La pareja misteriosa

Photo - {author}Era la vigésima vez que la pareja se personaba en aquel hotel costero, y siempre bajo los mismos procedimientos. Llegaban por la tarde, prácticamente sin equipaje, y notificaban la reserva de una habitación por una sola noche. Al día siguiente, abandonaban el hospedaje a las cinco de la mañana en un taxi con destino al aeropuerto, sin haber salido del hotel, ni siquiera para disfrutar de la playa o el sol. Así durante los últimos dos años.

La idiosincrasia de la pareja había despertado gran interés en el alojamiento hotelero. Se trataba de una mujer de rasgos soviéticos y un hombre de origen africano. Ambos rondarían la treintena, si bien él parecía algo más mayor.
Algunos mayordomos sugerían que conformaban un matrimonio, con algún trabajo importante que les obligaba a trasladarse a España frecuentemente. Las asistentas opinaban, sin embargo, que podían estar viviendo una aventura, y que se desplazaban a la península ibérica para perpetuar su romance alejados de sus respectivos cónyuges. El director, por su parte, prefería no deliberar nada, consciente de la trascendencia de no entrometerse en la vida de sus clientes.

Aun así, todos los empleados del hotel querían saber la verdad. Y todos se equivocaban en sus conclusiones. Ninguno pudo nunca intuir que la pareja la integraban dos hermanos que viajaban a España bimensualmente para visitar a sus padres adoptivos, y que tras descansar en el hotel regresaban a sus países natales, en Rusia y en Sudáfrica, con el avión de primera hora.

Iraultza Askerria

Una niña llorando

Photo - {author}En la habitación a oscuras, una luna discordante ilumina una cama que chirría. Y chirría con dos cuerpos atenazados sobre el colchón; uno abalanzado sobre el otro. Los gruñidos del hombre pegados al pelo de su esposa, cuyos ojos vacíos miran el techo por encima del hombro de su amante.Y al otra lado de la pared, una niña llorando.

La sábana cubre los cuerpos, remarcando las siluetas. Unos pechos incipientes, apenas perceptibles por el tórax masculino, que aplasta con su potencia monstruosa mientras arranca rumores al viento y penetra en el fondo de la arena. La esposa se aferra al dorso del marido, sin arañar, sólo firmeza y resistencia, sólo sujeción.

Y al otro lado de la pared, una niña se bebe sus lágrimas mientras cierra los oídos, ausente.

Aumenta el ritmo, se acelera el pulso. Los muslos forzados se abren un poco más ante las frenéticas acometidas. Es la guerra sin cuartel, la batalla final por el trofeo anhelado. Por eso grita el soldado, descompuesto por el esfuerzo, sintiendo la amenaza de su vida, mientras su esposa recibe la mole varonil: el hombro bajo la barbilla, la espalda vestida del cabello femenino, el vientre oleoso y pegado al otro vientre, la pelvis aguijoneando el sexo ajeno.

Y al otro lado de la pared, una niña gime sin que nadie escuche sus secos lamentos.

Corre, corre, corre. Se apresuran las pieles laceradas al recibir el movimiento nervioso, imparable. El hombre gruñe, brama, ruge, balbucea un término amoroso, mientras se aprieta contra ella, quien lo siente como una pesada bomba de relojería a punto de explotar. Y estalla con un grito expansivo.

Y al otro lado de la pared, una niña traga saliva y cierra los ojos para limpiarse las lágrimas.

El hombre se vuelca a un lado, exhausto. La mujer queda en su posición supina, silenciosa, sólo escuchando el respiro anheloso de su legítimo esposo, que ha perdido la fuerza y la virilidad. La luna, a través de la ventana, clarea en el dormitorio, desvelando un rostro joven y hermoso, casi primaveral. El marino vuelve la espalda, amolda la cabeza y ronca, adormilado.

Y al otro lado de la pared, una niña se evade de las penumbras, escapa de las sábanas y se encamina al baño para asearse

Iraultza Askerria