Los devoradores de carne

Esta misma semana se ha publicado en el blog Las dos vidas de las palabras un artículo que versa sobre el origen etimológico de la palabra sarcófago. Agradezco a Juan V. Romero, autor del mencionado blog, la oportunidad de permitirme colaborar en su espacio, en un intento de divulgar la fantástica historia de las palabras, siempre para esclarecer curiosidades, dudas, y en fin, para desentrañar un idioma tan hermoso como éste.

Os dejo a continuación el enlace directo al artículo Los devoradores de carne o la etimología de sarcófago, una entrada que espero cause expectación.

Iraultza Askerria

El absurdo sonido de absurdo

Este término tan común en el vocabulario español proviene de la palabra latina «absurdus»El diccionario de la Real Academia Española nos define el término como «Contrario y opuesto a la razón; que no tiene sentido«. Sin embargo, huelga decir que ésta no fue su primera acepción.

Su morfología proviene del lexema «ab» y el calificativo «surdus«. El primero puede traducirse como la preposición «de» y el segundo, tal y como el lector habrá pronosticado ya, como «sordo«. Originalmente, la palabra «absurdus» se utilizaba en el lenguaje musical, y hacía referencia en alto latín a los sonidos desagradables para el oído. Las cacofonías y disonancias eran por tanto “ruidos absurdos”. Dicho de otro modo, “absurdus” era el adjetivo idóneo para cualquier sonido desafinado, discorde o ininteligible que no guardase armonía con lo que sonaba.

Con el tiempo, el término «absurdus» fue adquiriendo otras significados, trasladándose más al terreno del intelecto y el juicio. Ya en la era romana, cobró otras aceptaciones como irracional, inconcebible, disparatado, chocante, ilógico, contradictorio o incongruente. En resumen, la palabra que originalmente hacia referencia al oído y a los sonidos meramente disonantes, fue irrumpiendo en el terreno de la mente para referirse directamente a la razón, o mejor dicho, a la falta de razón. Lo que no “sonaba” razonable era absurdo.

Pero no olvidemos que, etimológicamente hablando, cuando decimos que «algo es absurdo» estamos reflejando que es «de sordos». De hecho, desde mi punto de vista, la propia pronunciación de “absurdo” suena bronca, destemplada y aburrida, por lo que, siendo puristas, bien se puede decir que “absurdo” tiene una entonación absurda.

En cualquier caso, no debería sorprendernos el vínculo metafórico de las funciones del oído con las intelectuales, puesto que otras palabras del castellano entremezclan dichas facultades. Es sabido que los romanos asociaban la actividad sensorial con las facultades intelectuales.

Podemos cerciorarnos de ello examinando las etimologías de “discrepar”, que en su origen guardaba relación directa con el crujir de la leña o el crepitar del fuego, pero que, actualmente, significa “Disentir una persona de otra”. Tampoco hay que pasar por alto la raíz etimológica de “obediencia”, compuesta por el prefijo “ob-” y el lexema “audire” y con el significado inicial de “el que escucha”.

En definitiva, el sentido auditivo ha sido utilizado en nuestra lengua para la formación de las más variopintas palabras, lo que demuestra la riqueza histórica y evolutiva de nuestra querida lengua.

Etimología de Academia

El legado de Akademos

Mucho se ha hablado de Helena de Troya a lo largo de la historia, y es que aún hoy resulta incomprensible como el rapto de una mujer pudo provocar una guerra de diez años, culminada en el popular caballo. Pero lo curioso es que esta hermosa mujer llamada Helena, ya había sido secuestrada con anterioridad.

El rapto de Teseo

Porque mucho antes de que sucediera la guerra entre aqueos y troyanos frente a los muros de Ilión, Helena de Esparta fue secuestrada por Teseo, el legendario héroe griego que se había enfrentado al Minotauro y que por aquel entonces era rey de Atenas.

Helena, de apenas doce años, pertenecía a una poderosa estirpe de aristócratas espartanos. Una vez conocido el rapto de la niña por parte de Teseo, los hermanos de la primera acudieron en su rescate, dispuestos a destruir Atenas si fuera necesario.

Pero cuando los hermanos llegaron a las afueras de la ciudad griega, sus habitantes proclamaron que ni Teseo ni Helena se encontraban allí. Los invasores, sin embargo, descontentos con la situación, amenazaron con una sangrienta batalla.

Fue entonces cuando entró en escena un desconocido personaje, llamado Akademos. Se trataba de un gentil ciudadano que en defensa de la ciudad de Atenas desveló que Helena había sido conducida a Afidnas, un lejano pueblo del norte.

Akademos, el salvador de Atenas

Los hermanos de Helena aceptaron la revelación y marcharon sin mayor perjurio para Atenas. Allí quedó Akademos, el valeroso ciudadano, como el salvador de la polis. Los atenienses le glorificaron de tal forma que sus tierras pronto se convirtieron en lugar de culto y veneración.

Los terrenos de Akademos se ubicaban a seis estadios de distancia de Atenas, cerca del río Cefiso. Allí se engendró un bosque de olivos y en las inmediaciones se enterró al emblemático ciudadano. La localización se hizo sagrada.

La escuela platónica

Los siglos pasaron por la ciudad de Atenas, entre gobernadores y batallas, entre la amenaza persa y las discusiones filosóficas, pero los jardines del difunto Akademos continuaron fértiles e inmaculados.

Hasta que en el año 388 a.C., el filósofo Platón fundó en aquel lugar su insigne escuela. En honor al antiguo héroe ateniense, Platón llamó a su primitiva universidad la Akademia.

La Akademia atesoró todo el saber de la antigüedad, instituyendo una sociedad científica y literaria. Matemáticas, medicina, astronomía, retórica, oratoria. Fue el antecedente de las universidades modernas y el núcleo cultural durante los siguientes siglos.

Academias y liceos

La Akademia de Platón fue tan popular y tan trascendente para el saber occidental, que los milenios rindieron homenaje a tal nombre. Hoy en día, la palabra academia hace referencia a cualquier institución docente, pero no hay que olvidar que su verdadero origen se encuentra en la figura de Akademos, el héroe ateniense.

Finalmente, hay que apostillar que, siguiendo los pasos de Platón, su discípulo Aristóteles fundó su propia escuela, a la cual bautizó como Liceo. De esta forma, debemos a ambos filósofos griegos el significado y el empleo de estas dos palabras milenarias, que hoy son sinónimo de centros de enseñanza y cultura.

Etimología de Maratón

Una carrera hacia Maratón

Durante los primeros años del quinto siglo antes de cristo, el mundo civilizado antiguo estaba en vilo. Los persas de Oriente habían extendido su imperio hacia poniente, estableciéndose con rotundidad en Anatolia y desplegando su flota naval en el mar Egeo. Los griegos observaban intimidados la repentina expansión propulsada por Darío I, mientras las costas tracias caían derrotadas por el avance persa. Algunas islas y ciudades helénicas se doblegaron ante la amenaza, y pasaron a ser aliadas del Imperio Persa, también llamado Imperio Aqueménida.

La batalla de Maratón

En este contexto tan poco plácido para la Antigua Grecia, dos ciudades se alzaban como el última baluarte griego. Por un lado, la militarizada Esparta, que poseía, posiblemente, las mejores legiones del momento. Por otro, Atenas, el centro democrático por excelencia, situada en la península de Ática.

Allí, en Ática, desembarcaron los persas cerca de la ciudad de Maratón. Su intención era conquistar la ciudad ateniense, y después todo el Peloponeso. Pero el ejército griego esperaba plantar cara. En las fértiles llanuras de Maratón se conformó aquella trascendental batalla.

Maratón se encontraba a poco más de cuarenta kilómetros de Atenas. En el lugar se dispusieron las legiones atenienses dispuestas a resistir las embestidas de las fuerzas persas. A pesar de que éstas eran mayores en número, los griegos aplastaron la invasión oriental e infligieron una durísima derrota al Imperio Aqueménida, cuyos supervivientes regresaron a los navíos anclados en el mar.

Una carrera de fondo

Tras la eufórica victoria, los griegos se apresuraron a enviar un mensajero a Atenas. Debían difundir cuanto antes la exitosa noticia, para tranquilizar a mujeres, niños y ancianos. El encargado de la misión se llamaba Fidípides y recorrió a la carrera la distancia kilométrica que separaba Maratón de la polis griega.

El mensajero llegó a la ciudad y difundió la nueva, pero el esfuerzo le costó la vida.

Sin embargo, todavía hoy se recuerda aquella popular carrera. La lejana batalla entre persas y griegos concibió lo que hoy se conoce como la disciplina deportiva de los maratones, que se ha venido celebrando desde los Juegos Olímpicos de 1896.

Ciertamente, este hecho parece retocado con tintes míticos. Algunos autores afirman que fue todo el ejército griego quien caminó la distancia que separaba Maratón de Atenas, en contra de la creencia popular de que lo hizo un solo corredor. Este testimonio se encuentra en los libros de Heródoto, quien afirmaba que las tropas griegas se replegaron rápidamente hacia Atenas para prevenir un segundo ataque persa desde la costa.

La existencia de Fidípides tampoco ha podido ser verificada. Sí parece ser una figura histórica, y de hecho, Heródoto cuenta que recorrió la distancia entre Atenas y Esparta (240 kilómetros) pocos días antes de la decisiva batalla, aunque no mencionó nada sobre la carrera final de su vida.

En cualquier caso, nunca sabremos con exactitud la certeza de estos hechos. No obstante, podemos afirmar con rotundidad que este es el origen de esta popular carrera de fondo.

El género de la palabra

Como punto final, me gustaría explicar la concordancia de género de la palabra maratón. Si bien el término está actualmente definido por la RAE como sustantivo masculino, la misma entrada del diccionario agrega que puede utilizarse también en femenino. La razón se remonta a ediciones anteriores del diccionario, cuando el vocablo estaba catalogado como sustantivo femenino, compartiendo similitud de género con otros sinónimos como: carrera, prueba, competición. Nótese, sin embargo, que otras palabras que terminan en “-tón” son, generalmente, masculinas; como por ejemplo, apretón, portón, botón, frontón, pisotón.

Así, el uso exponencial de “el maratón”, obligó a la academia española a modificar la aceptación, llegando a la situación actual: ambos usos, tanto femenino como masculino, son correctos.

El Mausoleo de Halicarnaso

Mucho antes del nacimiento del ilustre Alejandro Magno, la península de la Anatolia —actual Turquía— pertenecía al Imperio aqueménida persa. Los aqueménidas favorecieron la autonomía de las regiones locales mediante el sistema de satrapías. Éstas eran unidades geográficas y administrativas gobernadas por un único sátrapa, que a su vez estaba subordinado al emperador persa.

Caria y la dinastía Hecatómnida

Una de estas satrapías pertenecía a la región de Caria, ubicada en el extremo suroriental de Asia Menor. A principios del siglo IV a. C., un nuevo linaje adquirió la satrapía del lugar. Se trataba de una familia de origen cario, que llegó a fortalecerse y a enriquecer las arcas estatales, convirtiendo Caria en una próspera comarca.

El primero de estos reyes carios fue Hecatomno. Gobernó entre 391 a. C. y 377 a. C. Además de Caria, obtuvo por intervención del emperador persa el gobierno y la administración de Mileto, la mayor ciudad griega de Anatolia. En consecuencia, Hecatomno no sólo logró una importante prosperidad, sino que también recibió la influencia de la cultura griega, algo que llegó a fascinarlo.

A la muerte de Hecatomno, su hijo heredó la satrapía y se inició una nueva y vital página en la historia de Caria, conformándose así una nueva capital.

Halicarnaso: la nueva capital

El nuevo sátrapa demostró una desbordante inteligencia tanto en lo civil como en lo local. Obtuvo una posición favorable dentro del Imperio Aqueménida, conquistó algunas ciudades griegas y entabló prósperas alianzas con otras localidades cercanas. Además, trasladó la capitalidad de la región. La nueva capital fue Halicarnaso. Esta metrópoli pronto adquirió fama, riqueza y un aumento progresivo de la población, además fue embellecida con plazas, estatuas y monumentales edificios.

Pero este segundo gobernador de la dinastía Hecatómnida aún quería más. Antes de su muerte, proyectó y ordenó la construcción de un inmenso y colosal edificio funerario, que habría de alberga su cadáver. Se sabe que contrató a los arquitectos griegos Piteo y Sátiro de Paros para tal empresa.

Tras veinticuatro años en el poder, el sátrapa murió en el año 353 a. C., dejando una esposa desolada por un profundo dolor. Se llamaba Artemisia y se perfiló como la gran artífice de esta ancestral historia.

El Mausoleo de Halicarnaso

Fallecido su esposo, Artemisia se sumió en un abismal sufrimiento, muy próximo a la locura. Pero más que demencia, era un amor fiel y sensato que no buscaba sino venerar a su difunto cónyuge. Para ello buscó a los mejores arquitectos y escultores, queriendo culminar el monumental sepulcro comenzado primeramente por su marido. A la llamada de Artemisia llegaron célebres artistas griegos como Briaxis, Escopas, Leocares o Timoteo. El edificio resultante fue una obra maestra de la arquitectura y la decoración escultórica.

45 metros de altura, 38 de longitud y 32 de ancho hacían de este monumento funerario algo colosal. La obra se dividía en tres pisos. El primero de ellos albergaba en la fachada una profusa ornamentación de bajorrelieves, inspirada en escenas mitológicas, bélicas e históricas. En el segundo piso se alzaba un recinto de 36 columnas, rematadas mediante estatuas de dioses griegos. El último sector estaba coronado por un espectacular techo piramidal. Sobre él mismo, se ubicaba una cuadriga tirada por cuatro corceles que portaba las efigies de Artemisia y su difunto esposo.

El amor de una mujer propició la gestación de esta obra maestra de la arquitectura. Su fama precedió a la de Halicarnaso durante más de quince siglos. El Mausoleo de Halicarnaso fue una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo.

La etimología de mausoleo

Por propia voluntad, se ha omitido el nombre del difunto esposo de Artemisia. Ahora debemos regresar a él. Este sátrapa que reinó durante 24 años en Caria, falleció en el 353 a. C. y tras ello, fue conducido a la tumba erigida para él. Se llamaba Mausolo, y el lector habrá adivinado con esto el origen de la palabra mausoleo.

La imponente tumba funeraria de Mausolo no tuvo parangón. Fue el monumento sepulcral por antonomasia, y desde entonces toda tumba magnífica y suntuosa ha sido llamada mausoleo. Artemisia había rendido un inmenso homenaje a su marido, haciendo que su nombre perdurase en la eternidad. Cada vez que se quisiera enaltecer la figura de una persona tras su lecho de muerte, todos tendrían que recordar a Mausolo, a Artemisia y al Mausoleo de Halicarnaso.

Es curioso como la historia tiene el poder de desechar y acoger nombres. Algunos apelativos fluyen por los siglos sin mácula y llenos de pureza, arraigándose en las lenguas de una u otra región. El nombre de Mausolo y su sustantivo derivado son prueba de ello. Prácticamente, todas las lenguas occidentales tienen el vocablo mausoleo en su diccionario.

Desde el Taj Mahal, hasta el Ángel de la Independencia, pasando por el Mausoleo de Qin Shi Huang o la Tumba de Jahangir. Emblemáticos edificios todos ellos y monumentos sepulcrales, que recuerdan de una forma u otra al primer mausoleo de la historia: el Mausoleo de Halicarnaso, el mausoleo de Mausolo.