La ciencia del amor

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Yo siempre deseé sabiduría.
Curiosa y muy tenaz era mi mente;
cualquier libro tomaba y absorbía
hasta entender su cátedra latente.
De ti me enamoré en oscuro día.
Aún hoy eres el más extraño ente.
Por las noches proclamo: “todavía
no supe leer tu libro inherente”.
¿En qué lenguaje fuiste cincelada?
¿En qué alfabeto? ¿En qué idioma extraviado?
¿Cómo entender tu sílaba estampada?
Si me amas, no lo sé; ni si me quieres.
De tu boca no sé el significado;
impenetrable, oscura, ¡ignota!… eres.

Iraultza Askerria

¡Contenido extra!

Originalmente este soneto fue publicado el 5 de diciembre de 2010, bajo el título de «Soneto II». Recupero hoy esta poesía bautizándola como «La ciencia del amor», nombre que aún así no me convence.
Si algún lector concibe un mejor título, estaré encantado de recibir la aportación en mi dirección de correo. Como siempre, ¡gracias!

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Inteligencia

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Te miro estudiar con la seriedad de un ser omnipotente. Todo lo sabes, todo lo absorbes, pones en duda el más recóndito axioma. Sólo tu aire puede evidenciar la verdad de este planeta vacilante. La boca cerrada como el carnoso muro del saber.

¿Qué esconden esos labios? El cosmos entero. La formación de las galaxias y la trascendencia de las civilizaciones. La más apasionada poesía y la más cultivada prosa. Llenas bibliotecas con tus códices, y mi corazón enamorado se arrodilla ante tu supremo conocimiento.

Me embargas, me pasmas, me desconciertas. Mezcla excitante de intelecto y belleza. Tu rostro adormecido en el silencio del estudio, como una palpitante luna en la noche cerrada. A tus ojos no se les escapa nada. Ni del ayer ni del mañana. Veo en tu nariz el itinerario mágico del oxígeno. Y tu frente, ¡ay tu frente!, frontón de enciclopedias, con dimensiones correctamente calculadas para dejar en ella mis besos enajenados.

Y, entonces, sin pretenderlo, contemplo la risa de tus labios, el enrojecimiento de tus pómulos, el brillo incandescente de tus pupilas, la agitación atómica de tu piel. Te ríes como una flor de primavera, que rodeada de libros, parece aún más hermosa que de costumbre.

Descubro así, mujer mía, el motivo de tu perfección. Tan guapa y sexy que me mareo al observarte. Tan inteligente y aplicada que dejo mi cerebro a tus pies. Yo, cariño, tan enamorado como asombrado de ti, quiero cederte todo lo que un día tuve y, de esta forma, con tu sabiduría, me hagas libre, libre y eterno.

Iraultza Askerria