La vida se ha vuelto un baile constante de luz y sonido. Brillos consonantes en la espesura de la dicha, resplandores caprichosos que tornan a cubrirlo todo una y otra vez. Entre el espectáculo policromado, aparece un franco susurro, largo y tendido, que se expande en la atmósfera con una musicalidad inusitada. Se oyen las sílabas, las consonantes arden, se derriten las vocales y, en la fogosa melodía, llueven cristalinos agradecimientos y palabras. Saben a intelecto, huelen a mundo. Son la revelación.
La vida está colmada de esa luz y ese sonido. Esa luz que esparcen tus ojos y ese sonido que genera tu boca. En la visión y la oración, me someto como un parroquiano de tus virtudes, como un soldado de tu corazón, como un poeta de tu tinta.
Así sigo, día tras día, noche tras noche, persiguiendo tu luz, anhelando tu sonido, buscándote en los recuerdos y en los sueños y en los diarios que intercambiamos. Algún día sé que te encontraré, y entonces, ya nunca me alejaré de tu luz y sonido.