De lado sobre la cama. Completamente desnudos los dos. Mi pecho pegado contra tu espalda. Mi cadera unida a tu trasero redondo y turgente. Un pene endurecido traspasando tus piernas ligeramente abiertas. La carne del miembro viril deshaciendo las ingles femeninas. Un brazo protector que rodea tu cabecita sulfurada y alcanza a sobar tus senos. Sudor y sudor, de uno y otro. Dura sensación de placer. Gozoso sentimiento de fuego.
Mi otra mano te recorre el abdomen. Más allá del pubis encuentra la abertura de tus muslos. Justo debajo, el pene enfila la vagina. Acerca la cabeza llameante a la entrada húmeda. Le permite el acceso. Entra.
Unido a ti como una prolongación de tu sexo. Haciendo el amor sobre un colchón blanco. Entre gemidos y gruñidos. Entre exclamaciones y promesas. Amor y placer eterno. Las penetraciones van y vuelven. Tu vagina se excita. Tu clítoris, bajo el impacto de mis dedos masculinos, también. El pene se tambalea en su férreo dominio. Gruñe. Explota. Estalla. Se corre.
Se para el tiempo. Un momento de silencio. Los alientos de uno y otro se disparan mientras retroceden los corazones. Tú también te has corrido; y querrías volver a hacerlo, sintiéndote todavía llena de mí.