Era tan apuesto, tan hábil en su movimiento manual…, que se preguntaba si sus dedos serían tan agradables pulsando las melodías guardadas entre sus muslos. Le imaginó desnudo, sin esa camisa, sin esos pantalones ceñidos, sin la ropa interior que le arrancaría a mordiscos. Le imaginó tendido sobre ella, soportando su sagrado peso contra la cadera, percibiendo como el sudor recorría sus cuerpos flamígeros, mirándose recíprocamente con las pupilas extraviadas en el culminante éxtasis. Imaginó la saliva varonil y meliflua descender empalagosamente por su propia garganta.
Sus ojos femeninos chispeaban de excitación, rehuyendo de la ferocidad de su hermano.
—¡Qué me des tu móvil, joder! —Su hermano alcanzó la culminación de la ira. Empuñó con ambas manos el fusil, miró al otro hombre y le disparó—. ¡Y mírame a la cara cuando te hable!
Se hizo un completo silencio, un silencio puntualmente roto por la caída de un cadáver.
Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria
Abr282013