Nadie habitaba la casa desde hacía décadas. Estaba desolada, vacía, con los cristales rotos, las paredes desconchadas y el tejado desnudo de losas. Ningún hombre se había atrevido a entrar en ella, a ocuparla, a reclamarla para uno mismo. La vegetación que crecía incansablemente en los alrededores eliminaba cualquier deseo de posesión. Ni siquiera el ayuntamiento se había molestado en derruir la construcción.
Pasaron los siglos y el pueblo quedó desolado. Los milenios arrastraron la arena y el polvo, cubriéndolo todo del color de la miseria. Llegó un arqueólogo y comenzó a excavar.
Encontró la casa abandonada desde hacía milenios, que había permanecido en pie y fosilizada por una capa de vegetación.
En su interior no encontró nada, pero fue el mayor descubrimiento de su vida.