Mientras escribo II

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Como ya avanzamos la pasada semana, seguimos con el análisis de la obra Mientras escribo de Stephen King, sintetizando brevemente algunos de los consejos que podemos encontrar en este manual para escritores iniciados.

El británico John Creasey, autor de novelas policiacas, escribió cinco mil novelas (sí, cinco mil) bajo distintos seudónimos. Yo he escrito unas treinta y cinco (algunas de extensión trollopiana) y se me considera prolífico, pero al lado de Creasey parezco un caso clínico de bloqueo.

Según su página oficial, John Creasey escribió 562 libros utilizando 20 seudónimos diferentes. 562 libros es una cantidad desproporcionada para cualquiera. John Creasey murió a los 65 años, por lo que suponiendo que aprendiera a escribir con 5, habría escrito ininterrumpidamente 9,3 novelas al año hasta el día de su muerte. No está mal… nada mal.

A pesar de todo, opino que la primera redacción de un libro (aunque sea largo) no debería ocupar más de tres meses, lo que dura una estación. Si tarda más (al menos en mi caso), empieza a quedar la historia como algo un poco ajeno.

No hay que tomarse los tres meses de King como una regla axiomática. En verdad, cada novelista tiene su propio ritmo a la hora de escribir. Lo importante es mantener una redacción fluida durante los 2, 5 o 12 meses necesarios para culminar el primer borrador.

Estar semanas sin escribir o unos pocos días puede menoscabar seriamente la trama; a veces incluso sin que el autor se percate de ello.

Me gusta hacer diez páginas al día, es decir, dos mil palabras. En tres meses son 180.000 palabras, que para un libro no esta mal.

No es mala cifra, no. Para hacernos una idea, la extensión de El Quijote es de 384.000 palabras. La extensión de Pedro Páramo, apenas 35.000. Stephen King cuantifica el trabajo diario en 2.000 palabras. Es una cantidad nada despreciable y aquí, un servidor, sólo alcanza esa cifra ocasionalmente.

Un escritor nobel debería tomarse metas mucho más sencillas como escribir 1.000 palabras al día. De esta forma, la novela seguirá su curso constante y siempre hacia arriba. En tres meses la novela podría estar terminada, suponiendo una extensión cercana a las 90.000 palabras (la traducción del El retrato de Dorian Gray ni siquiera alcanza las 80.000). No es muy recomendable que las primeras obras del autor sean especialmente largas.

La puerta cerrada es una manera de decirles a los demás y a ti mismo que vas en serio.

Escribir es una ocupación que exige una concentración plena. El ruido, las molestias, el teléfono, la vibración del móvil, el navegador de Internet…, por no hablar de los niños correteando por el pasillo. Cuando uno escribe, tiene que refugiarse en su mundo interior, cerrando la puerta a cualquier intruso.

Soy de las personas que necesitan un completo silencio para sumergirse en el mundo de la literatura. El mero pulsar del interruptor de la luz en la cocina (situada al otro lado de la casa), ya es motivo suficiente para distraerme. Consecuentemente, doy muchísima importancia a mi pequeño despacho: nadie entra si la puerta está cerrada y cualquiera que pase junto a ella debe tomar las precauciones necesarias para no importunar a un novelista delirante.

Yo trabajo con la música a tope (siempre he preferido el rock duro, tipo AC/DC, Guns’n Roses y Metallica), pero sólo porque es otra manera de cerrar la puerta. Me rodea, aislándome del mundo. ¿Verdad que al escribir quieres tener el mundo bien lejos? Claro que sí. Escribir es crearse un mundo propio.

Aquí entran en juego los gustos personales. Personalmente, prefiero escribir en un completo silencio, sin música. De hacerlo, las canciones pueden ejercer una enorme influencia sobre la redacción. El episodio puede llenarse de acción o de romanticismo si suena un corte duro o una empalagosa balada, respectivamente.

Para más inri utilizo tapones para los oídos. Me ayudan a aislarme del universo entero y cobijarme única y llanamente en la literatura.

La descripción arranca en la imaginación del escritor, pero debería acabar en la del lector.

Cuidado con el exceso de adjetivos, comparaciones, metáforas, etc. Las descripciones ayudan y son necesarias en la narrativa, pero hay que poner especial atención en no excederse. En última instancia es el lector quien se imaginará al personaje; él creará su perfil del protagonista. El escritor únicamente tiene que sentar las bases de esa fisonomía, pero jamás robarle al lector la oportunidad de crear su imagen particular.

Cuando se sufre un atasco imaginativo, el aburrimiento puede ser muy aconsejable. Mis paseos consistían en aburrirme y reflexionar sobre mi gigantesco despilfarro de páginas.

Es fundamental no forzar la imaginación. Si el episodio no avanza, si las palabras no fluyen, no insistas: cede. Tómate un respiro; detén un instante al caballo desbocado de la imaginación. Le falta resuello. Cuando el bloqueo mental nos impide continuar con la obra, es mejor aburrirse en tareas mundanas: limpiar la casa, pasear durante dos horas, incluso sentarse a meditar. El buen trabajador sabe cuando tiene que descansar.

Debajo de la firma del director, reproducida a máquina, figuraba a mano lo siguiente: «No es malo, pero está hinchado. Revisa la extensión. Fórmula: 2da versión = 1ra versión – 10%. Suerte.»

Stephen King menciona la recepción de uno de sus primeros trabajados por un editor profesional. La respuesta de este último no fue del todo mala: sólo le pidió aligerar la obra. Ocurre que, habitualmente, los escritores nos perdemos en nuestra creatividad concibiendo pasajes infinitos. Otras las descripciones se convierten en una amalgama de pomposo barroquismo, o los diálogos monólogos alternativos entre uno u otro personaje.

La solución es sencilla: aliviar la carga. No hay que tener miedo de resumir, compendiar o incluso suprimir. El borrador de una novela tiende a ser más largo que la edición final.

Escribir no es cuestión de ganar dinero, hacerse famoso, ligar mucho ni hacer amistades. En último término, se trata de enriquecer las vidas de las personas que leen lo que haces, y al mismo tiempo enriquecer la tuya. Es levantarse, recuperarse y superar lo malo. Ser feliz, vaya.

Stephen King termina Mientras escribo haciendo una alusión a un gravísimo accidente de coche que casi acabó con su vida. No murió atropellado por una furgoneta de puro milagro. La vida y la muerte son tan caprichosos que aparecen en los momentos más inesperados. Tristemente, somos mortales, y mortales moriremos.

Por esta razón, no hay que buscar en la literatura ni la fama ni la gloria. La prosa y la poesía son un vehículo hacia la felicidad. Esa es su verdadera función: hacernos felices a nosotros mismos y hacer felices a los lectores.

Mientras escribo

Al final de mis aventuras bebía cada noche una caja de latas de medio litro, y tengo una novela, Cujo, que apenas recuerdo haber escrito.

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Corría el año 2000 cuando Stephen King publicaba en ensayo mezcla de manual narrativo y autobiografía. En esta obra, el autor estadounidense desvelaba los quebraderos de cabeza de sus inicios como escritor, haciendo alarde, sin embargo, de un íntegro compromiso con la literatura.

Además, lejos de convertirse en unas memorias egocéntricas sobre la vida del autor, Mientras escribo es también un manual de instrucción para los escritores noveles. Aportando ideas llenas de sabiduría y recopilando un pequeño tutorial, Stephen King hace a la vez de narrador oral y simpático profesor.

Ahora ya sé qué significa estar borracho: una vaga sensación de buena voluntad, otra más nítida de tener casi toda la conciencia fuera del cuerpo, flotando encima como una cámara en una película de ciencia ficción y filmándolo todo, y por último el mareo, el vómito y el dolor de cabeza. No, me digo que esa gripe no volveré a cogerla, ni en este viaje ni nunca. Es suficiente una vez, sólo para averiguar de qué se trata. Repetir el experimento sería de imbéciles, y dedicar una parte de la vida a beber, de locos, locos masoquistas.

El libro bien puede dividirse en dos mitades, con la primera dedicada a las experiencias del autor y la segunda más orientada a una guía de iniciación a la escritura. En esta segunda sección voy a centrarme, citando el texto de Mientras escribo en un intento de resumir los consejos que en él podemos encontrar.

A veces se tiene la sensación de estar acumulando mierda, y al final sale algo bueno.

Ciertamente, un escritor sólo publica un porcentaje irrisorio de cuanto escribe. Decenas de poemas, relatos, cuentos, ensayos y novelas se quedan en el trastero de la cabeza, a veces con una forma vaga e indeterminada y otras con una configuración total.

Al igual que la vida, la mente del escritor cambia y evoluciona constantemente. Lo que uno escribió hace años puede quedar oculto para siempre. Otras veces, entre todos los papeles amontonados en el contenedor de la locura, se encuentra una obra maestra, un escrito que merece la pena. ¿Quién no ha hallado alguna vez un texto digno en ese cajón donde se amontonan papeles sin memoria?

Poner al vocabulario de tiros largos, buscando palabras complicadas por vergüenza de usar las normales, es de lo peor que se le puede hacer al estilo. Es como ponerle un vestido de noche a un animal doméstico.

Sobre todo el escritor nobel, debe dosificar el uso de cultismos, palabras desconocidas para la mayoría o complejas formas subordinadas. La lectura ha de ser sencilla; nadie leerá un manuscrito si eso supone un insufrible dolor de cabeza. Alejarse de las cursilerías, de los adjetivos ornamentales, de los trucos ostentosos y la pomposidad extrema es lo mejor que podemos hacer al escribir. Lo bueno si breve, dos veces bueno, y si sencillo, aún mejor.

La mejor manera de atribuir diálogos es «dijo».

Informó, manifestó, contestó, respondió, habló, interpeló… son posibles sinónimos del archiconocido “dijo” que abunda en cualquier texto de narrativa. Stephen King defiende el uso de este verbo y ciertamente, no hay palabra más indicada para la introducción de diálogos. Sin embargo, si bien “dijo” debería ser el término más utilizado, no debería ser el único. En la variedad se encuentra la verdadera belleza, y “dijo” no arrastra la misma emoción que otros verbos como “exclamó”, “gritó” o “suplicó”.

Si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he visto ningún atajo.

Y no lo hay.

Tradicionalmente las musas eran mujeres, pero el mío es varón. Habrá que acostumbrarse.

Cuanto menos curiosa esta relación del autor con la inspiración. Si bien la mayoría de los mortales, quizá por cierta debilidad por el clasicismo griego, juega y crea con una o varias musas; Stephen King, por su parte, se deja agasajar por el “muso”, su musa masculina.

La mayoría de la gente se acuerda de cuándo perdió la virginidad, y la mayoría de los escritores se acuerdan del primer libro cuya lectura acabaron pensando: yo esto podría superarlo.

En este último punto, admito que los escritores somos unos engreídos, condenados a delirar en los textos que escribimos creyéndolos mejor que lo escrito anteriormente. Es el orgullo del artista, su mayor maldición.

Efectivamente, me vienen a la mente algunos libros cuya lectura me reveló que yo mismo podía haberlos escritos peor, aunque posiblemente me equivocaba. En cualquier caso, saber mejorar las obras de otros es una gran virtud que supone un conocimiento considerable del lenguaje y la escritura.

Leyendo prosa mala es como se aprende de manera más clara a evitar ciertas cosas.

No podría estar más de acuerdo. No hay que centrase exclusivamente en la lectura de obras maestras. También es necesario e interesante leer novelas mediocres de autores sin renombre.

¿Por qué? Alguno puede pensar que es una pérdida de tiempo. Lo cierto es que cualquier libro esconde cierta sabiduría, por escasa que sea. Además, la mala literatura exhibe errores garrafales. Aquel escritor que aprenda a reconocerlos evitará cometerlos en su prosa. Leer lo malo para no reproducirlo. Leer lo bueno para imitarlo.

Si no te diviertes no sirve de nada. Vale más dedicarse a otra cosa donde puedan ser mayores las reservas de talento, y más elevado el cociente de diversión.

Debido a la extensión del artículo, aquí cierro este pequeño análisis que continuaré el próximo domingo. Espero que la lectura haya servido para conocer algunas de las reglas de la escritura, así como la opinión que los escritores consagrados tienen sobre las mismas.

Independientemente de que nos gusten los relatos de Stephen King, se trata de un autor magistral con una creatividad terrible. Novelas tiene muchas y estoy seguro de que muchos de vosotros habéis leído alguna… ¿me equivoco?

El arte de revisar textos: durante el proceso de redacción

(7/52) Corregir - Irene ChaparroLa revisión de novelas, cuentos, relatos y demás ficciones es toda una vocación. No sólo se necesita un conocimiento expreso de gramática, ortografía y estilo, sino también nociones de historia, educación, política, ecología, industria y cualquier otra ciencia habitual, dependiendo de la ambientación de la obra.

Creo firmemente que la mayoría de los autores, escriben mal y revisan bien. Aquellos que escriben bien son simplemente los maestros de la literatura (uno de cada cien mil escritores, diría yo), y lógicamente, no soy uno de ellos. Los malos autores debemos aprender a revisar bien nuestro trabajo, para que al menos pueda resultar legible.

En los siguientes artículos intentaré abarcar fundamentos al respecto de la revisión de nuestras obras, textos y redacciones, un trabajo mucho más laborioso y aún más insoportable que la propia redacción. En este primer capítulo me centraré, sencillamente, en compaginar la revisión con la redacción del texto, dando a este último proceso mucha más importancia que al primero.

Escribe o revisa, pero nunca hagas las dos cosas

Un autor debe discernir entre dos acciones complementarias pero íntegramente diferentes: escribir y revisar. Escribir es una cosa y revisar otra. La segunda sigue a la primera, pero no deben ir de la mano, no deben sucederse simultáneamente.

Aquel que escribe un párrafo e inmediatamente lo revisa, ni escribe ni revisa. Simplemente, pierde el tiempo. Lo digo tan abruptamente porque lo he sufrido durante años. Hay que dejar que la pluma se deslice sin óbice. Después ya habrá tiempo para revisar, corregir, buscar sinónimos, asimilar significados, reconstruir tramas y anotar cualquier frase oportuna.

Haz una breve revisión de lo escrito el día anterior

Intenta revisar una o dos páginas escritas el día anterior. Esto te permitirá entrar en consonancia con el tono de la redacción y habituar la inspiración al momento narrativo, además de impulsar una pequeña corrección del texto, en la que es vital no demorarse mucho tiempo.

Se trata simplemente de un modelo a seguir para aclimatar la voz narrativa y que sirve, además, como una minúscula, breve y fugaz revisión. Así matamos dos pájaros de un tiro.

Anota instintivamente códigos de revisión durante la escritura de textos

Quizá complicada, pero una práctica muy recomendable. Mientras uno escribe le pueden acometer dudas y faltas: un sinónimo para esta palabra, cómo se escribe realmente el nombre de este médico escocés, a cuántos kilómetros esta Almería de Madrid, se acentúa o no se acentúa esta palabra y cuál es la maldita forma del pretérito pluscuamperfecto del verbo ser.

Lo más importante es no detenerse ante estas vacilaciones y seguir el curso de la escritura. En mi caso, he implementado lo que podríamos llamar un automatismo de códigos que me permite remarcar cada término dudoso para una futura revisión.

Por ejemplo, para cada palabra que necesariamente hay que corregir, suelo enfatizarla con un asterisco (*). Se puede lograr mayor precisión añadiendo códigos alfanuméricos, como los siguientes:

  • *o: duda ortográfica, de acentuación.
  • *g: duda gramatical, muy útil para determinados tiempos verbales.
  • *i: duda informativa, cuando se necesita recavar más datos sobre un personaje, un acontecimiento histórico, un producto de lavandería, una marca de ropa…
  • *d: duda de definición, para lo cual será necesario utilizar un diccionario en el futuro.
  • *s: buscar un sinónimo para la palabra en cuestión.

Un pequeño ejemplo para ilustrar este método:

Pisé el acelerador sin más preámbulos*d. El coche resurgió como un buitre en la carrera desolada. No había nadie: ni coches*s, ni rastro de vehículos ajenos, ni tan siquiera aquel Ferrari Testa Rosa*i del año 1986*i. Por ello, bajé las ventanillas y subí la radio a tope*s. La autopista se llenó de rock & roll.

En este caso, el escritor ha preferido seguir con la escritura sin pararse a revisar el verdadero significado de “preámbulos”, o buscar información sobre la forma correcta de escribir el modelo de ese Ferrari y su año de fabricación. Además, el autor también necesitará encontrar un sinónimo para un dicho tan vulgar como “a tope”, pero esta labor la realizará en otro momento, durante el periodo de revisión y corrección.

La revisión mensual

Como último consejo, recomiendo a los autores realizar una revisión completa a final de mes, pero sólo de lo escrito ese último mes. Nunca de la obra entera. Siguiendo este proceso el escritor clarificará sus pensamientos en torno a la novela, realizará anotaciones sobre personajes, acontecimientos o escenarios, aprovechará para modificar algún punto crítico del capítulo en cuestión, etc. Es importante no demorarse más de dos días en esta revisión mensual. Es sólo una revisión, no una corrección completa.

Si bien en este artículo he aportado pautas para revisar un texto alternándolo con la redacción y sin influir negativamente en ésta, en el próximo capítulo hablaré de consejos para corregir una obra ya finalizada.

Espero que estos trucos os sirvan de ayuda tanto como a mí.

¡Contenido extra!

La revisión de textos es un proceso mucho más duro que la propia escritura. Una novela se puede escribir en tres meses con plena dedicación. Ahora bien, la revisión se puede alargar, sin ningún problema, durante tres años.
El ser humano es un animal que comete errores, muchos errores. No tiene que sorprendernos encontrar incontables fallos en nuestras novelas. Es normal y, lo mejor de todo, enmendable.
La revisión de un texto es como una vacuna, como una medicina, como una operación de larga convalecencia. Pero, en cualquier caso, algo necesario.
Con el tiempo, los autores aprenden a revisar los textos con tanta pulcritud, que ya no temen que la corrección se alargue durante años.

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¿Cuánto escribes al mes?

Bands I saw from Dec 17 1977 - 1980 - Nicholas Noyes

Hace pocos días, en una charla con un viejo compañero de guerra, nos formulamos esta imperiosa cuestión. El objetivo de la respuesta no era vencer en una batalla literaria de vanidad y supremacía intelectual, sino al contrario, localizar la frecuencia del hábito de escribir, así como los momentos más creativos del día.

La charla sirvió para conocernos mejor como escritores y saber, después de tantos años, que el proceso de redacción atendía a una rutina, a un modus operandi, a un guión preestablecido y a una actitud inherente al alma del poeta.

Las conclusiones fueron de los más enorgullecedoras y anotaré a continuaciones las mías como respuesta a la pregunta del título. Fijaos que para cuantificar la escritura mensual, me decanto únicamente por la cifra de palabras redactadas, no por el tiempo invertido.

Artículos para terceros

El trabajo de articulista es, indudablemente, el que más tiempo me requiere como escritor. Supone elaborar un texto académico, objetivo, informativo, veraz y sin ningún tipo de error. También es mi carta de presentación, mi bolsa de horas y mi primer recurso económico.

A la semana, suelo redactar unos cinco artículos, con extensiones variables entre las 400 y 600 palabras. Haciendo un cálculo aproximado se obtiene la cifra de 10.000 palabras al mes, cuantificadas en una veintena de textos.

La entrada dominical

Quienes siguen mi blog, seguramente habrán leído alguno de los textos publicados los domingos, como éste. Se trata siempre de artículos de historia, etimología, literatura, biografías, comentarios de novelas, recursos para escritores y temáticas similares. Mi intención con ello es expandir mi gusto por estas materias y esperar que el lector se enamore de las mismas tanto como yo.

Entrando de llenos en el meollo de la cuestión, esta entrada dominical suele ocupar una extensión relativa a las 800 palabras. Ojalá pudiese escribir un artículo de estas características todos los días, pero la falta de tiempo y disposición me lo impide. Aún así, en los últimos meses he sido fiel a mi propuesta dominical, que traducido en palabras asciende a la cantidad de 3.200 al mes.

La inspiración de los ratos muertos

A pesar del estrés de la vida diaria y de la volatilidad del tiempo, siempre hay espacio, aunque sea minúsculo, para que la musa se materialice en los momentos más impredecibles. Es entonces cuando una simple hoja de papel, un archivo de texto en el ordenador o alguna nota en el teléfono móvil memorizan la creación de un microrrelato, cuento o poema.

Son, por lo general, textos muy cortos, que suelo publicar los martes y los jueves, y a los que tampoco dedico mucho tiempo. Igualmente su extensión también es pobre; por lo que esta actividad literaria, tan imprevisible y difícil de planificar, origina un número cercano a las 3.000 palabras al mes.

La novela como centro creativo

Sea como fuere, el mayor tiempo dedicado a la escritura está protagonizado por la novela. Aunque la elaboración de estas extensas obras se puede alargar durante años, intento en la medida de lo posible escribir algo día a día. Desgraciadamente, ese “algo” suele ser muy breve.

Debido al resto de las responsabilidades de la vida, no puedo consagrarme a una novela durante ocho horas al día. De hecho, muchas veces, ni siquiera tengo media hora libre. Por lo tanto, el tiempo que dedico a escribir una novela es menos de lo que me gustaría.

En la actualidad, la novela que tengo en curso crece a un ritmo de 12.000 palabras al mes. Número aproximado, naturalmente, pero bastante fiable gracias al recurso del diario del escritor.

La valoración final

Tras hacer un recuento, obtenemos la cifra de 28.200 palabras mensuales, divididas en los siguientes contenidos:

  • Artículos: 13.200
  • Poemas y relatos: 3.000
  • Novela: 12.000
  • Total: 28.200 palabras al mes

Resulta esclarecedor saber que empleo el mismo tiempo para escribir artículos para terceros que para redactar mi novela. Los poemas, microrrelatos y cuentos ocupan un lugar irrisorio en esta producción; donde como ya dije en las primeras líneas, no se tiene en cuenta el tiempo invertido. Las horas de escritura ascienden a decenas y decenas.

La valoración final es bien sencilla: escribo mucho menos de lo que me gustaría. Por eso, durante los periodos vacacionales la producción literaria tiende a duplicarse. Pero ciertamente, y esto es aplicable a cualquiera que posea esta vocación, la escritura debe ser una constante en la vida del autor, independientemente de la calidad y la cantidad. Después, ya habrá tiempo para llenar la papelera de basura prosaica o dar un último empuje de creatividad a nuestras obras.

Espero que el lector pueda sacar sus propias conclusiones, así como exponerlas en sus comentarios; nada me gustaría más. De igual modo, le invito a contestar a la pregunta del título si así lo desea.

Gracias por vuestra lectura.

¡Contenido extra!

Antes de responder a la pregunta del título, hay que aclarar la unidad de medida. Aunque me he basado en la cifra de palabras, también es válido cuantificar horas o incluso páginas.
Una página a DINA 4 con fuente Times New Roman a 12 puntos, sin espaciado y con márgenes de 2.0 cm, puede contener unas 700 palabras. Con el formato de DINA 5, el que más se asemeja al tamaño de un libro de novela, se puede alcanzar las 350.
Entrando de lleno en el apartado del tiempo, personalmente, yo suelo escribir 1.000 palabras por hora; aunque en momentos de verdadera inspiración y quietud absoluta, he llegado a casi duplicar esta cifra.

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5 ideas para empezar un cuento

Pen to Paper - mbgrigbyA todos nos ha pasado que, aunque con muchas ganas de escribir, las palabras quedan atoradas en la nada. El silencio de la inspiración embiste furioso nuestra musa y nosotros nos quedamos paralizados ante ese aciago, funesto, horrible y atroz papel en blanco.

Es en ese momento cuando más deseamos comenzar una historia, un cuento, un relato. El deseo se convierte en una necesidad palpitante. Sin embargo, no sabemos cómo hacerlo y el destino se burla de nuestra creatividad.

Por eso, para esos momentos en los que la inspiración no llega, propongo alguna pautas para empezar un cuento o, como poco, para incentivar la imaginación y la escritura.

1. Con dos palabras

Este es uno de mis métodos preferidos, quizá por su aparente sencillez. Basta con seleccionar aleatoriamente dos palabras, cualesquiera. Por ejemplo: carbón y ratón; o mejor aún, pañuelo y jolgorio. A partir de la elección, uno tiene que ponerse a escribir. Lo que sea; con la única condición de que la historia contenga esas dos palabras.

Personalmente, para este método, siempre me auxilio de una aplicación web que genera palabras aleatorias. Basta refrescar la página o pulsar la tecla F5 y… ¡listo! Dos palabras preparadas para inspirar un cuento.

Ejemplos de relatos que surgieron utilizando este método son: El riachuelo y la cadena.

2. Un cuento en el mundo al revés

¿Qué pasaría si la Bella Durmiente sufriese en realidad un tenaz insomnio? ¿Y si Blancanieves fuese secuestrada por siete gigantes? Ha aparecido otra bruja descuartizada, ¿los sanguinarios Hansel y Gretel habrán tenido algo que ver?

Emplear historias arraigadas en la tradición, paradojas absorbidas por la sociedad, refranes de culto o cualquier cuento conocido por todos y, posteriormente, revertir la idea principal, el núcleo de la cuestión o los atributos principales, concebirá una nueva trama, un nuevo cuento, una nueva historia lista para ser redactada.

Ejemplos de relatos que surgieron con este método son: Pinocho sin nariz.

3. Agrupar bajo un mismo relato varios cuentos o historias

¿Imagináis a Aladín y a Caperucita Roja intentando escapar de un malvado lobo que ha devorado a la lámpara maravillosa y a la alfombra mágica? ¿Sí? Pues empezad a escribir.

¿Qué ocurriría si la armada del Imperio Otomano se hubiese apoderado del submarino del capitán Nemo y procediese a asestar un duro golpe sobre Londres? ¿Logrará Hércules Poirot encontrar las pistas que conduzcan al paradero de la nave submarina antes de que la Gran Guerra se decante del bando turco?

Como veis, las posibilidades son inmensas en un mundo que mezcla ficción y realidad. Todo un abanico de historias. Basta entremezclar varios aspectos históricos o ilusorios para ensamblar un relato lleno de acción, intriga y suspense.

4. Cambiar un detalle del mundo real

¿Cómo sería un mundo sin Europa? ¿Y con dos lunas? ¿Y sin sol? ¿Qué pasaría si el fuego no quemase nuestra piel? ¿Y si hubiese más zurdos que diestros? Tantas posibilidades permiten la concepción de un millar de microrrelatos, paradojas, fábulas o textos reflexivos.

Con este método pueden lograrse textos de ficción muy breves, idóneos para motivar la escritura e incentivar la redacción. Cuando el tiempo es escaso y la inspiración no llega, modificar un punto de la realidad es una forma perfecta de facilitar la escritura.

Ejemplos de relatos que surgieron con este método son: El lobo herbívoro.

5. Copiar el final y el principio de un texto y escribir el contenido restante

Naturalmente, el plagio de obras consagrados o autores desconocidos es algo despreciable y punible. No así la imitación de los textos ajenos, sean de Eurípides o de Munro, puesto que no hay que olvidar que el arte es la imitación de la naturaleza. Imitar, y digo imitar, —nada de copiar las bondades de otros escritores—, facilita considerablemente la imaginación general del artista.

Cuando la musa se evapora, es una opción completamente válida imitar los textos de obras consagradas. A tal efecto, bastará con reescribir la primera frase de un libro y la última de otro. A partir de ese momento, sólo cuenta el esfuerzo particular de redactar el contenido restante, utilizando el punto de partida y el de llegada.

¿Qué seríais capaces de escribir si vuestro relato comenzase con “Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia” y finalizase mediante la siguiente oración: “Al examinar sus dedos y ver los anillos descubrieron finalmente de quién se trataba”?

No digo nada más. Lo dejo en vuestras manos. Y naturalmente os invito a comentar vuestras metodologías a la hora de comenzar un relato. ¡Muchas gracias!

El diario del escritor

el mito de la realidad - Elisabeth D'OrcyNótese que la profesión de escribir es larga y tediosa como ninguna otra. Todo comienza, primero, con largos años de lectura. Después, insufribles décadas de esfuerzo pretendiendo redactar unos párrafos legibles. Al final, y con suerte, un relato que recibe las buenas críticas de un lector voraz.

Estos son los hábitos del escritor, los cuales sólo se adquieren tras una voluntariosa puesta en marcha, como ese coche de los circuitos automovilísticos que requiere meses de ingeniería, mecánica, pruebas y errores. Alcanzar la redacción diaria requiere una voluntad férrea y una perseverancia sólo al alcance de unos pocos locos; digo locos, porque no hay mayor locura que imaginar lo irreal.

Los años de trabajo se esconden tras la esencia del escritor. Horas pegado al ordenador, tardes enteras transcribiendo borradores, semanas interminables revisando lo que, funestamente, ha de calificarse como basura.

Entonces, ¿qué recomiendo a la irrefrenable vida del escritor? ¿Cómo facilitar su aventura literaria? ¿Qué hacer para que la vitalidad de los pensamientos sea más productiva?

Pues, sencillamente, llevar un diario.

Crea un hoja de cálculo

Necesitamos una hoja de cálculo donde contabilizar el esfuerzo, de tal forma que de un vistazo sepamos cuánto, cuándo y qué escribimos. Conocerse uno mismo como literato facilita mucho la tarea primigenia de escribir.

Todos y cada uno de nosotros funcionamos mejor a unas determinadas horas del día. La ocupación de escribir no es diferente. Algunos prefieren la mañana, otros el anochecer; pero saber cuál es el periodo más eficiente pasa, inicialmente, por llevar un control frecuente de dicha tarea.

Anota la información necesaria

Antes de empezar la escritura, debes anotar la hora y el día en que comienzas la tarea. Luego, simplemente ponte a escribir, sin pausa y obstáculo. Cuando termines, registra la hora de fin y calcula el tiempo dedicado a ello.

Los datos a añadir son los siguientes:

  • Fecha
  • Día de la semana
  • Hora de inicio
  • Hora de fin
  • Número de palabras escritas
  • Título(s) del relato/novela/poema
  • Algún comentario si procede

Escribe todos los días

Para que este diario sea precisamente eso, un diario, hay que escribir diariamente, valga la redundancia. Cada mañana o cada tarde o cada noche, adéntrate en tu imaginación durante unos minutos, tal vez horas si la inspiración así te lo exige, y conságrate a la gran excursión de las palabras.

Lleva un control de las correcciones y revisiones

El escritor ocupa mucho tiempo en revisar y corregir sus textos, casi más que en la fatigosa tarea de redacción. Por ello, es muy recomendable auditar estas labores y llevar un catálogo al día. Pero en la ardua faena de revisión me sumergiré en otro artículo.

Saca las conclusiones al final de mes

Si sigues estos pasos, al terminar el mes, dispondrás de una información completa y fiable. Con la misma podrás descubrir cuáles son los horarios más lucrativos, en qué día de la semana la inspiración es más duradera y en qué momentos la imaginación parece trabada sin ningún camino a seguir.

Si gestionáis este sencillo “diario del escritor”, podréis mejorar indudablemente vuestra calidad y dedicaros a la redacción en las mejores coyunturas. Hacerlo permite conocer los límites de cada autor, y es que conviene no forzar a las musas.

Espero que os haya servido de ayuda este conciso tutorial y aquí os dejo un pequeño archivo en formato Excel para que podáis crear desde ya vuestro “diario del escritor”.

 

3 formas de bautizar a los personajes

Random term-of-endearment generator - Yersinia pestisCuando los personajes germinan en la mente del novelista, suelen aparecer con un carácter y un físico más o menos definido, pero la mayoría de las veces carecen de un nombre o un apellido. Es entonces cuando el autor tiende a buscar infatigablemente un nombre adecuado para su protagonista, antagonista o secundario; tarea que, muchas a veces, se alarga hasta lo indecible.

Como escritor, tengo que confesar que me cuesta una barbaridad elegir los nombres de los personajes de mis novelas; en serio: una barbaridad. Puedo imaginar sus caras, cómo actuarán o qué dirán, pero la identidad queda postergada a un segundo plano. Otras veces, en cambio, opto apresuradamente por algún nombre y a mitad de la obra, me siento obligado a modificarlo: el nombre no me gusta, me he cansado de él o me parece cacofónico. Esto me ocurrió con cada uno de los protagonistas de Sexo, drogas y violencia.

Sé que seleccionar el nombre de los personajes de nuestras novelas no es tarea fácil y por ello anoto aquí tres posibles alternativas que espero os puedan ayudar.

1 – Generación aleatoria de nombres

Si bien es difícil encontrar un nombre cabal para el protagonista de una novela, el problema se triplica cuando aparecen personajes secundarios como el padre, el repartidor de periódicos o la maestra de los niños. Individuos, quizá, no importantes, pero que necesitan un nombre.

Para estos casos propongo el uso de distintas herramientas que generan identidades completamente ficticias. Fake Name Generator es una utilidad web que permite escoger nombres entre una larga variedad de ramas lingüísticas como el inglés, el alemán, el árabe o el español. El servicio genera una identidad completa automáticamente, incluyendo nombre, apellido, edad y otros datos.

El siguiente enlace, también es recomendable para la generación aleatoria de nombres, aunque no apellidos. Por el contrario, explica el significado y origen etimológico de cada nombre, lo cual puede ser muy interesante para el escritor.

A aquellos autores que escriben fantasía o ambientan sus historias en mundos épicos, les propongo las siguientes dos herramientas: Wizards Character Name Generator y Generador de Nombres de Fantasía

2 – Listín telefónico

Con los avances de la tecnología, las tradicionales páginas blancas han quedado relegadas a un segundo plano. Todavía así este voluminoso libreto presenta una enorme diversidad de apellidos. Muchos de ellos nunca los habremos escuchado, otros los recordaremos con alguna que otra cara y algunos pocos nos inspirarán emociones literarias.

Navegar entre las hojas de las páginas blancas permite descubrir miles de identidades. Una buena forma de hallar un apelativo para ese personaje desconocido que aparece constantemente en los capítulos de nuestras novelas. Agustiano, Eukene, Recadero, Loreto, Anastasia. ¿Quién sabe?

Basta buscar unos minutos para encontrar un nombre oportuno.

3 – ¿Cómo llamarías a tus hijos o hijas?

Pregúntale a tu mejor amigo, pregúntale a tu ex-novia, al vecino del cuarto, al tabernero. ¿Cómo llamarían a sus hijos? ¿Qué otros nombres les hubieran gustado? ¿Cuáles odiaban?

Entrar en contacto con la gente, permite conocer pequeñas historias sobre este o tal nombre. Quizá para algunos resulte dificilísimo encontrar un nombre adecuado, pero habrá muchos padres, madres y progenitores primerizos que hayan pensado en ello incesantemente. Conocer estas preferencias puede ser un modo inmejorable de bautizar al protagonista de nuestra obra.

Los nombres forman un extenso vínculo afectivo y adentrarse en él puede ser el motor de nuestra imaginación literaria.

Conclusión

El nombre de un personaje de novela es su punto inicial de caracterización, en su rasgo número uno, es la forma con la que el lector lo identificará durante el resto de las páginas. Vale la pena ofrecer variedad para no confundir al lector con personajes que se llamen igual o parecido. Asimismo, hay que interesarse por la consonancia de nombres en cuanto a época o país. No es lo mismo una novela ambientada en el Reino Visigodo de Tolosa o en el Imperio Español del siglo XVI.

Ah, y se me olvidaba, si utilizáis algún truco para elegir los nombres de vuestros personajes, no tenéis más que comentarlo. ¡Gracias!