El bello navío, de Charles Baudelaire

Yo deseo relatarte, ¡oh, voluptuosa hechicera!
los diversos atractivos que engalanan tu juventud;
pintar quiero tu belleza,
donde la infancia se alía con la madurez.

Baudelaire se deja agasajar por la belleza de una muchacha, a medio camino entre la gracia infantil y la morbidez adulta. Con palabras dulces surge este cuarteto esclarecedor del sentir embrujado del poeta. Tan maravillado de la hermosura de su musa, se siente tentado a ensalzar las virtudes de su cuerpo femíneo. Haremos, con esta excusa, un breve recorrido por este poema del libro Las flores del mal.

Cuando barres el aire con tus faldas amplias,
produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,
desplegado el velamen, y que va rolando
siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.

En este punto, se compara el caminar de la mujer con la zarpa de un barco. Las piernas de la dama, desnudas y resplandecientes bajo la jugosa danza de la falda, son en realidad el objeto oculto del cuarteto, donde la prenda de vestir ocupa todo el protagonismo. Sin embargo, el autor francés no se olvida de cuan bonitas son las piernas de su amante.

Sobre tu cuello largo y torneado, sobre tus hombros opulentos,
tu cabeza se pavonea con extrañas gracias;
con un aire plácido y triunfal
atraviesas tu camino, majestuosa criatura.

Lo sublime, lo imperial, lo magnífico. El ostento, la realeza, la victoria. El capitel de la hermosura. La joya de la corona que unos cuartetos después, culminará este artístico poema. Seguidamente, la composición prosigue con el cuarteto inicial “Yo deseo relatarte, ¡oh, voluptuosa hechicera!”, versos que omitiré para evitar repeticiones.

Tu pecho que se adelanta y que realza el muaré,
tu seno triunfante es una bella armadura
cuyos paneles combados y claros
como los escudos atajan los dardos;

Entre el belicismo y la delicadeza, se escuda el pecho de esta mujer idealizada, donde nada ni nadie puede penetrar, ni el más sagaz ataque, ni la más astuta acometida. Pero esta fortaleza femenina guarda una gracia sublime, las mismas líneas de Venus en un pecho turgente; columnas que protegen un corazón imposible de herir.

¡Escudos provocadores, armados de puntas rosadas!
armario de dulces secretos, lleno de buenas cosas,
de vinos, perfumes, licores
que harían delirar los cerebros y los corazones!

La conquista de la mujer como una batalla sin violencia, pero a la vez sexual, apasionada y amenazante como la punta más aguda de una lanza. Tras la victoria aguarda un secreto, un paraíso en forma de olores y sabores que perturban la mente y, por supuesto, el corazón.

Cuando vas barriendo el aire con tu falda amplia,
produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,
desplegado el velamen, y que va rolando
siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.

Repite el poeta la metáfora de la mujer-navío, belleza que da título a este poema, el número 52 de la obra. Aprovecho para señalar que está extraído de wikisource, y que la composición ha sido traducida con el título de El hermoso navío o El bello navío.

Tus nobles piernas, bajo los volados que ellas impulsan,
atormentan los deseos oscuros, y los acucian,
como dos hechiceros que hacen
girar un filtro negro en un vaso profundo.

Tentador, cuanto menos tentador, la descripción de las piernas de esta mujer, que deleitan, enajenan, embrujan. Bajo los volantes de la falda, el muslo incita el ansia más primigenia, haciendo uso de una magia sobrenatural. La mujer hechicera es una constante en este poema para hacer hincapié, casi con obsesión, en los encantos de la protagonista.

Tus brazos, que se burlarían de precoces Hércules,
son de las boas relucientes los sólidos émulos,
hechos para estrechar obstinadamente,
como para estampar en tu corazón, tu amante.

Se alude aquí al popular mito del poderoso Hércules que nada más nacer estranguló con sus propios brazos a dos serpientes. En dicha ocasión, la mujer no simboliza materialmente la fuerza corpórea del héroe grecolatino, sino un poder y un control que subyuga a los hombres: la seducción que los cautiva aferrándolos obstinadamente en un abrazo.

Sobre tu cuello largo y torneado, sobre tus hombros opulentos,
tu cabeza se pavonea con extrañas gracias;
con un aire plácido y triunfal
atraviesas tu camino, majestuosa criatura.

En el cénit de este poema se intercalan palabras como opulento, pavonear, gracia, plácido, triunfal o majestuoso. La mujer, la criatura descrita tenazmente en los cuartetos precedentes, ya no es representada con largas metáforas, sino con intensos calificativos que construyen el final de la composición. El rostro de la dama es el crisol de tanta perfección, el apogeo de tanta beldad, el punto culminante de una lindeza que vaya por donde vaya, siempre se mostrará magnífica y esplendorosa.

Finalizamos por tanto este breve comentario de un poema de Las flores del mal, cuya lectura es altamente recomendable para cualquier amante de la poesía. Se trata de una de las obras indispensables de la lírica, donde se aglutinan el amor y el erotismo, la poesía y la muerte y otros temas recurrente en las obras de este autor francés.