En este cuento filosófico que ahonda en el destino del ser humano en La Tierra, acompañaremos a un esforzado joven, cuyo nombre describe a la perfección su personalidad: Cándido. Un héroe que resulta una combinación explosiva entre el pícaro y torturado Lazarillo de Tormes y el audaz y bizarro Amadís de Gaula, y cuyas aventuras y desventuras nos obligarán a seguirle con ferviente curiosidad y admiración.
No en vano, Cándido representa un ser inocente y puro en un mundo ciertamente crudo y tortuoso; en donde sus pensamientos sobre el optimismo son invulnerables a pesar de cuantos sufrimientos, pesares y oprobios padece. Un joven enamorado y valiente que recorre prácticamente todo el mundo conocido -desde Alemania hasta Turquía, pasando por Perú-, sin dejar de ser fiel a su filosofía y a su juicio.
Cándido no es más que un utópico personaje que se enfrenta a la horrorosa realidad con optimismo e inocencia, cualidades que utiliza su autor para tejer una sátira mordaz sobre la sociedad del siglo XVIII, y criticar, con afiladas razones, a la religión, el feudalismo y la truhanería del centenario de las luces. Todo en un viaje apasionante que nos remite a un desenlace agridulce, sin tapujos y con esclarecedora moraleja.
La obra fue muy polémica tras su publicación, un lejano año de 1759. Su autor fue un tal «señor doctor Ralph», tal y como vemos en la portada del libro original. Aunque el propio filósofo francés nunca lo admitió, Voltaire (François Marie Arouet) fue el verdadero escritor de la obra. Huelga decir que el sentido crítico del escritor francés, culminó una obra satírica que criticaba el supuesto optimismo histórico, promulgado por intelectuales como Leibniz, y cuyas máximas podían definirse con «todo sucede para bien» o «vivimos en el mejor mundo posible».
Como punto final a este mínimo artículo, me gustaría citar aquella magnífica frase de Horacio: “no vivió mal aquel que, al nacer como al morir, pasó inadvertido”.