Al final, me decido: unto mis labios entre los tuyos, me lleno de la suavidad de tus muslos colorados y al momento de saborearte comprendo por qué Eva tampoco se arrepintió de hacerlo.
May82018
May82018
Al final, me decido: unto mis labios entre los tuyos, me lleno de la suavidad de tus muslos colorados y al momento de saborearte comprendo por qué Eva tampoco se arrepintió de hacerlo.
Jun52014
A nadie en toda la estancia le importaba la audición del guitarrista, con excepción de a Eva, la cual se había hecho con la idea de acostarse con él, una idea que se acrecentaba con cada mirada. No le quitaba el ojo de encima, y no se lo quitaría mientras el cuerpo del hombre no estuviese impregnado de su mortal sangre.
No sabía exactamente qué cualidad física le atraía tanto de aquel músico, tal vez sus membrudos brazos que no dejaban de tañer la guitarra, o quizá, ese fulgor expresivo que descollaba de sus pupilas. Ignoraba por qué poseía unas ganas inmensas de hacer el amor con él sabiendo que podía juguetear sin embarazo con cualquier camarero del local. Siendo pariente de quien era, Eva podía consumar todos sus caprichos, llevando a la cama a alguno de los empleados o, si lo quisiese, a todos ellos. Sin embargo, se sentía cautivada por la presencia del guitarrista.
Nadie le aseguraba que lograría acostarse con aquel hombre, y esa posibilidad de fracaso la excitaba. Quería flirtear con él sentada en la barra del bar, sintiendo la intriga y la ilusión, las punzadas de astucia y los intentos de galanteo. Tenía que seducirlo, algo que le causaba un morbo orgásmico, un éxtasis excepcional.
Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria
Abr292014
Los brazos proseguían oprimiendo la garganta de la mujer con una malevolencia mecánica.
Escuchó los jadeos sordos de aquella infeliz, una combinación de mortal resuello y tos repentina. Los ojos comenzaban a postrarse ante las tinieblas mientras las piernas se tornaban dóciles ante las secretas caricias de la muerte. Al final, incluso la sangre que manaba bajo su cuello se hizo más pesada y viscosa, más lenta; achicadas como estaban las venas y las arterias.
Tras unos minutos de intensa agonía, la mujer se quedó completamente inmóvil, con los ojos desorbitados y los labios entreabiertos, con un gesto de horror en el rostro que jamás se borraría.
Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria
Ene22014
Abr22013
—Así aprenderás, hermanita, así aprenderás —regañó Jesús, contemplando a su hermana punzantemente—. Quizá matando a gente que te importa, consiga que entres en razón, me hagas un poco de caso y madures un poco… Mira, Eva, te lo voy a dejar claro: si estás aquí, es gracias a mi trabajo. He estado toda mi vida ocupándome de todo esto mientras tú no hacías más que esnifar coca, fumar marihuana y fornicar como una puta. Gracias a mí, eres una mujer multimillonaria, poderosa y envidiada. He sido tu protector desde que papá y mamá murieron, te he dado de comer, te he cuidado y te he mimado. Fíjate hasta donde te he conducido: ¡vives como una reina! Pero el único trabajo que has hecho en tu jodida vida ha sido liarte un porro. ¿No te das cuenta? ¿Qué harás si mañana mismo me pegan un tiro en mitad de la calle? —cuestionó Jesús. Su fuerza de voz y, por consiguiente, su furia animal, estaba aumentando—. Te he dado todo lo que tienes, ¡todo! ¿Y así me lo pagas? ¿Mandándome a tomar por culo? —hizo una pausa. Su hermana seguía sin mirarle a la cara, más colérica que acobardada—. ¡¡Dame el jodido móvil antes de que me cabree de verdad!!
—¡Qué te folle un pez! —exclamó Eva, iracunda.
Se levantó y miró a su hermano, desafiante. Controlada por el arrebato, le propinó una fuerte bofetada, que ante el resto de los mortales parecía el puñetazo de un ángel contra su dios dominante.
Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria
Ene282013
Ella tenía los ojos cerrados. Él también. Los dos habían naufragado en el océano de los gemidos agudos, de las palpitaciones aceleradas, de los suspiros fatigados, de las ilusiones eróticas. Cualquier vestigio de otros pensamientos se había suprimido.
Habían naufragado en el océano de la sexualidad.
Emitiendo hechiceras exclamaciones, María lanzó la cabeza hacia atrás. El mundo se hundía con ella. Se desataba de la realidad para atarse al edén del cuerpo, de la piel, del contacto, de la lascivia. Mientras ellos hacían el amor, el resto del mundo había desaparecido, enterrando su existencia muy lejos de la verdad.
Ellos eran la única certeza, sus gemidos el único aire, la saliva el único agua, sus labios el único alimento. La mujer era la única Eva y el hombre era el único Adán.
Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria