Mi demostración de afecto significaba para ti mucho más que las constantes penetraciones que ahondaban en tu vientre, buscando el modo de perpetuar mi complacencia finita a expensas de partirte el cuerpo en dos.
Te apretaste a mí con fuerza y yo me apreté contigo, y nos apretamos tú y yo como se apretaron nuestros genitales y nuestros pechos y nuestras frentes al rojo vivo e, incluso, nuestros ojos.
Fue la culminación de nuestra unión espiritual, el nexo irrompible entre un joven y una muchacha, el fuego purificador quemando simultáneamente unos cuerpos: nuestras vidas.
Vidas destinadas a existir en conjunto mientras la muerte aguardaba para asesinarlas a la vez.