Cátedra

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Perla, nácar, calor, sólida piedra
de tu inocencia pura se construye,
con la firmeza aérea de quien huye
por recovecos íntimos de hiedra.
Eres bosque, eres el río que medra
por las almas ajenas, se diluye
con dulzura secreta pues se intuye
que los hombres de ti ansían catedra.
Estudiarte, saberte, contemplarte,
analizar tu voz asonantada
que rima con luz, cielo, tierra y arte,
es la razón auténtica del hombre
que encumbra sobre el mundo tu mirada,
tu intelecto, tu físico y tu nombre.

Iraultza Askerria

La métrica de Venus y Darío

In space, no one can hear you scream - Carl JonesEn este blog, ya hemos hablado más de una vez del genial poeta nicaragüense Rubén Darío, el embajador del modernismo. Incluso nos atrevimos a adentrarnos en su más famoso libro Azul, inmortalizando algunas de sus citas sin pedir permiso al encomiable autor. En esta ocasión, volveremos a sumergirnos en esta obra para tratar de esclarecer la singular métrica de un soneto titulado Venus.

Se trata de una poesía de Rubén Darío que uno lee dubitativo y termina devorándola enamorado. Ese poema es sentimiento, es acción, es recuerdo y pasión. Es un relato en verso y un diálogo con el alma del poeta. Es casi una obra de teatro comprimida en versos heptadecasílabos, métrica que se aleja del estándar de los sonetos.

Empieza así:

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.

Este nicaragüense ratificó el verso alejandrino como un emblema del modernismo y se destacó magistralmente en su empleo. Recordemos que el verso alejandrino consta de catorce sílabas, separadas en dos hemistiquios independientes de siete. Si el lector observa la métrica del verso anterior, notará que no se tratá de un endecasílabo, ni tan siquiera de un alejandrino. ¡Se trata de un verso de diecisiete sílabas!

Veamos el segundo verso:

En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.

Si enumeramos las sílabas estrictamente, nos encontramos con un total de dieciséis, contando la sinalefa incluida entre las palabras “bajé” y “al”. No obstante, el verso es en realidad heptadecasílabo, ya que debemos asimilar y diferenciar dos hemistiquios, existiendo una cesura entre las palabras “quietud” y “bajé”.

Por ello, el verso se divide en dos partes: “en busca de quietud”, siete sílabas puesto que es de terminación aguda, y “bajé al fresco y callado jardín”, de diez sílabas por la misma razón. Ambos hemistiquios repiten la métrica del verso inicial: diecisiete sílabas.

Igualmente, consideremos el último verso del primer cuarteto:

como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.

Si contamos las sílabas de este verso respetando una supuesta sinalefa entre las palabras “ébano” y “un”, alcanzamos la cifra de diecisiete sílabas (métrica que se repite durante todo el soneto). A pesar de esta coincidencia, debemos distinguir el verso como dos hemistiquios separados entre la palabra “ébano” y “un”. Por tanto, no existe sinalefa. El primer hemistiquio de ocho sílabas “co-moin-crus-ta-doen-é-ba-no”, se reduce a siete por la postrera palabra esdrújula. El segundo hemistiquio, de diez sílabas gracias al acento agudo final, completa este verso heptadecasílabo.

Podríamos examinar todo el soneto y comprobaríamos que todos los versos respetan la misma métrica. Algunos hemistiquios juegan con palabras esdrújulas, otros son oxítonos. Todos ellos terminan sumando, de una u otra manera, diecisiete sílabas. Un poema compuesto por catorce versos heptadecasílabos.

Los versos heptadecasílabos que introdujo Rubén no son sólo innovadores, sino una demostración de la capacidad creativa, rítmica y melódica de su autor. En este soneto, los acentos de cada verso galopan al unísono sin dejar atrás al compañero anterior o posterior. Son una caballería bien entrenada bajo los jinetes de las palabras.

Venus es para mí un soneto inolvidable, cálido y hermoso, que recomiendo leer y estudiar hasta empaparse uno de la grandeza de Ruben Darío.

Iraultza Askerria

Los girasoles ciegos de Alberto Méndez

Los girasoles ciegos de Alberto Méndez

El lunes pasado inicié la lectura de una obra escrita por Alberto Méndez y titulada Los girasoles ciegos. Posiblemente el lector haya reconocido ya estos nombres debido al éxito de crítica y público que siguió a la publicación del libro. Pero lejos de cualquier apariencia, no nos encontramos ante un best seller o una intriga novelesca fácil de colgar en las estanterías; al contrario, Los girasoles ciegos es un ciclo de relatos, crudos y desoladores sazonados con una profunda sabiduría y una virtuosa prosa.

El autor: Alberto Méndez Herrera

Nacido el 27 de agosto de 1941, Alberto Méndez Herrera pasó sus primeros años a caballo entre Madrid y Roma. En la capital italiana cursó el bachillerato mientras que en la metrópoli española obtuvo la licenciatura de Filosofía y Letras. No debe extrañarnos su rápida vocación por la literatura, puesto que su progenitor fue un afamado poeta y traductor, que se había enfrentado a clásicos escritores de lengua inglesa como Dickens, Stevenson o Shakespeare.

Además de su pasión por las letras y la educación recibida que tanta huella dejaría en una prosa selecta, inmejorable y magistral, Alberto Méndez Herrera tuvo mucho que decir a lo largo de su vida. De ideología izquierdista, fue militante del Partido Comunista y fundador de la editorial Ciencia Nueva.

Su dedicación a la narrativa llegaría tarde y culminaría en el año 2004, con la publicación de la impecable Los girasoles ciegos. El autor madrileño moriría al año siguiente, víctima de un cáncer.

Los girasoles ciegos y su contexto histórico

Es importante señalar la ideología política de este autor madrileño, debido a que Los girasoles ciegos está ambientada al final de la Guerra Civil Española y dada las brutales consecuencias de esta conflagración bélica resulta muy difícil realizar una opinión objetiva sobre tan fatídico evento histórico.

Sin embargo, Alberto Méndez lo consigue. Sin centrarse en etiquetas de buenos o malos, Los girasoles ciegos manifiesta abiertamente la derrota de una país entero; donde no hubo vencedores, solamente vencidos. En un contexto histórico jaspeado de desolación y perdición, aparece la honestidad y la ética para intentar sobrevivir a una catástrofe nacional. La conclusión final es tan cruda como estremecedora.

La estructura de la obra

Los girasoles ciegos está compuesto por cuatro relatos ambientados al término de la Guerra Civil, exactamente entre los años 1939 y 1942. Las narraciones son completamente independientes, aunque guardan cierta relación: el primero y el tercero comparten la aparición de un protagonista común, y el segundo y cuarto están vinculados por la presencia de un personaje secundario.

No obstante, si bien los relatos están ordenados cronológicamente, pueden leerse con total libertad e independencia, sin perder un detalle de la historia. Personalmente, recomendaría leerlos siguiendo este orden: primer relato, tercer relato, cuarto relato y segundo relato.

En cualquier caso, los relatos que componen Los girasoles ciegos son los siguientes:

  • Primera derrota: 1939 o Si el corazón pensara dejaría de latir

  • Segunda derrota: 1940 o Manuscrito encontrado en el olvido

  • Tercera derrota: 1941 o El idioma de los muertos

  • Cuarta derrota: 1942 o Los girasoles ciegos

La narración

Las historias de Los girasoles ciegos aglomeran distintos tipos de narradores: primera y tercera persona, narrador omnisciente, narrador objetivo, monólogo epistolar o autobiografía. Dicha variedad convierte en grande a un libro tan pequeño. El lector tiene la obligación, por tanto, de atender a cada particularidad narrativa para no perder ni por un momento el hilo de la historia.

La obra culminante en cuanto al uso de narradores es el cuarto relato, que da título al libro. En esta historia se combinan hasta tres puntos de vista, intercalados para mantener la conexión temporal. Indudablemente, un descarado acierto de genialidad por parte de Alberto Méndez, que nos obliga a devorar la historia que nos quiere transmitir; la más elaborada de las cuatro.

Los personajes

Un capitán franquista, consciente de la próxima victoria de su bando, pero que aún así, se siente más un derrotado que un vencido, debido a las tantas vidas que se han malgastado ante sus ojos indiferentes.

Tendremos que elegir entre ganar una guerra o conquistar un cementerio.”

Un poeta iluso y esperanzado, capaz de fraguar una súbita escapatoria hacia Francia, que, sin embargo, lo pierde todo en una noche, incluso sus versos, y el destino lo condena a sobrevivir en una soledad compartida con una vaca, un recién nacido y un cuaderno.

«Mi lápiz también debió de perder la guerra y probablemente la última palabra que escribirá será «melancolía».»

Un preso que fragua una mentira para sobrevivir a una muerte que acecha en cada esquina, y que se lleva a la tumba a los compañeros de celda, compañeros que únicamente comprenden el idioma de los muertos.

Encontró de repente cierto parecido entre la escritura y las caricias.”

Un niño que sobrevive en la ignorancia de saber, mas no conocer, el constante interés de un maestro eclesiástico hacia su angustiada madre que guarda celosamente el secreto de su marido.

«Yo no quiero que nuestros hijos tengan que matar o morir por lo que piensan.»

El estilo literario

Podría definir la calidad narrativa de este libro como una pequeña obra maestra. Digo pequeña por la corta extensión de los relatos, ya que la magnitud y profundidad de los mismos es inconmensurable.

Por un lado el vocabulario es copioso y heterogéneo, demostrando un amplio conocimiento y dominio del diccionario. Las palabras aparecen como si hubieran estado predestinadas a estar ahí, no como un capricho de un escritor con ganas de terminar la redacción.

Por otro, la profundidad de las frases e ideas mostradas en los cuentos, hacen aflorar sentimientos y emociones. La desesperación y la esperanza, el miedo y la libertad, el apego filial y el amor pasional, protagonizan unos cuentos donde los personajes no son más que meros espectadores de su propio destino. Incapaces de cambiarlo, están condenados, y el lector sufre con ellos tan aciago sino.

Manuscrito encontrado en el olvido

Si bien he querido evitar resumir los relatos o hacer cualquier referencia detallada de los mismos, me siento tentado a hablar, aunque sea grosso modo, de la segunda narración de este libro, titulada Manuscrito encontrado en el olvido.

Es un relato, en primer lugar, para leer del tirón y después analizar. El nivel literario de esta pequeña perla lo colocan en el pedestal de las obras maestras. Cada oración es un verso y cada párrafo un soneto.

En sus páginas se amontonan tantos sentimiento como espacios tiene el alma. Hay un lugar para la ternura y el amor y otro para la atrocidad y la desidia. Sea como fuere, Manuscrito encontrado en el olvido es un relato para sufrir y para llorar. Pocas son las narraciones que han podido provocar una lágrima. Éste es uno de ellos.

El éxito de Los girasoles ciegos

Como colofón, me gustaría destaca que Los girasoles ciegos obtuvo en el año 2005, y a título póstumo, el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica, dos de los galardones más codiciados en el mundo de la literatura.

Finalmente, no quiero si no recomendaros la lectura de este libro, y pedir a quienes ya lo hayan leído, que expongan libremente su opinión sobre el mismo.

Como siempre, un placer.

Rubén Darío: el embajador del modernismo

Antigua Avenida Roosevelt hacia el lago, Managua. - kroons kollektionDe Félix Rubén García Sarmiento, más conocido como Rubén Darío, se ha escrito y hablado mucho. Es una de las figuras más destacadas de la poesía moderna; aquel que supo reinventar la literatura en unos años tan convulsos como el final del siglo XIX y el principio del XX, y difundir sus ideas a lo largo del continente americano y europeo, por lo que bien se le puede considerar el embajador del modernismo.

Este poeta nicaragüense nació en un pueblecito de Metapa. Corría el 18 de enero de 1867. Poco después, el neonato fue llevado a la cercana ciudad de León, conocida por ser la sede intelectual de Nicaragua merced a la famosa universidad que alberga. Quizá estos aires de erudición impregnaron la infancia de Rubén Darío, imbuyéndole la sabiduría y la creatividad que más tarde le caracterizaría.

En el año 1882 se embarcó hacia El Salvador, según se cuenta bajo la insistencia de sus amigos que intentaban evitar un matrimonio prematuro con una joven que el poeta había conocida en Managua. Dos años después regresaría a su patria, reanudando los amoríos con la mencionada muchacha. Por aquel entonces, el poeta ya se había iniciado en el verso alejandrino, que tan altas cotas de perfección alcanzaría gracias a él.

No se demoró mucho en su país de origen. En 1886 Rubén Darío se trasladó a Chile, donde se le abrieron las puertas del periodismo. Allí apareció un libro que más tarde se colocaría en los anaqueles de la historia. Se titulaba Azul…

Después de una visita a Nicaragua, Darío viajó nuevamente hacia El Salvador, donde se desposó con una joven de familia hondureña. La luna de miel sucedió simultáneamente a un golpe de estado, lo que incitó que el matrimonio abandonara el país. Se encaminaron hacia Guatemala y poco después a Costa Rica. En este último país nació el primer hijo del poeta.

Con apenas veinte años, Rubén Darío había recorrido ya varios países del continente americano. El momento de visitar Europa le llegó en 1892, cuando se embarcó hacia España coincidiendo con el IV centenario del descubrimiento de América. En el camino, hizo escala en Cuba.

A su vuelta, conoció la prematura muerte de su esposa y decidió casarse con su amor de juventud. Con ella se trasladó a Panamá. Posteriormente, siguió un periplo de viajes que lo condujeron hasta París y Nueva York, para recalar finalmente en Buenas Aires. En Argentina residió unos pocos años, liderando la nueva corriente modernista.

En 1898 viajó a España como corresponsal del diario La Nación de Buenas Aires. En el país europeo conocería a ilustres escritores y filósofos de la época. Incluso halló en Madrid la que sería su último amor.

La estancia en España le abrió las puertas de otros países de Europa Occidental. De esta forma, viajó por Italia, Bélgica, Alemania, Reino Unido y, por supuesto, Francia. Incluso se acercó también al Norte de África en 1903.

En 1906 se hospedó en Río de Janeiro para ir luego a Buenos Aires, donde comenzó a padecer los primeros síntomas de una enfermedad que terminaría siendo letal. Durante los siguientes años, este poeta errante hizo escala en Palma de Mallorca, Madrid o París y también en estados iberoamericanos como Honduras o su tierra natal: Nicaragua.

En 1910 estuvo en México y dos años después participó en una gira publicitaria, recalando en Uruguay y Brasil, entre otros. Con el reciente estallido de la Gran Guerra, Rubén Darío participó en conferencias pacifistas por Estados Unidos.

Rubén Darío falleció unos años después, en 1916 aquejado de un delirium tremens, producto de sus aficiones al alcohol. A pesar de tantos viajes, tanto ir y venir y tantos años en el extranjero, lo cierto es que la muerte se presentó ante Rubén Darío en la mismísima Nicaragua, su tierra natal.

Como último ensalzamiento hacia este genial poeta, hay que revelar que la ciudad que le vio nacer, Metapa, cambió su nombre al de Ciudad Darío. Ocurrió en el año 1920 y fue el mejor galardón para un escritor de su categoría.

Iraultza Askerria

Cándido o el optimismo de Voltaire

CandidoEn este cuento filosófico que ahonda en el destino del ser humano en La Tierra, acompañaremos a un esforzado joven, cuyo nombre describe a la perfección su personalidad: Cándido. Un héroe que resulta una combinación explosiva entre el pícaro y torturado Lazarillo de Tormes y el audaz y bizarro Amadís de Gaula, y cuyas aventuras y desventuras nos obligarán a seguirle  con ferviente curiosidad y admiración.

No en vano, Cándido representa un ser inocente y puro en un mundo ciertamente crudo y tortuoso; en donde sus pensamientos sobre el optimismo son invulnerables a pesar de cuantos sufrimientos, pesares y oprobios padece. Un joven enamorado y valiente que recorre prácticamente todo el mundo conocido -desde Alemania hasta Turquía, pasando por Perú-, sin dejar de ser fiel a su filosofía y a su juicio.

Cándido no es más que un utópico personaje que se enfrenta a la horrorosa realidad con optimismo e inocencia, cualidades que utiliza su autor para tejer una sátira mordaz sobre la sociedad del siglo XVIII, y criticar, con afiladas razones, a la religión, el feudalismo y la truhanería del centenario de las luces. Todo en un viaje apasionante que nos remite a un desenlace agridulce, sin tapujos y con esclarecedora moraleja.

La obra fue muy polémica tras su publicación, un lejano año de 1759. Su autor fue un tal «señor doctor Ralph», tal y como vemos en la portada del libro original. Aunque el propio filósofo francés nunca lo admitió, Voltaire (François Marie Arouet) fue el verdadero escritor de la obra. Huelga decir que el sentido crítico del escritor francés, culminó una obra satírica que criticaba el supuesto optimismo histórico, promulgado por intelectuales como Leibniz, y cuyas máximas podían definirse con «todo sucede para bien» o «vivimos en el mejor mundo posible».

Como punto final a este mínimo artículo, me gustaría citar aquella magnífica frase de Horacio: “no vivió mal aquel que, al nacer como al morir, pasó inadvertido”.

Iraultza Askerria

El rayo de luna de Gustavo Adolfo Bécquer

Tramonto - yokopakumayokoQuizá, El rayo de luna sea la leyenda más conocida de Bécquer. Tal vez se haya convertido en un relato tan popular debido al tema recurrente que abarca: «amor ideal» o, mejor dicho, el «desengaño originado por el amor ideal». Creo que todos, y especialmente en la adolescencia, fraguamos en nuestro mente un amor idílico, platónico, que en forma de mujer o de hombre adquiere todos los canones de la perfección: belleza, inteligencia, simpatía. Concebimos el idea de una mentira que perseguimos tercamente.

Ya en el inicio de la susodicha leyenda, Bécquer nos advierte de dicha realidad:

Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia; lo que puedo decir es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy triste, de la que acaso yo seré uno de los últimos en aprovecharme, dadas mis condiciones de imaginación.

El propio autor reconoce, dado sus virtudes de creatividad lírica, que él es uno de los primeros en tropezar con la impenetrable roca de la idealización amorosa, una y otra vez, golpe tras golpe. Sin embargo, desgraciadamente, será de los últimos en aprender de esos errores. Si es que acaso consigue aprender algún día.

Quizá por ello, el poeta sevillano deja escapar en el apoteósico final toda la rabia, la frustración y la impotencia del desencanto:

Cántigas…, mujeres…, glorias…, felicidad…, mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué? Para encontrar un rayo de luna.

La lección que aprende Manrique, el protagonista de la leyenda, sobre la desilusión y el amor ideal es algo que todos nosotros aprendemos tarde o temprano. Desde mi punto de vista, no se trata de una experiencia amarga ni dura. Sencillamente, el amor ideal no existe; el amor perfecto es un fantasma vano que formamos en nuestra imaginación. Si el amor fuese perfecto, si nuestra pareja lo fuera, el sentimiento sería monótono e insulso; porque las pequeñas imperfecciones hacen del amor algo maravilloso, algo espléndido, algo por lo que —yo, al menos— daría mi vida.

¡Contenido extra!

Bécquer ostenta uno de los pedestales en mi panteón de poetas. Su influencia es clara en muchas obras mías, y asímismo, son abundantes las referencias que de él hago en mis textos. El libro de relatos «Rayo de luna» es un ejemplo claro de este influjo, porque dicha obra, además del título, comparte multitud de homenajes a las Rimas becquerianas. De hecho, el prólogo del libro comienza con el final de la leyenda El rayo de luna.

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Cortázar, entre citas y relojes

Al leer a Cortázar, uno se percata de que la literatura ha alcanzado las cotas más altas. Si a esto unimos la maestría de Borges o Márquez, el llanto aflora a mi rostro al comprender que nosotros, los nuevos escritores, estamos condenados al fracaso literario. En ese instante, el ansia por escribir desaparece y siento una íntima llamada de devorar libros y leerlos hasta desgastar la tinta impresa.

En esta ocasión, quiero centrarme en la figura literaria de Julio Cortázar y analizar una constante en su obra, como lo es el paso del tiempo, su temporalidad, su condena, su cotidianidad más nefasta; todo ello en la parábola de los relojes, objetos que se llenan de simbología en sus relatos. Sirva de ejemplo algunas citas extraídas de su libro Historias de cronopios y de famas o de su cuento El perseguidor:

Instrucciones–ejemplos sobre la forma de tener miedo

Se sabe de un viajante de comercio a quien le empezó a doler la muñeca izquierda, justamente debajo del reloj pulsera. Al arrancarse el reloj, saltó la sangre: la herida mostraba la huella de unos dientes muy finos.

Resulta aterrador imaginarse la escena, tan espeluznante como el ser diabólico que engendró Bram Stoker. En esta ficción, el reloj de pulsera personifica al mismísimo Drácula, una criatura del mal que poco a poco consume la vida de su portador. Eso es el reloj: un objeto infernal cuya agujas chupan la sangre de algún infortunado mientras avanza en la senda del tiempo.

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. […] Te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. […] Te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías. […] No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Piensa, reflexiona, recapacita. ¿En qué? En el tiempo. Un tiempo introducido a la fuerza en un minúsculo objeto, en un reloj malvado que lo controla, que mide su avance, que calcula su ciclo. El reloj brujo, símbolo de la temporalidad, que da al tiempo falsos atributos de puntualidad, espera, ansia y estrés. Al llegar a ese punto, el reloj se transforma en un ser animado, en el dueño de una mujer o de un hombre cuya vida controla hasta el menor detalle de la rutina.

El reloj consume el tiempo y es objeto de consumo por parte de su poseedor. Éste siempre atento, siempre cuidadoso, siempre preocupado de que el reloj se encuentre colgado de la muñeca y marcando una hora exacta. O en el peor de los casos, esperando a que el tiempo avance hasta el instante deseado mientras objeto y animal se consumen.

Porque al atarnos un reloj, nos encadenamos de por vida.

Instrucciones para dar cuerda al reloj

Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente.

El reloj nos conduce a la muerte, acompañándonos fielmente por la vida. En todos y cada uno de los momentos: el amor, el trabajo, la paternidad, la soledad, la segunda juventud, la vejez. Ahí permanece el reloj, siempre erguido sobre la muñeca, avanzando en la carrera del tiempo y atrastrándonos en pos de él. Corriendo, viviendo apurados, bajo presión, bajo la presión del reloj; aparato éste al que se da cuerda pretendiendo alargar el recorrido temporal. Pero poco importa. Al final, siempre está la muerte.

El perseguidor – Las armas secretas

Si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana.

¿Cómo se puede disfrutar del tiempo si a uno le preocupa tanto en qué momento vive? ¿En qué hora? ¿En qué minuto? ¿En qué segundo? ¿Llego tarde o llego pronto? ¿Falta mucho o falta poco? Condenados a la obsesión de las agujas del reloj, uno no puedo disfrutar de la vida. Siempre corriendo, siempre inquietado.

Indudablemente, el tiempo pasa mucho más rápido cuando hay un reloj momento.

La razón de ser del reloj

En la obra de Cortázar, el reloj hace referencia, como una obsesión, a la temporalidad. Es la forma de recordar que el ser humano es mortal y que de poco sirve la preocupación maniática de controlar el tiempo, de saber constantemente el segundo de cada momento, cuando en verdad, los segundos no existen. Los segundos fueron.

De esta forma, Cortázar nos invita a disfrutar de la vida, del arte, de los momentos, de la familia, de los amores y de cualquier experiencia mundana, sin obcecarnos en la reiterativa ilusión de controlar el paso del tiempo. El reloj no debe ser quien guíe la senda de nuestras vidas, sino simplemente un acompañante más dentro de una comitiva de complementos.

Por todo ello, es de agradecer la sabia tesis de Julio Cortázar y, desde estas líneas finales, invito a detener irremediablemente cualquier reloj que pase por nuestras vidas.

¡Contenido extra!

Como apéndice, recomiendo la lectura de este texto titulado Tristeza del Cronopio, donde Cortázar muestra magistralmente las ventajas y desventajas de que un reloj esté atrasado.

A la salida del Luna Park un cronopio advierte que su reloj atrasa, que su reloj atrasa, que su reloj. Tristeza del cronopio frente a una multitud de famas que remonta Corrientes a las once y veinte y él, objeto verde y húmedo, marcha a las once y cuarto. Meditación del cronopio: «Es tarde, pero menos tarde para mí que para los famas, para los famas es cinco minutos más tarde, llegarán a sus casas más tarde, se acostarán más tarde. Yo tengo un reloj con menos vida, con menos casa y menos acostarme, yo soy un cronopio desdichado y húmedo».

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