Mientras escribo II

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Como ya avanzamos la pasada semana, seguimos con el análisis de la obra Mientras escribo de Stephen King, sintetizando brevemente algunos de los consejos que podemos encontrar en este manual para escritores iniciados.

El británico John Creasey, autor de novelas policiacas, escribió cinco mil novelas (sí, cinco mil) bajo distintos seudónimos. Yo he escrito unas treinta y cinco (algunas de extensión trollopiana) y se me considera prolífico, pero al lado de Creasey parezco un caso clínico de bloqueo.

Según su página oficial, John Creasey escribió 562 libros utilizando 20 seudónimos diferentes. 562 libros es una cantidad desproporcionada para cualquiera. John Creasey murió a los 65 años, por lo que suponiendo que aprendiera a escribir con 5, habría escrito ininterrumpidamente 9,3 novelas al año hasta el día de su muerte. No está mal… nada mal.

A pesar de todo, opino que la primera redacción de un libro (aunque sea largo) no debería ocupar más de tres meses, lo que dura una estación. Si tarda más (al menos en mi caso), empieza a quedar la historia como algo un poco ajeno.

No hay que tomarse los tres meses de King como una regla axiomática. En verdad, cada novelista tiene su propio ritmo a la hora de escribir. Lo importante es mantener una redacción fluida durante los 2, 5 o 12 meses necesarios para culminar el primer borrador.

Estar semanas sin escribir o unos pocos días puede menoscabar seriamente la trama; a veces incluso sin que el autor se percate de ello.

Me gusta hacer diez páginas al día, es decir, dos mil palabras. En tres meses son 180.000 palabras, que para un libro no esta mal.

No es mala cifra, no. Para hacernos una idea, la extensión de El Quijote es de 384.000 palabras. La extensión de Pedro Páramo, apenas 35.000. Stephen King cuantifica el trabajo diario en 2.000 palabras. Es una cantidad nada despreciable y aquí, un servidor, sólo alcanza esa cifra ocasionalmente.

Un escritor nobel debería tomarse metas mucho más sencillas como escribir 1.000 palabras al día. De esta forma, la novela seguirá su curso constante y siempre hacia arriba. En tres meses la novela podría estar terminada, suponiendo una extensión cercana a las 90.000 palabras (la traducción del El retrato de Dorian Gray ni siquiera alcanza las 80.000). No es muy recomendable que las primeras obras del autor sean especialmente largas.

La puerta cerrada es una manera de decirles a los demás y a ti mismo que vas en serio.

Escribir es una ocupación que exige una concentración plena. El ruido, las molestias, el teléfono, la vibración del móvil, el navegador de Internet…, por no hablar de los niños correteando por el pasillo. Cuando uno escribe, tiene que refugiarse en su mundo interior, cerrando la puerta a cualquier intruso.

Soy de las personas que necesitan un completo silencio para sumergirse en el mundo de la literatura. El mero pulsar del interruptor de la luz en la cocina (situada al otro lado de la casa), ya es motivo suficiente para distraerme. Consecuentemente, doy muchísima importancia a mi pequeño despacho: nadie entra si la puerta está cerrada y cualquiera que pase junto a ella debe tomar las precauciones necesarias para no importunar a un novelista delirante.

Yo trabajo con la música a tope (siempre he preferido el rock duro, tipo AC/DC, Guns’n Roses y Metallica), pero sólo porque es otra manera de cerrar la puerta. Me rodea, aislándome del mundo. ¿Verdad que al escribir quieres tener el mundo bien lejos? Claro que sí. Escribir es crearse un mundo propio.

Aquí entran en juego los gustos personales. Personalmente, prefiero escribir en un completo silencio, sin música. De hacerlo, las canciones pueden ejercer una enorme influencia sobre la redacción. El episodio puede llenarse de acción o de romanticismo si suena un corte duro o una empalagosa balada, respectivamente.

Para más inri utilizo tapones para los oídos. Me ayudan a aislarme del universo entero y cobijarme única y llanamente en la literatura.

La descripción arranca en la imaginación del escritor, pero debería acabar en la del lector.

Cuidado con el exceso de adjetivos, comparaciones, metáforas, etc. Las descripciones ayudan y son necesarias en la narrativa, pero hay que poner especial atención en no excederse. En última instancia es el lector quien se imaginará al personaje; él creará su perfil del protagonista. El escritor únicamente tiene que sentar las bases de esa fisonomía, pero jamás robarle al lector la oportunidad de crear su imagen particular.

Cuando se sufre un atasco imaginativo, el aburrimiento puede ser muy aconsejable. Mis paseos consistían en aburrirme y reflexionar sobre mi gigantesco despilfarro de páginas.

Es fundamental no forzar la imaginación. Si el episodio no avanza, si las palabras no fluyen, no insistas: cede. Tómate un respiro; detén un instante al caballo desbocado de la imaginación. Le falta resuello. Cuando el bloqueo mental nos impide continuar con la obra, es mejor aburrirse en tareas mundanas: limpiar la casa, pasear durante dos horas, incluso sentarse a meditar. El buen trabajador sabe cuando tiene que descansar.

Debajo de la firma del director, reproducida a máquina, figuraba a mano lo siguiente: «No es malo, pero está hinchado. Revisa la extensión. Fórmula: 2da versión = 1ra versión – 10%. Suerte.»

Stephen King menciona la recepción de uno de sus primeros trabajados por un editor profesional. La respuesta de este último no fue del todo mala: sólo le pidió aligerar la obra. Ocurre que, habitualmente, los escritores nos perdemos en nuestra creatividad concibiendo pasajes infinitos. Otras las descripciones se convierten en una amalgama de pomposo barroquismo, o los diálogos monólogos alternativos entre uno u otro personaje.

La solución es sencilla: aliviar la carga. No hay que tener miedo de resumir, compendiar o incluso suprimir. El borrador de una novela tiende a ser más largo que la edición final.

Escribir no es cuestión de ganar dinero, hacerse famoso, ligar mucho ni hacer amistades. En último término, se trata de enriquecer las vidas de las personas que leen lo que haces, y al mismo tiempo enriquecer la tuya. Es levantarse, recuperarse y superar lo malo. Ser feliz, vaya.

Stephen King termina Mientras escribo haciendo una alusión a un gravísimo accidente de coche que casi acabó con su vida. No murió atropellado por una furgoneta de puro milagro. La vida y la muerte son tan caprichosos que aparecen en los momentos más inesperados. Tristemente, somos mortales, y mortales moriremos.

Por esta razón, no hay que buscar en la literatura ni la fama ni la gloria. La prosa y la poesía son un vehículo hacia la felicidad. Esa es su verdadera función: hacernos felices a nosotros mismos y hacer felices a los lectores.

Mientras escribo

Al final de mis aventuras bebía cada noche una caja de latas de medio litro, y tengo una novela, Cujo, que apenas recuerdo haber escrito.

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Corría el año 2000 cuando Stephen King publicaba en ensayo mezcla de manual narrativo y autobiografía. En esta obra, el autor estadounidense desvelaba los quebraderos de cabeza de sus inicios como escritor, haciendo alarde, sin embargo, de un íntegro compromiso con la literatura.

Además, lejos de convertirse en unas memorias egocéntricas sobre la vida del autor, Mientras escribo es también un manual de instrucción para los escritores noveles. Aportando ideas llenas de sabiduría y recopilando un pequeño tutorial, Stephen King hace a la vez de narrador oral y simpático profesor.

Ahora ya sé qué significa estar borracho: una vaga sensación de buena voluntad, otra más nítida de tener casi toda la conciencia fuera del cuerpo, flotando encima como una cámara en una película de ciencia ficción y filmándolo todo, y por último el mareo, el vómito y el dolor de cabeza. No, me digo que esa gripe no volveré a cogerla, ni en este viaje ni nunca. Es suficiente una vez, sólo para averiguar de qué se trata. Repetir el experimento sería de imbéciles, y dedicar una parte de la vida a beber, de locos, locos masoquistas.

El libro bien puede dividirse en dos mitades, con la primera dedicada a las experiencias del autor y la segunda más orientada a una guía de iniciación a la escritura. En esta segunda sección voy a centrarme, citando el texto de Mientras escribo en un intento de resumir los consejos que en él podemos encontrar.

A veces se tiene la sensación de estar acumulando mierda, y al final sale algo bueno.

Ciertamente, un escritor sólo publica un porcentaje irrisorio de cuanto escribe. Decenas de poemas, relatos, cuentos, ensayos y novelas se quedan en el trastero de la cabeza, a veces con una forma vaga e indeterminada y otras con una configuración total.

Al igual que la vida, la mente del escritor cambia y evoluciona constantemente. Lo que uno escribió hace años puede quedar oculto para siempre. Otras veces, entre todos los papeles amontonados en el contenedor de la locura, se encuentra una obra maestra, un escrito que merece la pena. ¿Quién no ha hallado alguna vez un texto digno en ese cajón donde se amontonan papeles sin memoria?

Poner al vocabulario de tiros largos, buscando palabras complicadas por vergüenza de usar las normales, es de lo peor que se le puede hacer al estilo. Es como ponerle un vestido de noche a un animal doméstico.

Sobre todo el escritor nobel, debe dosificar el uso de cultismos, palabras desconocidas para la mayoría o complejas formas subordinadas. La lectura ha de ser sencilla; nadie leerá un manuscrito si eso supone un insufrible dolor de cabeza. Alejarse de las cursilerías, de los adjetivos ornamentales, de los trucos ostentosos y la pomposidad extrema es lo mejor que podemos hacer al escribir. Lo bueno si breve, dos veces bueno, y si sencillo, aún mejor.

La mejor manera de atribuir diálogos es «dijo».

Informó, manifestó, contestó, respondió, habló, interpeló… son posibles sinónimos del archiconocido “dijo” que abunda en cualquier texto de narrativa. Stephen King defiende el uso de este verbo y ciertamente, no hay palabra más indicada para la introducción de diálogos. Sin embargo, si bien “dijo” debería ser el término más utilizado, no debería ser el único. En la variedad se encuentra la verdadera belleza, y “dijo” no arrastra la misma emoción que otros verbos como “exclamó”, “gritó” o “suplicó”.

Si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he visto ningún atajo.

Y no lo hay.

Tradicionalmente las musas eran mujeres, pero el mío es varón. Habrá que acostumbrarse.

Cuanto menos curiosa esta relación del autor con la inspiración. Si bien la mayoría de los mortales, quizá por cierta debilidad por el clasicismo griego, juega y crea con una o varias musas; Stephen King, por su parte, se deja agasajar por el “muso”, su musa masculina.

La mayoría de la gente se acuerda de cuándo perdió la virginidad, y la mayoría de los escritores se acuerdan del primer libro cuya lectura acabaron pensando: yo esto podría superarlo.

En este último punto, admito que los escritores somos unos engreídos, condenados a delirar en los textos que escribimos creyéndolos mejor que lo escrito anteriormente. Es el orgullo del artista, su mayor maldición.

Efectivamente, me vienen a la mente algunos libros cuya lectura me reveló que yo mismo podía haberlos escritos peor, aunque posiblemente me equivocaba. En cualquier caso, saber mejorar las obras de otros es una gran virtud que supone un conocimiento considerable del lenguaje y la escritura.

Leyendo prosa mala es como se aprende de manera más clara a evitar ciertas cosas.

No podría estar más de acuerdo. No hay que centrase exclusivamente en la lectura de obras maestras. También es necesario e interesante leer novelas mediocres de autores sin renombre.

¿Por qué? Alguno puede pensar que es una pérdida de tiempo. Lo cierto es que cualquier libro esconde cierta sabiduría, por escasa que sea. Además, la mala literatura exhibe errores garrafales. Aquel escritor que aprenda a reconocerlos evitará cometerlos en su prosa. Leer lo malo para no reproducirlo. Leer lo bueno para imitarlo.

Si no te diviertes no sirve de nada. Vale más dedicarse a otra cosa donde puedan ser mayores las reservas de talento, y más elevado el cociente de diversión.

Debido a la extensión del artículo, aquí cierro este pequeño análisis que continuaré el próximo domingo. Espero que la lectura haya servido para conocer algunas de las reglas de la escritura, así como la opinión que los escritores consagrados tienen sobre las mismas.

Independientemente de que nos gusten los relatos de Stephen King, se trata de un autor magistral con una creatividad terrible. Novelas tiene muchas y estoy seguro de que muchos de vosotros habéis leído alguna… ¿me equivoco?