“Hago los personajes para que vivan su propia vida.”
Ray Bradbury
La complejidad de la novela se centra en una estructura más o menos fija, como pudiera ser el tiempo, el narrador y la ambientación de los lugares donde se desarrolla la trama, y un ente vivo y dinámico, que se adapta y evoluciona con el devenir de la historia: los personajes.
Los personajes son el núcleo central de la obra, sean protagonistas, antagonistas o secundarios de un diálogo y poco más. Con ellos el nudo se enlaza y se desenlaza, el tiempo fluye y los lugares cobran emociones y vida. Son el vehículo del argumento, la acción de la narración, la vida del espíritu literario. Por todo ello, los personajes que componen una novela son uno de los recursos más preciados de la obra, y también, los más difíciles de gestionar.
Si bien la correcta ambientación de una historia radica en una exhaustiva documentación por parte del autor —dependiente, claro está, del género a narrar—, los personajes no pueden documentarse de ningún modo —siempre y cuando, claro está, no se trate de un sujeto histórico—. Debido a esta peculiaridad, hace falta ser padre, madre, amante, amigo y psicólogo para poder crear los personajes de una novela con total verosimilitud. Digo más: el escritor se equivale al mismísimo Dios, capaz de crear un mundo y engendrar vida en él.
Sin embargo, este inmenso poder adolece de varios efectos secundarios, que en ocasiones se trasmite a los personajes concebidos. Porque si el escritor no conoce todos los pormenores de su personaje principal, significa que ha originado un ser incompleto. Y un ser incompleto no es un ser humano, es un monstruo.
¿Nombre? ¿Nacimiento? ¿Familia? ¿Estudios o profesión? ¿Aficiones? ¿Secretos? ¿Remordimientos? ¿Adolescencia fácil? ¿Infancia difícil? ¿Moral? ¿Honestidad? ¿Cómo saluda? ¿Cómo se despide? ¿Fisonomía? ¿Color de ojos? ¿Timbre de voz? ¿Cuál es su forma de vestir? ¿Por qué fuma o deja de hacerlo? Y lo más importante… ¿cómo evoluciona el personaje durante la trama?
Puede parecer complicado, insufrible o excesivo; pero hay que aceptar la siguiente premisa: si un personaje llega a determinada situación y el autor duda de cómo éste se enfrentará a la misma… Fin de la historia. Si el propio escritor vacila con la personalidad o la actitud de su personaje, el lector no podrá identificarse con él, ni amarle, ni odiarle, ni sentir cualquier tipo de emoción o sentimiento ante una criatura inválida que recorre un capítulo tras otro sin la menor consistencia.
Así que aunque pueda parecer desolador la tesis representada en este pequeño artículo, se debe asimilar que la integridad de un personaje —personalidad, fisonomía, pensamiento e historia— es vital para una novela. He de apostillar, además, que aunque puede parecer imposible generar un personaje con tanto nivel de detalle, el proceso de creación no es tan complicado, siempre y cuando se conserven ciertas pautas y se tenga la voluntad de corregir incoherencias. Pero todo esto intentaré explicarlo en la segunda parte de este artículo, estudiando los errores más comunes a la hora de crear personajes.
¿Y vosotros qué importancia le dais a los personajes de vuestras historias?