¿Por qué escribimos?

Colección visual de caligrafía - Silvia Cordero Vega

Hay una cuestión, imperecedera, genuina y constante, que sobrevuela la mente de cualquier artista dedicado a la literatura. ¿Por qué escribimos los escritores? ¿Por qué? ¿Cuál es el motivo intrínseco que nos impulsa a sobrellevar una carga tan pesada con los sentimientos de nuestros protagonistas? ¿Qué hace que amemos tanto la soledad de un escritorio y la ardiente intimidad de la bombilla de un flexo? ¿Cómo es posible que un ser humano tenga tanta disposición, tanta ansia, tanto deseo de estampar palabras y pensamientos sobre una lámina de papel blanco?

¿Dinero? ¿Fama? ¿Vocación? ¿Sosiego? ¿Comprensión? ¿Sabiduría? ¿Compañía? ¿Ética? ¿Moral? ¿Mera fatalidad del destino? ¿Simple encuentro con uno mismo? ¿Desmesurado orgullo? ¿Tímido hastío con la realidad? ¿Exceso de demencia e imaginación?

Las respuestas son muchas, tan variables como agotadoras, y cada escritor, cada novelista, cada poeta podrá esgrimir su propia explicación. Lo cierto es, que sea cual sea la contestación, no es una respuesta fácil. Sin embargo, voy a intentar aclarar esta histórica pregunta desde la experiencia personal, simplemente, por el mero deseo de desnudarme ante vosotros.

Escribo porque hay alguna mentira que quiero dejar al descubierto, algún hecho sobre el que deseo llamar la atención.

George Orwell

Imitación

La mayoría de los escritores no nacen de escribir, nacen de leer. Las lecturas ininterrumpidas, como un virus, malsanas, resultan contagiosas para la mente humana, y así como el Quijote se sintió tentado de reproducir las aventuras caballerescas que devoraba en su biblioteca, los escritores necesitan simular lo que leen. De esta manera comienza un escritor: leyendo.

Tras tantos años dedicados a la lectura y a la escritura de todo tipo de libros, me doy cuenta de que los autores imitados forman una larga lista: Homero, Vladimir Nabokov, William Shakespeare, Gustavo Adolfo Bécquer, John Ronald Reuel Tolkien, Stephen King, etc. Fueron los maestros remotos, los examinadores ausentes de las viejas glorias de un niño extraviado, los incitadores de la inspiración.

Pero el escritor no sólo emula a los genios que lee. Existe algo mucho más sereno, íntimo y portentoso: la simulación de la propia realidad. Reproducir las experiencias, los sentimientos, lo que vemos, oímos, tocamos, olemos y saboreamos. Posiblemente sea ésta una de las razones más primigenias por la que el escritor escribe.

Escribo para contar mi realidad, para narrar los episodios de mi mundo único, para desempolvar recuerdos, para hablar de mí, de ti, de nosotros, de ellos y de cuanto me rodea.

Vocación

Pero hablando en plata y con la franqueza más objetiva, nosotros, los escritores, escribimos porque nos gusta. Otras respuestas no son más que filigranas y ornamentos para volver ostentoso y genial este simple motivo.

Escribir es una vocación, un pasatiempo, un hobby, un acto donde se sustenta la comodidad y la calma del autor. Emborronar de palabras la imaginación es la droga que nos mantiene sonrientes, el ocio en el que se extrapolan nuestros placeres.

La vocación de contar historias, la vocación de escribir finales, la vocación de jugar con vidas de hombres y mujeres que no existen, la vocación de regodearse con algo que sólo es nuestro, la vocación de originar multiversos en nuestra mente inmensa.

Escribo porque me gusta, escribo porque cuando lo hago el mundo se detiene a cada palabra que anoto y se alivia con cada coma y se enternece con cada adjetivo y actúa con cada verbo. Ser dios y escritor es casi lo mismo.

Escribo porque es lo mío.

Aceptación

Pienso, y lo pienso desde el pecado, que los escritores somos especialmente orgullosos. Nuestra vanidad roza la egolatría diría yo. Firmamos nuestras obras con una meticulosidad propia de quien se cree eterno. Quizá una dura referencia a la complejidad mortal del ser humano, empeñado en trascender su propia muerte.

Sea como fuere, el artista, y de esta manera, el escritor busca la incansable admiración del lector, que la fama romana expanda los rumores de su literatura de un lado a otro de los continentes. La consagración del artista, la popularidad del inventor de cuentos, un sueño perseguido, en mayor o menor medida, por los escritores de a pie que, llanamente, necesitan ser aceptados por la sociedad.

Porque al ser humano le encanta ser el centro del mundo y captar la atención de los demás. Muchos lo consiguen con la especulación, con la seducción, con la competitividad, con la simpatía… pero otros desgraciados, como los escritores, sólo pueden alcanzar la fama con una herramienta tan prosaica como la literatura y ser aceptados en un mundo cruel, meramente, por lo que escriben.

Escribo para no ser escrito.

Rodolfo Enrique Fogwill

Por temor a que este artículo se alargue en demasía, voy a dar por finalizada esta primera parte, esperando publicar la continuación en unas pocas semanas. Hasta entonces que decir tiene que cualquier respuesta a la pregunta ¿por qué escribimos? será bienvenida. Sin duda, las opiniones y puntos de vista serán incontables.

Iraultza Askerria

Falta poesía, sobra miedo

faltpoesiasobremiedoCaminaba yo a las siete de la mañana por la calle, pensando en lo poco que había dormido y en lo mucho que no había escrito, cuando de repente, en una esquina desconocida y asombrada de sombras, divisé unas letras de color rosa. Rezaban lo siguiente:

Falta poesía sobra miedo

Me detuve un instante y observé el pétreo muro conmovido por la emoción. En su pared desconchada el fino trazo de una musa se deslizaba dispuesta a sembrar una revolución. Pero en la calle nadie se había percatado del eslogan; el mundo giraba agobiado sin un momento para detenerse a mirar el cielo.

Falta poesía sobra miedo

Resonaban los vocablos en el interior de mi cabeza, encadenando tras su eco un recóndito vaivén de palabras y pensamientos.

Sobra miedo… ¿Miedo? Miedo a perder un trabajo ingrato, miedo al embargo de una casa hipotecada, miedo a que la esposa sea infiel, miedo a que el marido regrese borracho tras el partido de fútbol, miedo a que el niño suspenda las asignaturas impuestas por un gobierno nada intelectual, miedo a que la muchacha pierda la virginidad con quince años, miedo a la muerte que es la vida, miedo a la propia vida, miedo a la charla, miedo a ayudar, miedo a preguntar y a responder, miedo a leer y miedo a escribir, miedo a mirar y miedo a escuchar, miedo a los animales y a los seres humanos, miedo a la verdad y miedo a la mentira, miedo a la inseguridad y a la policía. Miedo en un mundo gobernado por el miedo.

Falta poesía sobra miedo

Falta poesía, ¿qué es poesía? Y entonces sí, afloran las respuestas. Poesía eres tú. La poesía no la entiende ni dios. La poesía no sirve de nada. Pero sí, poesía eres tú; hagamos poesía porque falta poesía. ¿Dónde quedaron Lorca y Bécquer? ¿Quién traducirá a Shakespeare o a Baudelaire en los años venideros? ¿Habrá otro bello navío iluminado por un rayo de luna. ¿Quién conoció a Hernández? ¿Y a Aleixandre? ¿Y a Darío? No, no hablo del rey persa. Y dime, ¿serás tú el próximo caudillo lírico capaz de luchar contra el miedo de la gente? ¡Salid poetas y con sonetos componed barricadas! ¡Salid y con rimas proclamad libertades! El poeta en la calle, el poeta en la revolución, el poeta que habla porque no le asusta leer lo que escribe.

En todo esto pensaba yo, a las siete de la mañana de un lunes, cuando eché a correr hacia la estación ferroviaria por miedo a perder el tren. En el vagón leí algún poema de Machado, pero por miedo a saltarme la parada abandoné la lectura a los pocos minutos. Llegué a la oficina pensando en como culminar aquel soneto que había dejado a medias y al llegar a mi despacho me atiborré de dos cafés por miedo a quedarme dormido en mitad de la jornada. En ese instante, cuando la cafeína activaba el sistema nervioso, me percaté de que aquel anónimo rebelde tenía razón.

Falta poesía sobra miedo

Incluso a los poetas nos sobraba el miedo.

Al día siguiente pasé por la misma calle a la misma hora. Me percaté de que aquel verso había desaparecido. Supongo que algún empleado a cargo del ayuntamiento había borrado la poesía por miedo a perder su trabajo.

Sirva este pequeño artículo como recuerdo de aquella efigie borrada.

Falta poesía sobra miedo

Iraultza Askerria

Los girasoles ciegos de Alberto Méndez

Los girasoles ciegos de Alberto Méndez

El lunes pasado inicié la lectura de una obra escrita por Alberto Méndez y titulada Los girasoles ciegos. Posiblemente el lector haya reconocido ya estos nombres debido al éxito de crítica y público que siguió a la publicación del libro. Pero lejos de cualquier apariencia, no nos encontramos ante un best seller o una intriga novelesca fácil de colgar en las estanterías; al contrario, Los girasoles ciegos es un ciclo de relatos, crudos y desoladores sazonados con una profunda sabiduría y una virtuosa prosa.

El autor: Alberto Méndez Herrera

Nacido el 27 de agosto de 1941, Alberto Méndez Herrera pasó sus primeros años a caballo entre Madrid y Roma. En la capital italiana cursó el bachillerato mientras que en la metrópoli española obtuvo la licenciatura de Filosofía y Letras. No debe extrañarnos su rápida vocación por la literatura, puesto que su progenitor fue un afamado poeta y traductor, que se había enfrentado a clásicos escritores de lengua inglesa como Dickens, Stevenson o Shakespeare.

Además de su pasión por las letras y la educación recibida que tanta huella dejaría en una prosa selecta, inmejorable y magistral, Alberto Méndez Herrera tuvo mucho que decir a lo largo de su vida. De ideología izquierdista, fue militante del Partido Comunista y fundador de la editorial Ciencia Nueva.

Su dedicación a la narrativa llegaría tarde y culminaría en el año 2004, con la publicación de la impecable Los girasoles ciegos. El autor madrileño moriría al año siguiente, víctima de un cáncer.

Los girasoles ciegos y su contexto histórico

Es importante señalar la ideología política de este autor madrileño, debido a que Los girasoles ciegos está ambientada al final de la Guerra Civil Española y dada las brutales consecuencias de esta conflagración bélica resulta muy difícil realizar una opinión objetiva sobre tan fatídico evento histórico.

Sin embargo, Alberto Méndez lo consigue. Sin centrarse en etiquetas de buenos o malos, Los girasoles ciegos manifiesta abiertamente la derrota de una país entero; donde no hubo vencedores, solamente vencidos. En un contexto histórico jaspeado de desolación y perdición, aparece la honestidad y la ética para intentar sobrevivir a una catástrofe nacional. La conclusión final es tan cruda como estremecedora.

La estructura de la obra

Los girasoles ciegos está compuesto por cuatro relatos ambientados al término de la Guerra Civil, exactamente entre los años 1939 y 1942. Las narraciones son completamente independientes, aunque guardan cierta relación: el primero y el tercero comparten la aparición de un protagonista común, y el segundo y cuarto están vinculados por la presencia de un personaje secundario.

No obstante, si bien los relatos están ordenados cronológicamente, pueden leerse con total libertad e independencia, sin perder un detalle de la historia. Personalmente, recomendaría leerlos siguiendo este orden: primer relato, tercer relato, cuarto relato y segundo relato.

En cualquier caso, los relatos que componen Los girasoles ciegos son los siguientes:

  • Primera derrota: 1939 o Si el corazón pensara dejaría de latir

  • Segunda derrota: 1940 o Manuscrito encontrado en el olvido

  • Tercera derrota: 1941 o El idioma de los muertos

  • Cuarta derrota: 1942 o Los girasoles ciegos

La narración

Las historias de Los girasoles ciegos aglomeran distintos tipos de narradores: primera y tercera persona, narrador omnisciente, narrador objetivo, monólogo epistolar o autobiografía. Dicha variedad convierte en grande a un libro tan pequeño. El lector tiene la obligación, por tanto, de atender a cada particularidad narrativa para no perder ni por un momento el hilo de la historia.

La obra culminante en cuanto al uso de narradores es el cuarto relato, que da título al libro. En esta historia se combinan hasta tres puntos de vista, intercalados para mantener la conexión temporal. Indudablemente, un descarado acierto de genialidad por parte de Alberto Méndez, que nos obliga a devorar la historia que nos quiere transmitir; la más elaborada de las cuatro.

Los personajes

Un capitán franquista, consciente de la próxima victoria de su bando, pero que aún así, se siente más un derrotado que un vencido, debido a las tantas vidas que se han malgastado ante sus ojos indiferentes.

Tendremos que elegir entre ganar una guerra o conquistar un cementerio.”

Un poeta iluso y esperanzado, capaz de fraguar una súbita escapatoria hacia Francia, que, sin embargo, lo pierde todo en una noche, incluso sus versos, y el destino lo condena a sobrevivir en una soledad compartida con una vaca, un recién nacido y un cuaderno.

«Mi lápiz también debió de perder la guerra y probablemente la última palabra que escribirá será «melancolía».»

Un preso que fragua una mentira para sobrevivir a una muerte que acecha en cada esquina, y que se lleva a la tumba a los compañeros de celda, compañeros que únicamente comprenden el idioma de los muertos.

Encontró de repente cierto parecido entre la escritura y las caricias.”

Un niño que sobrevive en la ignorancia de saber, mas no conocer, el constante interés de un maestro eclesiástico hacia su angustiada madre que guarda celosamente el secreto de su marido.

«Yo no quiero que nuestros hijos tengan que matar o morir por lo que piensan.»

El estilo literario

Podría definir la calidad narrativa de este libro como una pequeña obra maestra. Digo pequeña por la corta extensión de los relatos, ya que la magnitud y profundidad de los mismos es inconmensurable.

Por un lado el vocabulario es copioso y heterogéneo, demostrando un amplio conocimiento y dominio del diccionario. Las palabras aparecen como si hubieran estado predestinadas a estar ahí, no como un capricho de un escritor con ganas de terminar la redacción.

Por otro, la profundidad de las frases e ideas mostradas en los cuentos, hacen aflorar sentimientos y emociones. La desesperación y la esperanza, el miedo y la libertad, el apego filial y el amor pasional, protagonizan unos cuentos donde los personajes no son más que meros espectadores de su propio destino. Incapaces de cambiarlo, están condenados, y el lector sufre con ellos tan aciago sino.

Manuscrito encontrado en el olvido

Si bien he querido evitar resumir los relatos o hacer cualquier referencia detallada de los mismos, me siento tentado a hablar, aunque sea grosso modo, de la segunda narración de este libro, titulada Manuscrito encontrado en el olvido.

Es un relato, en primer lugar, para leer del tirón y después analizar. El nivel literario de esta pequeña perla lo colocan en el pedestal de las obras maestras. Cada oración es un verso y cada párrafo un soneto.

En sus páginas se amontonan tantos sentimiento como espacios tiene el alma. Hay un lugar para la ternura y el amor y otro para la atrocidad y la desidia. Sea como fuere, Manuscrito encontrado en el olvido es un relato para sufrir y para llorar. Pocas son las narraciones que han podido provocar una lágrima. Éste es uno de ellos.

El éxito de Los girasoles ciegos

Como colofón, me gustaría destaca que Los girasoles ciegos obtuvo en el año 2005, y a título póstumo, el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica, dos de los galardones más codiciados en el mundo de la literatura.

Finalmente, no quiero si no recomendaros la lectura de este libro, y pedir a quienes ya lo hayan leído, que expongan libremente su opinión sobre el mismo.

Como siempre, un placer.

La sencillez de la escritura

“ —Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: ‘Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa’.
El alumno escribe lo que se le dicta.
— Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno después de meditar, escribe: ‘Lo que pasa en la calle’.
—No está mal —dice Mairena”.

Antonio Machado

Dia 100: Frases vienen y van - Angel ArconesAntes de comenzar, hay que tener clara una cosa: los escritores escriben para que los lean. Pueden ser leídos por el prójimo, el amante, el amigo, el padre o la madre, o incluso, por el escritor mismo. Pero escriben para que los lean. Punto.

El texto escrito y abandonado por el lector es una aguja en el corazón del escribano, una verdadera tortura. Ahora bien, ¿cuáles son las razones para que una obra sea relegada al olvido? ¿Qué motivos interfieren en la valoración positiva de los lectores? Aunque respuestas hay muchas, existe una regla general para cualquier tipo de texto: la escritura debe ser sencilla y refinada.

La peligrosa complejidad del autor novel

Aunque sobre este capítulo se podría escribir un largo ensayo (y más admitiendo los derroches literarios de este servidor), intentaré resumir la idea principal: los escritores principiantes tienen a excederse con la literatura.

El autor novel, en vez de aprender utilizando formas simples y sencillas, se embarca en un cúmulo de retórica, sobrecargada de metáforas y kilométricas frases subordinadas. El catálogo de palabras cultas se desborda en extensas descripciones prácticamente indescifrables para el lector. El desdichado, incluso, tiende a ahogarse entre tanta lírica forzada.

Otro riesgo de los autores noveles, siendo yo la primera representación de este fracaso, es su facilidad para imitar a los escritores consagrados sin comprender en absoluto la técnica de estos. Consecuentemente, brota una prosa tan amanerada, tan impersonal que duele incluso leerla.

El autor novel debe, simplemente, buscar su propia escritura olvidándose de fórmulas complejas, extensas manifestaciones poéticas o descripciones que no se acercan ni un ápice a la realidad. Sencillez, pureza y franqueza es lo primordial en las obras iniciales.

La ficción: historia legible y con ritmo

¿Qué busca un lector? Sencillo: una historia que lo enganche, una narración que en verdad cuente algo, una trama que lo atrape desde el principio hasta el final, incitando que su imaginación se dispare.

¿Y cómo lograrlo? Sencillo: olvidándose de engorrosas estructuras gramaticales, de oraciones largas, de metáforas redundantes y de sustantivos adjetivados como una profusión de maquillaje barato. Sin una transparencia, sin una claridad en la redacción, la trama se convertirá en un infierno. La sencillez es una necesidad para que el lector se sienta atraído por la narración.

Se puede decir que escribir bien significa ser eficaz a la hora de contar una historia, eficacia que únicamente se logra cuando el narrador se hace entender. La ficción no busca deslumbrar con un lenguaje sobrecargado, sino todo lo contrario. La belleza de la literatura es bella, sólo, cuando se comprende.

Lenguaje natural, el lenguaje sencillo

El arte es imitación de la naturaleza. Este es un concepto arraigado en la civilización humana desde hace milenios. La literatura persigue este axioma irrefutable: el arte es natural, sencillo, refinado; no enrevesado, complicado u ostentoso.

Un estilo natural siembra fidelidad, confianza y certeza. Incluso surte un efecto de persuasión sobre el lector, que se traduce en una lectura más profunda y leal. El que lee no quiere encontrarse frente a un texto legal, como una doctrina judicial o una constitución. Busca algo más cercano, más puro y espontáneo. Algo, en definitiva, más sencillo de leer.

Una narración menos natural, inspirada en la artificiosidad y la búsqueda de un lenguaje retórico y metafórico, trae consigo la suspicacia por parte del lector. Lo recargado resulta fingido. El ornato parece una mentira; excusa para ocultar los defectos. El lector lo sabe, y por ello, se sentirá menos apegado a leer semejante parafernalia.

El lenguaje literario tiene que ser natural: tono directo, secuencia clara, ideas nítidas. Entonces la historia podrá ser leída. Para lograr esta naturalidad, sin artificios, sin fingimientos, el texto ha de ser sencillo.

La sencillez de la literatura

Como tal, la literatura es un arte especialmente fácil de comprender y de divulgar. Desgraciadamente, escribir con un estilo sencillo y natural, obviando cualquier tipo de retórica exagerada, es una de las tareas más arduas a las que un escritor se enfrenta en su carrera.

Ciertamente, pocas cosas hay más difíciles que la simplicidad. Pese a todo, se debe escribir aceptando la premisa de la sencillez. De no hacerlo, el texto será tan alambicado que ni el propio autor podrá tragarlo años después de la redacción.

El gran escritor es aquel que dota de fluidez sus textos, haciéndolos legibles y diáfanos para toda la humanidad.

Iraultza Askerria

El bello navío, de Charles Baudelaire

Yo deseo relatarte, ¡oh, voluptuosa hechicera!
los diversos atractivos que engalanan tu juventud;
pintar quiero tu belleza,
donde la infancia se alía con la madurez.

Baudelaire se deja agasajar por la belleza de una muchacha, a medio camino entre la gracia infantil y la morbidez adulta. Con palabras dulces surge este cuarteto esclarecedor del sentir embrujado del poeta. Tan maravillado de la hermosura de su musa, se siente tentado a ensalzar las virtudes de su cuerpo femíneo. Haremos, con esta excusa, un breve recorrido por este poema del libro Las flores del mal.

Cuando barres el aire con tus faldas amplias,
produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,
desplegado el velamen, y que va rolando
siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.

En este punto, se compara el caminar de la mujer con la zarpa de un barco. Las piernas de la dama, desnudas y resplandecientes bajo la jugosa danza de la falda, son en realidad el objeto oculto del cuarteto, donde la prenda de vestir ocupa todo el protagonismo. Sin embargo, el autor francés no se olvida de cuan bonitas son las piernas de su amante.

Sobre tu cuello largo y torneado, sobre tus hombros opulentos,
tu cabeza se pavonea con extrañas gracias;
con un aire plácido y triunfal
atraviesas tu camino, majestuosa criatura.

Lo sublime, lo imperial, lo magnífico. El ostento, la realeza, la victoria. El capitel de la hermosura. La joya de la corona que unos cuartetos después, culminará este artístico poema. Seguidamente, la composición prosigue con el cuarteto inicial “Yo deseo relatarte, ¡oh, voluptuosa hechicera!”, versos que omitiré para evitar repeticiones.

Tu pecho que se adelanta y que realza el muaré,
tu seno triunfante es una bella armadura
cuyos paneles combados y claros
como los escudos atajan los dardos;

Entre el belicismo y la delicadeza, se escuda el pecho de esta mujer idealizada, donde nada ni nadie puede penetrar, ni el más sagaz ataque, ni la más astuta acometida. Pero esta fortaleza femenina guarda una gracia sublime, las mismas líneas de Venus en un pecho turgente; columnas que protegen un corazón imposible de herir.

¡Escudos provocadores, armados de puntas rosadas!
armario de dulces secretos, lleno de buenas cosas,
de vinos, perfumes, licores
que harían delirar los cerebros y los corazones!

La conquista de la mujer como una batalla sin violencia, pero a la vez sexual, apasionada y amenazante como la punta más aguda de una lanza. Tras la victoria aguarda un secreto, un paraíso en forma de olores y sabores que perturban la mente y, por supuesto, el corazón.

Cuando vas barriendo el aire con tu falda amplia,
produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,
desplegado el velamen, y que va rolando
siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.

Repite el poeta la metáfora de la mujer-navío, belleza que da título a este poema, el número 52 de la obra. Aprovecho para señalar que está extraído de wikisource, y que la composición ha sido traducida con el título de El hermoso navío o El bello navío.

Tus nobles piernas, bajo los volados que ellas impulsan,
atormentan los deseos oscuros, y los acucian,
como dos hechiceros que hacen
girar un filtro negro en un vaso profundo.

Tentador, cuanto menos tentador, la descripción de las piernas de esta mujer, que deleitan, enajenan, embrujan. Bajo los volantes de la falda, el muslo incita el ansia más primigenia, haciendo uso de una magia sobrenatural. La mujer hechicera es una constante en este poema para hacer hincapié, casi con obsesión, en los encantos de la protagonista.

Tus brazos, que se burlarían de precoces Hércules,
son de las boas relucientes los sólidos émulos,
hechos para estrechar obstinadamente,
como para estampar en tu corazón, tu amante.

Se alude aquí al popular mito del poderoso Hércules que nada más nacer estranguló con sus propios brazos a dos serpientes. En dicha ocasión, la mujer no simboliza materialmente la fuerza corpórea del héroe grecolatino, sino un poder y un control que subyuga a los hombres: la seducción que los cautiva aferrándolos obstinadamente en un abrazo.

Sobre tu cuello largo y torneado, sobre tus hombros opulentos,
tu cabeza se pavonea con extrañas gracias;
con un aire plácido y triunfal
atraviesas tu camino, majestuosa criatura.

En el cénit de este poema se intercalan palabras como opulento, pavonear, gracia, plácido, triunfal o majestuoso. La mujer, la criatura descrita tenazmente en los cuartetos precedentes, ya no es representada con largas metáforas, sino con intensos calificativos que construyen el final de la composición. El rostro de la dama es el crisol de tanta perfección, el apogeo de tanta beldad, el punto culminante de una lindeza que vaya por donde vaya, siempre se mostrará magnífica y esplendorosa.

Finalizamos por tanto este breve comentario de un poema de Las flores del mal, cuya lectura es altamente recomendable para cualquier amante de la poesía. Se trata de una de las obras indispensables de la lírica, donde se aglutinan el amor y el erotismo, la poesía y la muerte y otros temas recurrente en las obras de este autor francés.

El arte de revisar textos: ahora sí… ¡a revisar!

Serie Alfabetos 2002 - Silvia Cordero VegaEn el artículo anterior sobre el arte de revisar textos hacía una división, inquebrantable, de los procesos de redacción y revisión. La conclusión es bien sencilla: primero se escribe, luego se revisa. Nunca hay que llevarlas a cabo simultáneamente.

En el texto precedente explicaba algunos consejos o pautas a seguir durante el proceso de escritura de la novela o el relato en cuestión. Los siguientes consejos están orientadao tras finalizar el primer borrador de la obra. Es entonces cuando comienza el verdadero, tenaz, insoportable y agotador trabajo de corrector.

Ahora nos adentraremos en esta dura faena. Esperemos que salgamos ilesos.

Revisa la novela un año después de finalizarla, no antes

Paciencia, paciencia, descansa, descansa, relájate, haz un viaje y olvídate de cuanto haz escrito durante los meses pretéritos. Antes de iniciar el proceso de revisión, el autor tiene que realizar un esfuerzo considerable y quitarse de la memoria a personajes, escenarios, situaciones, etc. Olvidarlo todo. Sufrir amnesia literaria podríamos llamarlo.

¿Por qué? Porque los escritores tenemos una memoria selectiva para nuestros escritos. Consecuentemente, en vez de leer el texto escrito, leemos aquel que está introducido en el cerebro. Por eso, antes de iniciar la revisión de la novela hay que dejarla reposar un tiempo… puedes ser varios meses… un año. Todo depende del tiempo que hayamos invertido en la redacción de la obra y cuan absorbidos estemos por ella.

Mientras tanto, hay que aprovechar la espera para escribir otra novela.

Utiliza el corrector ofimático

Antes de adentrarse en la tediosa tarea de revisión, conviene utilizar los mecanismos que la informática ha puesto a nuestro alcance. Tanto LibreOffice Writer como Microsoft Office Word incorporarán un corrector gramatical y ortográfico decente. De hecho, lo mejor es utilizar los dos.

Con sus sugerencias se pueden subsanar muchísimos errores: falta de tildes, carencia de diéresis, palabras en minúsculas, puntuación incorrecta, doble separación entre palabras, etc. Revisar el borrador de la obra con estas herramientas puede llevar un día entero, pero el tiempo invertido merecerá la pena.

Un último consejo: nunca antepongas la sugerencia de la máquina a tu propia disposición. El humano siempre es más sabio que el ordenador.

Ponte siempre cerca un diccionario

Cuando digo un diccionario, digo un diccionario de verdad, no valen las enciclopedias en línea. No es que las primeras sean mejor que las segundas o viceversa, para nada. Es una forma de crear presión, de insistir. Cualquier palabra que suponga un ápice de duda, por pequeña que sea, hay que buscarla inmediatamente en el diccionario, y tener uno cerca sirve como medida de control. Te sorprenderán las cantidad de términos que usamos equivocadamente pensando que conocemos su significado correcto.

Igualmente, se recomienda el uso de un diccionario de sinónimos. Ahora bien, hay una regla inquebrantable que ningún escritor debe olvidar: una vez encontrado un sinónimo, búscalo prontamente en el diccionario de definiciones.

Has un desglose de las palabras más utilizadas por secciones o capítulos

Las repeticiones de palabras y frases son muy comunes en el primer borrador de la obra. Si estas reiteraciones ocurren espaciadamente no hay ningún problema. Por el contrario, si los términos se repiten en la misma página o aún peor en el mismo párrafo, conviene modificarlas con ideas afines.

Para saber las palabras que más se repiten en un texto, utilizo una herramienta web que hace un desglose de las más utilizadas. Es muy sencillo de usar y permite saber rápidamente cuáles son los términos más repetidos o si se están empleando justamente los sinónimos.

En este artículo, por ejemplo, las palabras más explotadas son las siguientes (se excluyen preposiciones y artículos):

  • revisión
  • texto
  • obra
  • diccionario
  • palabra
  • novela
  • borrador

Primero lee el texto, después escucha el texto

Un borrador hay que leerlo varias veces para encontrar cada una de las faltas que contenga. Sin embargo, la última revisión no pasa por una lectura del texto, sino por una escucha del mismo. Léelo en voz alta, o aún mejor, deja que otro lo lea.

Particularmente, utilizo herramientas informáticas que leen el texto automáticamente. La voz no es precisamente dulce y armoniosa, pera la entonación es más que correcta y permite revelar carencias y errores.

Recomiendo esta práctica insistentemente.

No entres en el bucle infinito de la revisión

Para terminar, he de admitir una cosa: todo texto es susceptible de mejora, independientemente del número de revisiones a las que se haya expuesto. Por consiguiente, los autores tienden a obcecarse en una revisión infinita de sus textos, corrigiéndolos una y otra vez. Es un vicio que conviene erradicar.

Seamos sinceros: la perfección no existe, y nuestra obra tampoco lo será. Por eso, la revisión sólo es el paso intermedio para que la novela alcance su objetivo. Primero ser escrita, luego ser revisada y finalmente ser leída. Esa es la función primordial: incitar la lectura, y para llegar a allí no debemos revisar eternamente la obra.

Espero que estos consejos sirvan a cualquiera que se embarque en la corrección de una obra literaria. Asimismo, me gustaría pedir vuestra colaboración para saber qué metodologías usáis a la hora de revisar textos. Como siempre, cualquier tipo de aportación será bienvenida.

¡Contenido extra!

La revisión de textos es un proceso mucho más duro que la propia escritura. Una novela se puede escribir en tres meses con plena dedicación. Ahora bien, la revisión se puede alargar, sin ningún problema, durante tres años.
El ser humano es un animal que comete errores, muchos errores. No tiene que sorprendernos encontrar incontables fallos en nuestras novelas. Es normal y, lo mejor de todo, enmendable.
La revisión de un texto es como una vacuna, como una medicina, como una operación de larga convalecencia. Pero, en cualquier caso, algo necesario.
Con el tiempo, los autores aprenden a revisar los textos con tanta pulcritud, que ya no temen que la corrección se alargue durante años.

Gracias por suscribirte al blog. Sólo por ser seguidor de esta bitácora, podrás leer este contenido extra.

Mientras escribo II

mientras-escribo-stephen-king

Como ya avanzamos la pasada semana, seguimos con el análisis de la obra Mientras escribo de Stephen King, sintetizando brevemente algunos de los consejos que podemos encontrar en este manual para escritores iniciados.

El británico John Creasey, autor de novelas policiacas, escribió cinco mil novelas (sí, cinco mil) bajo distintos seudónimos. Yo he escrito unas treinta y cinco (algunas de extensión trollopiana) y se me considera prolífico, pero al lado de Creasey parezco un caso clínico de bloqueo.

Según su página oficial, John Creasey escribió 562 libros utilizando 20 seudónimos diferentes. 562 libros es una cantidad desproporcionada para cualquiera. John Creasey murió a los 65 años, por lo que suponiendo que aprendiera a escribir con 5, habría escrito ininterrumpidamente 9,3 novelas al año hasta el día de su muerte. No está mal… nada mal.

A pesar de todo, opino que la primera redacción de un libro (aunque sea largo) no debería ocupar más de tres meses, lo que dura una estación. Si tarda más (al menos en mi caso), empieza a quedar la historia como algo un poco ajeno.

No hay que tomarse los tres meses de King como una regla axiomática. En verdad, cada novelista tiene su propio ritmo a la hora de escribir. Lo importante es mantener una redacción fluida durante los 2, 5 o 12 meses necesarios para culminar el primer borrador.

Estar semanas sin escribir o unos pocos días puede menoscabar seriamente la trama; a veces incluso sin que el autor se percate de ello.

Me gusta hacer diez páginas al día, es decir, dos mil palabras. En tres meses son 180.000 palabras, que para un libro no esta mal.

No es mala cifra, no. Para hacernos una idea, la extensión de El Quijote es de 384.000 palabras. La extensión de Pedro Páramo, apenas 35.000. Stephen King cuantifica el trabajo diario en 2.000 palabras. Es una cantidad nada despreciable y aquí, un servidor, sólo alcanza esa cifra ocasionalmente.

Un escritor nobel debería tomarse metas mucho más sencillas como escribir 1.000 palabras al día. De esta forma, la novela seguirá su curso constante y siempre hacia arriba. En tres meses la novela podría estar terminada, suponiendo una extensión cercana a las 90.000 palabras (la traducción del El retrato de Dorian Gray ni siquiera alcanza las 80.000). No es muy recomendable que las primeras obras del autor sean especialmente largas.

La puerta cerrada es una manera de decirles a los demás y a ti mismo que vas en serio.

Escribir es una ocupación que exige una concentración plena. El ruido, las molestias, el teléfono, la vibración del móvil, el navegador de Internet…, por no hablar de los niños correteando por el pasillo. Cuando uno escribe, tiene que refugiarse en su mundo interior, cerrando la puerta a cualquier intruso.

Soy de las personas que necesitan un completo silencio para sumergirse en el mundo de la literatura. El mero pulsar del interruptor de la luz en la cocina (situada al otro lado de la casa), ya es motivo suficiente para distraerme. Consecuentemente, doy muchísima importancia a mi pequeño despacho: nadie entra si la puerta está cerrada y cualquiera que pase junto a ella debe tomar las precauciones necesarias para no importunar a un novelista delirante.

Yo trabajo con la música a tope (siempre he preferido el rock duro, tipo AC/DC, Guns’n Roses y Metallica), pero sólo porque es otra manera de cerrar la puerta. Me rodea, aislándome del mundo. ¿Verdad que al escribir quieres tener el mundo bien lejos? Claro que sí. Escribir es crearse un mundo propio.

Aquí entran en juego los gustos personales. Personalmente, prefiero escribir en un completo silencio, sin música. De hacerlo, las canciones pueden ejercer una enorme influencia sobre la redacción. El episodio puede llenarse de acción o de romanticismo si suena un corte duro o una empalagosa balada, respectivamente.

Para más inri utilizo tapones para los oídos. Me ayudan a aislarme del universo entero y cobijarme única y llanamente en la literatura.

La descripción arranca en la imaginación del escritor, pero debería acabar en la del lector.

Cuidado con el exceso de adjetivos, comparaciones, metáforas, etc. Las descripciones ayudan y son necesarias en la narrativa, pero hay que poner especial atención en no excederse. En última instancia es el lector quien se imaginará al personaje; él creará su perfil del protagonista. El escritor únicamente tiene que sentar las bases de esa fisonomía, pero jamás robarle al lector la oportunidad de crear su imagen particular.

Cuando se sufre un atasco imaginativo, el aburrimiento puede ser muy aconsejable. Mis paseos consistían en aburrirme y reflexionar sobre mi gigantesco despilfarro de páginas.

Es fundamental no forzar la imaginación. Si el episodio no avanza, si las palabras no fluyen, no insistas: cede. Tómate un respiro; detén un instante al caballo desbocado de la imaginación. Le falta resuello. Cuando el bloqueo mental nos impide continuar con la obra, es mejor aburrirse en tareas mundanas: limpiar la casa, pasear durante dos horas, incluso sentarse a meditar. El buen trabajador sabe cuando tiene que descansar.

Debajo de la firma del director, reproducida a máquina, figuraba a mano lo siguiente: «No es malo, pero está hinchado. Revisa la extensión. Fórmula: 2da versión = 1ra versión – 10%. Suerte.»

Stephen King menciona la recepción de uno de sus primeros trabajados por un editor profesional. La respuesta de este último no fue del todo mala: sólo le pidió aligerar la obra. Ocurre que, habitualmente, los escritores nos perdemos en nuestra creatividad concibiendo pasajes infinitos. Otras las descripciones se convierten en una amalgama de pomposo barroquismo, o los diálogos monólogos alternativos entre uno u otro personaje.

La solución es sencilla: aliviar la carga. No hay que tener miedo de resumir, compendiar o incluso suprimir. El borrador de una novela tiende a ser más largo que la edición final.

Escribir no es cuestión de ganar dinero, hacerse famoso, ligar mucho ni hacer amistades. En último término, se trata de enriquecer las vidas de las personas que leen lo que haces, y al mismo tiempo enriquecer la tuya. Es levantarse, recuperarse y superar lo malo. Ser feliz, vaya.

Stephen King termina Mientras escribo haciendo una alusión a un gravísimo accidente de coche que casi acabó con su vida. No murió atropellado por una furgoneta de puro milagro. La vida y la muerte son tan caprichosos que aparecen en los momentos más inesperados. Tristemente, somos mortales, y mortales moriremos.

Por esta razón, no hay que buscar en la literatura ni la fama ni la gloria. La prosa y la poesía son un vehículo hacia la felicidad. Esa es su verdadera función: hacernos felices a nosotros mismos y hacer felices a los lectores.

Mientras escribo

Al final de mis aventuras bebía cada noche una caja de latas de medio litro, y tengo una novela, Cujo, que apenas recuerdo haber escrito.

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Corría el año 2000 cuando Stephen King publicaba en ensayo mezcla de manual narrativo y autobiografía. En esta obra, el autor estadounidense desvelaba los quebraderos de cabeza de sus inicios como escritor, haciendo alarde, sin embargo, de un íntegro compromiso con la literatura.

Además, lejos de convertirse en unas memorias egocéntricas sobre la vida del autor, Mientras escribo es también un manual de instrucción para los escritores noveles. Aportando ideas llenas de sabiduría y recopilando un pequeño tutorial, Stephen King hace a la vez de narrador oral y simpático profesor.

Ahora ya sé qué significa estar borracho: una vaga sensación de buena voluntad, otra más nítida de tener casi toda la conciencia fuera del cuerpo, flotando encima como una cámara en una película de ciencia ficción y filmándolo todo, y por último el mareo, el vómito y el dolor de cabeza. No, me digo que esa gripe no volveré a cogerla, ni en este viaje ni nunca. Es suficiente una vez, sólo para averiguar de qué se trata. Repetir el experimento sería de imbéciles, y dedicar una parte de la vida a beber, de locos, locos masoquistas.

El libro bien puede dividirse en dos mitades, con la primera dedicada a las experiencias del autor y la segunda más orientada a una guía de iniciación a la escritura. En esta segunda sección voy a centrarme, citando el texto de Mientras escribo en un intento de resumir los consejos que en él podemos encontrar.

A veces se tiene la sensación de estar acumulando mierda, y al final sale algo bueno.

Ciertamente, un escritor sólo publica un porcentaje irrisorio de cuanto escribe. Decenas de poemas, relatos, cuentos, ensayos y novelas se quedan en el trastero de la cabeza, a veces con una forma vaga e indeterminada y otras con una configuración total.

Al igual que la vida, la mente del escritor cambia y evoluciona constantemente. Lo que uno escribió hace años puede quedar oculto para siempre. Otras veces, entre todos los papeles amontonados en el contenedor de la locura, se encuentra una obra maestra, un escrito que merece la pena. ¿Quién no ha hallado alguna vez un texto digno en ese cajón donde se amontonan papeles sin memoria?

Poner al vocabulario de tiros largos, buscando palabras complicadas por vergüenza de usar las normales, es de lo peor que se le puede hacer al estilo. Es como ponerle un vestido de noche a un animal doméstico.

Sobre todo el escritor nobel, debe dosificar el uso de cultismos, palabras desconocidas para la mayoría o complejas formas subordinadas. La lectura ha de ser sencilla; nadie leerá un manuscrito si eso supone un insufrible dolor de cabeza. Alejarse de las cursilerías, de los adjetivos ornamentales, de los trucos ostentosos y la pomposidad extrema es lo mejor que podemos hacer al escribir. Lo bueno si breve, dos veces bueno, y si sencillo, aún mejor.

La mejor manera de atribuir diálogos es «dijo».

Informó, manifestó, contestó, respondió, habló, interpeló… son posibles sinónimos del archiconocido “dijo” que abunda en cualquier texto de narrativa. Stephen King defiende el uso de este verbo y ciertamente, no hay palabra más indicada para la introducción de diálogos. Sin embargo, si bien “dijo” debería ser el término más utilizado, no debería ser el único. En la variedad se encuentra la verdadera belleza, y “dijo” no arrastra la misma emoción que otros verbos como “exclamó”, “gritó” o “suplicó”.

Si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he visto ningún atajo.

Y no lo hay.

Tradicionalmente las musas eran mujeres, pero el mío es varón. Habrá que acostumbrarse.

Cuanto menos curiosa esta relación del autor con la inspiración. Si bien la mayoría de los mortales, quizá por cierta debilidad por el clasicismo griego, juega y crea con una o varias musas; Stephen King, por su parte, se deja agasajar por el “muso”, su musa masculina.

La mayoría de la gente se acuerda de cuándo perdió la virginidad, y la mayoría de los escritores se acuerdan del primer libro cuya lectura acabaron pensando: yo esto podría superarlo.

En este último punto, admito que los escritores somos unos engreídos, condenados a delirar en los textos que escribimos creyéndolos mejor que lo escrito anteriormente. Es el orgullo del artista, su mayor maldición.

Efectivamente, me vienen a la mente algunos libros cuya lectura me reveló que yo mismo podía haberlos escritos peor, aunque posiblemente me equivocaba. En cualquier caso, saber mejorar las obras de otros es una gran virtud que supone un conocimiento considerable del lenguaje y la escritura.

Leyendo prosa mala es como se aprende de manera más clara a evitar ciertas cosas.

No podría estar más de acuerdo. No hay que centrase exclusivamente en la lectura de obras maestras. También es necesario e interesante leer novelas mediocres de autores sin renombre.

¿Por qué? Alguno puede pensar que es una pérdida de tiempo. Lo cierto es que cualquier libro esconde cierta sabiduría, por escasa que sea. Además, la mala literatura exhibe errores garrafales. Aquel escritor que aprenda a reconocerlos evitará cometerlos en su prosa. Leer lo malo para no reproducirlo. Leer lo bueno para imitarlo.

Si no te diviertes no sirve de nada. Vale más dedicarse a otra cosa donde puedan ser mayores las reservas de talento, y más elevado el cociente de diversión.

Debido a la extensión del artículo, aquí cierro este pequeño análisis que continuaré el próximo domingo. Espero que la lectura haya servido para conocer algunas de las reglas de la escritura, así como la opinión que los escritores consagrados tienen sobre las mismas.

Independientemente de que nos gusten los relatos de Stephen King, se trata de un autor magistral con una creatividad terrible. Novelas tiene muchas y estoy seguro de que muchos de vosotros habéis leído alguna… ¿me equivoco?

Rubén Darío: el embajador del modernismo

Antigua Avenida Roosevelt hacia el lago, Managua. - kroons kollektionDe Félix Rubén García Sarmiento, más conocido como Rubén Darío, se ha escrito y hablado mucho. Es una de las figuras más destacadas de la poesía moderna; aquel que supo reinventar la literatura en unos años tan convulsos como el final del siglo XIX y el principio del XX, y difundir sus ideas a lo largo del continente americano y europeo, por lo que bien se le puede considerar el embajador del modernismo.

Este poeta nicaragüense nació en un pueblecito de Metapa. Corría el 18 de enero de 1867. Poco después, el neonato fue llevado a la cercana ciudad de León, conocida por ser la sede intelectual de Nicaragua merced a la famosa universidad que alberga. Quizá estos aires de erudición impregnaron la infancia de Rubén Darío, imbuyéndole la sabiduría y la creatividad que más tarde le caracterizaría.

En el año 1882 se embarcó hacia El Salvador, según se cuenta bajo la insistencia de sus amigos que intentaban evitar un matrimonio prematuro con una joven que el poeta había conocida en Managua. Dos años después regresaría a su patria, reanudando los amoríos con la mencionada muchacha. Por aquel entonces, el poeta ya se había iniciado en el verso alejandrino, que tan altas cotas de perfección alcanzaría gracias a él.

No se demoró mucho en su país de origen. En 1886 Rubén Darío se trasladó a Chile, donde se le abrieron las puertas del periodismo. Allí apareció un libro que más tarde se colocaría en los anaqueles de la historia. Se titulaba Azul…

Después de una visita a Nicaragua, Darío viajó nuevamente hacia El Salvador, donde se desposó con una joven de familia hondureña. La luna de miel sucedió simultáneamente a un golpe de estado, lo que incitó que el matrimonio abandonara el país. Se encaminaron hacia Guatemala y poco después a Costa Rica. En este último país nació el primer hijo del poeta.

Con apenas veinte años, Rubén Darío había recorrido ya varios países del continente americano. El momento de visitar Europa le llegó en 1892, cuando se embarcó hacia España coincidiendo con el IV centenario del descubrimiento de América. En el camino, hizo escala en Cuba.

A su vuelta, conoció la prematura muerte de su esposa y decidió casarse con su amor de juventud. Con ella se trasladó a Panamá. Posteriormente, siguió un periplo de viajes que lo condujeron hasta París y Nueva York, para recalar finalmente en Buenas Aires. En Argentina residió unos pocos años, liderando la nueva corriente modernista.

En 1898 viajó a España como corresponsal del diario La Nación de Buenas Aires. En el país europeo conocería a ilustres escritores y filósofos de la época. Incluso halló en Madrid la que sería su último amor.

La estancia en España le abrió las puertas de otros países de Europa Occidental. De esta forma, viajó por Italia, Bélgica, Alemania, Reino Unido y, por supuesto, Francia. Incluso se acercó también al Norte de África en 1903.

En 1906 se hospedó en Río de Janeiro para ir luego a Buenos Aires, donde comenzó a padecer los primeros síntomas de una enfermedad que terminaría siendo letal. Durante los siguientes años, este poeta errante hizo escala en Palma de Mallorca, Madrid o París y también en estados iberoamericanos como Honduras o su tierra natal: Nicaragua.

En 1910 estuvo en México y dos años después participó en una gira publicitaria, recalando en Uruguay y Brasil, entre otros. Con el reciente estallido de la Gran Guerra, Rubén Darío participó en conferencias pacifistas por Estados Unidos.

Rubén Darío falleció unos años después, en 1916 aquejado de un delirium tremens, producto de sus aficiones al alcohol. A pesar de tantos viajes, tanto ir y venir y tantos años en el extranjero, lo cierto es que la muerte se presentó ante Rubén Darío en la mismísima Nicaragua, su tierra natal.

Como último ensalzamiento hacia este genial poeta, hay que revelar que la ciudad que le vio nacer, Metapa, cambió su nombre al de Ciudad Darío. Ocurrió en el año 1920 y fue el mejor galardón para un escritor de su categoría.

Iraultza Askerria

El arte de revisar textos: durante el proceso de redacción

(7/52) Corregir - Irene ChaparroLa revisión de novelas, cuentos, relatos y demás ficciones es toda una vocación. No sólo se necesita un conocimiento expreso de gramática, ortografía y estilo, sino también nociones de historia, educación, política, ecología, industria y cualquier otra ciencia habitual, dependiendo de la ambientación de la obra.

Creo firmemente que la mayoría de los autores, escriben mal y revisan bien. Aquellos que escriben bien son simplemente los maestros de la literatura (uno de cada cien mil escritores, diría yo), y lógicamente, no soy uno de ellos. Los malos autores debemos aprender a revisar bien nuestro trabajo, para que al menos pueda resultar legible.

En los siguientes artículos intentaré abarcar fundamentos al respecto de la revisión de nuestras obras, textos y redacciones, un trabajo mucho más laborioso y aún más insoportable que la propia redacción. En este primer capítulo me centraré, sencillamente, en compaginar la revisión con la redacción del texto, dando a este último proceso mucha más importancia que al primero.

Escribe o revisa, pero nunca hagas las dos cosas

Un autor debe discernir entre dos acciones complementarias pero íntegramente diferentes: escribir y revisar. Escribir es una cosa y revisar otra. La segunda sigue a la primera, pero no deben ir de la mano, no deben sucederse simultáneamente.

Aquel que escribe un párrafo e inmediatamente lo revisa, ni escribe ni revisa. Simplemente, pierde el tiempo. Lo digo tan abruptamente porque lo he sufrido durante años. Hay que dejar que la pluma se deslice sin óbice. Después ya habrá tiempo para revisar, corregir, buscar sinónimos, asimilar significados, reconstruir tramas y anotar cualquier frase oportuna.

Haz una breve revisión de lo escrito el día anterior

Intenta revisar una o dos páginas escritas el día anterior. Esto te permitirá entrar en consonancia con el tono de la redacción y habituar la inspiración al momento narrativo, además de impulsar una pequeña corrección del texto, en la que es vital no demorarse mucho tiempo.

Se trata simplemente de un modelo a seguir para aclimatar la voz narrativa y que sirve, además, como una minúscula, breve y fugaz revisión. Así matamos dos pájaros de un tiro.

Anota instintivamente códigos de revisión durante la escritura de textos

Quizá complicada, pero una práctica muy recomendable. Mientras uno escribe le pueden acometer dudas y faltas: un sinónimo para esta palabra, cómo se escribe realmente el nombre de este médico escocés, a cuántos kilómetros esta Almería de Madrid, se acentúa o no se acentúa esta palabra y cuál es la maldita forma del pretérito pluscuamperfecto del verbo ser.

Lo más importante es no detenerse ante estas vacilaciones y seguir el curso de la escritura. En mi caso, he implementado lo que podríamos llamar un automatismo de códigos que me permite remarcar cada término dudoso para una futura revisión.

Por ejemplo, para cada palabra que necesariamente hay que corregir, suelo enfatizarla con un asterisco (*). Se puede lograr mayor precisión añadiendo códigos alfanuméricos, como los siguientes:

  • *o: duda ortográfica, de acentuación.
  • *g: duda gramatical, muy útil para determinados tiempos verbales.
  • *i: duda informativa, cuando se necesita recavar más datos sobre un personaje, un acontecimiento histórico, un producto de lavandería, una marca de ropa…
  • *d: duda de definición, para lo cual será necesario utilizar un diccionario en el futuro.
  • *s: buscar un sinónimo para la palabra en cuestión.

Un pequeño ejemplo para ilustrar este método:

Pisé el acelerador sin más preámbulos*d. El coche resurgió como un buitre en la carrera desolada. No había nadie: ni coches*s, ni rastro de vehículos ajenos, ni tan siquiera aquel Ferrari Testa Rosa*i del año 1986*i. Por ello, bajé las ventanillas y subí la radio a tope*s. La autopista se llenó de rock & roll.

En este caso, el escritor ha preferido seguir con la escritura sin pararse a revisar el verdadero significado de “preámbulos”, o buscar información sobre la forma correcta de escribir el modelo de ese Ferrari y su año de fabricación. Además, el autor también necesitará encontrar un sinónimo para un dicho tan vulgar como “a tope”, pero esta labor la realizará en otro momento, durante el periodo de revisión y corrección.

La revisión mensual

Como último consejo, recomiendo a los autores realizar una revisión completa a final de mes, pero sólo de lo escrito ese último mes. Nunca de la obra entera. Siguiendo este proceso el escritor clarificará sus pensamientos en torno a la novela, realizará anotaciones sobre personajes, acontecimientos o escenarios, aprovechará para modificar algún punto crítico del capítulo en cuestión, etc. Es importante no demorarse más de dos días en esta revisión mensual. Es sólo una revisión, no una corrección completa.

Si bien en este artículo he aportado pautas para revisar un texto alternándolo con la redacción y sin influir negativamente en ésta, en el próximo capítulo hablaré de consejos para corregir una obra ya finalizada.

Espero que estos trucos os sirvan de ayuda tanto como a mí.

¡Contenido extra!

La revisión de textos es un proceso mucho más duro que la propia escritura. Una novela se puede escribir en tres meses con plena dedicación. Ahora bien, la revisión se puede alargar, sin ningún problema, durante tres años.
El ser humano es un animal que comete errores, muchos errores. No tiene que sorprendernos encontrar incontables fallos en nuestras novelas. Es normal y, lo mejor de todo, enmendable.
La revisión de un texto es como una vacuna, como una medicina, como una operación de larga convalecencia. Pero, en cualquier caso, algo necesario.
Con el tiempo, los autores aprenden a revisar los textos con tanta pulcritud, que ya no temen que la corrección se alargue durante años.

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