Relatos, cuentos, novelas, epopeyas y microrrelatos; poemas, sonetos, coplas y liras; tragedias, comedias y guiones; artículos, ensayos y cartas… Mil y una forma de escribir y contar, de relatar y comunicar. El escritor profesional debe controlar este abanico de posibilidades y poder esgrimir cada una de estas alternativas en el momento adecuado.
Ahora bien, ¿cómo se inspira un escritor? ¿De dónde surge esa emoción que le incita a desenfundar la pluma y trazar cientos de palabras sobre el papel? ¿Cuándo le llega la inspiración y dónde se esconde?
Aunque son preguntas muy personales, intentaré plasmar en una serie de artículos las respuestas particulares que puedo dar a las mismas, basándome siempre en experiencias personales y sin desmerecer la opinión de los demás. Porque la escritura es un proceso especialmente íntimo y unipersonal, acorde y enlazado con la personalidad de cada uno y, por lo tanto, una parte inherente a la imaginación de cada cual.
“La inspiración es una predisposición del alma
para la percepción viva de las impresiones y, por
consiguiente, una rápida comprensión de los
conceptos que favorecen su explicación… Los
críticos confunden inspiración y éxtasis”.
Aleksandr Pushkin
En cualquier caso, desde mi punto de vista, se puede dividir la inspiración en tres fuentes esenciales: la lectura de los clásicos —o no tan clásicos—, las imágenes —fotografías, pinturas, retratos, etc.— y la experiencia personal —la más insistente e intensa de las tres—.
Cada una tiene sus pros y sus contras, y por ello, lo más beneficioso es no centrarse en un único núcleo de inspiración y sí en cambio beber de todos los posibles. Porque en la literatura, al igual que en cualquier forma de arte, es transcendental no caer en la monotonía, variando el contenido y la forma, el tema y el objetivo.
Y en tu caso: ¿cuáles son las fuentes de inspiración que te motivan a escribir?
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