El agua, como siempre, caía negra del cielo, formando opacas sombras que se estampaban contra la ciudad. En esos instantes, aunque fuese mediodía, el firmamento parecía de noche, sin un resto de sol que pudiera atravesar las brunas nubes.
Por suerte, cuando la tormenta negra llegaba, los ciudadanos ya estaban listos para enfrentarse a ella.
Se cobijaban bajo sus paraguas pálidos, cuyas varillas resplandecían como perlas. Se vestían entonces los chubasqueros de finos hilos de nácar para poder destacar bajo el firmamento de agua negra. Como colofón, los vehículos encendían sus luces de posición, tintando el automóvil de un aura pura como la nieve.
De esta forma, cuando acontecía la lluvia negra, toda la ciudad se engalanaba de blanco y parecía un estelífero cielo bajo el brumoso firmamento, que se figuraba un planeta corrompido de oscuros sentimientos.
En ese momento, el afán y el compromiso de la gente demostraban que un mundo mejor era posible.
Iraultza Askerria