Igual que ayer

ferias. - {author}El jolgorio se acercaba a la medianoche. Los fuegos artificiales se avecinaban y los parroquianos se agolpaban unos contra otros, buscando ascender al firmamento.

Entonces, otra vez igual que ayer, el ruido y el color rompieron la templanza del universo. Desaparecieron las estrellas bajo resplandores azules, rojos, blancos y verdes.

No había nada más hermoso. Vecinos y turistas de la capital lo sabían. Allí estaban los taberneros, con su merecido asueto. Feriantes despachando buñuelos y churros. Bailarines exhaustos tras genuinas manchegas. Los niños pequeños subidos a los hombros de los padres y las madres más atentas a los fingidos llantos del carricoche que a la propia realidad. Y entre esa multitud, resaltaban los jóvenes.

Los fuegos artificiales siguieron, como siempre, adornando el cielo sin estrellas, atrapando la atención de la gente. Ruido y más ruido en el recinto ferial.

Pero más allá, allí donde terminaba las barracas, sorbida por las brumas de la soledad, una muchacha de quince primaveras lloraba arrodillada ante Dios. Pero nadie acudió a rescatarla, y solo la mirada noctámbula de un escritor pudo vislumbrar alrededor del ojo de aquella niña un terrible moratón.

Y, efectivamente, día tras día, año tras año, siglo tras siglo, se repetía la misma historia, la misma injusticia, la misma actitud cobarde que había convertido a la Y en una variante sin perdón, y a la X en un símbolo de perfección y gloria.

Iraultza Askerria

Un retrato inhumano

La guerra de Troya es un mito arraigado en nuestro sociedad. Parodias, reproducciones, adaptaciones e imágenes trasladan el mito hasta el reglón del presente. En occidente, nadie ignora la milenaria leyenda de Aquiles, Helena y el ilustre caballo. Pero no son igualmente conocidos los episodios de extrema crueldad que perduran tras el enfoque heroico;  el maltrato sufrido por el cuerpo de Héctor o la desdichada suerte de su hijo Astianacte son un buen ejemplo. Quinto de Esmirna nos cuenta en sus Posthoméricas lo que ocurrió con Sinón, el soldado griego que quedó a cargo del caballo de madera con el cometido de engañar a los troyanos:

«Lo interrogaron al principio con dulces palabras, pero, luego, con terribles amenazas […]. Él aguantaba firme […]. Al final, le cortaron las orejas y la nariz».

Quinto de Esmirna, Posthoméricas, XII.363 y sig.

Esto fue escrito aproximadamente hace dos milenios por el susodicho poeta griego. Los estudiosos sitúan la mítica o histórica guerra de Troya alrededor del año 1200 a. C. Lo que me lleva a decir que tenemos que dar un salto temporal de miles de años para llegar a nuestro presente. Y, desgraciadamente, después de tanta evolución, el ser humano sigue estancado en la misma crueldad que antaño.

Con esto, debemos trasladarnos más allá de Turquía, hasta los desiertos de Afganistán, y contar la inhumana historia de Bibi Aisha: una mujer joven, que ha sufrido por parte de su marido el mismo trato que recibió Sinón. Su esposo le desfiguró la cara, cortándola la nariz y las orejas. Una mutilación irracional, atroz, inmerecida, salvaje, injusta, bestial y sobre todo, inhumana. La foto fue tomada por la sudafricana Jodi Bieber, que se erigió ganadora del certamen fotográfico Word Press Photo. Un retrato colmado de dureza, atrocidad y realidad. Un retrato que refleja la incomprensión y el dolor de unos ojos repletos de dulzura. Un retrato… como un golpe en la espinilla, como una férrea llamada de atención, como una condena al machismo, a la esclavitud y a cualquier tipo de tortura. Un retrato que aunque nos revuelva el alma, todos deberíamos ver:

Bibi Aisha

Esperemos que algún día la frase “le cortaron las orejas y la nariz” sólo aparezca en las novelas de ficción, y no en los periódicos.

Iraultza Askerria