«Escríbeme un soneto», díjome ella.
«¿Cómo quieres la rima?», inquirí.
«No me importa, con tal que sea bella
y que salga cariñoso de ti».
«Y el tema, ¿en qué quieres que haga mella?,
buscando la respuesta le insistí.
«Tal vez: piensa que yo soy tu doncella;
tú, caballero audaz que lejos vi».
Reí por la propuesta y la besé.
Le prometí el soneto a la mañana
que convirtióse en épica más ancha.
En darle un nombre décadas tardé
para entonces mi amor era una anciana.
Nace así Don Quijote de la Mancha.