Sobre el amor, el desamor y algo más

44/52 Rojo pasión.... - {author}

Pasión incontinente,
señor que al cuerpo débil da calor.
Locura de la mente,
un rostro sonriente de color.
¡Todo eso es el amor!
Pesar, cuchillo hiriente,
veneno cual resaca de licor.
Castigo tan ardiente
que el alma sufre y grita de dolor.
¡Todo eso el desamor!
El beso que se siente,
suspiro que la llama consumió.
Sonrisa que no miente,
amor que con los años se apagó.
¿Qué somos tú y yo?

Iraultza Askerria

Las semillas de los cuatro vientos

Profundo pensador, que desde su retiro de Getafe lanzaba a los cuatro vientos sus prosas.

Pío Baroja, Desde la última vuelta del camino (1944-49).

La gente de ideas férreas tiende a expresarse con gravedad, promulgando argumentos aquí y allá para que alcancen todos los oídos posibles. Estas palabras se gritan a los cuatro vientos o, lo que es lo mismo, en todas las direcciones posibles.

En este sentido, los cuatro vientos hacen referencia a los cuatro puntos cardinales, tan bien marcados alrededor de la conocida rosa de los vientos. Por lo tanto, al hablar de los cuatro vientos se alude llanamente al norte, al sur, al oeste y al este.

Esta acepción se remonta siglos atrás, encontrándose reseñas escritas ya en el Siglo de Oro:

Hay cuatro ermitas a los cuatro vientos, hay una a la parte de oriente que se dice San Juan Bautista, grande y muy antigua, tiene arrimado a ella un álamo grande, está en alto, y llamase por otro nombre San Juan del Viso, hay otra ermita antes de esta, que se dice San Sebastián pequeña junto al pueblo, hay otra ermita al mediodía, que se dice la Vera Cruz, hay otra al poniente, que se dice Nuestra Señora del Remedio, hay otra a la parte de septentrión, que se dice Santa Ana.

Anónimo, Relaciones topográficas de los pueblos de España (1575-80).

No obstante, ¿son los cuatro vientos meras metáforas de los puntos cardinales? ¿O esconden una verdad que se remonta a tiempos más antiguos? Como siempre, la respuesta a esta segunda pregunta es afirmativa. La historia tiene mucho que enseñarnos.El viento y la rosa de los vientos - Álvaro

Para entenderlo basta con mencionar a los Anemoi de la mitología griega, más conocidos como los dioses del viento. Aunque en la práctica había uno por cada dirección en la que soplase el viento, cuatro eran los principales:

  • Bóreas o viento del norte. En la mitología romana recibía el nombre de Aquilón o Septentrio.
  • Noto o viento del sur. Austro en la mitología romana.
  • Céfiro o viento del oeste. En la mitología romana, Favonio.
  • Euro o viento del este. Vulturno en la mitología romana.

De la interacción de estos cuatro vientos en la antigüedad y su relación directa con los puntos cardinales, ha llegado a la actualidad la frase “a los cuatro vientos”, cuyo uso ya hemos referido.

Sin embargo, este legado mitológico es esclarecedor en multitud de palabras del diccionario español, y por la curiosidad que despiertan, vamos a describirlas.

El vocablo Anemoi (dioses del viento) forma el prefijo de varias palabras utilizadas en el ámbito de la meteorología: anemografía, anemometría, anemoscopio o anemómetro. También ha influido en otras disciplinas como la música o la botánica: anemocordio o anemófilo.

Del Bóreas, el viento del norte, existen claras referencias lingüísticas como “auroras boreales” o “hemisferio boreal”. Sencillamente, se define como lo relativo al norte. Los nombres romanos de este dios son aún más reveladores. Aquilón y Septentrio han derivado en varias palabras con relación directa con el norte o con el viento que sopla del norte: aquilonal o septentrional son adjetivos que se pueden utilizar con este significado.

Después vio cuatro Ángeles sobre los cuatro fines del mundo, que tenían a los cuatro vientos, por que no soplasen sobre la mar ni sobre la tierra.

Juan de Pineda, Diálogos familiares de la agricultura cristiana (1589).

Con el viento del sur, Noto, ocurre algo similar, aunque es mucho más palpable el derivado del nombre romano: Austro. Igual que la aurora boreal, existe la aurora austral, aquella que acontece en el polo sur. No hace falta explicar la etimología de Australia.

Los vientos del este y el oeste han tenido menor repercusión en el español actual. Euro, del este, no tiene relación directa con ninguna palabra representativa, aunque algunos lingüistas lo asocian con la propia etimología de “Europa”. En su vertiente romana, el Euro es llamado Vulturno, y la real academia española define este término como: “bochorno”.

El Céfiro en la antigüedad era el viento del oeste que traía suaves y agradables brisas durante la primavera. Este atributo ha sobrevivido hasta nuestros días y no es extraño escuchar este vocablo para definir un viento apacible. En la mitología romana, el Céfiro era denominado Favonio, que significa, sencillamente, favorable. Sin duda alguna, este dios del viento occidental era el más querido por su benevolencia.

Aquí finalizamos este artículo mezcla de mitología histórica y curiosidades etimológicas, que ha intentado explicar el origen de la oración “a los cuatro vientos”. Aquellos vientos que soplaron desde cada uno de los puntos cardinales en tiempos de Aquiles y Ulises, llevaron consigo las semillas de unas palabras que, paulatinamente, terminarían por florecer.

Iraultza Askerria

Sobre el significado del amor

propio amor - !unite

Ojalá pudiésemos dormir los dos juntos, perdidos en un bosque de hadas y fantasías, en el sueño de una noche de verano.

¡Qué grandes fueron los poetas, los literatos y los dramaturgos de las lejanas épocas! Sus murmullos escritos aún resplandecen en nuestra percepción nutridos por la tinta inagotable y eterna que es el arte, ¡el gran arte!

Sin embargo, a pesar de la magnificencia de tales difuntos individuos y de la nobleza de sus obras consagradas sobre el amor, ninguno de ellos supo definir nunca tan ardiente sentimiento o, si lo supo, nunca pudo encontrar las palabras adecuadas para definirlo.

Yo creo que “te quiero” son las únicas palabras que pueden desplegar una sombra veraz sobre el significado del amor.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria

El absurdo sonido de absurdo

INDIGNADA!!!! - Pri DinizEste término tan común en el vocabulario español proviene de la palabra latina «absurdus»El diccionario de la Real Academia Española nos define el término como «Contrario y opuesto a la razón; que no tiene sentido«. Sin embargo, huelga decir que ésta no fue su primera acepción.

Su morfología proviene del lexema «ab» y el calificativo «surdus«. El primero puede traducirse como la preposición «de» y el segundo, tal y como el lector habrá pronosticado ya, como «sordo«. Originalmente, la palabra «absurdus» se utilizaba en el lenguaje musical, y hacía referencia en alto latín a los sonidos desagradables para el oído. Las cacofonías y disonancias eran por tanto “ruidos absurdos”. Dicho de otro modo, “absurdus” era el adjetivo idóneo para cualquier sonido desafinado, discorde o ininteligible que no guardase armonía con lo que sonaba.

Con el tiempo, el término «absurdus» fue adquiriendo otras significados, trasladándose más al terreno del intelecto y el juicio. Ya en la era romana, cobró otras aceptaciones como irracional, inconcebible, disparatado, chocante, ilógico, contradictorio o incongruente. En resumen, la palabra que originalmente hacia referencia al oído y a los sonidos meramente disonantes, fue irrumpiendo en el terreno de la mente para referirse directamente a la razón, o mejor dicho, a la falta de razón. Lo que no “sonaba” razonable era absurdo.

Pero no olvidemos que, etimológicamente hablando, cuando decimos que «algo es absurdo» estamos reflejando que es «de sordos». De hecho, desde mi punto de vista, la propia pronunciación de “absurdo” suena bronca, destemplada y aburrida, por lo que, siendo puristas, bien se puede decir que “absurdo” tiene una entonación absurda.

En cualquier caso, no debería sorprendernos el vínculo metafórico de las funciones del oído con las intelectuales, puesto que otras palabras del castellano entremezclan dichas facultades. Es sabido que los romanos asociaban la actividad sensorial con las facultades intelectuales.

Podemos cerciorarnos de ello examinando las etimologías de “discrepar”, que en su origen guardaba relación directa con el crujir de la leña o el crepitar del fuego, pero que, actualmente, significa “Disentir una persona de otra”. Tampoco hay que pasar por alto la raíz etimológica de “obediencia”, compuesta por el prefijo “ob-” y el lexema “audire” y con el significado inicial de “el que escucha”.

En definitiva, el sentido auditivo ha sido utilizado en nuestra lengua para la formación de las más variopintas palabras, lo que demuestra la riqueza histórica y evolutiva de nuestra querida lengua.

El primer asesino

Si consideramos la terminología bíblica, el primer asesinato conocido ocurrió cuando Caín mató a su hermano Abel. Desde entonces, los milenios de la historia han estado plagados de asesinatos, atentados y homicidios. El faraón Teti, Jerges II, Filipo de Macedonia, Darío III, Seleuco, Viriato, Pompeyo, Julio César, Jesucristo, Calígula o Godofredo de Frisia forman parte de este tan poco envidiado elenco.

No obstante, a pesar de tantos siglos de atentados y conspiraciones, el término “asesino” tiene su origen en el último milenio, durante el apogeo del Islam. En el contexto de un mundo dividido entre cristianos y musulmanes, estos últimos habían erigido un imperio religioso que se prolongaba desde la Meca hasta la península ibérica. Las ideas del profeta Mahoma se habían extendido abiertamente por los tres continentes del mundo conocido.

Sin embargo, como en todas las grandes ideologías, pensamientos y doctrinas, el Islam también sufría de disputas internas, escisiones y cismas. Ya en los albores de la religión ocurrió una importante ramificación de la ideología musulmana, creando grupos enemistados de chiítas y sunitas. Las causas fueron disputas sucesorias.

Estas lides entre partidarios de la misma religión se vio empeorada por divergencias en la propia doctrina chiíta, que se dividió entre imamíes e ismailíes. A su vez, del ismailismo brotaron otras corrientes independientes como la secta nizarí. En esta última vamos a centrarnos.

La fortaleza de Alamut

La fortaleza de Alamut

Durante el siglo XI, la hermandad nizarí, llamada Hashshashin por sus detractores, se granjeó la fama y el miedo de sus enemigos. El líder Hasan ibn Sabbah, consagrado con el título de “El Viejo de la Montaña”, consolidó dicha comunidad. Su principal fortaleza era Alamut, ubicada en un macizo montañoso al sur del mar Caspio. Era un paraje inexpugnable donde los nizaríes se reforzaron mientras sus enemigos vivían en el más íntimo miedo, en el pánico más visceral, en la inseguridad más hiriente.

Pero… ¿por qué este terror? ¿Cómo fueron sembradas las semillas del miedo? ¿Qué convertía a los nizaríes en la secta más peligrosa y aterradora de la región?

Si el lector ha sido atento, se habrá fijado en la curiosa etimología del sobrenombre de la secta nizarí: Hashshashin. Si obviamos el uso de las molestas haches y simplificamos esta palabra árabe, obtenemos la raíz “assasin”, de donde derivan nuestras palabras actuales de asesino, asesinato o asesinar.

Aunque existen diversas hipótesis acerca del significado y el origen de la palabra Hashshashin, la mayoría de las fuentes la traducen como “bebedores o consumidores de hashish”, siendo el hashish el cáñamo índico.

Es bastante probable que el líder de los nizaríes ponía a sus súbditos bajo la influencia del hachís, momento en el que estos disfrutaban de cualquier tipo de placer carnal. Este “paraíso” no duraba eternamente y cuando los nizaríes despertaban del letargo de la droga estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para poder regresar a ese preciado edén, a ese lujurioso cielo al que acudirían al término de sus vidas. De esta forma, el líder nizarí tenía a su disposición a decenas de hombres leales y preparados para consumar cualquier orden, sin valorar la posibilidad de morir.

La verdadera fama de la comunidad deriva de los asesinatos que cometieron. Estos atentados eran premeditados y estaban dirigidos contra los líderes políticos o religiosos de sus enemigos. Eran infalibles, mortíferos y osados. No tenían porque salvaguardar su propia vida: si conseguían cometer el asesinato, tendrían el paraíso asegurado. Morir durante el atentado era un mal menor.

Por todo esto, los nizaríes fueron una célula terrorista kamikaze que durante siglos acobardó a sus enemigos. Fueron capaces de derrocar gobiernos, asesinar ministros y acabar con líderes religiosos. Sabiendo que los nizaríes eran una comunidad minoritaria del ismailismo, a su vez minoritario del chiísmo y éste a su vez minoritario del Islam, se puede decir que no les faltó trabajo.

Tal fue la fama y la popularidad de la hermandad, que el término árabe “fumadores de hachís” ha desembocado en la palabra “asesino” de la cultura occidental moderna, vocablo que no sólo se utiliza en el castellano, si no también en otros muchos idiomas como el inglés, el francés o el italiano.

Iraultza Askerria

La casa del faraón

Templo de Ramsés II - Abel Jorge

La memoria del Antiguo Egipto se ha mantenido viva hasta nuestros días gracias a dos de sus entidades más representativas: las pirámides y los faraones. De las primeras aún queda la imborrable edificación en honor a Keops, que en la meseta de Guiza se alza majestuosa como la última de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Entre los segundos, cabe destacar a Tutankhamón, el faraón niño; al longevo Ramsés II, gobernante de Egipto durante 67 años, y a la hermosa Cleopatra. Esta última, sin duda, la reina más famosa de la historia.

La raíz etimológica

Como bien es sabido, la palabra “faraón” se utiliza para designar a los monarcas que gobernaron en el Antiguo Egipto, desde el faraón Narmer (Menes) alrededor del 3050 hasta la reina de origen griego mencionada anteriormente, quien dirigió el país africano hasta el año 30 a.C.. Aunque no se puede precisar con certeza debido a la pérdida de referencias contemporáneas, el número total de faraones durante esos tres mil años puede haber superado la cifra de trescientos, dividida, al menos, en una treintena de dinastías.

Sin embargo, a pesar de tan larga historia, el pueblo egipcio no empezó a utilizar el término “faraón” hasta el siglo XIV a.C., durante el reinado de Amenofis III. Por tanto, rígidamente hablando, éste fue el primero de los faraones egipcios.Entrando de lleno en la etimología de la palabra, “faraón” deriva del latín “pharaon”, éste a su vez del griego “paraoh”, que proviene del hebreo “paroh”. Fueron los hebreros quienes adaptaron la palabra egipcia original, que se transcribe como “per-aa”.

El significado de la palabra

Siguiendo el esquema lógico, el significado de “per-aa” debería ser “rey”, “monarca” o “majestad”. No obstante, nada más lejos de la realidad: significa “casa” [per] “grande” [aa]. Esta “gran casa” no era más que el palacio donde vivía el faraón, a quien se mentaba utilizando la personificación de su propia vivienda.Esta actitud, no debe parecernos extraña. Generalmente, el pueblo, y especialmente un pueblo tan religioso como el egipcio, consideraba al monarca una figura divina, relevante, suprema, que se encontraba por encima del individuo común. Por consiguiente, los egipcios utilizaban la metáfora de “gran casa” para referirse al rey de Egipto, del mismo modo que nosotros utilizamos fórmulas como “Su Majestad”.

Distintos vocablos, mismo sentido

Además, cabe señalar que en la sociedad moderna actual existen sutiles paralelismos con esta curiosa etimología del monarca egipcio, comola Casa Blanca, que frecuentemente se utiliza para simbolizar al presidente estadounidense o a su gobierno. Otro ejemplo, se puede encontrar en la innecesaria e infructífera monarquía del Reino de España: el Palacio de la Zarzuela, que en multitud de ocasiones, personifica a toda la familia real. En la práctica, este modelo de “vivienda-gobernador” se repite en otras tantas instituciones.

En definitiva, aunque pueda parecer curioso el verdadero significado de la palabra “faraón”, no debe extrañarnos de ninguna manera. Así como los reyes y monarcas sucumben ante el beso de la muerte, sus moradas pueden permanecer en pie durante siglos, trascendiendo al propio nombre de sus anfitriones.

Iraultza Askerria