El mafioso abstemio

Cereza - Cherry - Guillermo VicianoEl líder mafioso estaba sentado frente a dos individuos, con las manos sobre la mesa, donde reposaban un vaso de agua y dos cervezas.

La gloria de Jesús había sido provocada por su crueldad, fiereza e irascibilidad. Sin embargo, era igualmente conocido por la categoría fundamental que concedía a la salud. Por ello, Jesús nunca fumaba, ni siquiera para probar la calidad de la marihuana con la que traficaban él y sus socios; nunca bebía alcohol, tampoco en las ceremonias celebradas en honor a logros significativos; y nunca consumía ningún tipo de sustancia narcótica, ya fuese cocaína, morfina o las pastillas despachadas por los farmacéuticos bajo la inocente marca popular de aspirina.

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria

Soluciones drásticas

599 - CarSpotterEl hombre contemplaba el bar con un carácter enojado, mientras mantenía la espalda apoyada contra el capó de su vehículo, estacionado a un lado de la carretera. Podía haber optado por la prudente alternativa de aparcar el automóvil dentro del garaje, pero había rehusado tal elección a causa del hedor a aceite y gasolina que saturaba el parking, lo cual podía atufar la tapicería del recién comprado coche. Le había sugerido al propietario que almacenase los bidones de carburante en el ático del bar, donde el nauseabundo olor no importunase a nadie; pero éste había hecho caso omiso del consejo, como si sus palabras le entrasen por un oído y le saliesen por otro. Quizá, para que le quedasen las cosas claras, debía coger un cuchillo y extirparle una oreja.
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El motor

Jimmy - Hamed SaberEl motor ronroneaba como un gato en celo, con gruñidos suaves y pasajeros provistos de un silbido inherente de satisfacción; mientras las ruedas giraban con delicadeza romántica sobre el asfalto enjoyado que ceñía una senda misteriosa, íntima y virgen.
Tras mirar el reloj de su muñeca, el conductor pisó el acelerador violentamente. Al instante, el motor comenzó a toser de agonía, al tiempo que los neumáticos se arrastraban cual fustigados galgos sobre una calzada repleta de baches y piedras sueltas.
Pronto, los árboles se mostraron coléricos ante la contaminante y ruidosa velocidad del intruso automóvil. Las estrellas se apagaron para dificultar la circulación de aquella sangrante máquina de gasóleo. Las hojas verdes y resplandecientes se agitaron emitiendo un aullido fantasmagórico, como un lobo enfrascado en una demencia psicopática; y la oscuridad se agolpó frente a la cristalina luna del automóvil, cegándolo.
El conductor frenó, súbitamente.
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La mecánica del sexo

Las caricias y los susurros de ternura brotaron como el gas de un motor de combustión; un acto tantas veces ejercido se había transformado en un procedimiento instintivo e inconsciente.

Así, los dedos de él aferraban los muslos de ella con una firmeza automática. Los besos, los roces, los intercambios de sonrisas y de gemidos, los extravíos en la fulgente mirada del otro, el aroma a fusión fatigada, el cenit de la unión carnal… Todo aquello había perdido la intriga y el nerviosismo de la inexperiencia. Ahora todo consistía en un mecánico tráfico de sexo y de goce.

Pero, al igual que la primera vez, proseguía siendo una práctica deliciosa y apetecible, una sensación que les hacía sentirse vivos, eufóricos y colmados de fortuna, casi a punto de rozar el cielo con sus dedos terrenales.

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