Complacencia femenina

Photo - {author}Estaba acostumbrada a masturbarse por la noche, después de haber pasado la tarde con él. Con la molesta presencia de sus padres al otro lado de la habitación, siempre presentes, solo le quedaba la soledad de la madrugada para disfrutar de su cuerpo mientras pensaba en su chico. En esos momentos, se acurrucaba bajo las sábanas y saboreaba la humedad de sus muslos con los dedos voluntariosos y firmes. La temperatura de su cuerpo acrecentaba hasta límites insospechados. El vapor egresaba de su boca, carrusel de gemidos. Sus manos se ahogaban en la pequeñez dilatada de un secreto que nadie había descubierto todavía, mientras su mente divagaba entre cuerpos sudorosos fundidos en un abrazo.

Una vez, incluso, había tonteado con un juguete vibrador, cortesía de su mejor amiga. Sin embargo, sus expectativas se acabaron pronto, cuando descubrió que carecía de la flexibilidad de sus dedos y de la suavidad de sus yemas. Comprendió que una máquina difícilmente podría reemplazar el sentido y la sensibilidad de un ser humano.

Varios meses después, perdió la virginidad con su novio. Fue como abrir una caja de bombones sin ningún dulce de chocolate. En las siguientes ocasiones, saboreó chocolatinas de todos los sabores y texturas.

Aun así, siguió masturbándose por las noches porque ninguno de sus novios supo nunca como complacerla de verdad. Y lo peor es que ninguno se molestó en preguntarla.

Iraultza Askerria

Una chispa de excitación

Era tan apuesto, tan hábil en su movimiento manual…, que se preguntaba si sus dedos serían tan agradables pulsando las melodías guardadas entre sus muslos. Le imaginó desnudo, sin esa camisa, sin esos pantalones ceñidos, sin la ropa interior que le arrancaría a mordiscos. Le imaginó tendido sobre ella, soportando su sagrado peso contra la cadera, percibiendo como el sudor recorría sus cuerpos flamígeros, mirándose recíprocamente con las pupilas extraviadas en el culminante éxtasis. Imaginó la saliva varonil y meliflua descender empalagosamente por su propia garganta.

Blue eye-Pablo Fernández

Sus ojos femeninos chispeaban de excitación, rehuyendo de la ferocidad de su hermano.

—¡Qué me des tu móvil, joder! —Su hermano alcanzó la culminación de la ira. Empuñó con ambas manos el fusil, miró al otro hombre y le disparó—. ¡Y mírame a la cara cuando te hable!

Se hizo un completo silencio, un silencio puntualmente roto por la caída de un cadáver.

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria