
No tengo más deidad que tu nombre, mujer, ni más regla y precepto que tu palabra de oro. Leo la biblia en tu piel meticulosamente como un asceta. Profeta soy de ti misma, mientras sirvo tu versículo y tu verso, tu poesía y tu edén.
Mi universo entero. Mi mundo. Mi cielo y mi infierno cuando te corres. Me alimentas y me amparas. Me vistes y me desvistes. Colocas en mí las tablas de tu pasión, haciendo crecer el fervor que por ti siento.
Tú, mi única religión, mi única ley, mi única diosa.