Mi reloj

Photo - {author}Quiero apropiarme de tu tiempo, y que no tengas que estudiar, dormir o comer. Tan solo te dejaría ir al baño, para ducharte conmigo. Al ser dueño de cada uno de tus segundos, no deberías nada a nadie, ni siquiera a la muerte, siendo mía para toda la vida.

En esa eternidad nuestra, no podrías separarte de mí. Serías mi alma gemela, mi sombra, mi intuición y mi voz, mi sentimiento y mi felicidad. Cada uno de los impulsos eléctricos de mi piel y mi capacidad de absorción de ideas. Podría dejarte que fueras yo mismo inclusive.

Sin miedo al pasado y sin recelo del futuro, solo existiría nuestro presente. Me encerraría contigo en la habitación blanca de un hotel, y en ella te haría el amor para luego leer las huellas de mis besos sobre tu piel incandescente, y entre los lapsos de cada lectura, aprovecharía para escribirte cuánto te amo.

Al ser amo y señor de tu tiempo, estaría tan pendiente de ti que incluso soñaríamos las mismas cosas, y al final, tú también te convertirías en la dueña de mis horas y mis días.

La aguja de mi reloj vital; la luz de mi reloj de sol; la tierra de mi reloj de arena.

Iraultza Askerria

Cortázar, entre citas y relojes

Al leer a Cortázar, uno se percata de que la literatura ha alcanzado las cotas más altas. Si a esto unimos la maestría de Borges o Márquez, el llanto aflora a mi rostro al comprender que nosotros, los nuevos escritores, estamos condenados al fracaso literario. En ese instante, el ansia por escribir desaparece y siento una íntima llamada de devorar libros y leerlos hasta desgastar la tinta impresa.

En esta ocasión, quiero centrarme en la figura literaria de Julio Cortázar y analizar una constante en su obra, como lo es el paso del tiempo, su temporalidad, su condena, su cotidianidad más nefasta; todo ello en la parábola de los relojes, objetos que se llenan de simbología en sus relatos. Sirva de ejemplo algunas citas extraídas de su libro Historias de cronopios y de famas o de su cuento El perseguidor:

Instrucciones–ejemplos sobre la forma de tener miedo

Se sabe de un viajante de comercio a quien le empezó a doler la muñeca izquierda, justamente debajo del reloj pulsera. Al arrancarse el reloj, saltó la sangre: la herida mostraba la huella de unos dientes muy finos.

Resulta aterrador imaginarse la escena, tan espeluznante como el ser diabólico que engendró Bram Stoker. En esta ficción, el reloj de pulsera personifica al mismísimo Drácula, una criatura del mal que poco a poco consume la vida de su portador. Eso es el reloj: un objeto infernal cuya agujas chupan la sangre de algún infortunado mientras avanza en la senda del tiempo.

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. […] Te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. […] Te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías. […] No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Piensa, reflexiona, recapacita. ¿En qué? En el tiempo. Un tiempo introducido a la fuerza en un minúsculo objeto, en un reloj malvado que lo controla, que mide su avance, que calcula su ciclo. El reloj brujo, símbolo de la temporalidad, que da al tiempo falsos atributos de puntualidad, espera, ansia y estrés. Al llegar a ese punto, el reloj se transforma en un ser animado, en el dueño de una mujer o de un hombre cuya vida controla hasta el menor detalle de la rutina.

El reloj consume el tiempo y es objeto de consumo por parte de su poseedor. Éste siempre atento, siempre cuidadoso, siempre preocupado de que el reloj se encuentre colgado de la muñeca y marcando una hora exacta. O en el peor de los casos, esperando a que el tiempo avance hasta el instante deseado mientras objeto y animal se consumen.

Porque al atarnos un reloj, nos encadenamos de por vida.

Instrucciones para dar cuerda al reloj

Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente.

El reloj nos conduce a la muerte, acompañándonos fielmente por la vida. En todos y cada uno de los momentos: el amor, el trabajo, la paternidad, la soledad, la segunda juventud, la vejez. Ahí permanece el reloj, siempre erguido sobre la muñeca, avanzando en la carrera del tiempo y atrastrándonos en pos de él. Corriendo, viviendo apurados, bajo presión, bajo la presión del reloj; aparato éste al que se da cuerda pretendiendo alargar el recorrido temporal. Pero poco importa. Al final, siempre está la muerte.

El perseguidor – Las armas secretas

Si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana.

¿Cómo se puede disfrutar del tiempo si a uno le preocupa tanto en qué momento vive? ¿En qué hora? ¿En qué minuto? ¿En qué segundo? ¿Llego tarde o llego pronto? ¿Falta mucho o falta poco? Condenados a la obsesión de las agujas del reloj, uno no puedo disfrutar de la vida. Siempre corriendo, siempre inquietado.

Indudablemente, el tiempo pasa mucho más rápido cuando hay un reloj momento.

La razón de ser del reloj

En la obra de Cortázar, el reloj hace referencia, como una obsesión, a la temporalidad. Es la forma de recordar que el ser humano es mortal y que de poco sirve la preocupación maniática de controlar el tiempo, de saber constantemente el segundo de cada momento, cuando en verdad, los segundos no existen. Los segundos fueron.

De esta forma, Cortázar nos invita a disfrutar de la vida, del arte, de los momentos, de la familia, de los amores y de cualquier experiencia mundana, sin obcecarnos en la reiterativa ilusión de controlar el paso del tiempo. El reloj no debe ser quien guíe la senda de nuestras vidas, sino simplemente un acompañante más dentro de una comitiva de complementos.

Por todo ello, es de agradecer la sabia tesis de Julio Cortázar y, desde estas líneas finales, invito a detener irremediablemente cualquier reloj que pase por nuestras vidas.

¡Contenido extra!

Como apéndice, recomiendo la lectura de este texto titulado Tristeza del Cronopio, donde Cortázar muestra magistralmente las ventajas y desventajas de que un reloj esté atrasado.

A la salida del Luna Park un cronopio advierte que su reloj atrasa, que su reloj atrasa, que su reloj. Tristeza del cronopio frente a una multitud de famas que remonta Corrientes a las once y veinte y él, objeto verde y húmedo, marcha a las once y cuarto. Meditación del cronopio: «Es tarde, pero menos tarde para mí que para los famas, para los famas es cinco minutos más tarde, llegarán a sus casas más tarde, se acostarán más tarde. Yo tengo un reloj con menos vida, con menos casa y menos acostarme, yo soy un cronopio desdichado y húmedo».

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La brújula y el reloj, tres mil años de evolución

En contra de lo que se pueda pensar, este artículo no trata de repasar la invención ni el desarrollo de estos dos importantes objetos, que durante siglos han sido la base de la orientación, tanto terrestre como temporal. Porque para un explorador, la brújula es su guía, su maestro, su Socrates. Para un personaje inquieto como yo, el reloj es su perdición, su cárcel y su destino. Dos artilugios trascendentes de inabarcable valor que, en las siguientes líneas, serán los protagonistas de una foto muy peculiar, impactante y mítica.
La instantánea evoca los momentos finales de la fatídica Segunda Guerra Mundial, cuando el ejército rojo de la URSS penetra Berlín y se hace con el control de sus edificios. En esos instantes de victoriosa gloria, varios soldados se encaraman al tejado del Reichstag mientras un fotógrafo de guerra, hábil y valiente, dispara para obtener la emblemática diapositiva. La imagen evoca fielmente a la otra popular fotografía de la Segunda Guerra Mundial protagonizada por los estadounidenses en la isla de Iwo Jima, la cual fue tomada unos meses antes de la caída de Berlín. Dos potencias mundiales que gobernarían el mundo durante las próximas décadas.
Volviendo al asunto que nos concierne, la inconmensurable foto fue utilizada como propaganda soviética, a semejanza de los norteamericanos y sin desmerecer a ninguna de las dos naciones. Hasta tal punto que su imagen se utilizó como estampa para una serie de sellos. Lo cual nos demuestra fehacientemente la importancia y la estima que obtuvo el daguerrotipo. Sin embargo, entre el original ilustrado sobre el párrafo anterior y el revelado que se muestra en las siguientes líneas hay unas sutiles diferencias Es patente que la imagen fue modificada a posteriori… ¡sin ayuda de photoshop!En primer lugar, se puede observar un agobiante humo sobrevolar el marco superior del retrato, lo cual fue agregado posteriormente para intensificar el dramatismo de la batalla y la gloria de los soldados. Pero, lo más importante y sobrecogedor es… la muñeca derecha del militar que ayuda al portador de la bandera a mantenerse en pie. La muñeca está libre: sin relojes, sin brújulas, sin pulseras ni brazaletes, en contra de lo que se observaba en la foto original.¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué se ha trucado la imagen? ¿Por qué se ha borrado el objeto? Y aún más estremecedor, ¿de qué artilugio se trataba? Aquí, como siempre, las opiniones se dividen: los capitalistas dicen que un reloj y los comunistas que una brújula. ¿La verdad? Jamás la sabremos.

Desde mi modesto punto de vista y habiendo perdido la fe en el ser humano años atrás, es un reloj. ¿Una brújula? Podría ser, dado que, como se argumenta, los militares soviéticos acostumbraron a portarla durante la guerra. No obstante, la idea del reloj me parece la más acertada, y tras observar la foto y sabiendo de la falta de escrúpulos que inundó Europa durante la Segunda Guerra Mundial, nada podrá trastocar este juicio. No me resulta muy difícil imaginar a unos oficiales aniquilando la resistencia enemiga, y después, nutriéndose con los despojos de los cadáveres y acaparando todo cuanto se pudiera acaparar, como por ejemplo, un ligero reloj. Y es que, por mucho que se pretenda alardear del honor del ejército, poca honra puede quedar en una milicia tras un lustro de sangrientas batallas, torturas y ejecuciones. El saqueo, durante aquella horrorosa confrontación, me parece algo tan probable y vergonzoso como el asesinato, la esclavitud y la invasión.

Y ahora recularé sin previo aviso tres milenios, aproximadamente, para situarnos antes del advenimiento de la Edad Oscura y después del cenit de la civilización micénica. En una guerra que duró diez años y cuyas vicisitudes fueron narradas en un poema épico varios siglos después. Efectivamente, hablo de la Ilíada, de Homero, donde se dan cuenta de los pormenores de la guerra entre aqueos y troyanos; y en cuyas líneas podemos leer en multitud de ocasiones como los soldados saquean sin pudor los cadáveres de los enemigos vencidos, pertrechándose con sus armas y sus armaduras, robándoles, además de la vida, sus objetos personales, y todo sea dicho, mancillando su cuerpo.

En conclusión, desde la épica troyana hasta el desbarajuste de la Segunda Guerra Mundial, el ser humano no ha evolucionado nada. Se ha quedado estancando, siempre en su perseverante y cruel egoísmo capaz de saquear la virginidad de adolescentes, la pobreza del campesinado o la vida de un prisionero. Hace tres mil años la vileza y la infamia se recogían en poemas épicos. Hasta hace poco en fotografías en blanco y negro. Y más actualmente en aterradores vídeos. Tres mil años de tecnología… e igualmente estancados. ¿Cuánto tiempo más hará falta para que el ser humano progrese, evolucione y mejore? ¿Dónde está esa brújula que debe servir de guía para encontrar el buen camino? Son las generaciones venideras quienes tienen en sus manos el reloj del tiempo, y ellos tendrán que elegir: darle cuerda y avanzar, o borrarlo de la memoria y continuar estancados.

Iraultza Askerria