A nadie en toda la estancia le importaba la audición del guitarrista, con excepción de a Eva, la cual se había hecho con la idea de acostarse con él, una idea que se acrecentaba con cada mirada. No le quitaba el ojo de encima, y no se lo quitaría mientras el cuerpo del hombre no estuviese impregnado de su mortal sangre.
No sabía exactamente qué cualidad física le atraía tanto de aquel músico, tal vez sus membrudos brazos que no dejaban de tañer la guitarra, o quizá, ese fulgor expresivo que descollaba de sus pupilas. Ignoraba por qué poseía unas ganas inmensas de hacer el amor con él sabiendo que podía juguetear sin embarazo con cualquier camarero del local. Siendo pariente de quien era, Eva podía consumar todos sus caprichos, llevando a la cama a alguno de los empleados o, si lo quisiese, a todos ellos. Sin embargo, se sentía cautivada por la presencia del guitarrista.
Nadie le aseguraba que lograría acostarse con aquel hombre, y esa posibilidad de fracaso la excitaba. Quería flirtear con él sentada en la barra del bar, sintiendo la intriga y la ilusión, las punzadas de astucia y los intentos de galanteo. Tenía que seducirlo, algo que le causaba un morbo orgásmico, un éxtasis excepcional.
Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria
Seguramente fue el brillo en la mirada, los músicos se caracterizan por encandilarte con ella.
Gracias por el aporte.