Danubio

Photo - {author}Hay un barco navegando por el Danubio, de casco níveo y motorizado, sin más velamen que una melena negra, agitándose al son de la libertad. Hay una embarcación que se desliza por el agua turbia, como una caricia sobre un sexo eyaculado, mientras unos ojos femeninos avistan el horizonte, limpiándolo todo con su inherente dulzura. Hay un bajel que transporta a una diosa ante la mirada sorprendida de los parroquianos, y que siente el orgullo de ser el trono de una princesa, el palacio de una diva, el amparo de una reina. Hay un navío sobrevolando las ondas azules, fieles reflejos del cielo perlado, que al romperse ante esa mirada gloriosa, parecen aplaudirla como dándole la bienvenida. Hay un ferry sumergido en el Danubio, llevando consigo un corazón, un alma, una niña, un amor, alardeando ante ella de la belleza de una ciudad aun sabiendo que transporta la más hermosa figura de Europa.

Iraultza Askerria

El poder de tu figura

 - {author}
Si tu rostro está encendido,
color fuego en tu sonrisa,
y si sientes que la prisa
te ha insegura convertido,
suelta el aire, afianza el paso
y del miedo no hagas caso.
Si tu ser desprotegido
se halla al fin de una cornisa
y en el fondo se divisa
un futuro confundido,
medio lleno mira el vaso
que tu luz vence al ocaso.
Si tu mundo se revela
solitario o sin apoyo
como si el más firme escoyo
quisiese apagar tu vela,
en agua tu alma convierte
que no habrá nada más fuerte.
Si has perdido al centinela
que libraba todo embrollo
y cayendo tras un hoyo
sientes tu inestable estela,
ignora a quien detenerte
intenta trabar tu suerte.
Haya incertidumbre o miedo
o incluso vías de fuego,
nada habrá que a tu dulzura
pueda hacerle figura.

Iraultza Askerria

Tu figura

Sasha - Santiago TrussoContinuamente veía tu figura paseándose de un lado a otro de la oficina. Tu presencia me causaba temor y sobresalto, la insinuación de tu perfil me turbaba. De vez en cuando, escuchaba tu tierna sonrisa derramarse en la atmósfera del recinto, donde ni un sinfín de timbres telefónicos o gritos a subordinados podía sofocar el sonido de tu melodía. En esos momentos, yo cerraba los ojos, me enclaustraba dentro de tu voz y me dejaba llevar al filo de la utopía, al acecho de tu sonrisa. Luego abría los ojos, intentando encontrarte al otro lado de mi mesa o en el recodo del pasillo. Aquel pantalón tan ceñido de color crema, aquella camiseta negra que caía holgadamente sobre tus pechos y aquel cabello recién lavado que olía a champú impidieron que durante toda la jornada pudiese teclear algo productivo en el ordenador.

Sin embargo, fue más fecundo que todo un año: escribí diez sonetos, lloré un millar de lágrimas y me percaté de que seguía locamente enamorado de ti.

Iraultza Askerria