El caminante

Walkers!!! Ruuun!!! - Jonathan Emmanuel Flores Tarello

Por sendas de Castilla camina el caminante;
ninguna compañía, tan solo fe en el cielo.
Morral tiene a la espalda, la vista por delante,
y dentro va una biblia guardada con gran celo.
Camina el peregrino, ningún acompañante;
no hay nada por el mundo que cáusele canguelo
La fe que tiene en dios, su dios cual Zeus tonante,
seguro le mantiene sin nada de recelo.
Camina el caminante, camina en su creencia
cruzando los destinos. De dios humilde paje,
va aunando por el mundo su más divina esencia.
Y muchos años luego le alabarán los cantos
durante el lecho fúnebre, como un digno homenaje,
pues siempre se recuerda a quienes fueron santos.

Iraultza Askerria

El bolígrafo silencioso

Starting to write - DAVID MELCHOR DIAZTenía un bolígrafo en la mano y la mente ahíta de tinta seca, tiesa, tísica. Las palabras quedaban inmóviles ante la frigidez de los pensamientos y el bolígrafo escuchaba en silencio voces que no decían nada. Frente al artilugio prosaico, el papel blanco temblaba de frío, desnudo, desamparado, sin versos que pudiesen abrigar su enfermiza palidez.

Maldita inspiración la de aquel poeta incapaz de reencontrarse con su musa y componer así un soneto que pudiera salvar a la humanidad de una muerte segura. Pero el destino era caprichoso como el amor de una quinceañera, y al igual que el platonismo adolescente, aquel literato fue incapaz de imprimir una poesía con su bolígrafo silente en su papel desprotegido.

Al poco tiempo, el bolígrafo se quedó tan seco como la mente del autor y él más pálido aún que la hoja blanca.

Iraultza Askerria

Soneto de despedida

Say good-bye room (AT) - zeitfaenger.atAmor de juventud que rompe al año
de ver la plenitud de tal enfado;
pensé inocente yo que yo era amado
por ti pequeña flor de triste engaño.
Te vas de mi custodia al aledaño
de aquel infïel que honras por su estado:
riquezas, mas bien sabes que a su lado
no está el amor que diérate este extraño.
Adiós melosa cruz de mi ilusión,
me marcho do la luz no pueda verme
tan lejos como atómicas valencias.
La muerte se abre a golpe en mi razón,
apenas siento el tuyo amor quererme
y menos apreciar las condolencias.

Iraultza Askerria

¡Contenido extra!

¿Cuál es tu soneto preferido? ¿Y el que más te ha marcado? Respóndeme, si lo deseas, a la siguiente dirección de correo.

Gracias por suscribirte al blog. Sólo por ser seguidor de esta bitácora, podrás leer este contenido extra.

A un corazón roto

heart breaks in 2 - buttersweet

Tú ya conoces todos mis secretos,
tú ya sabes mi poesía,
tú has leído mi rima y mis sonetos
y los llantos de esta alma mía.
Tú ya estorbaste tantos alfabetos
que recorrí de noche y día.
Tú ya has puesto en el verso fiel y escueto
la infiel y dolorosa estría.
¿Qué quieres tú ahora? ¡Déjame!
Te he dado mi vida y arte,
vete de aquí a otra parte.
Déjame morir ya. ¡Déjame!
Enterrado en las canciones
de los rotos corazones.

Iraultza Askerria

Soneto a un caballero

0SIR_1255 -1 SIRIA CRACK DE LOS CABALLEROS - Javier Martin Espartosa

Cabalga, caballero, trota apriesa;
recorre, las llanuras de Castilla;
galopa, mas no olvides que quien brilla
arriba no es el sol, es tu princesa.
Traviesa la muralla tanto gruesa;
alcanza a quien bandidos acaudilla,
sembrando miedo y pánico en la villa.
Acaba al dictador, ¡que allá confiesa!
La paz regresa al pueblo agradecido;
tu nombre loarán en las almenas.
La voz de tu señora hoy te aclama.
Retomas nuevamente el recorrido;
buscando liberar de tantas penas,
al tiempo que te aguarda tu fiel dama.

Iraultza Askerria

Sobre la gente que grita

Empty shout [EXPLORED] - Joaquin VillaverdeMe río de la gente que grita. Esa gente que se limita a chillar como un cerdo degollado, furiosa de su personalidad y repleta de envidia hacia las personas que los rodean. Te gritan queriendo gritarse a sí mismos; te insultan mencionando las lacras que guardan dentro de su viciado espíritu, te vejan deseando las virtudes que ellos tachan de defectos.

Esos desgraciados individuos que gritan se odian tanto a sí mismos que son incapaces de ver más allá de su corazón. Con sus zumbidos de mosquito pretenden inculcar miedo, cuando son ellos quienes se aterrorizan a causa de la sombra de su propio desprecio.

Proclaman, como dictadores, que tienen razón —y derecho— en cada uno de los zarpazos y gruñidos que lanzan al aire, y claman con lágrimas al no entender ni poder controlar su voluntad. La mayoría de ellos cuando se percata de que nadie escucha sus alaridos de perro rabioso, proceden a levantar la voz, graznando aún más alto, y al final, se quedan sordos de egoísmo; algunos, incluso —y parece mentira—, también mudos.

Esas personas —que hay muchas en el mundo— nunca cambian. Se muestran, ante el espejo de la realidad, como seres superiores y orgullosos; se envalentonan ante cualquier nimiedad; se exaltan y se enfadan; y sobre todo gritan. No respetan a nadie ni se respetan a sí mismos. Son como buitres.

Pero en la soledad de su colchón, son menos que carroña. Hunden la cabeza en la almohada, lloran por la desdicha que empaña su vida y se aferran como un sueño a todo cuanto han despreciado durante el día. Cuando están solos, en un reservado silencio, maldicen su trabajo de diez horas en el pozo de alguna fábrica, se quejan de las tantas parejas que han formado a lo largo de su existencia porque ninguna las amó realmente, reclaman una oportunidad que evoque aquellas que dejaron pasar, imploran que el padre al que nunca dijeron “te quiero” les abrace por una vez. La gélida dureza que muestran ante la gente se derrite bajo el calor y el peso de la noche, y los gritos se convierten en súplicas.

En realidad, son criaturas indefensas, que anhelan ser lobos cuando no son más que corderos. Su propio orgullo les devora.

Lástima. Ellos gritan; yo sonrío.

Iraultza Askerria

Una romántica película

butacas en Cinemateca - El NandoEstábamos sentados en las últimas butacas del cine. En la pantalla se proyectaba el último filme hollywoodense, protagonizado por dos recientes promesas de la industria: una joven y hermosa pareja con un vasto futuro interpretativo. Se trataba de la típica comedia romántica, ambientada en la modernidad y provista de una caracterización banal y previsible.

La proyección avanzaba por la hora y cuarto hasta la fatídica escena donde la pareja protagonista se distanciaba por un malentendido, una sutil mentira inofensiva o cualquier otra situación mil veces abordada.

En ese instante, mi novia, sentada a la izquierda, me cogió de la mano.

Ignoré el significado de aquel contacto que yo, inocente, lo tomé como una caricia. Si fuese la profecía de una ruptura de nuestra relación, rogué que después de la misma aconteciese la siempre prevista reconciliación que caracterizaba a los desenlaces de las comedias románticas.

Desgraciadamente, esas reconciliaciones solo ocurren en la ficción, tal y como pude comprobar unas semanas después.

Iraultza Askerria

El bastón

Múltiples Facetas - AndreaLa noche estaba cubierta por una fina neblina.

Un hombre fumaba un cigarrillo apoyado contra una farola. Su rostro estaba oscurecido por un sombrero. Unas frondosas patillas le cubrían verticalmente la cara, surgiendo como una plaga en aquella silueta tenebrosa. Vestía un esmoquin negro a juego con el sombrero y unos zapatos de charol, como los de un bailarín de claqué.

Tras una última calada, el desconocido tiró el cigarrillo al suelo. Lo aplastó con un largo bastón que aferraba con habilidad en la mano izquierda. Era de un metal negro, cuajado de estrías, con la cabeza engalanada por una esfera de oro. En la misma se habían engarzado dos pequeños diamantes, como ojos. La parte inferior del báculo quedaba rematada en una doble punta de acero. A pesar de su extravagancia, aquel artilugio era toda una obra de arte y misterio.

El desconocido se enderezó y comenzó a caminar por la calle desierta. A cada paso que daba, se ayudaba del bastón negro, aunque ciertamente no parecía necesitarlo: su figura lucía un cuerpo atlético y saludable. Aun así, el bastón semejaba su tercera pierna, un objeto prácticamente unido a su cuerpo mortal.

Las dos puntas del báculo repiqueteaban sobre las baldosas de la acera, penetrándolas en lo más profundo de sus resquicios, casi con un ímpetu sádico. El desconocido movía el bastón como una extensión de su mano, como una prolongación de su alma y corazón. En ningún momento lo soltaba, agarrándolo justo por debajo de la cabeza dorada.

Al final de la calle, apareció el continente de una joven mujer. Caminaba cabizbaja y en silencio, embutida en un abrigo de piel y con las manos incrustadas en los bolsillos. No se había percatado del desconocido, pero este, al igual que los ojos diamantinos de su bastón, la habían descubierto entre la plena oscuridad.

Cuando ella pasó junto a él, el hombre extendió el báculo horizontalmente. La mujer se vio obligada a detenerse para no chocar contra el objeto. La joven levantó la mirada al instante, tan sorprendida como asustada. Pero los ojos del desconocido no lanzaban ninguna amenaza, solo una inexplicable fortaleza de control y serenidad.

—No me mires a mí —indicó el desconocido—. Míralo a él…

El hombre alzó la vara hasta colocarla frente al rostro de la mujer. La cabeza del bastón con sus diamantes engarzados, atrapó la conciencia de la chica casi al instante, como un hechizo. Ella quedó cautivada por aquel resplandor diamantino. Sus pupilas se habían dilatado hasta cubrir toda la esclerótica.

—Ahora síguenos —pidió el desconocido.

Comenzó a andar por la calle y la muchacha lo siguió.

La noche era fría y tal vez por eso el hombre se desvistió la chaqueta negra para colocarla suavemente sobre la espalda de la joven.

—No conviene que te enfríes —añadió él—. El calor es vital.

Ella no contestó y no dijo nada en el resto del trayecto. Se dio cuenta, aterrada, de que era incapaz de hablar. De repente se había quedado muda. Cualquier persona hubiese querido escapar de la presencia de aquel extraño, pero la muchacha era incapaz de separarse de su porte sobrenatural, tan misterioso como lo eterno. Además, estaba ese bastón, hipnotizador. Sin recapacitarlo mucho, se abrazó a su cuerpo.

Él la rodeó por la cintura.

—Tranquila, ya estamos llegando.

Atravesaron las veredas de un amplio parque, siempre bajo el ritmo parsimonioso que marcaba el bastón. Alcanzaron luego un terreno amurallado y flanqueado por varias filas de abetos. En el interior de la cerca, se erigía un palacio de fachada blanca, con balcones barrocos y una enorme cúpula como techumbre. Todas las ventanas brillaban con un color rojizo, similar al de los diamantinos ojos del bastón.

—Estamos en casa —informó el hombre—. Sujeta un momento.

Entregó a la muchacha el bastón mientras él buscaba las llaves en el bolsillo. La joven, al tomar el objeto, lo sintió liviano, cálido y suave, como un suspiro de amor, como un juguete delicioso. Sorprendida por ello intentó identificar el material estriado que lo componía, pero entonces el hombre se lo arrebató violentamente.

La puerta estaba abierta.

—Pasa.

La muchacha asintió, pero antes de traspasar el umbral, el hombre la cogió de la mano. La chica soltó un respingo entonces, horrorizada. Su piel estaba fría y áspera como el hierro, acaso muerta. No obstante, no pudo pensar mucho en ello ni tampoco escapar de la influencia de aquel desconocido. Del interior del palacio, surgían unas voces femeninas, agónicas y atormentadas. Parecían hienas con voz de mujer muriéndose de hambre. El hombre irrumpió en el edificio arrastrando con fuerza a la muchacha.

Al entrar, la joven se encontró con una decoración pomposa donde predominaban tapices y alfombras de color rojo e incrustaciones de rubí en el techo y los muros. El vestíbulo estaba adornado con varios muebles de madera de pino. No había puertas, aunque sí pasillos que conducían a una u otra habitación. En el centro, una amplia escalinata acolchada en seda carmín ascendía a los restantes pisos.

En uno de los escalones había dos mujeres gimiendo enloquecidas. Cuando vieron entrar al hombre, se lanzaron rápidamente hacia él. De un salto, alargaron la mano hacia el bastón como si les fuera la vida en ello.

—¡Basta! —exclamó él, visiblemente enfurecido.

Azotó con la vara a una de ellas, que protestó con un gemido. La otra, prudente, se alejó arrastrándose por el vestíbulo.

—Reunid a las otras en el salón principal —ordenó a las dos mujeres que desaparecieron poco después por las escaleras. Después se volvió hacia su nueva inquilina—. Sígueme.

La muchacha estaba petrificada por el pánico, pero nada podía hacer salvo mirar con ojos espantados lo que ocurría a su alrededor. El anfitrión la tomó del codo y la ayudó a ascender la larga escalinata.

Cuanto más subían, más voces femeninas llegaban a los oídos de la joven. Algunas sonaban alarmadas; otras, visiblemente excitadas. No emitían ninguna palabra ininteligible. Parecían meros susurros, súplicas o clamores de euforia. Resultaba casi exasperante.

El hombre se detuvo en el rellano, alzó el bastón en lo alto y lo dejó caer terriblemente sobre el suelo. Al instante, las voces femíneas se apagaron por completo.

Después, condujo a la muchacha a un amplio salón adornado con sofás, sillas tapizadas y una vasta cama acolchada de rojo. En la estancia había al menos una docena de mujeres de edades diversas y fisonomías dispares. Las había rubias, pelirrojas y morenas; ataviadas con vaporosos vestidos de volantes o con cómodos pijamas de algodón. Pero todas ellas compartían un mismo sentimiento fanático. Cuando vieron entrar al hombre, bajaron la mirada hacia el bastón y gritaron hechizadas por su presencia.

—¡Desnudaos! —ordenó el anfitrión.

Nadie osó desobedecer la orden.

Seguidamente, condujo a la muchacha al interior del salón, directamente hacia la cama ubicada en el centro de la estancia. Se tumbó en la colcha cuan largo era, se quitó el sombrero y arrastró consigo a la muchacha. Esta cayó a su lado, entre él y el bastón. No pudo evitar contemplar directamente los ojos diamantinos de aquel báculo.

—Bien —dijo el hombre—. Ahora vas a desnudarme. Empieza por arriba.

Ella asintió sin alejar la mirada del bastón. Vio como el hombre lo arrojaba lejos, casi con desprecio. El objeto cayó entre aquella muchedumbre de mujeres desequilibradas, que comenzaron a disputarse la reliquia entre amenazas y arañazos. Pero al final, todas quedaron satisfechas al poder tocar el bastón, aunque fuera durante unos pocos segundos. Entre gemidos y chillidos desconsolados, comenzaron a desnudarse.

La muchacha no olvidó la orden que el anfitrión le había dado. Pasó los dedos entre los resquicios de su camisa, mientras la desabotonaba. Se percató de que el hombre tenía los ojos cerrados y respiraba entrecortadamente, disfrutando del contacto femenino. La joven le despojó de la prenda un instante después y quedó revelado un busto pálido como la luna, sin un ápice de vello capilar y con los músculos definidos y fuertes como una lámina de acero.

—Bien, ahora sigue con los zapatos. Luego el pantalón —exigió el hombre, alternando las palabras con leves suspiros de deleite. Estaba extasiado—. Después, termina el trabajo.

La joven movió la cabeza de arriba abajo, aprobadora. Se giró para enfrentarse al nuevo quehacer y tropezó con una imagen que no esperaba.

En un lado del salón, las mujeres yacían desparramadas en el suelo, sobre el cúmulo de ropa que anteriormente las había ataviado. Estaban completamente desnudas, exhibiendo sin tapujos la piel bronceada o marmórea, los brazos esbeltos o lánguidos, los pechos firmes o descomunales. Habían formado un círculo alrededor del bastón, y una de ellas se había embutido la cabeza dorada entre las ingles, mientras otra introducía y extraía de la vagina de la compañera aquel preciado objeto, siempre con movimientos delicados y rítmicos. Las demás estaban arrodilladas ante la larga vara, cubriéndola de besos o caricias, al tiempo que se masturbaban solas o con la mano amiga.

Entre tanto, la muchacha no había desestimado la tarea que le había sido encomendada. Sin dejar de contemplar la orgía de las mujeres y escuchando los jadeos de su señor, le despojó del calzado y de los pantalones. Sólo le quedaba una última prenda, antes de poder alzar entre sus manos el trofeo final.

Al volverse hacia el hombre y arrancarle la ropa interior con un agresivo movimiento, se quedó petrificada.

No tenía pene.

Al comprenderlo todo, la muchacha enloqueció con un estruendoso alarido de furia. Saltó de la cama y se lanzó sobre las demás mujeres delirantes.

Sólo cuando pudo tocar el bastón con un triunfal jadeo, se sintió complacida.

Iraultza Askerria

La sirena triste

06-ELIALNERAI - Sara LandoCuando lloras y me miras con tus ojos de agua pura, me ahogo como un náufrago en tu honda tristeza. La sal hiende la herida varada en mi corazón y el dolor crece y crece como mareas huracanadas.

No veo tierra a la que acogerme en este mar de sufrimiento, solo puedo con mis brazos tomar la vela de tu rostro y con un beso encender en tus cubiertas algo de vigor.

Pero no surte efecto, y tú, mi sirenita, sigues cantando fúnebre y desconsolada, esperando que lleguen nuevos tiempos y poder así remontar el viaje.

Iraultza Askerria