Durmiente

La bella durmiente - Juanedc

El silencio de nuestra compañía nos dejó a solas con nuestros cuerpos, y únicamente después de que los espíritus se unieran en uno, pude comprender lo hermoso y agradable que resulta la soledad, el silencio y la calma.

La agonía del deseo había sucumbido al placer del recuerdo, y mientras mis manos la agasajaban con caricias y abrazos, ella se relajaba sobre mi pecho desnudo. Bañándome con el perfume delicioso de sus labios, sus suspiros se pegaban a mi piel pausadamente, como una brisa cadenciosa y apacible.

Unos minutos después, se había dormido.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria

Por lo que merece la pena vivir

 - Adriano Agulló

Al tiempo que el muchacho deambulaba junto a la orilla de la playa, evocó, tan tangiblemente que volvió a sentir los latidos en su pecho, aquellas caricias y aquellos besos que le arrancaron el alma y el corazón. Durante aquellas noches del estío en las cuales vagaron solos por la arena, fue el chico más feliz del tiempo, no sólo de la historia; y la playa el más sublime paraíso que Dios nunca hubiese podido crear, como tampoco pudo crear una mujer tan perfecta. Ella fue una diosa, reina de las olas, musa de la arena, trompeta de fragante aroma.

La había amado apasionadamente y con la sinceridad de unos votos de eternas promesas, nunca quebrantadas. Había soñado despierto durante aquellas noches, abrazado a su cuerpo, hermanado a sus labios. La había amado y había sido correspondido. Había sido feliz.

Pero ahora… El presente devoraba su dicha y lo suplía de pesar y tormento, crudas razones del averno que en el mundo terrenal tomaban aspecto de gritos y lamentos, de lágrimas sin aliento. Las heridas de su corazón seguían sangrando como al principio, manchando la saliva de sus labios jóvenes y arrebatándole la gracia de su juventud, la lozanía y el vigor de su espíritu mozo, todo por lo que merecía la pena vivir.

Ella había muerto.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria

El tacto de la naturaleza

Tacto - Anwar Vazquez

Dejado el ceremonioso altar de los sueños, en donde el religioso y consagrado matrimonio se viene a efecto mediante un cercano beso en los labios ajenos, y abandonando instantes después la inmensa iglesia de la felicidad tapizada por una cortina de ébano, el amor se vuelve ahora un completo sentimiento de reciprocidad y fortuna.

En la ciudad, ruinas de cementerio al día, y vergel de cielo a la noche, la pareja, él y ella, se unen en un beso de amor puro, al punto que un trueno arranca un ensordecedor aplauso de las manos de las nubes. Las lágrimas de los astros, sonrientes en lo alto de la vastedad creciente del universo, nublan el cuerpo de los amantes, imposibilitando cualquier recepción visual. No obstante, a pesar de que los ojos no se puedan ver, el corazón, unido, ve por ellos. Ella le muestra su alma, dichosa en el interior de su regazo, mientras en la oscuridad de los ojos y en los truenos de los oídos, se ven y se escuchan con el tacto de la naturaleza.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria

Hacerla disfrutar

Lanzando un gemido suave y agudo, la agraciada mujer cerró los ojos. Al instante, todos sus sentidos se evaporaron, salvo la excitación del tacto —y del contacto—, convertido en la única impresión de su cuerpo.

Bajo una sonrisa de agrado, sentía la cabeza de José hundirse entre sus dos senos, mientras las cinco vergas de las manos naufragaban entre las húmedas aguas de sus ingles. Apreció las olas ardientes del hombre resbalar por sus pezones, dejando la estela salival sobre la piel.

De esta forma, deleitándose con los besos y las caricias de José, que se encallaban entre sus pechos y entre sus muslos, María no pudo más que continuar con los párpados cerrados mientras prorrumpía pausadas exclamaciones de complacencia, comprendiendo que aquel hombre iba a hacerla disfrutar.

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria

Bajo el acecho de la luna

Las caricias del viento suspiran de amor bajo el acecho de la luna, la cual lo persigue ansiosa y apasionadamente, derramando sus besos de luz allí donde se perciben sus murmullos. Dentro de ese iluminado entorno, la musicalidad de la brisa se ofrece como el roce de un cuerpo contra otro; como el jadeo de unos labios sobre una boca ajena; como el suave pestañeo entre dos pupilas que se miran. Algo tan hermoso y ardiente como el propio amor.

—Te quiero.

—Y yo a ti.

Voces que, fingiendo una única armonía, comprenden dos alientos abrazados a un beso. Dedos que, pareciendo una única mano, se desafían por poseer la palma contraria. Ojos que, pestañeando al unísono como un mismo párpado, se reflejan envidiando y anhelando el centelleo del otro. Suspiros de los labios, caricias de una mano y miradas de un alma. Un corazón en dos cuerpos y en un mismo hálito. Tan hermosa pareja se ama bajo el abrigo de la noche.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria