Luz

Madrid 4.09 El Retiro reflejos del sol - Fernando López

Es inexplicable lo que ante mí se sucede con un carácter imaginario y demencial. Parece tan extraordinario como el propio amor y tan fantástico como la mente de un escritor alcohólico. Pero lo más importante no es esta extraña cualidad irreal, lo más importante y aterrador es que yo me encamino directamente y sin pausa hacia dicha onírica imagen, como si mi propio cuerpo y alma estuviesen ligados a ello. Pero en el fondo de mi mente quiero escapar de dicha fantasía, darme la vuelta y alejarme de todo esto que me encoge el corazón. Sin embargo, lejos de hacerlo, me acerco irremediablemente hacia la luz brillante y pálida que navega sinuosamente en el horizonte, formando una sábana gaseosa de color nube. Las formas, tan garabateadas, me crean nauseas, recordándome los retortijones sufridos por el vientre a causa de un irrefrenable mareo, cuyo remedio es siempre un hediondo y asqueroso vómito.

No entiendo el significado de este malestar, y mientras intento descifrarlo continuo avanzando directamente hacia la luminaria. Entonces comienzo a sentir punzantes molestias bajo la piel, en el corazón y en los pulmones, repletos de un aire envenenado. Cuanto más me acerco a la extraña imagen de luz pálida, más agudo y profundo siento el dolor.No obstante, a pesar de todo, no grito. Es cierto que siento un intenso tormento, pero lo siento como algo lejano y oscuro, y además, mi inconsciente aprecia un ligero estremecimiento de felicidad merced a este dolor.

Poco a poco, esta extraña alegría se va apoderando de mi mente, de mi corazón y de mi alma, y ya estoy a pocos metros de la imagen centelleante, cuando la total felicidad explota en mi interior en grandes dosis de euforia.

Es en ese instante, cubierto de gracia, cuando mis ojos se cierran y puedo observar turbiamente, como quien observa el exterior desde una tumba de cristal, a mi padre y a mi madre abrazados, llorando y rodeados de paredes de color pálido que expelen un exagerado olor a higiene y a fármacos.

Entonces lo comprendo.

Me acababa de morir.

Iraultza Askerria

La última noche

Estábamos sentados en el coche. En los asientos de atrás. Ni yo era Danny Zuko ni mi vehículo un descapotable. Tú podrías haber sido cualquier mujer hermosa, desde Cleopatra hasta Marilyn Monroe. En la radio se escuchaba un agradable y añejo rock’n’roll de los años setenta. Tampoco era yo un Elvis, pero podría cantarte al oído todas sus canciones…, despacio, mientras te mordisqueaba el lóbulo de la oreja. Eso te gustaba. Lo sé.

Coche

Tus piernas se abrieron ante mí. La desnudez les sentaba mejor que una minifalda roja. Y a tus pechos, pálidos como estrellas, nada se ajustaba tan bien como mis manos desnudas.

Escuché un gemido y luego otro. Ni el más virtuoso solo de guitarra habría podido sobrepasar los decibelios de tu voz. Las vertiginosas notas sabían a aire sazonado de miel. Así me lo constataron tus besos.

El sudor femenino de tu cuerpo se derramó sobre los asientos tapizados. Tu perfume de rosas aún los impregna. En tus ojos, cerrados por el agónico orgasmo, los míos se anclaban derribándote entre besos. Noté un fuerte latido en mi mano. Tu corazón se aceleró. El placer te desbordaba, te sobrepasaba. A mí me ocurría lo mismo. Me faltaban pocos segundos para llegar al apogeo. Tú ya lo habías alcanzado un par de veces. Lo notaba a raíz de la humedad de tus muslos.

Mi inconsciencia lanzó un gruñido, y toda mi energía se esfumó. Te abracé y respiré desde el canal de tus pechos, intentando robarte el aliento.

—Te quiero —me dijiste.

Y yo te respondí lo mismo.

Aquella fue la última vez que hicimos el amor. Si lo hubiera sabido, te habría robado un mísero cabello o, incluso, la ropa interior. Pero lo único que me quedaron fueron los recuerdos… y estas estúpidas palabras.

Iraultza Askerria

¡Contenido extra!

Las escenas sexuales ambientadas en un coche son un tema recurrente en mi prosa, tal y como el lector puede comprobar en la novela Sexo, drogas y violencia. Como apunte a esto, recuerdo episodios magníficos de estas características en las novelas de otros autores, como Las edades de Lulú, de Almudena Grandes.

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La caricia

Careless Whisper - {author}Como un fino recuerdo nocturno que se pasea por la frontera de los sueños sin apenas apreciarlo, una caricia tuya me sobrevoló el corazón. Ahí se quedó, dormitando, durante días, semanas, meses, años y resurrecciones. Tan pálidamente callada que ni una puñalada a traición la habría descubierto. Los latidos del músculo no consiguieron borrar el vestigio de esa caricia, ni tan siquiera revelarla. Estaba oculta en lo más profundo, como un coral hundido bajo la costa o un remordimiento que nunca pide perdón. De esta forma, solo mucho tiempo después, cuando te acaricié la mano el día de tu entierro, me percaté de cuánto te amaba.

Iraultza Askerria

Sus últimas palabras

malinconia su carta. - chiara baldassarri«Fin». Escribió. Luego dejó la pluma en el tintero. Volvió a leer el último párrafo que había escrito, a examinar cada signo ortográfico y cada verbo conjugado, a cerciorarse de la correcta expresión de las oraciones. Estaba perfecto. Firmó, dibujando su nombre y apellido con una artística caligrafía. Se vistió la cazadora de piel, el sombrero negro y los zapatos. No se olvidó de coger la carta antes de abandonar la habitación. Una vez la tuvo entre la manos, abrió la puerta, se subió a la barandilla del balcón y se lanzó al vacío. Lo último que quería decirle al mundo ya estaba escrito.

Iraultza Askerria