Esfera de cristal al unísono. Tus poros repletados de mis efluvios, pálida carne sumergida en la espuma del mar. Se abre la cueva de las galaxias y las estrellas muerden incansables. Ataque fortuito, devolución vengativa. Una supernova que corta nuestras miradas. Es la espesura del amor.
Los cabellos se funden y se desgarran, cayendo por la límpida tierra como cae el rocío de un cometa. En el contacto, el tacto se aparta, quemado, y vuelve a la hoguera donde se canaliza; nada puede escapar del círculo vicioso de la espesura del amor.
Fluyen las lágrimas y el sudor de los agujeros negros, pupilas centelleantes. Las pestañas cortadas por el viento huracanado de los gemidos. El aire es pesado, agónico, ardiente, cargado de sensualidad. Persiste un perfume de dominación absoluta, propio de la espesura del amor.
Vagan los besos de un lado a otro, cuerdas que descienden del cielo y se enredan en el vello púbico. Se calientan los genitales como cerillas; el fósforo de tu boca; el fósforo de mis labios. Duele y se carboniza; mártires de nuestro sufrimiento compartido, el mismo que se hincha en el interior de nuestras carnes hacia arriba, hacia arriba, siempre hacia arriba. La bomba de relojería acabará, tarde o temprano, con la espesura del amor.
Se abrazan los universos en un único cosmos; condensación de células, fusión nuclear, química de los sentidos absortos y absorbidos por el estallido de la fuerza y la bestialidad. Rotas las barreras del género; aunados los entes sexuales; la antigua fisión deja paso a un trastornado Big Bang, donde la absoluta presencia de las cosas y pensamientos se ha concentrado para explotar.
Y, al fin, la espesura del amor lo tiñe todo de su simbólico color albino, y nuestros ojos se cierran, cayendo una mirada sobre la otra mirada, y toman consciencia de un sueño del que ya no despertaremos.