“ —Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: ‘Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa’.
El alumno escribe lo que se le dicta.
— Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno después de meditar, escribe: ‘Lo que pasa en la calle’.
—No está mal —dice Mairena”.
Antonio Machado
Antes de comenzar, hay que tener clara una cosa: los escritores escriben para que los lean. Pueden ser leídos por el prójimo, el amante, el amigo, el padre o la madre, o incluso, por el escritor mismo. Pero escriben para que los lean. Punto.
El texto escrito y abandonado por el lector es una aguja en el corazón del escribano, una verdadera tortura. Ahora bien, ¿cuáles son las razones para que una obra sea relegada al olvido? ¿Qué motivos interfieren en la valoración positiva de los lectores? Aunque respuestas hay muchas, existe una regla general para cualquier tipo de texto: la escritura debe ser sencilla y refinada.
La peligrosa complejidad del autor novel
Aunque sobre este capítulo se podría escribir un largo ensayo (y más admitiendo los derroches literarios de este servidor), intentaré resumir la idea principal: los escritores principiantes tienen a excederse con la literatura.
El autor novel, en vez de aprender utilizando formas simples y sencillas, se embarca en un cúmulo de retórica, sobrecargada de metáforas y kilométricas frases subordinadas. El catálogo de palabras cultas se desborda en extensas descripciones prácticamente indescifrables para el lector. El desdichado, incluso, tiende a ahogarse entre tanta lírica forzada.
Otro riesgo de los autores noveles, siendo yo la primera representación de este fracaso, es su facilidad para imitar a los escritores consagrados sin comprender en absoluto la técnica de estos. Consecuentemente, brota una prosa tan amanerada, tan impersonal que duele incluso leerla.
El autor novel debe, simplemente, buscar su propia escritura olvidándose de fórmulas complejas, extensas manifestaciones poéticas o descripciones que no se acercan ni un ápice a la realidad. Sencillez, pureza y franqueza es lo primordial en las obras iniciales.
La ficción: historia legible y con ritmo
¿Qué busca un lector? Sencillo: una historia que lo enganche, una narración que en verdad cuente algo, una trama que lo atrape desde el principio hasta el final, incitando que su imaginación se dispare.
¿Y cómo lograrlo? Sencillo: olvidándose de engorrosas estructuras gramaticales, de oraciones largas, de metáforas redundantes y de sustantivos adjetivados como una profusión de maquillaje barato. Sin una transparencia, sin una claridad en la redacción, la trama se convertirá en un infierno. La sencillez es una necesidad para que el lector se sienta atraído por la narración.
Se puede decir que escribir bien significa ser eficaz a la hora de contar una historia, eficacia que únicamente se logra cuando el narrador se hace entender. La ficción no busca deslumbrar con un lenguaje sobrecargado, sino todo lo contrario. La belleza de la literatura es bella, sólo, cuando se comprende.
Lenguaje natural, el lenguaje sencillo
El arte es imitación de la naturaleza. Este es un concepto arraigado en la civilización humana desde hace milenios. La literatura persigue este axioma irrefutable: el arte es natural, sencillo, refinado; no enrevesado, complicado u ostentoso.
Un estilo natural siembra fidelidad, confianza y certeza. Incluso surte un efecto de persuasión sobre el lector, que se traduce en una lectura más profunda y leal. El que lee no quiere encontrarse frente a un texto legal, como una doctrina judicial o una constitución. Busca algo más cercano, más puro y espontáneo. Algo, en definitiva, más sencillo de leer.
Una narración menos natural, inspirada en la artificiosidad y la búsqueda de un lenguaje retórico y metafórico, trae consigo la suspicacia por parte del lector. Lo recargado resulta fingido. El ornato parece una mentira; excusa para ocultar los defectos. El lector lo sabe, y por ello, se sentirá menos apegado a leer semejante parafernalia.
El lenguaje literario tiene que ser natural: tono directo, secuencia clara, ideas nítidas. Entonces la historia podrá ser leída. Para lograr esta naturalidad, sin artificios, sin fingimientos, el texto ha de ser sencillo.
La sencillez de la literatura
Como tal, la literatura es un arte especialmente fácil de comprender y de divulgar. Desgraciadamente, escribir con un estilo sencillo y natural, obviando cualquier tipo de retórica exagerada, es una de las tareas más arduas a las que un escritor se enfrenta en su carrera.
Ciertamente, pocas cosas hay más difíciles que la simplicidad. Pese a todo, se debe escribir aceptando la premisa de la sencillez. De no hacerlo, el texto será tan alambicado que ni el propio autor podrá tragarlo años después de la redacción.
El gran escritor es aquel que dota de fluidez sus textos, haciéndolos legibles y diáfanos para toda la humanidad.