El legado de Akademos

Academia de Atenas (Resist version) - Santiago AtienzaMucho se ha hablado de Helena de Troya a lo largo de la historia, y es que aún hoy resulta incomprensible como el rapto de una mujer pudo provocar una guerra de diez años, culminada en el popular caballo. Pero lo curioso es que esta hermosa mujer llamada Helena, ya había sido secuestrada con anterioridad.

El rapto de Teseo

Porque mucho antes de que sucediera la guerra entre aqueos y troyanos frente a los muros de Ilión, Helena de Esparta fue secuestrada por Teseo, el legendario héroe griego que se había enfrentado al Minotauro y que por aquel entonces era rey de Atenas.

Helena, de apenas doce años, pertenecía a una poderosa estirpe de aristócratas espartanos. Una vez conocido el rapto de la niña por parte de Teseo, los hermanos de la primera acudieron en su rescate, dispuestos a destruir Atenas si fuera necesario.

Pero cuando los hermanos llegaron a las afueras de la ciudad griega, sus habitantes proclamaron que ni Teseo ni Helena se encontraban allí. Los invasores, sin embargo, descontentos con la situación, amenazaron con una sangrienta batalla.

Fue entonces cuando entró en escena un desconocido personaje, llamado Akademos. Se trataba de un gentil ciudadano que en defensa de la ciudad de Atenas desveló que Helena había sido conducida a Afidnas, un lejano pueblo del norte.

Akademos, el salvador de Atenas

Los hermanos de Helena aceptaron la revelación y marcharon sin mayor perjurio para Atenas. Allí quedó Akademos, el valeroso ciudadano, como el salvador de la polis. Los atenienses le glorificaron de tal forma que sus tierras pronto se convirtieron en lugar de culto y veneración.

Los terrenos de Akademos se ubicaban a seis estadios de distancia de Atenas, cerca del río Cefiso. Allí se engendró un bosque de olivos y en las inmediaciones se enterró al emblemático ciudadano. La localización se hizo sagrada.

La escuela platónica

Los siglos pasaron por la ciudad de Atenas, entre gobernadores y batallas, entre la amenaza persa y las discusiones filosóficas, pero los jardines del difunto Akademos continuaron fértiles e inmaculados.

Hasta que en el año 388 a.C., el filósofo Platón fundó en aquel lugar su insigne escuela. En honor al antiguo héroe ateniense, Platón llamó a su primitiva universidad la Akademia.

La Akademia atesoró todo el saber de la antigüedad, instituyendo una sociedad científica y literaria. Matemáticas, medicina, astronomía, retórica, oratoria. Fue el antecedente de las universidades modernas y el núcleo cultural durante los siguientes siglos.

Academias y liceos

La Akademia de Platón fue tan popular y tan trascendente para el saber occidental, que los milenios rindieron homenaje a tal nombre. Hoy en día, la palabra academia hace referencia a cualquier institución docente, pero no hay que olvidar que su verdadero origen se encuentra en la figura de Akademos, el héroe ateniense.

Finalmente, hay que apostillar que, siguiendo los pasos de Platón, su discípulo Aristóteles fundó su propia escuela, a la cual bautizó como Liceo. De esta forma, debemos a ambos filósofos griegos el significado y el empleo de estas dos palabras milenarias, que hoy son sinónimo de centros de enseñanza y cultura.

Una carrera hacia Maratón

MEDIA MARATON DE SANTA POLA (ALICANTE)--ESPAÑA--SPAIN - jose antonio andresDurante los primeros años del quinto siglo antes de cristo, el mundo civilizado antiguo estaba en vilo. Los persas de Oriente habían extendido su imperio hacia poniente, estableciéndose con rotundidad en Anatolia y desplegando su flota naval en el mar Egeo. Los griegos observaban intimidados la repentina expansión propulsada por Darío I, mientras las costas tracias caían derrotadas por el avance persa. Algunas islas y ciudades helénicas se doblegaron ante la amenaza, y pasaron a ser aliadas del Imperio Persa, también llamado Imperio Aqueménida.

La batalla de Maratón

En este contexto tan poco plácido para la Antigua Grecia, dos ciudades se alzaban como el última baluarte griego. Por un lado, la militarizada Esparta, que poseía, posiblemente, las mejores legiones del momento. Por otro, Atenas, el centro democrático por excelencia, situada en la península de Ática.

Allí, en Ática, desembarcaron los persas cerca de la ciudad de Maratón. Su intención era conquistar la ciudad ateniense, y después todo el Peloponeso. Pero el ejército griego esperaba plantar cara. En las fértiles llanuras de Maratón se conformó aquella trascendental batalla.

Maratón se encontraba a poco más de cuarenta kilómetros de Atenas. En el lugar se dispusieron las legiones atenienses dispuestas a resistir las embestidas de las fuerzas persas. A pesar de que éstas eran mayores en número, los griegos aplastaron la invasión oriental e infligieron una durísima derrota al Imperio Aqueménida, cuyos supervivientes regresaron a los navíos anclados en el mar.

Una carrera de fondo

Tras la eufórica victoria, los griegos se apresuraron a enviar un mensajero a Atenas. Debían difundir cuanto antes la exitosa noticia, para tranquilizar a mujeres, niños y ancianos. El encargado de la misión se llamaba Fidípides y recorrió a la carrera la distancia kilométrica que separaba Maratón de la polis griega.

El mensajero llegó a la ciudad y difundió la nueva, pero el esfuerzo le costó la vida.

Sin embargo, todavía hoy se recuerda aquella popular carrera. La lejana batalla entre persas y griegos concibió lo que hoy se conoce como la disciplina deportiva de los maratones, que se ha venido celebrando desde los Juegos Olímpicos de 1896.

Ciertamente, este hecho parece retocado con tintes míticos. Algunos autores afirman que fue todo el ejército griego quien caminó la distancia que separaba Maratón de Atenas, en contra de la creencia popular de que lo hizo un solo corredor. Este testimonio se encuentra en los libros de Heródoto, quien afirmaba que las tropas griegas se replegaron rápidamente hacia Atenas para prevenir un segundo ataque persa desde la costa.

La existencia de Fidípides tampoco ha podido ser verificada. Sí parece ser una figura histórica, y de hecho, Heródoto cuenta que recorrió la distancia entre Atenas y Esparta (240 kilómetros) pocos días antes de la decisiva batalla, aunque no mencionó nada sobre la carrera final de su vida.

En cualquier caso, nunca sabremos con exactitud la certeza de estos hechos. No obstante, podemos afirmar con rotundidad que este es el origen de esta popular carrera de fondo.

El género de la palabra

Como punto final, me gustaría explicar la concordancia de género de la palabra maratón. Si bien el término está actualmente definido por la RAE como sustantivo masculino, la misma entrada del diccionario agrega que puede utilizarse también en femenino. La razón se remonta a ediciones anteriores del diccionario, cuando el vocablo estaba catalogado como sustantivo femenino, compartiendo similitud de género con otros sinónimos como: carrera, prueba, competición. Nótese, sin embargo, que otras palabras que terminan en “-tón” son, generalmente, masculinas; como por ejemplo, apretón, portón, botón, frontón, pisotón.

Así, el uso exponencial de “el maratón”, obligó a la academia española a modificar la aceptación, llegando a la situación actual: ambos usos, tanto femenino como masculino, son correctos.

El balbuceo bárbaro

German Hero - Giovanni

La semana pasada, sentado en los asientos del aeropuerto de Ginebra, aguardaba intranquilo la voz intrigante del megáfono. Mi vuelo de regreso se había retrasado hasta nuevo aviso debido a las constantes huelgas en aeródromos europeos. Cuando al fin sonó la voz, en un francés femenino y sensual, no escuché más que “ua-ua-ua-ua-ua”. Un balbuceo ininteligible que reflejaba mis escasos conocimientos idiomáticos.

Algo similar me ocurrió en Edimburgo cuando, habiendo perdido mi equipaje de mano -sí, mi equipaje de mano-, me entrevisté con la policía local, y en la conversación no pude entender más que “sfi-sfi-sfi-sfi-sfi”.

De la misma forma, supongo que si un anglo o francoparlante escuchase hablar mi gangoso castellano, sentiría resonar en su mente una onomatopeya del tipo: “bla-bla-bla-bla-bla”. Así que, en definitiva, independientemente del lado de la frontera en la que uno se encuentre, cuando se escucha hablar a un extranjero de idioma desconocido, sólo se percibe un murmullo ininteligible, un balbuceo impreciso, un “blablabla”.

Esta discordancia entre los pueblos, viene sucediendo desde tiempos inmemoriales: cuando las más incipientes civilizaciones comenzaron a conocerse unas a otras, como la egipcia, la asiria o la griega. Debido a que nuestra cultura es básicamente un legado grecorromano, lo más sencillo para nosotros es estudiar la cultura grecolatina.

Situémonos en la Edad del Hierro varios siglos antes del último milenio que antecedió a Cristo. El Peloponeso estaba dominado por la civilización micénica, fundando la base sobre la que se cimentaría la cultura griega. En la península cohabitaban varias tribus prehelénicas. Cada una de ellas hablaba su particular dialecto del griego, como el eólico o el jónico. Pero en cualquier caso, compartían un idioma similar y único que aglomeraba a estos pueblos bajo una misma cultura.

Naturalmente, lejos de la península del Peloponeso, habitaban otros pueblos, cuyo lenguaje nada tenía que ver con el idioma griego. Cuando las tribus prehelénicas escuchaban hablar a un extranjero sólo distinguían sílabas sin sentido, algo como “bar-bar-bar-bar-bar”.

Fuesen asirios, hititas o egipcios, los griegos englobaron a estos pueblos foráneos bajo un mismo nombre, del mismo modo que nosotros tenemos una palabra para ellos: “extranjero”. Este término que acuñaron los griegos fue: “barbaroi”.

Con los siglos, los griegos conformarían una civilización que no tendría parangón a nivel cultural, llegando a su apogeo con obras de poesía, epopeyas, tratados filosóficos y códices políticos. El idioma griego sería el más culto y el más avanzado de Europa hasta la consolidación del latín, el cual a su vez heredaría multitud de grecismos.

Para la civilización griega, el resto de pueblos cuyos lenguajes eran incomprensibles seguían siendo “barbaroi”, con un balbuceo confuso como única seña de identidad. Pero además, no eran tan cultos, refinados, educados y civilizados como el estado griego, que ya había alcanzado su cenit. Por tanto, el significado del término “barbaroi” evolucionó pasando de “gente que habla de manera extraña” o “no-griego” a “gente incivilizada, inculta, ignorante y tosca”. Esta designación se corresponde con el significado actual de la palabra “bárbaro”, que nosotros hemos heredado del latín y éste del griego.

Los romanos llamaron bárbaros a todos aquellos pueblos que limitaron con sus fronteras y, especialmente, a las tribus germánicas que finalmente destruyeron el Imperio Romano de Occidente. Asimismo, los romanos bautizaron los pueblos del norte de África como “bereberes”, que es una transliteración de la palabra bárbaro.

De esta forma, durante la consolidación del Imperio Romano, el mundo estaba dividido entre los habitantes latinos y los pueblos bárbaros, que ya no eran sencillamente tribus con un balbuceo ininteligible, sino gente incivilizada, inculta, bestias que sembraban el terror y la brutalidad por donde pasaban. Al menos estas fueron las descripciones que nos legaron los historiadores romanos, siempre tan demagogos.

Finalmente, la palabra bárbaro se convirtió en el adjetivo peyorativo que designa a cualquier persona “fiera, cruel, inculta, grosera o tosca” o más precisamente a “los pueblos que a partir del siglo V invadieron el Imperio Romano”; perdiendo su significado original de “extranjero” o “aquel que balbucea”.

Este es el origen etimológico del vocablo “bárbaro”. Yo, personalmente, y en mi orgullo más primordial y salvaje, diré que cuando estuve perdido en el aeropuerto de Ginebra y Edimburgo, me vi completamente rodeado de “bárbaros”.

Otros enlaces que te puedan interesar

Bárbaro | Wikipedia
¿De dónde viene la palabra bárbaro?
La etimología de la palabra Bárbaro
Etimología de asesino
Etimología de faraón

Iraultza Askerria