Tomé tus labios con los míos, y con las manos tomé tus pechos. Tal vez fue locura, tal vez amargura, pero al cabo, mis lágrimas cayeron sobre tus pezones.
-¿Qué te pasa, mi vida? -dijiste.
-Nada… que no te quiero.
Jul272017
Tomé tus labios con los míos, y con las manos tomé tus pechos. Tal vez fue locura, tal vez amargura, pero al cabo, mis lágrimas cayeron sobre tus pezones.
-¿Qué te pasa, mi vida? -dijiste.
-Nada… que no te quiero.
Abr182017
Ene172017
Porque en el fondo de su alma sabía, a ciencia cierta, que aquello iba a ocurrir. La verdad no podía ocultarse eternamente y cuando fuese desvelada, el vengador acudiría a su hogar para matarlo. Lo supo desde la noche en la que cometió el delito, un delito de traición e infidelidad, sin sangre, pero un delito al fin y al cabo. El crimen, aunque hubiese acontecido bajo el influjo del alcohol y dentro de la esfera de sus amistades, no dejaba de ser un crimen.
Se sentó en el sillón y dejó la puerta de casa abierta. No podía cambiar el destino; la suerte estaba echada y las cartas a la vista de todos, incluso de Dios. Por ello, resultaba inútil pretender cambiar los designios del hado.
Esperó, con los ojos clavados en la entrada del salón, a que su mejor amigo llegara. No tardó mucho. Siempre había sido puntual.
Cuando ambos se vieron, ni el traidor ni el inocente dijeron nada. Ni siquiera se escucharon palabras de súplica o un gesto de perdón. Nada, ni preguntas ni respuestas. Tampoco un grito cuando su amigo le perforó la lujuriosa carne una y otra vez con un cuchillo de cocina.
Murió en un completo silencio ante los ojos rojos del que había sido su mejor amigo, quien ahora observaba el cadáver acumulando en un mismo sentimiento el odio y los celos que sentía hacia él, y el amor y el deseo que sentía hacia ella: una hermosa jovencita que en aquellos instantes se encontraba en el Caribe, entre los brazos de un esbelto mulato. Nunca volvería a recuperarlos; ni a ella, que fue la chica que le habían robado; ni a él, que fue su mejor y peor amigo…
En ese momento, oí la alarma del reloj. Y desperté.
Hubiese preferido no hacerlo.
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Ago42016
Ene212013
La última vez que Pablo Ruiz Picasso visitó Málaga, su ciudad natal, fue en las navidades de 1900 a 1901. En esta ocasión, no viajaba a la capital con su familia. Tampoco parece que tuviera muy buenas relaciones con los parientes de la ciudad debido a su carácter bohemio; recordemos que en aquel momento tenía diecinueve años y todo la vida por delante. Su acompañante en este último periplo a su tierra natal fue Carlos Casagemas.
De la misma edad que Picasso, ambos se habían conocido en Barcelona en el año 1899, donde compartieron estudio y visitas a los burdeles de la ciudad. Los dos eran jóvenes promesas de la pintura, jóvenes artistas. Sólo uno de ellos, llegaría a consolidarse como tal, empero.
Se hicieron inseparables amigos, no sólo por su vocación artística, sino también por su personalidad aventurera. A finales del siglo XIX, no había mejor lugar para los románticos que París, centro bohemio. Aquel año de 1900, ambos artistas se encontraban en la capital francesa durante el mes de octubre.
Allí el cándido Carlos Casagemas conoció a una hermosa bailarina del Moulin Rouge, llamada Germaine. Ningún artista, por veterano e insensible que sea, puede derrotar el amor de una mujer. El joven barcelonés no fue un caso aparte: se enamoró perdidamente de la parisina y mantuvo una corta relación con ella. Sin embargo, la bailarina lo dejó antes de finalizar el año.
Como suele ocurrir en los corazones inexpertos y todavía inmaduros, Carlos cayó en una profunda depresión. Su gran amigo Picasso le propuso viajar a Málaga, donde esperaba que el barcelonés se recuperase de su desamor.
En la ciudad andaluza transcurrieron los dos pintores las últimas navidades del siglo XIX. Pasaron los días en cafés, bares, prostíbulos y ambientes bohemios, fieles a su estilo aventurero y romántico. No obstante, nada de esto fue suficiente para despertar el ánimo en el corazón roto de Casagemas.
A finales de enero, los amigos se separaron. Nunca más volverían a verse, del mismo modo que Picasso nunca más volvería a ver la Málaga donde nació; acaso para evitar recordar a su preciado amigo. Pablo partió a Madrid y Carlos a París. El barcelonés anhelaba reencontrarse con su amor perdido de la metrópoli francesa.
Pero por regla general, cuando se pierde un amor, se pierde para siempre. La fortuna de Carlos no fue distinta, y rechazado, su espíritu artista y romántico sólo tenía dos posibles caminos a seguir.
El primero de ellos era llorar impotente, y dedicarse a la consecución de diferentes obras de arte: óleos, retratos, pinturas, paisajes…; el desamor es uno de los pilares básicos de la inspiración. Desafortunadamente, Casagemas eligió el otro camino: el suicidio.
Se pegó un tiro en la sien derecha, la noche del 17 de febrero de 1901, en la que estaba acompañado por varios amigos, incluida su amada Germaine. Picasso, en aquel instante, estaba lejos, en la capital española. Pero cuando fue notificado del incidente, el pintor malagueño se ahogó en una terrible nostalgia que cambió por completo su noción del mundo.
Pablo Ruiz Picasso pintó tres óleos en recuerdo de su difunto amigo. Además de una merecida dedicatoria, también significó la entrada en una nueva etapa artística, que llegaría a denominarse Azul (1901-1904), caracterizada por el empleo de este melancólico color.
Si bien el arte de Casagemas murió con él, puede decirse que la musa que inspiró su suicidio inspiró a su vez a Picasso. El amor de una mujer es la pluma y el pincel de los artistas, y aunque sea como un daño colateral, acaba inspirando obras en los maestros más destacados de la historia.
Pablo Picasso fue uno de ellos.
Carlos Casagemas – Wikipedia
El suicidio que inspiró a Picasso
En busca de Casagemas