No importa dónde ni cuándo, si en una discoteca o en la mismísima calle, si ayer o mañana. Pero ardo en deseos de hacerte el amor.
Subes a lo alto de la metrópoli ancestral. Estás cansada, hace calor. Pero da igual. Tu camiseta de tirantes arrastra lejos el calor de tu carne tibia. El aire de las alturas te oxigena el alma mientras el sol te renueva las energías. Desde allí, te asomas a la barandilla escrutando la diminuta ciudad sin saber que desde allí abajo te espío yo… para admirarte otro día más. Y mientras te admiro ardo en deseos de hacerte el amor.
No importa dónde ni cuándo, si en un parque infantil o en la cima del Everest, si ahora mismo o dentro de quince años. Pero ardo en deseos de hacerte el amor.
Navegando por un río más vasto que la imaginación de un poeta, tomas el sol entre las velas de un navío engalanado de rosa. Eres tú la sirena de los mares o un pececito que, volador, limpia con su rocío la podredumbre del mundo. Yo, atento, intento pescar tus encantos, utilizando como trampa el azúcar de mis labios. Y mientras brego en la faena de atraparte, ardo en deseos de hacerte el amor.
No importa dónde ni cuándo, si en el fondo de los mares o en lo alto de las cimas, siendo adolescentes o ancianos enjutos. Pero ardo en deseos de hacerte el amor.
Y no importará dónde ni cuándo. Estés allí o aquí. Esté yo aquí o allí. Seamos ahora o mañana o ayer. Siempre, siempre, arderé en deseos de hacerte el amor.