Es muy sencillo de usar y permite saber rápidamente cuáles son los términos más repetidos o si se están empleando justamente los sinónimos.

En este artículo, por ejemplo, las palabras más explotadas son las siguientes (se excluyen preposiciones y artículos):

  • revisión
  • texto
  • obra
  • diccionario
  • palabra
  • novela
  • borrador

Primero lee el texto, después escucha el texto

Un borrador hay que leerlo varias veces para encontrar cada una de las faltas que contenga. Sin embargo, la última revisión no pasa por una lectura del texto, sino por una escucha del mismo. Léelo en voz alta, o aún mejor, deja que otro lo lea.

Particularmente, utilizo herramientas informáticas que leen el texto automáticamente. La voz no es precisamente dulce y armoniosa, pera la entonación es más que correcta y permite revelar carencias y errores.

Recomiendo esta práctica insistentemente.

No entres en el bucle infinito de la revisión

Para terminar, he de admitir una cosa: todo texto es susceptible de mejora, independientemente del número de revisiones a las que se haya expuesto. Por consiguiente, los autores tienden a obcecarse en una revisión infinita de sus textos, corrigiéndolos una y otra vez. Es un vicio que conviene erradicar.

Seamos sinceros: la perfección no existe, y nuestra obra tampoco lo será. Por eso, la revisión sólo es el paso intermedio para que la novela alcance su objetivo. Primero ser escrita, luego ser revisada y finalmente ser leída. Esa es la función primordial: incitar la lectura, y para llegar a allí no debemos revisar eternamente la obra.

Espero que estos consejos sirvan a cualquiera que se embarque en la corrección de una obra literaria. Asimismo, me gustaría pedir vuestra colaboración para saber qué metodologías usáis a la hora de revisar textos. Como siempre, cualquier tipo de aportación será bienvenida.

¡Contenido extra!

La revisión de textos es un proceso mucho más duro que la propia escritura. Una novela se puede escribir en tres meses con plena dedicación. Ahora bien, la revisión se puede alargar, sin ningún problema, durante tres años.
El ser humano es un animal que comete errores, muchos errores. No tiene que sorprendernos encontrar incontables fallos en nuestras novelas. Es normal y, lo mejor de todo, enmendable.
La revisión de un texto es como una vacuna, como una medicina, como una operación de larga convalecencia. Pero, en cualquier caso, algo necesario.
Con el tiempo, los autores aprenden a revisar los textos con tanta pulcritud, que ya no temen que la corrección se alargue durante años.

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