¿Cuánto escribes al mes?

Bands I saw from Dec 17 1977 - 1980 - Nicholas Noyes

Hace pocos días, en una charla con un viejo compañero de guerra, nos formulamos esta imperiosa cuestión. El objetivo de la respuesta no era vencer en una batalla literaria de vanidad y supremacía intelectual, sino al contrario, localizar la frecuencia del hábito de escribir, así como los momentos más creativos del día.

La charla sirvió para conocernos mejor como escritores y saber, después de tantos años, que el proceso de redacción atendía a una rutina, a un modus operandi, a un guión preestablecido y a una actitud inherente al alma del poeta.

Las conclusiones fueron de los más enorgullecedoras y anotaré a continuaciones las mías como respuesta a la pregunta del título. Fijaos que para cuantificar la escritura mensual, me decanto únicamente por la cifra de palabras redactadas, no por el tiempo invertido.

Artículos para terceros

El trabajo de articulista es, indudablemente, el que más tiempo me requiere como escritor. Supone elaborar un texto académico, objetivo, informativo, veraz y sin ningún tipo de error. También es mi carta de presentación, mi bolsa de horas y mi primer recurso económico.

A la semana, suelo redactar unos cinco artículos, con extensiones variables entre las 400 y 600 palabras. Haciendo un cálculo aproximado se obtiene la cifra de 10.000 palabras al mes, cuantificadas en una veintena de textos.

La entrada dominical

Quienes siguen mi blog, seguramente habrán leído alguno de los textos publicados los domingos, como éste. Se trata siempre de artículos de historia, etimología, literatura, biografías, comentarios de novelas, recursos para escritores y temáticas similares. Mi intención con ello es expandir mi gusto por estas materias y esperar que el lector se enamore de las mismas tanto como yo.

Entrando de llenos en el meollo de la cuestión, esta entrada dominical suele ocupar una extensión relativa a las 800 palabras. Ojalá pudiese escribir un artículo de estas características todos los días, pero la falta de tiempo y disposición me lo impide. Aún así, en los últimos meses he sido fiel a mi propuesta dominical, que traducido en palabras asciende a la cantidad de 3.200 al mes.

La inspiración de los ratos muertos

A pesar del estrés de la vida diaria y de la volatilidad del tiempo, siempre hay espacio, aunque sea minúsculo, para que la musa se materialice en los momentos más impredecibles. Es entonces cuando una simple hoja de papel, un archivo de texto en el ordenador o alguna nota en el teléfono móvil memorizan la creación de un microrrelato, cuento o poema.

Son, por lo general, textos muy cortos, que suelo publicar los martes y los jueves, y a los que tampoco dedico mucho tiempo. Igualmente su extensión también es pobre; por lo que esta actividad literaria, tan imprevisible y difícil de planificar, origina un número cercano a las 3.000 palabras al mes.

La novela como centro creativo

Sea como fuere, el mayor tiempo dedicado a la escritura está protagonizado por la novela. Aunque la elaboración de estas extensas obras se puede alargar durante años, intento en la medida de lo posible escribir algo día a día. Desgraciadamente, ese “algo” suele ser muy breve.

Debido al resto de las responsabilidades de la vida, no puedo consagrarme a una novela durante ocho horas al día. De hecho, muchas veces, ni siquiera tengo media hora libre. Por lo tanto, el tiempo que dedico a escribir una novela es menos de lo que me gustaría.

En la actualidad, la novela que tengo en curso crece a un ritmo de 12.000 palabras al mes. Número aproximado, naturalmente, pero bastante fiable gracias al recurso del diario del escritor.

La valoración final

Tras hacer un recuento, obtenemos la cifra de 28.200 palabras mensuales, divididas en los siguientes contenidos:

  • Artículos: 13.200
  • Poemas y relatos: 3.000
  • Novela: 12.000
  • Total: 28.200 palabras al mes

Resulta esclarecedor saber que empleo el mismo tiempo para escribir artículos para terceros que para redactar mi novela. Los poemas, microrrelatos y cuentos ocupan un lugar irrisorio en esta producción; donde como ya dije en las primeras líneas, no se tiene en cuenta el tiempo invertido. Las horas de escritura ascienden a decenas y decenas.

La valoración final es bien sencilla: escribo mucho menos de lo que me gustaría. Por eso, durante los periodos vacacionales la producción literaria tiende a duplicarse. Pero ciertamente, y esto es aplicable a cualquiera que posea esta vocación, la escritura debe ser una constante en la vida del autor, independientemente de la calidad y la cantidad. Después, ya habrá tiempo para llenar la papelera de basura prosaica o dar un último empuje de creatividad a nuestras obras.

Espero que el lector pueda sacar sus propias conclusiones, así como exponerlas en sus comentarios; nada me gustaría más. De igual modo, le invito a contestar a la pregunta del título si así lo desea.

Gracias por vuestra lectura.

¡Contenido extra!

Antes de responder a la pregunta del título, hay que aclarar la unidad de medida. Aunque me he basado en la cifra de palabras, también es válido cuantificar horas o incluso páginas.
Una página a DINA 4 con fuente Times New Roman a 12 puntos, sin espaciado y con márgenes de 2.0 cm, puede contener unas 700 palabras. Con el formato de DINA 5, el que más se asemeja al tamaño de un libro de novela, se puede alcanzar las 350.
Entrando de lleno en el apartado del tiempo, personalmente, yo suelo escribir 1.000 palabras por hora; aunque en momentos de verdadera inspiración y quietud absoluta, he llegado a casi duplicar esta cifra.

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Cándido o el optimismo de Voltaire

CandidoEn este cuento filosófico que ahonda en el destino del ser humano en La Tierra, acompañaremos a un esforzado joven, cuyo nombre describe a la perfección su personalidad: Cándido. Un héroe que resulta una combinación explosiva entre el pícaro y torturado Lazarillo de Tormes y el audaz y bizarro Amadís de Gaula, y cuyas aventuras y desventuras nos obligarán a seguirle  con ferviente curiosidad y admiración.

No en vano, Cándido representa un ser inocente y puro en un mundo ciertamente crudo y tortuoso; en donde sus pensamientos sobre el optimismo son invulnerables a pesar de cuantos sufrimientos, pesares y oprobios padece. Un joven enamorado y valiente que recorre prácticamente todo el mundo conocido -desde Alemania hasta Turquía, pasando por Perú-, sin dejar de ser fiel a su filosofía y a su juicio.

Cándido no es más que un utópico personaje que se enfrenta a la horrorosa realidad con optimismo e inocencia, cualidades que utiliza su autor para tejer una sátira mordaz sobre la sociedad del siglo XVIII, y criticar, con afiladas razones, a la religión, el feudalismo y la truhanería del centenario de las luces. Todo en un viaje apasionante que nos remite a un desenlace agridulce, sin tapujos y con esclarecedora moraleja.

La obra fue muy polémica tras su publicación, un lejano año de 1759. Su autor fue un tal «señor doctor Ralph», tal y como vemos en la portada del libro original. Aunque el propio filósofo francés nunca lo admitió, Voltaire (François Marie Arouet) fue el verdadero escritor de la obra. Huelga decir que el sentido crítico del escritor francés, culminó una obra satírica que criticaba el supuesto optimismo histórico, promulgado por intelectuales como Leibniz, y cuyas máximas podían definirse con «todo sucede para bien» o «vivimos en el mejor mundo posible».

Como punto final a este mínimo artículo, me gustaría citar aquella magnífica frase de Horacio: “no vivió mal aquel que, al nacer como al morir, pasó inadvertido”.

Iraultza Askerria

El rayo de luna de Gustavo Adolfo Bécquer

Tramonto - yokopakumayokoQuizá, El rayo de luna sea la leyenda más conocida de Bécquer. Tal vez se haya convertido en un relato tan popular debido al tema recurrente que abarca: «amor ideal» o, mejor dicho, el «desengaño originado por el amor ideal». Creo que todos, y especialmente en la adolescencia, fraguamos en nuestro mente un amor idílico, platónico, que en forma de mujer o de hombre adquiere todos los canones de la perfección: belleza, inteligencia, simpatía. Concebimos el idea de una mentira que perseguimos tercamente.

Ya en el inicio de la susodicha leyenda, Bécquer nos advierte de dicha realidad:

Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia; lo que puedo decir es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy triste, de la que acaso yo seré uno de los últimos en aprovecharme, dadas mis condiciones de imaginación.

El propio autor reconoce, dado sus virtudes de creatividad lírica, que él es uno de los primeros en tropezar con la impenetrable roca de la idealización amorosa, una y otra vez, golpe tras golpe. Sin embargo, desgraciadamente, será de los últimos en aprender de esos errores. Si es que acaso consigue aprender algún día.

Quizá por ello, el poeta sevillano deja escapar en el apoteósico final toda la rabia, la frustración y la impotencia del desencanto:

Cántigas…, mujeres…, glorias…, felicidad…, mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué? Para encontrar un rayo de luna.

La lección que aprende Manrique, el protagonista de la leyenda, sobre la desilusión y el amor ideal es algo que todos nosotros aprendemos tarde o temprano. Desde mi punto de vista, no se trata de una experiencia amarga ni dura. Sencillamente, el amor ideal no existe; el amor perfecto es un fantasma vano que formamos en nuestra imaginación. Si el amor fuese perfecto, si nuestra pareja lo fuera, el sentimiento sería monótono e insulso; porque las pequeñas imperfecciones hacen del amor algo maravilloso, algo espléndido, algo por lo que —yo, al menos— daría mi vida.

¡Contenido extra!

Bécquer ostenta uno de los pedestales en mi panteón de poetas. Su influencia es clara en muchas obras mías, y asímismo, son abundantes las referencias que de él hago en mis textos. El libro de relatos «Rayo de luna» es un ejemplo claro de este influjo, porque dicha obra, además del título, comparte multitud de homenajes a las Rimas becquerianas. De hecho, el prólogo del libro comienza con el final de la leyenda El rayo de luna.

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Cortázar, entre citas y relojes

Al leer a Cortázar, uno se percata de que la literatura ha alcanzado las cotas más altas. Si a esto unimos la maestría de Borges o Márquez, el llanto aflora a mi rostro al comprender que nosotros, los nuevos escritores, estamos condenados al fracaso literario. En ese instante, el ansia por escribir desaparece y siento una íntima llamada de devorar libros y leerlos hasta desgastar la tinta impresa.

En esta ocasión, quiero centrarme en la figura literaria de Julio Cortázar y analizar una constante en su obra, como lo es el paso del tiempo, su temporalidad, su condena, su cotidianidad más nefasta; todo ello en la parábola de los relojes, objetos que se llenan de simbología en sus relatos. Sirva de ejemplo algunas citas extraídas de su libro Historias de cronopios y de famas o de su cuento El perseguidor:

Instrucciones–ejemplos sobre la forma de tener miedo

Se sabe de un viajante de comercio a quien le empezó a doler la muñeca izquierda, justamente debajo del reloj pulsera. Al arrancarse el reloj, saltó la sangre: la herida mostraba la huella de unos dientes muy finos.

Resulta aterrador imaginarse la escena, tan espeluznante como el ser diabólico que engendró Bram Stoker. En esta ficción, el reloj de pulsera personifica al mismísimo Drácula, una criatura del mal que poco a poco consume la vida de su portador. Eso es el reloj: un objeto infernal cuya agujas chupan la sangre de algún infortunado mientras avanza en la senda del tiempo.

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. […] Te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. […] Te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías. […] No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Piensa, reflexiona, recapacita. ¿En qué? En el tiempo. Un tiempo introducido a la fuerza en un minúsculo objeto, en un reloj malvado que lo controla, que mide su avance, que calcula su ciclo. El reloj brujo, símbolo de la temporalidad, que da al tiempo falsos atributos de puntualidad, espera, ansia y estrés. Al llegar a ese punto, el reloj se transforma en un ser animado, en el dueño de una mujer o de un hombre cuya vida controla hasta el menor detalle de la rutina.

El reloj consume el tiempo y es objeto de consumo por parte de su poseedor. Éste siempre atento, siempre cuidadoso, siempre preocupado de que el reloj se encuentre colgado de la muñeca y marcando una hora exacta. O en el peor de los casos, esperando a que el tiempo avance hasta el instante deseado mientras objeto y animal se consumen.

Porque al atarnos un reloj, nos encadenamos de por vida.

Instrucciones para dar cuerda al reloj

Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente.

El reloj nos conduce a la muerte, acompañándonos fielmente por la vida. En todos y cada uno de los momentos: el amor, el trabajo, la paternidad, la soledad, la segunda juventud, la vejez. Ahí permanece el reloj, siempre erguido sobre la muñeca, avanzando en la carrera del tiempo y atrastrándonos en pos de él. Corriendo, viviendo apurados, bajo presión, bajo la presión del reloj; aparato éste al que se da cuerda pretendiendo alargar el recorrido temporal. Pero poco importa. Al final, siempre está la muerte.

El perseguidor – Las armas secretas

Si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana.

¿Cómo se puede disfrutar del tiempo si a uno le preocupa tanto en qué momento vive? ¿En qué hora? ¿En qué minuto? ¿En qué segundo? ¿Llego tarde o llego pronto? ¿Falta mucho o falta poco? Condenados a la obsesión de las agujas del reloj, uno no puedo disfrutar de la vida. Siempre corriendo, siempre inquietado.

Indudablemente, el tiempo pasa mucho más rápido cuando hay un reloj momento.

La razón de ser del reloj

En la obra de Cortázar, el reloj hace referencia, como una obsesión, a la temporalidad. Es la forma de recordar que el ser humano es mortal y que de poco sirve la preocupación maniática de controlar el tiempo, de saber constantemente el segundo de cada momento, cuando en verdad, los segundos no existen. Los segundos fueron.

De esta forma, Cortázar nos invita a disfrutar de la vida, del arte, de los momentos, de la familia, de los amores y de cualquier experiencia mundana, sin obcecarnos en la reiterativa ilusión de controlar el paso del tiempo. El reloj no debe ser quien guíe la senda de nuestras vidas, sino simplemente un acompañante más dentro de una comitiva de complementos.

Por todo ello, es de agradecer la sabia tesis de Julio Cortázar y, desde estas líneas finales, invito a detener irremediablemente cualquier reloj que pase por nuestras vidas.

¡Contenido extra!

Como apéndice, recomiendo la lectura de este texto titulado Tristeza del Cronopio, donde Cortázar muestra magistralmente las ventajas y desventajas de que un reloj esté atrasado.

A la salida del Luna Park un cronopio advierte que su reloj atrasa, que su reloj atrasa, que su reloj. Tristeza del cronopio frente a una multitud de famas que remonta Corrientes a las once y veinte y él, objeto verde y húmedo, marcha a las once y cuarto. Meditación del cronopio: «Es tarde, pero menos tarde para mí que para los famas, para los famas es cinco minutos más tarde, llegarán a sus casas más tarde, se acostarán más tarde. Yo tengo un reloj con menos vida, con menos casa y menos acostarme, yo soy un cronopio desdichado y húmedo».

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5 ideas para empezar un cuento

Pen to Paper - mbgrigbyA todos nos ha pasado que, aunque con muchas ganas de escribir, las palabras quedan atoradas en la nada. El silencio de la inspiración embiste furioso nuestra musa y nosotros nos quedamos paralizados ante ese aciago, funesto, horrible y atroz papel en blanco.

Es en ese momento cuando más deseamos comenzar una historia, un cuento, un relato. El deseo se convierte en una necesidad palpitante. Sin embargo, no sabemos cómo hacerlo y el destino se burla de nuestra creatividad.

Por eso, para esos momentos en los que la inspiración no llega, propongo alguna pautas para empezar un cuento o, como poco, para incentivar la imaginación y la escritura.

1. Con dos palabras

Este es uno de mis métodos preferidos, quizá por su aparente sencillez. Basta con seleccionar aleatoriamente dos palabras, cualesquiera. Por ejemplo: carbón y ratón; o mejor aún, pañuelo y jolgorio. A partir de la elección, uno tiene que ponerse a escribir. Lo que sea; con la única condición de que la historia contenga esas dos palabras.

Personalmente, para este método, siempre me auxilio de una aplicación web que genera palabras aleatorias. Basta refrescar la página o pulsar la tecla F5 y… ¡listo! Dos palabras preparadas para inspirar un cuento.

Ejemplos de relatos que surgieron utilizando este método son: El riachuelo y la cadena.

2. Un cuento en el mundo al revés

¿Qué pasaría si la Bella Durmiente sufriese en realidad un tenaz insomnio? ¿Y si Blancanieves fuese secuestrada por siete gigantes? Ha aparecido otra bruja descuartizada, ¿los sanguinarios Hansel y Gretel habrán tenido algo que ver?

Emplear historias arraigadas en la tradición, paradojas absorbidas por la sociedad, refranes de culto o cualquier cuento conocido por todos y, posteriormente, revertir la idea principal, el núcleo de la cuestión o los atributos principales, concebirá una nueva trama, un nuevo cuento, una nueva historia lista para ser redactada.

Ejemplos de relatos que surgieron con este método son: Pinocho sin nariz.

3. Agrupar bajo un mismo relato varios cuentos o historias

¿Imagináis a Aladín y a Caperucita Roja intentando escapar de un malvado lobo que ha devorado a la lámpara maravillosa y a la alfombra mágica? ¿Sí? Pues empezad a escribir.

¿Qué ocurriría si la armada del Imperio Otomano se hubiese apoderado del submarino del capitán Nemo y procediese a asestar un duro golpe sobre Londres? ¿Logrará Hércules Poirot encontrar las pistas que conduzcan al paradero de la nave submarina antes de que la Gran Guerra se decante del bando turco?

Como veis, las posibilidades son inmensas en un mundo que mezcla ficción y realidad. Todo un abanico de historias. Basta entremezclar varios aspectos históricos o ilusorios para ensamblar un relato lleno de acción, intriga y suspense.

4. Cambiar un detalle del mundo real

¿Cómo sería un mundo sin Europa? ¿Y con dos lunas? ¿Y sin sol? ¿Qué pasaría si el fuego no quemase nuestra piel? ¿Y si hubiese más zurdos que diestros? Tantas posibilidades permiten la concepción de un millar de microrrelatos, paradojas, fábulas o textos reflexivos.

Con este método pueden lograrse textos de ficción muy breves, idóneos para motivar la escritura e incentivar la redacción. Cuando el tiempo es escaso y la inspiración no llega, modificar un punto de la realidad es una forma perfecta de facilitar la escritura.

Ejemplos de relatos que surgieron con este método son: El lobo herbívoro.

5. Copiar el final y el principio de un texto y escribir el contenido restante

Naturalmente, el plagio de obras consagrados o autores desconocidos es algo despreciable y punible. No así la imitación de los textos ajenos, sean de Eurípides o de Munro, puesto que no hay que olvidar que el arte es la imitación de la naturaleza. Imitar, y digo imitar, —nada de copiar las bondades de otros escritores—, facilita considerablemente la imaginación general del artista.

Cuando la musa se evapora, es una opción completamente válida imitar los textos de obras consagradas. A tal efecto, bastará con reescribir la primera frase de un libro y la última de otro. A partir de ese momento, sólo cuenta el esfuerzo particular de redactar el contenido restante, utilizando el punto de partida y el de llegada.

¿Qué seríais capaces de escribir si vuestro relato comenzase con “Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia” y finalizase mediante la siguiente oración: “Al examinar sus dedos y ver los anillos descubrieron finalmente de quién se trataba”?

No digo nada más. Lo dejo en vuestras manos. Y naturalmente os invito a comentar vuestras metodologías a la hora de comenzar un relato. ¡Muchas gracias!

El diario del escritor

el mito de la realidad - Elisabeth D'OrcyNótese que la profesión de escribir es larga y tediosa como ninguna otra. Todo comienza, primero, con largos años de lectura. Después, insufribles décadas de esfuerzo pretendiendo redactar unos párrafos legibles. Al final, y con suerte, un relato que recibe las buenas críticas de un lector voraz.

Estos son los hábitos del escritor, los cuales sólo se adquieren tras una voluntariosa puesta en marcha, como ese coche de los circuitos automovilísticos que requiere meses de ingeniería, mecánica, pruebas y errores. Alcanzar la redacción diaria requiere una voluntad férrea y una perseverancia sólo al alcance de unos pocos locos; digo locos, porque no hay mayor locura que imaginar lo irreal.

Los años de trabajo se esconden tras la esencia del escritor. Horas pegado al ordenador, tardes enteras transcribiendo borradores, semanas interminables revisando lo que, funestamente, ha de calificarse como basura.

Entonces, ¿qué recomiendo a la irrefrenable vida del escritor? ¿Cómo facilitar su aventura literaria? ¿Qué hacer para que la vitalidad de los pensamientos sea más productiva?

Pues, sencillamente, llevar un diario.

Crea un hoja de cálculo

Necesitamos una hoja de cálculo donde contabilizar el esfuerzo, de tal forma que de un vistazo sepamos cuánto, cuándo y qué escribimos. Conocerse uno mismo como literato facilita mucho la tarea primigenia de escribir.

Todos y cada uno de nosotros funcionamos mejor a unas determinadas horas del día. La ocupación de escribir no es diferente. Algunos prefieren la mañana, otros el anochecer; pero saber cuál es el periodo más eficiente pasa, inicialmente, por llevar un control frecuente de dicha tarea.

Anota la información necesaria

Antes de empezar la escritura, debes anotar la hora y el día en que comienzas la tarea. Luego, simplemente ponte a escribir, sin pausa y obstáculo. Cuando termines, registra la hora de fin y calcula el tiempo dedicado a ello.

Los datos a añadir son los siguientes:

  • Fecha
  • Día de la semana
  • Hora de inicio
  • Hora de fin
  • Número de palabras escritas
  • Título(s) del relato/novela/poema
  • Algún comentario si procede

Escribe todos los días

Para que este diario sea precisamente eso, un diario, hay que escribir diariamente, valga la redundancia. Cada mañana o cada tarde o cada noche, adéntrate en tu imaginación durante unos minutos, tal vez horas si la inspiración así te lo exige, y conságrate a la gran excursión de las palabras.

Lleva un control de las correcciones y revisiones

El escritor ocupa mucho tiempo en revisar y corregir sus textos, casi más que en la fatigosa tarea de redacción. Por ello, es muy recomendable auditar estas labores y llevar un catálogo al día. Pero en la ardua faena de revisión me sumergiré en otro artículo.

Saca las conclusiones al final de mes

Si sigues estos pasos, al terminar el mes, dispondrás de una información completa y fiable. Con la misma podrás descubrir cuáles son los horarios más lucrativos, en qué día de la semana la inspiración es más duradera y en qué momentos la imaginación parece trabada sin ningún camino a seguir.

Si gestionáis este sencillo “diario del escritor”, podréis mejorar indudablemente vuestra calidad y dedicaros a la redacción en las mejores coyunturas. Hacerlo permite conocer los límites de cada autor, y es que conviene no forzar a las musas.

Espero que os haya servido de ayuda este conciso tutorial y aquí os dejo un pequeño archivo en formato Excel para que podáis crear desde ya vuestro “diario del escritor”.

 

3 formas de bautizar a los personajes

Random term-of-endearment generator - Yersinia pestisCuando los personajes germinan en la mente del novelista, suelen aparecer con un carácter y un físico más o menos definido, pero la mayoría de las veces carecen de un nombre o un apellido. Es entonces cuando el autor tiende a buscar infatigablemente un nombre adecuado para su protagonista, antagonista o secundario; tarea que, muchas a veces, se alarga hasta lo indecible.

Como escritor, tengo que confesar que me cuesta una barbaridad elegir los nombres de los personajes de mis novelas; en serio: una barbaridad. Puedo imaginar sus caras, cómo actuarán o qué dirán, pero la identidad queda postergada a un segundo plano. Otras veces, en cambio, opto apresuradamente por algún nombre y a mitad de la obra, me siento obligado a modificarlo: el nombre no me gusta, me he cansado de él o me parece cacofónico. Esto me ocurrió con cada uno de los protagonistas de Sexo, drogas y violencia.

Sé que seleccionar el nombre de los personajes de nuestras novelas no es tarea fácil y por ello anoto aquí tres posibles alternativas que espero os puedan ayudar.

1 – Generación aleatoria de nombres

Si bien es difícil encontrar un nombre cabal para el protagonista de una novela, el problema se triplica cuando aparecen personajes secundarios como el padre, el repartidor de periódicos o la maestra de los niños. Individuos, quizá, no importantes, pero que necesitan un nombre.

Para estos casos propongo el uso de distintas herramientas que generan identidades completamente ficticias. Fake Name Generator es una utilidad web que permite escoger nombres entre una larga variedad de ramas lingüísticas como el inglés, el alemán, el árabe o el español. El servicio genera una identidad completa automáticamente, incluyendo nombre, apellido, edad y otros datos.

El siguiente enlace, también es recomendable para la generación aleatoria de nombres, aunque no apellidos. Por el contrario, explica el significado y origen etimológico de cada nombre, lo cual puede ser muy interesante para el escritor.

A aquellos autores que escriben fantasía o ambientan sus historias en mundos épicos, les propongo las siguientes dos herramientas: Wizards Character Name Generator y Generador de Nombres de Fantasía

2 – Listín telefónico

Con los avances de la tecnología, las tradicionales páginas blancas han quedado relegadas a un segundo plano. Todavía así este voluminoso libreto presenta una enorme diversidad de apellidos. Muchos de ellos nunca los habremos escuchado, otros los recordaremos con alguna que otra cara y algunos pocos nos inspirarán emociones literarias.

Navegar entre las hojas de las páginas blancas permite descubrir miles de identidades. Una buena forma de hallar un apelativo para ese personaje desconocido que aparece constantemente en los capítulos de nuestras novelas. Agustiano, Eukene, Recadero, Loreto, Anastasia. ¿Quién sabe?

Basta buscar unos minutos para encontrar un nombre oportuno.

3 – ¿Cómo llamarías a tus hijos o hijas?

Pregúntale a tu mejor amigo, pregúntale a tu ex-novia, al vecino del cuarto, al tabernero. ¿Cómo llamarían a sus hijos? ¿Qué otros nombres les hubieran gustado? ¿Cuáles odiaban?

Entrar en contacto con la gente, permite conocer pequeñas historias sobre este o tal nombre. Quizá para algunos resulte dificilísimo encontrar un nombre adecuado, pero habrá muchos padres, madres y progenitores primerizos que hayan pensado en ello incesantemente. Conocer estas preferencias puede ser un modo inmejorable de bautizar al protagonista de nuestra obra.

Los nombres forman un extenso vínculo afectivo y adentrarse en él puede ser el motor de nuestra imaginación literaria.

Conclusión

El nombre de un personaje de novela es su punto inicial de caracterización, en su rasgo número uno, es la forma con la que el lector lo identificará durante el resto de las páginas. Vale la pena ofrecer variedad para no confundir al lector con personajes que se llamen igual o parecido. Asimismo, hay que interesarse por la consonancia de nombres en cuanto a época o país. No es lo mismo una novela ambientada en el Reino Visigodo de Tolosa o en el Imperio Español del siglo XVI.

Ah, y se me olvidaba, si utilizáis algún truco para elegir los nombres de vuestros personajes, no tenéis más que comentarlo. ¡Gracias!

Cómo gestionar los personajes de nuestras novelas

“Conocer a un hombre y saber lo que tiene en la cabeza son asuntos distintos.”
Ernest Hemingway

Are You Gonna Go My Way? (Explored) - Joe Penniston

Ocasionalmente, el personaje de una novela puede aventajar al propio escritor en cuanto al conocimiento de la trama y el devenir de la historia. Esto ocurre cuando el protagonista, exento de todo obstáculo, avanza en el argumento con total libertad, interpretando su propia vida como si se tratase de un ser real.

Esto tiene diversos beneficios para la novela, pero también algunas desventajas. Este protagonista puede llegar a convertirse en un ser desconocido, tan evolucionado respecto al inicio de la obra, que el narrador puede olvidarse de cómo es, desconociendo a este personaje que creó con todo lujo de detalle.

Además, si la novela consta de varios protagonistas este problema se multiplica, y el autor puede encontrarse ante una amalgama de personajes cuya singularidad desconoce.

Anotar los rasgos de los personajes más representativos

Una de mis primeras recomendaciones es esquematizar la personalidad del personaje, y volcar esta información en un cuaderno aparte, en una etiqueta adhesiva pegada contra la pared o en un liviano archivo de texto. Gracias a ello, el autor podrá recordar de un vistazo el físico, el carácter y la historia más trascendental de sus protagonistas.

Naturalmente, este procedimiento requiere que el autor esté constantemente actualizando los datos de sus personajes; bien durante la lectura del manuscrito o antes de ponerse a escribir. Algún novelista podrá incluso interrumpir la escritura para anotar algo.

La ventaja es que el escritor nunca se olvidará de los atributos de ninguno de los personajes.

Durante la elaboración de la novela, el temperamento de cada uno está bastante asimilado por el autor. Sin embargo, cuando unos años después, éste se embarca en la ardua tarea de realizar la última revisión, el escritor puede haber olvidado muchos de los rasgos de sus protagonistas.

En definitiva, es muy recomendable disponer de una hoja que resuma esquemáticamente la idiosincrasia de los protagonistas de la novela.

A continuación una imagen con el método utilizado en mi novela “La elegante prosa de un asesino”. He eliminado bastantes referencias para no desvelar la trama de la obra, por lo que se trata de un simple esbozo. En cada celda aparecen reseñas de cada personaje, incluyendo entre comillas y en cursiva citas extraídas directamente del manuscrito.

Muestra gestión personajes

Retratar los personajes con imágenes

El personaje nace y perdura en la imaginación del escritor. Éste es capaz de oler, rozar y contemplar cada facción de sus protagonistas. A veces, sin embargo, puede ocurrir que la creatividad literaria no sea suficiente y el personaje aparezca en el cerebro del autor coma una forma difusa de brazos, piernas y cabeza. Además, es muy probable que éste sea el efecto cuando el novelista se haya desvinculado de la obra durante unos años.

La solución para este problema es bien sencilla: buscar fotografías, pinturas, retratos o imágenes que tengan un parecido exclusivo con nuestro personaje. Internet es un ingente lugar de información. Seguramente, nuestro personaje compartirá alguna similitud con algún dibujo o retrato existente en la web.

Hacer esto permitirá que jamás olvidemos el rostro y la fisonomía de nuestros vástagos literarios, sirviendo además de un apoyo constante.

Inspirarse en la vida real

Por último, quiero hacer hincapié en la necesidad de elaborar personajes heterogéneos y pulidos. El panadero, el conductor de autobús, la anciana, el vecino, etc. Todos deben aparecer en la novela como un personaje de virtudes y lacras, con sus peculiaridades distintivas.

Esto requiere un trabajo de creatividad enorme. Sin embargo, mi propuesta para la creación de estos personajes efímeros es la que sigue: inspirarse en los individuos que ya conocemos, fusionar las virtudes y los defectos de varios y concebir así una nueva identidad. De tal forma, cuando procedamos a introducir dicho personaje en la obra, nos será fácil describir sus facultades más simbólicas, evitando el ingreso de figuras planas e insustanciales.

Aquí termino estos pequeños consejos; tres procedimientos que servirán para resolver las carencias de los personajes de nuestras novelas. Siguiendo estos pasos podremos mejorar la simbiosis del escritor con los protagonistas, que frecuentemente nos traen de cabeza. Conocerlos a todos ellos y tener siempre a disposición una imagen o una lista completa de capacidades, favorecerá el proceso de redacción, corrección y revisión.

El escritor guarda mil personalidades distintas. Identificar cada una de ellas en su primer cometido como literato.

Historia del soneto: los orígenes

“Ben è alcuna fiata om amatore
senza vedere so ’namoramento,
ma quell’amor che stringe con furore
da la vista de li occhi ha nas[ci]mento.”
Giacomo da Lentini

Paper Writings: God & Shakespeare - L. Whittaker

El Reino de Castilla estaba sumido en una cruenta guerra contra las taifas musulmanas de al-Ándalus, cuando en Italia comenzaba a gestarse una forma poética que llegaría a conquistar todos los rincones de Europa occidental. Hablamos del soneto.

Los albores silicilianos

El soneto nació en Sicilia de la mano de Giacomo da Lentini, un poeta y notario nacido a principios del siglo XIII y fallecido en torno al año 1260. A él se le atribuyen 22 sonetos y ser uno de los máximos representantes de la Escuela Siciliana. La identidad de Giacomo da Lentini como artífice del soneto es naturalmente dudosa, como otros tantos capítulos de la historia. A pesar de todo, la estrofa ya estaba documentada en 1220, año que coincidiría con la juventud de este siciliano.

En cualquier caso, la nueva estructura poética viajó rápidamente por Italia, primero al sur y luego a las regiones centrales. Aquel incipiente soneto presentaba una métrica endecasílaba y una rima con la forma ABAB – ABAB – CDE – CDE.

La madurez del soneto

En la toscana, Guittone d’Arezzo (1235 – 1294) introdujo una variante en los cuartetos, utilizando la rima abrazada (ABBA); de él se conservan 250 sonetos. Contemporáneo de éste fue Guido Guinizelli (1230 – 1276), uno los escritores italianos más influyentes de la época y precursor de una nueva estirpe de poetas conocida como Dolce stil novo.

A esta generación de la segunda mitad del siglo XIII pertenecen autores como Guido Cavalcanti, Cino da Pistoia, Lapo Gianni o Dante Alighieri. Todos ellos cultivaron en mayor o menor medida el soneto. De éste último destaca la obra Vita nuova, donde Dante ensayó el soneto en honor a su amada Beatrice Portinari.

El gran sonetista

A principios del siglo XIV nació Francesco Petrarca. Es, sencillamente, el paradigma del soneto, el sonetista por excelencia. Su influencia es enorme en la poesía occidental ya que originó una nueva corriente conocida como petrarquismo. En su Cancionero aparecen 317 sonetos dedicados a su idealizada Laura. Estos poemas están compuestos por cuartetos, no serventesios, y tercetos de rima variada, una estructura que terminará inspirando a los autores castellanos. Por tanto, fue Petrarca el que dispuso la estructura definitiva del soneto.

Nuevos horizontes

Casi dos siglos de itinerario fueron necesarios para que el soneto se consolidara como una de las formas más notables de componer poemas. La métrica endecasílaba y la rima consonante señalaban un estilo noble y culto; sólo al alcance de los mejores poetas.

Pero a finales del siglo XIV el soneto sólo se había afincado en Italia, aunque no habría que esperar mucho más para empezar a leerlo en otros países europeos. Pero eso ya es otra historia.

Errores comunes en los personajes de nuestras novelas

“Los personajes no deben aparecer como fantasmas sino como realidades creadas, construcciones inmutables de la fantasía: más reales y más consistentes, en definitiva, que la voluble naturalidad de los actores.”
Luigi Pirandello

The Making of Harry Potter 29-05-2012 - Karen Roe

En todas las profesiones y vocaciones, los errores son comunes y están a la orden del día. No en vano, hay un dicho que cita «el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra». Mayor certeza, no habrá en el mundo.

Escribir es, posiblemente, una de las ocupaciones que más desaciertos genera. Sean gramaticales, ortográficos, estructurales o de estilo, hay profesionales que se dedican únicamente a la corrección de textos. Otros, como yo, sufren el acecho constante del fallo y el desliz, de una equivocación inenarrable o de un despiste difícil de perdonar.

Sin embargo, no considero que quien comete faltas ortográficas o gramaticales no sea un buen escritor. Considero que un mal escritor es aquel incapaz de imaginar un paisaje, narrar en un tono uniforme o caracterizar singularmente a su personaje protagonista. Y considero, asimismo, que de los errores se aprende y que para llegar a ser un gran escritor primero hay que ser un pésimo escritor.

Vamos a centrarnos ahora en los errores comunes que cometemos durante la creación de nuestros personajes, que en las novelas especialmente, requieren una verdadera atención. No se les puede perder de vista, y hacerlo puede suponer extraviar para siempre el hilo de una historia magistral.

El protagonista como fiel reflejo del autor

Uno de los peligros más habituales, y que acecha especialmente a los autores jóvenes, es crear personajes idénticos al escritor. Esto puede ser correcto si se trata de una autobiografía o de una novela en primera persona donde abundan episodios inspirados en experiencias personales. Sin embargo, cuando se trata de ficción pura, es un gravísimo yerro.

En ocasiones, el escritor concibe una idea y una trama ejemplar, un magnífico argumento y una ambientación completamente ficticia. Pero resulta, que cuando se pone a escribir, su protagonista toma la naturaleza del propio artista, sucumbe ante la soberbia del autor que lo ha concebido; piensa, habla y actúa como él. Así, el propio escritor se vuelve protagonista de su novela de ficción.

Es un error muy habitual, especialmente al principio, y cuya única solución es distanciarse por completo de la historia y comprender que el protagonista debe interpretar su propia historia, no protagonizarla el propio autor.

No conocer a los personajes

El lector no tiene que saberlo todo sobre los personajes de la novela. El autor, por el contrario, debe conocer lo absolutamente todo, cualquier detalle. Desde cómo se llamaba su padre hasta dónde conoció a su chica.

Desconocer cualquier rasgo del protagonista hará de él un personaje hueco, vacuo, insustancial. El lector debe asimilar las características más distintivas del protagonista. El escritor debe conocer todas las demás.

Escribir es la capacidad de imaginarse otra vida con todo lujo de detalles. Una armonía plena entre el escribano y el protagonista hará que la novela siga por un buen cauce. Esta simbiosis es vital para uno u otro, y sobre todo, para atrapar al lector durante el resto de la narración.

La pasividad del personaje

Un fallo garrafal es construir frente a nuestro compañero un camino largo y recto. Sin curvas, sin obstáculos, sin señales de prohibido el paso. El protagonista de una novela debe sufrir y reír, llorar y pensar. Debe exhibir un dinamismo propio de los héroes. La pasividad condenan a un personaje y a toda una obra al olvido y al aburrimiento. Personajes activos y vivos aferran al lector a la trama, enganchan su curiosidad hasta el final de la obra.

Igualmente importante es la evolución de los personajes. Un protagonista que empieza y termina la novela de la misma forma es un personaje incompleto. ¿No ha aprendido nada tras tantas páginas? ¿No ha cambiado nada en su alma? ¿No ha odiado o amado o vivido o sufrido? Si lo ha hecho, el escritor tiene que demostrar estas transformaciones en la personalidad de su protagonista.

Como anexo a esto y conociendo la popularidad que la obra tiene en estos momentos, recomiendo la lectura de la saga Canción de hielo y fuego para comprender cómo debe evolucionar un personaje. Los protagonistas de estas novelas están perfectamente caracterizados y se hace patente la transformación de cada uno de ellos a lo largo de la trama. Aunque no la considero una obra maestra de la literatura, la caracterización de los personajes de Juego de tronos es magistral.

Los personajes planos

Debido a que no todos los personajes son protagonistas, no todos cumplen la misma función y, por tanto, no todos requieren la misma atención por parte del escritor. Los personajes secundarios, aunque importantes, no deben ser más tangibles que los protagonistas.

Ahora bien, tampoco hay que llenar la obra de personajes planos. Si bien los protagonistas son como un hijo, los restantes personajes deben actuar como un amigo o un conocido del autor. Un ser que pueda darse a conocer con una cara y una personalidad, independientemente de que nos importe o no dónde nació o cómo se llama.

Una equivocación muy frecuente es describir estos personajes homogéneamente; volátiles y tenues como el vacío. Descripciones genéricas como “alto y delgado” o “calvo y de ojos azules” aburren y empañan de monotonía una buena historia. En la vida real cada individuo destaca por sus grandes defectos y sus grandes virtudes; igualmente cada personaje de la novela —por poca importancia que pudiera tener— debe representarse con los rasgos más distinguidos de su forma de ser.

Hay que tener en cuenta lo siguiente: para que el lector se imagine un personaje, el escritor tiene que habérselo imaginado primero.

Errores a evitar

En definitiva, hay que evitar engendrar personajes idénticos al autor, sin detalle, vacíos, incompletos, genéricos, pasivos, sin dinamismo, planos, que no crecen, que no evolucionan y que no han sido imaginados previamente.

Si evitamos estos errores nuestros personajes estarán llenos de vida y avanzarán por la novela demostrando personalidad, carácter y progreso. Conseguirlo no es difícil siguiendo unas pautas y unos pequeños trucos que expondré en un próximo artículo.

Y ahora, como último apunte, igual que dedicamos largas horas a la elaboración de la trama, debemos dedicar el mismo tiempo a la concepción de los personajes. Hacerlo hará de nuestra novela una obra completa.