Luciérnaga de verde esperanza

luciernaga - {author}Luciérnaga de la noche. Te veo brillar en la oscuridad. Luz de esmeralda, verde esperanza. Aleteo en forma de susurro que agita los latidos de mi corazón dormido. Resplandeciente luciérnaga velando mis sueños.

En la distancia revoloteas como un ave infinita. Mandas tu aliento minúsculo hasta mis oídos encendidos. Arrastras una tibia brisa hasta mis labios. Me besas entonces. Y entre tanto, no dejas de iluminarme la vida, con tu color de esperanza.

Verde luciérnaga, verde amor. Dirección del ocaso. Por las tinieblas del mundo me apoyo en tu guía para seguir hacia el frente. Destello que, al sentirlo, me alegra el alma. Luciérnaga mía, cómo vivir una noche sin sentir tu calor, tu color, tu celo, tu ciclo de vida.

Ven a mí, luciérnaga verde, que en la ilusión de vivir marcas mi esperanza.

Iraultza Askerria

Despegando

Carter Buton Album Loan_00042 - {author}No habrá aeropuerto que cierre cuando mi cuerpo se asome a tus muslos boquiabiertos. Entraré de lleno en el terminal de tu vientre, como ese travieso que pierde las maletas a sabiendas de que tiene toda una fortuna esperándole. Justificaré los gemidos en el control de seguridad cuando los tuyos suenen más rimbombantes. Llegaré a la puerta de embarque demasiado pronto y perderé el tiempo entrando y saliendo de ti, aguardando la hora oportuna para explotar como un aeroplano, mientras tú y yo despegamos hacia los cielos.

Iraultza Askerria

A un corazón roto

heart breaks in 2 - buttersweet

Tú ya conoces todos mis secretos,
tú ya sabes mi poesía,
tú has leído mi rima y mis sonetos
y los llantos de esta alma mía.
Tú ya estorbaste tantos alfabetos
que recorrí de noche y día.
Tú ya has puesto en el verso fiel y escueto
la infiel y dolorosa estría.
¿Qué quieres tú ahora? ¡Déjame!
Te he dado mi vida y arte,
vete de aquí a otra parte.
Déjame morir ya. ¡Déjame!
Enterrado en las canciones
de los rotos corazones.

Iraultza Askerria

Soneto a un caballero

0SIR_1255 -1 SIRIA CRACK DE LOS CABALLEROS - Javier Martin Espartosa

Cabalga, caballero, trota apriesa;
recorre, las llanuras de Castilla;
galopa, mas no olvides que quien brilla
arriba no es el sol, es tu princesa.
Traviesa la muralla tanto gruesa;
alcanza a quien bandidos acaudilla,
sembrando miedo y pánico en la villa.
Acaba al dictador, ¡que allá confiesa!
La paz regresa al pueblo agradecido;
tu nombre loarán en las almenas.
La voz de tu señora hoy te aclama.
Retomas nuevamente el recorrido;
buscando liberar de tantas penas,
al tiempo que te aguarda tu fiel dama.

Iraultza Askerria

La venganza de los papeles

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Son muchos; ellos. No cesan en su ataque, en su acometida, en su ofensa endiablada. Se han multiplicado durante años, mutilados, inconexos, inconclusos, y ahora se han rebelado contra mí. Los papeles buscan venganza tras tantos años de maltrato.

Me devoran el alma y el corazón. Se cobijan en mi humildad y beben de mi modestia. La tinta se derrama como un veneno en mis heridas y la celulosa me abraza, amante asesino. No paran, no se detienen; ni siquiera dicen nada: ni para insultarme ni para excusarse. Tantas palabras yacen tatuadas en sus cuerpos albinos, que entiendo que ninguno quiera prestar voz a más vocablos despreciables.

Un poema me ha mordido, justo en la rodilla. Un trozo de carne cae de mi pierna. Los atentos versículos de métrica irregular a los que nunca di rima me observan furiosos. Comprendo la ira de este poema por sentirse incompleto y ser centro de burlas y afrentas. ¡Cómeme ahora, puesto que no supe alimentarte!

Siento en la espalda el latigazo de un relato de varias páginas. Lo recuerdo por la última frase, ya que no le puse título. La hoja sin identidad me pellizca bajo los omoplatos, traidora e infiel; tan infiel como yo, que cuando comencé a escribirlo puse en sus primeras líneas la imagen de una chica llamada Niña, para luego sustituirla en el nudo por una fémina llamada Mujer y terminar en el último párrafo con una ninfa llamada Sueño. Fui un infiel al escribir en su lomo de nieve; es lógico que el relato quiera vengarse.

Poemas y cuentos han sido los primeros en revelarse. Ya han mancillado mi cuerpo de sangre y en silencio observan como desfallezco entre lágrimas y gritos de dolor. Pero la tortura no ha concluido. No. Aún queda lo peor.

Levanto la vista hacia el escritorio y veo los destacamentos de mis novelas; en fila india, turnándose para embestirme con su rabia contenida. Allá está ella, mi tierra fantástica, encuadernada en tapa dura con sus seiscientas páginas que esconden historia, religión, belicismo, romance y cartografía. La engalané como a una reina, la pinté de paisajes que no existían y le prometí que algún día se exhibiría en la pasarela de alguna biblioteca. Pero sólo una promesa, que ya nunca podré cumplir.

Detrás, asoma un cuaderno manuscrito. A este sí le puse nombre: diario. Jamás ha habido en el universo un nombre tan mal elegido. Ni siquiera veinte días. Diario de una semana, tal vez, pero diario de un escritor desleal. Lo abandoné después de verter en él mis sentimientos más puros, y ya cuando el papel cuadriculado se había enamorado de mis palabras, cerré por siempre su portada, sumiéndolo en una completa oscuridad.

En el lado opuesto, resplandece mi novela de asesinos medievales, mi novela más sabia. Sus páginas huelen a ceniza, a pólvora, a perfume de niña virgen y a lujuria de eclesiástico viejo. Quinientas páginas de conspiraciones, delitos, fugas y persecuciones. Medio millar de folios que dejé olvidados durante siglos sin haber firmado un final. Ahora lo firmaré con sangre.

Las novelas se abalanzan sobre mí. Me acuchillan con sus puntas y sus márgenes incisivos. Clavan en mí la cólera de haberse sentido apartadas de la realidad, escondidas como niños deformes, desheredadas por un padre que no supo publicarlas.

Lanzo un grito desconsolado, y acto seguido, clamo perdón; pero no importa. Los papeles no quieren escucharme; mucho me han escuchado ya en las eternas noches de mi imaginación desbordada. Acepto el destino de morir a manos de los hijos a los que no amé. Acepto el destino de teñir con mi sangre los papeles blancos que dejé a medias.

¡Matadme, niños míos! ¡Matadme poemas, sonetos, tragedias, comedias, cuentos, relatos, novelas y ensayos! ¡Matadme ahora! ¡Matadme ya!

Con mi muerte disfrutaréis del final que realmente merecéis.

Iraultza Askerria