Las caricias y los susurros de ternura brotaron como el gas de un motor de combustión; un acto tantas veces ejercido se había transformado en un procedimiento instintivo e inconsciente.
Así, los dedos de él aferraban los muslos de ella con una firmeza automática. Los besos, los roces, los intercambios de sonrisas y de gemidos, los extravíos en la fulgente mirada del otro, el aroma a fusión fatigada, el cenit de la unión carnal… Todo aquello había perdido la intriga y el nerviosismo de la inexperiencia. Ahora todo consistía en un mecánico tráfico de sexo y de goce.
Pero, al igual que la primera vez, proseguía siendo una práctica deliciosa y apetecible, una sensación que les hacía sentirse vivos, eufóricos y colmados de fortuna, casi a punto de rozar el cielo con sus dedos terrenales.
Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria
Feb262013