Errores comunes en los personajes de nuestras novelas

“Los personajes no deben aparecer como fantasmas sino como realidades creadas, construcciones inmutables de la fantasía: más reales y más consistentes, en definitiva, que la voluble naturalidad de los actores.”
Luigi Pirandello

The Making of Harry Potter 29-05-2012 - Karen Roe

En todas las profesiones y vocaciones, los errores son comunes y están a la orden del día. No en vano, hay un dicho que cita «el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra». Mayor certeza, no habrá en el mundo.

Escribir es, posiblemente, una de las ocupaciones que más desaciertos genera. Sean gramaticales, ortográficos, estructurales o de estilo, hay profesionales que se dedican únicamente a la corrección de textos. Otros, como yo, sufren el acecho constante del fallo y el desliz, de una equivocación inenarrable o de un despiste difícil de perdonar.

Sin embargo, no considero que quien comete faltas ortográficas o gramaticales no sea un buen escritor. Considero que un mal escritor es aquel incapaz de imaginar un paisaje, narrar en un tono uniforme o caracterizar singularmente a su personaje protagonista. Y considero, asimismo, que de los errores se aprende y que para llegar a ser un gran escritor primero hay que ser un pésimo escritor.

Vamos a centrarnos ahora en los errores comunes que cometemos durante la creación de nuestros personajes, que en las novelas especialmente, requieren una verdadera atención. No se les puede perder de vista, y hacerlo puede suponer extraviar para siempre el hilo de una historia magistral.

El protagonista como fiel reflejo del autor

Uno de los peligros más habituales, y que acecha especialmente a los autores jóvenes, es crear personajes idénticos al escritor. Esto puede ser correcto si se trata de una autobiografía o de una novela en primera persona donde abundan episodios inspirados en experiencias personales. Sin embargo, cuando se trata de ficción pura, es un gravísimo yerro.

En ocasiones, el escritor concibe una idea y una trama ejemplar, un magnífico argumento y una ambientación completamente ficticia. Pero resulta, que cuando se pone a escribir, su protagonista toma la naturaleza del propio artista, sucumbe ante la soberbia del autor que lo ha concebido; piensa, habla y actúa como él. Así, el propio escritor se vuelve protagonista de su novela de ficción.

Es un error muy habitual, especialmente al principio, y cuya única solución es distanciarse por completo de la historia y comprender que el protagonista debe interpretar su propia historia, no protagonizarla el propio autor.

No conocer a los personajes

El lector no tiene que saberlo todo sobre los personajes de la novela. El autor, por el contrario, debe conocer lo absolutamente todo, cualquier detalle. Desde cómo se llamaba su padre hasta dónde conoció a su chica.

Desconocer cualquier rasgo del protagonista hará de él un personaje hueco, vacuo, insustancial. El lector debe asimilar las características más distintivas del protagonista. El escritor debe conocer todas las demás.

Escribir es la capacidad de imaginarse otra vida con todo lujo de detalles. Una armonía plena entre el escribano y el protagonista hará que la novela siga por un buen cauce. Esta simbiosis es vital para uno u otro, y sobre todo, para atrapar al lector durante el resto de la narración.

La pasividad del personaje

Un fallo garrafal es construir frente a nuestro compañero un camino largo y recto. Sin curvas, sin obstáculos, sin señales de prohibido el paso. El protagonista de una novela debe sufrir y reír, llorar y pensar. Debe exhibir un dinamismo propio de los héroes. La pasividad condenan a un personaje y a toda una obra al olvido y al aburrimiento. Personajes activos y vivos aferran al lector a la trama, enganchan su curiosidad hasta el final de la obra.

Igualmente importante es la evolución de los personajes. Un protagonista que empieza y termina la novela de la misma forma es un personaje incompleto. ¿No ha aprendido nada tras tantas páginas? ¿No ha cambiado nada en su alma? ¿No ha odiado o amado o vivido o sufrido? Si lo ha hecho, el escritor tiene que demostrar estas transformaciones en la personalidad de su protagonista.

Como anexo a esto y conociendo la popularidad que la obra tiene en estos momentos, recomiendo la lectura de la saga Canción de hielo y fuego para comprender cómo debe evolucionar un personaje. Los protagonistas de estas novelas están perfectamente caracterizados y se hace patente la transformación de cada uno de ellos a lo largo de la trama. Aunque no la considero una obra maestra de la literatura, la caracterización de los personajes de Juego de tronos es magistral.

Los personajes planos

Debido a que no todos los personajes son protagonistas, no todos cumplen la misma función y, por tanto, no todos requieren la misma atención por parte del escritor. Los personajes secundarios, aunque importantes, no deben ser más tangibles que los protagonistas.

Ahora bien, tampoco hay que llenar la obra de personajes planos. Si bien los protagonistas son como un hijo, los restantes personajes deben actuar como un amigo o un conocido del autor. Un ser que pueda darse a conocer con una cara y una personalidad, independientemente de que nos importe o no dónde nació o cómo se llama.

Una equivocación muy frecuente es describir estos personajes homogéneamente; volátiles y tenues como el vacío. Descripciones genéricas como “alto y delgado” o “calvo y de ojos azules” aburren y empañan de monotonía una buena historia. En la vida real cada individuo destaca por sus grandes defectos y sus grandes virtudes; igualmente cada personaje de la novela —por poca importancia que pudiera tener— debe representarse con los rasgos más distinguidos de su forma de ser.

Hay que tener en cuenta lo siguiente: para que el lector se imagine un personaje, el escritor tiene que habérselo imaginado primero.

Errores a evitar

En definitiva, hay que evitar engendrar personajes idénticos al autor, sin detalle, vacíos, incompletos, genéricos, pasivos, sin dinamismo, planos, que no crecen, que no evolucionan y que no han sido imaginados previamente.

Si evitamos estos errores nuestros personajes estarán llenos de vida y avanzarán por la novela demostrando personalidad, carácter y progreso. Conseguirlo no es difícil siguiendo unas pautas y unos pequeños trucos que expondré en un próximo artículo.

Y ahora, como último apunte, igual que dedicamos largas horas a la elaboración de la trama, debemos dedicar el mismo tiempo a la concepción de los personajes. Hacerlo hará de nuestra novela una obra completa.

Sobre los personajes de las novelas

“Hago los personajes para que vivan su propia vida.”
Ray Bradbury

Be seeing you - Oliver HammondLa complejidad de la novela se centra en una estructura más o menos fija, como pudiera ser el tiempo, el narrador y la ambientación de los lugares donde se desarrolla la trama, y un ente vivo y dinámico, que se adapta y evoluciona con el devenir de la historia: los personajes.

Los personajes son el núcleo central de la obra, sean protagonistas, antagonistas o secundarios de un diálogo y poco más. Con ellos el nudo se enlaza y se desenlaza, el tiempo fluye y los lugares cobran emociones y vida. Son el vehículo del argumento, la acción de la narración, la vida del espíritu literario. Por todo ello, los personajes que componen una novela son uno de los recursos más preciados de la obra, y también, los más difíciles de gestionar.

Si bien la correcta ambientación de una historia radica en una exhaustiva documentación por parte del autor —dependiente, claro está, del género a narrar—, los personajes no pueden documentarse de ningún modo —siempre y cuando, claro está, no se trate de un sujeto histórico—. Debido a esta peculiaridad, hace falta ser padre, madre, amante, amigo y psicólogo para poder crear los personajes de una novela con total verosimilitud. Digo más: el escritor se equivale al mismísimo Dios, capaz de crear un mundo y engendrar vida en él.

Sin embargo, este inmenso poder adolece de varios efectos secundarios, que en ocasiones se trasmite a los personajes concebidos. Porque si el escritor no conoce todos los pormenores de su personaje principal, significa que ha originado un ser incompleto. Y un ser incompleto no es un ser humano, es un monstruo.

¿Nombre? ¿Nacimiento? ¿Familia? ¿Estudios o profesión? ¿Aficiones? ¿Secretos? ¿Remordimientos? ¿Adolescencia fácil? ¿Infancia difícil? ¿Moral? ¿Honestidad? ¿Cómo saluda? ¿Cómo se despide? ¿Fisonomía? ¿Color de ojos? ¿Timbre de voz? ¿Cuál es su forma de vestir? ¿Por qué fuma o deja de hacerlo? Y lo más importante… ¿cómo evoluciona el personaje durante la trama?

Puede parecer complicado, insufrible o excesivo; pero hay que aceptar la siguiente premisa: si un personaje llega a determinada situación y el autor duda de cómo éste se enfrentará a la misma… Fin de la historia. Si el propio escritor vacila con la personalidad o la actitud de su personaje, el lector no podrá identificarse con él, ni amarle, ni odiarle, ni sentir cualquier tipo de emoción o sentimiento ante una criatura inválida que recorre un capítulo tras otro sin la menor consistencia.

Así que aunque pueda parecer desolador la tesis representada en este pequeño artículo, se debe asimilar que la integridad de un personaje —personalidad, fisonomía, pensamiento e historia— es vital para una novela. He de apostillar, además, que aunque puede parecer imposible generar un personaje con tanto nivel de detalle, el proceso de creación no es tan complicado, siempre y cuando se conserven ciertas pautas y se tenga la voluntad de corregir incoherencias. Pero todo esto intentaré explicarlo en la segunda parte de este artículo, estudiando los errores más comunes a la hora de crear personajes.

¿Y vosotros qué importancia le dais a los personajes de vuestras historias?

Iraultza Askerria