La venganza de los papeles

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Son muchos; ellos. No cesan en su ataque, en su acometida, en su ofensa endiablada. Se han multiplicado durante años, mutilados, inconexos, inconclusos, y ahora se han rebelado contra mí. Los papeles buscan venganza tras tantos años de maltrato.

Me devoran el alma y el corazón. Se cobijan en mi humildad y beben de mi modestia. La tinta se derrama como un veneno en mis heridas y la celulosa me abraza, amante asesino. No paran, no se detienen; ni siquiera dicen nada: ni para insultarme ni para excusarse. Tantas palabras yacen tatuadas en sus cuerpos albinos, que entiendo que ninguno quiera prestar voz a más vocablos despreciables.

Un poema me ha mordido, justo en la rodilla. Un trozo de carne cae de mi pierna. Los atentos versículos de métrica irregular a los que nunca di rima me observan furiosos. Comprendo la ira de este poema por sentirse incompleto y ser centro de burlas y afrentas. ¡Cómeme ahora, puesto que no supe alimentarte!

Siento en la espalda el latigazo de un relato de varias páginas. Lo recuerdo por la última frase, ya que no le puse título. La hoja sin identidad me pellizca bajo los omoplatos, traidora e infiel; tan infiel como yo, que cuando comencé a escribirlo puse en sus primeras líneas la imagen de una chica llamada Niña, para luego sustituirla en el nudo por una fémina llamada Mujer y terminar en el último párrafo con una ninfa llamada Sueño. Fui un infiel al escribir en su lomo de nieve; es lógico que el relato quiera vengarse.

Poemas y cuentos han sido los primeros en revelarse. Ya han mancillado mi cuerpo de sangre y en silencio observan como desfallezco entre lágrimas y gritos de dolor. Pero la tortura no ha concluido. No. Aún queda lo peor.

Levanto la vista hacia el escritorio y veo los destacamentos de mis novelas; en fila india, turnándose para embestirme con su rabia contenida. Allá está ella, mi tierra fantástica, encuadernada en tapa dura con sus seiscientas páginas que esconden historia, religión, belicismo, romance y cartografía. La engalané como a una reina, la pinté de paisajes que no existían y le prometí que algún día se exhibiría en la pasarela de alguna biblioteca. Pero sólo una promesa, que ya nunca podré cumplir.

Detrás, asoma un cuaderno manuscrito. A este sí le puse nombre: diario. Jamás ha habido en el universo un nombre tan mal elegido. Ni siquiera veinte días. Diario de una semana, tal vez, pero diario de un escritor desleal. Lo abandoné después de verter en él mis sentimientos más puros, y ya cuando el papel cuadriculado se había enamorado de mis palabras, cerré por siempre su portada, sumiéndolo en una completa oscuridad.

En el lado opuesto, resplandece mi novela de asesinos medievales, mi novela más sabia. Sus páginas huelen a ceniza, a pólvora, a perfume de niña virgen y a lujuria de eclesiástico viejo. Quinientas páginas de conspiraciones, delitos, fugas y persecuciones. Medio millar de folios que dejé olvidados durante siglos sin haber firmado un final. Ahora lo firmaré con sangre.

Las novelas se abalanzan sobre mí. Me acuchillan con sus puntas y sus márgenes incisivos. Clavan en mí la cólera de haberse sentido apartadas de la realidad, escondidas como niños deformes, desheredadas por un padre que no supo publicarlas.

Lanzo un grito desconsolado, y acto seguido, clamo perdón; pero no importa. Los papeles no quieren escucharme; mucho me han escuchado ya en las eternas noches de mi imaginación desbordada. Acepto el destino de morir a manos de los hijos a los que no amé. Acepto el destino de teñir con mi sangre los papeles blancos que dejé a medias.

¡Matadme, niños míos! ¡Matadme poemas, sonetos, tragedias, comedias, cuentos, relatos, novelas y ensayos! ¡Matadme ahora! ¡Matadme ya!

Con mi muerte disfrutaréis del final que realmente merecéis.

Iraultza Askerria

El amor de mi vida

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Los versos se acumulan entre dolor y retazos de papel. Las palabras se amontonan ante el espejo de la soledad. Y tú en ellos apareces, como una estrella de fugaces resplandores, iluminando la desdicha de mi vida con el fuego del amor. Pero tan rápido como llegas, marchas, ¡desapareces!, y la efímera fortuna, agotada, me estrangula. El desgarro de tu ausencia me mata; la incapacidad de mis deseos me ahoga, y todo víctima de un sentimiento que sólo a tu lado puede ser hermoso.

Doy la vuelta a la hoja, la observo entre lágrimas. Los versos se destiñen ante mi lamento, y la tinta -color de mi sangre- me envenena. Aprieto el papel con la ira de mis puños, harto. Con furia arrojo la hoja lejos de mí, en un intento vano de alejar mi pesar. Pero al volver la cabeza, encuentro sobre mi escritorio más y más papeles que se abalanzan sobre mí, siendo tan solo un cúmulo de sueños y fantasías con forma de frases armoniosas. Nada más que una plaga de poemas, desconocidos por la musa que los inspiró. Por ti… mi vida.

¿Qué es la vida sino un momento?
¿Qué eres tú si no la eternidad?
¿Qué soy yo si no un lamento
y un resto de soledad?

Tantos versos se abren y luchan por salir a flote, como inmensa es la impotencia que me roe las vísceras. La furia me embarga, y solo hay oscuridad mientras mis puños se ceban con los hijos que yo mismo escribí. Los papeles blancos se tornan rojos y mis uñas sangran, sangran por pecadoras. En la habitación del demonio, gritos dementes y desgarradores dan la bienvenida al infierno.

Pero entonces, todo termina y el caos se diluye bajo la fuerza del cariño. Porque entre los inútiles papeles garabateados, surge una pequeña foto, un retrato de tu rostro que, majestuoso y divino, surte efecto ante el caos incontenible que me asola.

Los ojos de almendras, llenos de vida; los cabellos de ébano y lisos como un océano templado; las mejillas tersas y dulces; y los labios de fresa llenos de secretos. Todo ello se dibuja en la fotografía bajo el pincel de una sonrisa, de tu sonrisa. Una sonrisa que retrata en una pequeña lámina de papel la imagen más bonita del universo entero.

En ese instante, comprendo por qué te amo tanto y, más aún, por qué te necesito tanto. Aferro el retrato con fuerza y lo acerco a mis trémulos labios. Te beso como si fuese el último beso…, que te di… o que te daré… ¡quién sabe! Pero te beso con fuerza, con total ternura, sabiendo que eres el único amor de mi vida.

Iraultza Askerria

 

La importancia de cuidar al lector

El saber no ocupa lugar - KINOUn escritor sin lector no es nada. O dicho de otra forma, los escritores escriben, sencillamente, para que los lean. Por ello, para un autor de cuentos, poemas o novelas, sus lectores lo son todo en la vida, encarnan los objetivos y los deseos más íntimos de estos magos de las palabras.

Siguiendo con esto, queda patente y es indiscutible que hay que cuidar al lector; y mucho, además. Perder un lector es perder la ilusión de escribir. Hay que ampararlo, instruirlo, mimarlo, hablar con él y mostrarse agradecido, siempre desde la cercanía, la solidaridad y la franqueza.

El escritor y el lector son dos personas ajenas que se conocen mejor que nadie. El primero intenta codificar las emociones de su alma y el segundo logra fehacientemente descifrar estos secretos.

Aquí una lista para consolidar la relación entre los autores y sus lectores, los cuales son mucho más valiosos que las propias palabras con las que los primeros ensucian cuadernos.

1. No hagas perder el tiempo al lector

El lector te está dando parte de su tiempo libre, el bien más preciado en la vida. Hay que verlo así. Cuando una persona ajena se molesta en leer tus textos busca una experiencia, una inspiración, un momento de solaz o el anhelo ancestral de sentirse tranquilo y en armonía.

Es vital ofrecer literatura de calidad o literatura de entrenamiento o literatura instructiva; pero sea lo que fuere, debe ser útil para el lector. Si éste se siente ultrajado o engañado, o, aún peor, nota que está perdiendo el tiempo, cerrará el libro sin pensarlo dos veces.

Y es que el lector es el ser más impredecible y exigente de todos.

2. Haz que el lector se identifique con al menos un personaje

Si escribes novelas, tienes que conseguir que el lector se inmiscuya en la trama. Para ello es muy provechoso crear un personaje, sea protagonista o secundario, con el que los lectores puedan identificarse, bien sea por su físico, por su forma de hablar o por su carácter. Así conseguirás enganchar al lector.

Lograrlo no es fácil, ya que requiere de diversas caracterizaciones y un arduo trabajo. No obstante, las consecuencias son abrumadoramente positivas. Si el lector se identifica con la historia, solo dejará de leerla cuando llegué al final.

3. Ayúdale a respirar

En este punto, debes esgrimir tu maestría literaria para confeccionar frases ligeras, cadenciosas y con ritmo. La extensión de un párrafo o de una frase tiene que cumplir una única regla: facilidad de comprensión. A este efecto, es más sencillo redactar sentencias cortas que largas, pero una oración subordinada, extensa y correctamente escrita goza también de un alcance positivo.

Sobre el sonido de las palabras: mucho cuidado con repetir consonantes sin una razón en particular o introducir rimas internas en un texto en prosa. La eufonía de los términos mejora mucho la experiencia del lector; por lo tanto, hay que evitar cacofonías, oraciones áfonas y trabalenguas. A este respecto, recomiendo siempre, leer el texto en voz alta.

Si lo haces, podrás simular al futuro lector. Si notas que te trabas entre los párrafos o las frases son demasiado largas, para y corrige. De lo contrario, te pueden acusar de haber promovido la asfixia de algún lector enfermizo.

4. No prometas más de lo que puedas dar

Mucho cuidado con la carta de presentación. No digas que has sido finalista en el concurso de poesía breve de un pueblecito de montaña o que eres un excelente escritor. Eso lo decidirá quien te lee. No seamos engreídos, nunca.

Con relación a esto, tienes que tener muy claro que lo que escribes podrá ser utilizado en tu contra. Las promesas incumplidas pueden ser fatales para una carrera literaria. Si manifiestas que escribes poesía, escribe poesía. Pero si solo sabes escribir sonetos, no digas que escribes poesía; es mucho más apropiado aclarar: “escribo sonetos”.

La misma tesis es válida para los géneros novelescos: ciencia-ficción, terror, romance, aventuras… Define tu obra como lo que en verdad es, no te dejes influenciar por cómo quieres que sea.

5. Expresa tu agradecimiento

Mi último consejo es que te muestres ante el lector tal y como eres. El prólogo o el epílogo de la obra es un lugar idóneo para introducir esta presentación de ti mismo. Evidencia tu humanidad, hablando en primera persona y aportando datos curiosos sobre el proceso de creación de la obra.

Igualmente, el escritor debe arrodillarse ante el lector con una reverencia, con una genuflexión, con un franco agradecimiento. ¿Por qué? ¿Y por qué no? No se trata de humillarse ante otros sino de demostrar una simpatía propia de aquellos artistas que necesitan del lector para llevar a buen puerto su obra.

Si sigues estos cinco consejos, estoy convencido de que tus lectores se sentirán más inclinados a leer tus obras. Incluso, quizá a recomendar tus textos o comentar tus escritos. Cuida al lector como si fuera un hijo, porque en cierto sentido la relación entre ambos bien puede definirse así.

Y, por supuesto, si tienes alguna idea que aportar, te invito a comentar tus impresiones, porque seguro que conoces otras tantas formas de cuidar al lector.

Los escritores y sus fuentes de inspiración (IV) – La experiencia personal

“La literatura es mentira; pero de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear la realidad es, pues, uno de los principios”.
Juan Rulfo

Memories. - Silvia Viñuales

Anteriormente, trataba de esclarecer por qué leer a los demás y observar imágenes ajenas son motivo de inspiración para los escritores. En este artículo, hablaré de las musas que nacen de las experiencias personales, de las confesiones y de los episodios que forman parte de nuestra vida.

El ser humano, por ser una especie social y creativa, tiene la necesidad desbordante de contar lo que le pasa, lo que le ocurre, lo que piensa. La literatura es la forma más sencilla de relatar estas sensaciones y pericias. Por esta razón, muchas obras literarias están basadas, en mayor o menor medida, en la vida del propio autor.

Ejemplos que me vienen a la cabeza son La dama de las camelias, de Alejandro Dumas, o La sonrisa etrusca, de José Luis Sampedro. Analicé la primera obra en este mismo blog, comentando su género autobiográfico. El segundo libro, sin ser una autobiografía, está inspirada tras el nacimiento del nieto del autor, momento en el que concibió esta ejemplar novela de ficción.

En mi caso particular, la vida personal me ha inspirado pequeños relatos, cuentos y poemas. Algunas creaciones son vivencias completamente auténticas, otras impresiones que surgen en determinados momentos, como visiones de mi alrededor enfocadas desde la imaginación más productiva.

El género autobiográfico

La escritura primitiva surge de la necesidad de expresar los sentimientos personales. Consecuentemente, son muchos los casos en los que la primera obra del autor se inspira en sus confesiones o en la propia vida. En otras ocasiones, los protagonistas de la novela inicial tienden a parecerse muchísimo al escritor.

Este género primerizo que ronda la autobiografía atiende a la sencilla razón de que muchos autores escriben para uno mismo y, posteriormente, para los demás. Esta actitud es común y totalmente aceptable; pocos escritores habrá que no hayan comenzado a escribir por el apremio de relatarse a sí mismos.

Por ello, la autobiografía, más o menos verídica, es una de esas fuentes de inspiración que surge en los albores de la escritura y que siempre está presente de una u otra forma.

Las vivencias personales

La madurez y las vicisitudes de la vida que surgen a lo largo de los años, son una fuente inagotable de creatividad y sabiduría. A la hora de revisar el pasado, un escritor puede inspirarse con anécdotas de su niñez, su juventud, su trabajo, su familia… y concebir gracias a ello una historia de ficción.

En lo personal, me considero un escritor muy asiduo a contar mis experiencias. En la obra Rayo de luna, las tres cuartas partes de sus textos se encuentran influenciadas por algún episodio de mi vida, algunos escritos con total sinceridad y otros en un contexto más ficticio.

En este mismo blog, hay decenas de microrrelatos inspirados por la cotidianidad de mi vida y tantos otros poemas, ejemplos que recuerdo sin meditarlo en exceso son: Cuando a una joven ves bailar, El cinturón de Orión, Karina, Una mañana de agosto o Velocidades. Cada cual tiene un punto de verdad y un punto de ficción.

Nuestro entorno

Por último, hay que hacer hincapié en el descomunal influjo que el entorno tiene sobre nosotros. De hecho, tantos microrrelatos he escrito inspirados en mi propia vida como en la vida de los demás: a quienes veo, a quienes escucho, a quienes hablo…

A veces basta atender a las palabras de un desconocido para que esto encienda una idea en nuestro corazón. A veces es suficiente con descubrir un rostro insólito en cualquier centro comercial para descubrir el personaje de una novela de ficción. A veces nuestro alrededor, más o menos ajeno, oculta sagas y poemarios, relatos y cuentos. Descubrir el mundo y cuanto nos rodea es una de las fuentes más completas para la musa de un literato.

En definitiva, os animo a todos vosotros a mirar dentro de vuestros a corazones, a escuchar a familiares y a amigos y a observar la inmensidad del mundo para escribir vuestras obras de arte. Místicamente hablando, la vida de un escritor está íntimamente ligada al espíritu de todas las cosas y entes; porque en cualquier objeto y ser vivo aguarda una musa ansiosa de que un artista la encuentre.

Iraultza Askerria

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“Inspiración y genio son casi la misma cosa”.
Victor Hugo

The book - Dave Heuts

Si en el artículo anterior, cotejaba la lectura de otras obras literarias como una fuente de inspiración, el mismo trato debo demostrar con las imágenes. A pesar de que ni soy un amante de la fotografía ni un forofo de los museos de bellas artes, estas formas de arte me han inspirado alguna que otra vez un relato o una novela.

La fotografía, los retratos, las pinturas y, en definitiva, cualquier imagen visible, esconden en su seno una historia, un momento o un protagonista, algo que puede adquirir un cariz de tremenda complejidad en la mente de un escritor.

La fotografía

Hace años, escribí una novela corta titulada Sexo, drogas y violencia, cuyos extractos pueden encontrarse en este blog. Elaboré esta narración a raíz de dos fotografías que encontré en una revista dominical. Aún hoy me resulta curioso pensar que dos simples fotos pudieron concebir una docena de protagonistas.

Afortunadamente, en su día guardé celosamente esas fotografías en una carpeta titulada “Recortes de revistas”, y por tanto, aún sigo en posesión de las mismas. La primera de las imágenes muestra a una mujer sensual, sentada frente a una mesa cubierta de fichas de póquer. Tiene el codo apoyado en la mesa y el brazo alzado verticalmente, con la mano acariciándose suavemente el rostro. El otro brazo reposa holgadamente sobre la mesa. Viste un vestido rojo, el mismo vestido que Eva, protagonista de Sexo, drogas y violencia, viste en la novela. En la otra fotografía aparece un joven guitarrista en plena actuación, vistiendo una camisa desabotonada hasta la mitad que exhibe un pecho firme y atractivo.

A raíz de estas dos fotografías, me imaginé la interacción de esos dos personajes en un ambiente hostil y clandestino, y finalmente, concebí la novela mencionada anteriormente. Sendas imágenes dieron luz una historia oscura y apasionada.

El fantasma del yelmo dorado, un breve cuento de terror, es otro caso en el que una fotografía me inspiró una historia al completo. La imagen real, incluso, forma parte del relato, por lo que recomiendo encarecidamente la lectura del texto para conocer el origen del daguerrotipo.

La fotografía en general me ha proveído de escenarios, personajes, paisajes y sensaciones. Colores y líneas que toman forma de diálogos, acciones y pensamientos. Un método inefable de aumentar la creatividad es contemplar una fotografía, sea un retrato o una panorámica, y escribir al instante las emociones suscitadas por la imagen. En mi caso, al menos, es un método que nunca falla.

La pintura

Aunque no tengo ningún tipo de conocimiento en torno a las bellas artes, las pinturas de un museo guardan en su interior miles de interpretaciones, como un poema del que se pueden extrapolar diversas tesis, y por lo tanto, se muestran abiertas a cualquier sugerencia.

Además, en el ámbito personal, he de decir que he tenido la oportunidad de conocer a una pintora andaluza, cuyas obras he podido transcribir en pequeños textos. Por ello, opino que las artes visuales y la literatura guardan una estrecha relación artística que se puede alimentar recíprocamente.

Una imagen vale más que mil palabras

En conclusión, tal y como he intentado argumentar en las líneas anteriores: una imagen atesora una novela entera. En el instante en que nuestros ojos leen el brillo, el color y el paisanaje de una fotografía o de una pintura, nacen en la mente cientos de palabras que un escritor siente la necesidad de plasmar.

Cuando la musa se esconde, no hay nada como darse un paseo por un museo de pintura y sentir la inmensidad de un arte antiguo y lejano, o moderno y vanguardista. En cada uno de esos marcos, se oculta una historia ejemplar que necesita ser redactada.

Os ánimo a probar esta experiencia.

Iraultza Askerria

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“Qué se enorgullezcan por lo que han escrito, yo me enorgullezco por lo que he leído”.
Jorge Luis Borges

Alguien me dijo una vez: “lee a los clásicos”.

Nunca recibí tan buen consejo.

Para un escritor no hay nada mejor que leer y revisar a los maestros de la literatura, quienes supieron contagiar de pasión sus escritos, de amor sus poemas y de intriga sus novelas. Leer a los magos de las palabras significa leer a la literatura misma, y eso cala muy en el fondo del corazón.

Words (Palabras) - Juan Pablo Lauriente
Sin embargo, la titularidad de ser un clásico” no es un requisito indispensable en las lecturas de un buen escritor. Pienso que los escritores deben contribuir a la cultura de su imaginación revisando tanto las obras de autores consagrados como los “no consagrados” o de articulistas de medio pelo que cuelgan sus textos en un sitio particular —tal que yo, por ejemplo—. No sería la primera vez que, leyendo a un autor completamente desconocido, encuentro la llama de la inspiración que me descubre una u otra idea.

Por eso, sea o no leyendo a los clásicos, la primera fuente de inspiración debe encontrarse en la lectura misma, en la literatura más genuina y primitiva.

La Ilíada  y Lolita

Recuerdo mi primera aproximación a La Ilíada, de Homero; esa epopeya clásica oriunda de la Antigua Grecia que relata la ira de Aquiles y la muerte de Héctor. Tras leer la obra comprendí que los personajes de la mitología griega ofrecían todo un mundo de alternativas literarias. Así comencé mi propia versión de la guerra de Troya, novela en la que invertí cuatro fatigosos meses de redacción y otros tantos de documentación, y durante los cuales redacté poco más de 120.000 palabras. En tanto que elaboraba este libro, leí La Ilíada en varias ocasiones, no para plagiar su contenido, sino para contar desde mi propia pluma lo que otros contaron ya.

Otro caso en el que encontré la inspiración leyendo a un autor consagrado es más reciente. De hecho, actualmente estoy trabajando en dicha novela, cuyo germen nació mientras leía Lolita, de Vladimir Nabokov. El erotismo de esta obra inspiró en mi mente la silueta de un personaje cuya profesión era la literatura y su vocación los asesinatos, individuo al que estoy conduciendo por una vida de delitos y de belleza artística.

La poesía

La poesía, igualmente, es un tesoro para las musas impacientes. Leer un soneto, una copla o cualquier forma de verso activa la mente del lector, impulsando un análisis crítico de la obra en un intento de comprender lo que el poeta quiere transmitir. Este proceso intelectual es una gran ayuda en la búsqueda de ideas particulares, debido a que la comprensión de la poesía es algo muy personal e íntimo, y permite adentrarse en el mundo de las emociones propias, donde siempre aguarda una idea que descifrar en palabras.

Muchas veces, cuando mi musa está dormida y las palabras se me atragantan en el vértice de un bolígrafo, la única solución que encuentro para reencontrarme con la inspiración es leyendo a otros. Sea un pequeño poema, un párrafo de una novela o un microrrelato, leer me motiva a escribir, ayudándome a desentrañar esas palabras que se esconden de mí.

“La lectura hace al hombre completo; la conversación lo hace ágil, el escribir lo hace preciso”.
Francis Bacon

La importancia de la lectura

En definidas cuentas, la escritura nace directamente de la lectura más voraz e íntima. Leer, sea o no a los clásicos, influye en las musas desconocidas de nuestra imaginación, incitándolas a que despierten con la idea, el personaje, el momento o el paisaje leído.

Por eso, la lectura es una fuente de inspiración en sí misma, y es recomendable leer y leer para poder escribir y escribir.

Si a mí me inspiraron Homero y Nabokov, a vosotros seguramente os habrán inspirado muchos otros, y eso nos conduce a la reproducción sistemática de la literatura, cuyos genes, en forma de palabras, son capaces de componer millones y millones de ejemplares.

Y vosotros: ¿alguna vez os habéis inspirado leyendo a otros?

Iraultza Askerria

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Relatos, cuentos, novelas, epopeyas y microrrelatos; poemas, sonetos, coplas y liras; tragedias, comedias y guiones; artículos, ensayos y cartas… Mil y una forma de escribir y contar, de relatar y comunicar. El escritor profesional debe controlar este abanico de posibilidades y poder esgrimir cada una de estas alternativas en el momento adecuado.

Ahora bien, ¿cómo se inspira un escritor? ¿De dónde surge esa emoción que le incita a desenfundar la pluma y trazar cientos de palabras sobre el papel? ¿Cuándo le llega la inspiración y dónde se esconde?

Aunque son preguntas muy personales, intentaré plasmar en una serie de artículos las respuestas particulares que puedo dar a las mismas, basándome siempre en experiencias personales y sin desmerecer la opinión de los demás. Porque la escritura es un proceso especialmente íntimo y unipersonal, acorde y enlazado con la personalidad de cada uno y, por lo tanto, una parte inherente a la imaginación de cada cual.

“La inspiración es una predisposición del alma
para la percepción viva de las impresiones y, por
consiguiente, una rápida comprensión de los
conceptos que favorecen su explicación… Los
críticos confunden inspiración y éxtasis”.
Aleksandr Pushkin

En cualquier caso, desde mi punto de vista, se puede dividir la inspiración en tres fuentes esenciales: la lectura de los clásicos o no tan clásicos, las imágenes fotografías, pinturas, retratos, etc. y la experiencia personal la más insistente e intensa de las tres—.

Cada una tiene sus pros y sus contras, y por ello, lo más beneficioso es no centrarse en un único núcleo de inspiración y sí en cambio beber de todos los posibles. Porque en la literatura, al igual que en cualquier forma de arte, es transcendental no caer en la monotonía, variando el contenido y la forma, el tema y el objetivo.

Y en tu caso: ¿cuáles son las fuentes de inspiración que te motivan a escribir?

Iraultza Askerria

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