El poder de tu figura

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Si tu rostro está encendido,
color fuego en tu sonrisa,
y si sientes que la prisa
te ha insegura convertido,
suelta el aire, afianza el paso
y del miedo no hagas caso.
Si tu ser desprotegido
se halla al fin de una cornisa
y en el fondo se divisa
un futuro confundido,
medio lleno mira el vaso
que tu luz vence al ocaso.
Si tu mundo se revela
solitario o sin apoyo
como si el más firme escoyo
quisiese apagar tu vela,
en agua tu alma convierte
que no habrá nada más fuerte.
Si has perdido al centinela
que libraba todo embrollo
y cayendo tras un hoyo
sientes tu inestable estela,
ignora a quien detenerte
intenta trabar tu suerte.
Haya incertidumbre o miedo
o incluso vías de fuego,
nada habrá que a tu dulzura
pueda hacerle figura.

Iraultza Askerria

Ojos teñidos de lágrimas

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Ojos teñidos de lágrimas me observaron durante la noche helada.

Tú estabas acurrucada bajo un soportal, con las manos vistiéndote el rostro y los gemidos de tu voz envolviendo acompasadamente el perfil de tu figura. Menudo, como un arbolillo silvestre, se me aparecía tu cuerpo; frágil como un deseo de porcelana que se rompe cuando llega a cumplirse.

Así de inestable, insegura e inconsolable surgiste en mi vida. Me acerqué a tu público escondite, me arrodillé ante ti como un vasallo y te pregunté si te podía ayudar. Naturalmente, entre argumentos generosos y explicaciones inciertas, declinaste mi ofrecimiento. Querías estar sola con tu soledad; alguien te había hecho daño y nadie podía apaciguar tu dolor.

En esta circunstancia, me acomodé a tu lado, en silencio, y me convertí en una sombra invisible, en una invisible fortaleza, en una fortaleza impenetrable y en una impenetrable alegoría del príncipe azul. Siempre en silencio.

No tenía intención de abandonarte en tu dolor. Aquellos ojos teñidos de lágrimas eran demasiado bonitos como para olvidarlos. Quería verlos felices antes de morirme.

De esta guisa, transcurrí horas a tu lado: mudo, como otra sombra de la noche. En ningún momento me miraste. Pasadas las horas, pensé que te habías olvidado de mi presencia, pero mucho tiempo después, me preguntaste cómo me llamaba.

Habías dejado de llorar. Y sonreías.

Han pasado muchos años, y aún hoy recordamos aquella noche, riéndonos dichosos.

Ya es hora de que el mundo sepa cómo nos conocimos.

Iraultza Askerria