Los girasoles ciegos de Alberto Méndez

Los girasoles ciegos de Alberto Méndez

El lunes pasado inicié la lectura de una obra escrita por Alberto Méndez y titulada Los girasoles ciegos. Posiblemente el lector haya reconocido ya estos nombres debido al éxito de crítica y público que siguió a la publicación del libro. Pero lejos de cualquier apariencia, no nos encontramos ante un best seller o una intriga novelesca fácil de colgar en las estanterías; al contrario, Los girasoles ciegos es un ciclo de relatos, crudos y desoladores sazonados con una profunda sabiduría y una virtuosa prosa.

El autor: Alberto Méndez Herrera

Nacido el 27 de agosto de 1941, Alberto Méndez Herrera pasó sus primeros años a caballo entre Madrid y Roma. En la capital italiana cursó el bachillerato mientras que en la metrópoli española obtuvo la licenciatura de Filosofía y Letras. No debe extrañarnos su rápida vocación por la literatura, puesto que su progenitor fue un afamado poeta y traductor, que se había enfrentado a clásicos escritores de lengua inglesa como Dickens, Stevenson o Shakespeare.

Además de su pasión por las letras y la educación recibida que tanta huella dejaría en una prosa selecta, inmejorable y magistral, Alberto Méndez Herrera tuvo mucho que decir a lo largo de su vida. De ideología izquierdista, fue militante del Partido Comunista y fundador de la editorial Ciencia Nueva.

Su dedicación a la narrativa llegaría tarde y culminaría en el año 2004, con la publicación de la impecable Los girasoles ciegos. El autor madrileño moriría al año siguiente, víctima de un cáncer.

Los girasoles ciegos y su contexto histórico

Es importante señalar la ideología política de este autor madrileño, debido a que Los girasoles ciegos está ambientada al final de la Guerra Civil Española y dada las brutales consecuencias de esta conflagración bélica resulta muy difícil realizar una opinión objetiva sobre tan fatídico evento histórico.

Sin embargo, Alberto Méndez lo consigue. Sin centrarse en etiquetas de buenos o malos, Los girasoles ciegos manifiesta abiertamente la derrota de una país entero; donde no hubo vencedores, solamente vencidos. En un contexto histórico jaspeado de desolación y perdición, aparece la honestidad y la ética para intentar sobrevivir a una catástrofe nacional. La conclusión final es tan cruda como estremecedora.

La estructura de la obra

Los girasoles ciegos está compuesto por cuatro relatos ambientados al término de la Guerra Civil, exactamente entre los años 1939 y 1942. Las narraciones son completamente independientes, aunque guardan cierta relación: el primero y el tercero comparten la aparición de un protagonista común, y el segundo y cuarto están vinculados por la presencia de un personaje secundario.

No obstante, si bien los relatos están ordenados cronológicamente, pueden leerse con total libertad e independencia, sin perder un detalle de la historia. Personalmente, recomendaría leerlos siguiendo este orden: primer relato, tercer relato, cuarto relato y segundo relato.

En cualquier caso, los relatos que componen Los girasoles ciegos son los siguientes:

  • Primera derrota: 1939 o Si el corazón pensara dejaría de latir

  • Segunda derrota: 1940 o Manuscrito encontrado en el olvido

  • Tercera derrota: 1941 o El idioma de los muertos

  • Cuarta derrota: 1942 o Los girasoles ciegos

La narración

Las historias de Los girasoles ciegos aglomeran distintos tipos de narradores: primera y tercera persona, narrador omnisciente, narrador objetivo, monólogo epistolar o autobiografía. Dicha variedad convierte en grande a un libro tan pequeño. El lector tiene la obligación, por tanto, de atender a cada particularidad narrativa para no perder ni por un momento el hilo de la historia.

La obra culminante en cuanto al uso de narradores es el cuarto relato, que da título al libro. En esta historia se combinan hasta tres puntos de vista, intercalados para mantener la conexión temporal. Indudablemente, un descarado acierto de genialidad por parte de Alberto Méndez, que nos obliga a devorar la historia que nos quiere transmitir; la más elaborada de las cuatro.

Los personajes

Un capitán franquista, consciente de la próxima victoria de su bando, pero que aún así, se siente más un derrotado que un vencido, debido a las tantas vidas que se han malgastado ante sus ojos indiferentes.

Tendremos que elegir entre ganar una guerra o conquistar un cementerio.”

Un poeta iluso y esperanzado, capaz de fraguar una súbita escapatoria hacia Francia, que, sin embargo, lo pierde todo en una noche, incluso sus versos, y el destino lo condena a sobrevivir en una soledad compartida con una vaca, un recién nacido y un cuaderno.

«Mi lápiz también debió de perder la guerra y probablemente la última palabra que escribirá será «melancolía».»

Un preso que fragua una mentira para sobrevivir a una muerte que acecha en cada esquina, y que se lleva a la tumba a los compañeros de celda, compañeros que únicamente comprenden el idioma de los muertos.

Encontró de repente cierto parecido entre la escritura y las caricias.”

Un niño que sobrevive en la ignorancia de saber, mas no conocer, el constante interés de un maestro eclesiástico hacia su angustiada madre que guarda celosamente el secreto de su marido.

«Yo no quiero que nuestros hijos tengan que matar o morir por lo que piensan.»

El estilo literario

Podría definir la calidad narrativa de este libro como una pequeña obra maestra. Digo pequeña por la corta extensión de los relatos, ya que la magnitud y profundidad de los mismos es inconmensurable.

Por un lado el vocabulario es copioso y heterogéneo, demostrando un amplio conocimiento y dominio del diccionario. Las palabras aparecen como si hubieran estado predestinadas a estar ahí, no como un capricho de un escritor con ganas de terminar la redacción.

Por otro, la profundidad de las frases e ideas mostradas en los cuentos, hacen aflorar sentimientos y emociones. La desesperación y la esperanza, el miedo y la libertad, el apego filial y el amor pasional, protagonizan unos cuentos donde los personajes no son más que meros espectadores de su propio destino. Incapaces de cambiarlo, están condenados, y el lector sufre con ellos tan aciago sino.

Manuscrito encontrado en el olvido

Si bien he querido evitar resumir los relatos o hacer cualquier referencia detallada de los mismos, me siento tentado a hablar, aunque sea grosso modo, de la segunda narración de este libro, titulada Manuscrito encontrado en el olvido.

Es un relato, en primer lugar, para leer del tirón y después analizar. El nivel literario de esta pequeña perla lo colocan en el pedestal de las obras maestras. Cada oración es un verso y cada párrafo un soneto.

En sus páginas se amontonan tantos sentimiento como espacios tiene el alma. Hay un lugar para la ternura y el amor y otro para la atrocidad y la desidia. Sea como fuere, Manuscrito encontrado en el olvido es un relato para sufrir y para llorar. Pocas son las narraciones que han podido provocar una lágrima. Éste es uno de ellos.

El éxito de Los girasoles ciegos

Como colofón, me gustaría destaca que Los girasoles ciegos obtuvo en el año 2005, y a título póstumo, el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica, dos de los galardones más codiciados en el mundo de la literatura.

Finalmente, no quiero si no recomendaros la lectura de este libro, y pedir a quienes ya lo hayan leído, que expongan libremente su opinión sobre el mismo.

Como siempre, un placer.

El bello navío, de Charles Baudelaire

Yo deseo relatarte, ¡oh, voluptuosa hechicera!
los diversos atractivos que engalanan tu juventud;
pintar quiero tu belleza,
donde la infancia se alía con la madurez.

Baudelaire se deja agasajar por la belleza de una muchacha, a medio camino entre la gracia infantil y la morbidez adulta. Con palabras dulces surge este cuarteto esclarecedor del sentir embrujado del poeta. Tan maravillado de la hermosura de su musa, se siente tentado a ensalzar las virtudes de su cuerpo femíneo. Haremos, con esta excusa, un breve recorrido por este poema del libro Las flores del mal.

Cuando barres el aire con tus faldas amplias,
produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,
desplegado el velamen, y que va rolando
siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.

En este punto, se compara el caminar de la mujer con la zarpa de un barco. Las piernas de la dama, desnudas y resplandecientes bajo la jugosa danza de la falda, son en realidad el objeto oculto del cuarteto, donde la prenda de vestir ocupa todo el protagonismo. Sin embargo, el autor francés no se olvida de cuan bonitas son las piernas de su amante.

Sobre tu cuello largo y torneado, sobre tus hombros opulentos,
tu cabeza se pavonea con extrañas gracias;
con un aire plácido y triunfal
atraviesas tu camino, majestuosa criatura.

Lo sublime, lo imperial, lo magnífico. El ostento, la realeza, la victoria. El capitel de la hermosura. La joya de la corona que unos cuartetos después, culminará este artístico poema. Seguidamente, la composición prosigue con el cuarteto inicial “Yo deseo relatarte, ¡oh, voluptuosa hechicera!”, versos que omitiré para evitar repeticiones.

Tu pecho que se adelanta y que realza el muaré,
tu seno triunfante es una bella armadura
cuyos paneles combados y claros
como los escudos atajan los dardos;

Entre el belicismo y la delicadeza, se escuda el pecho de esta mujer idealizada, donde nada ni nadie puede penetrar, ni el más sagaz ataque, ni la más astuta acometida. Pero esta fortaleza femenina guarda una gracia sublime, las mismas líneas de Venus en un pecho turgente; columnas que protegen un corazón imposible de herir.

¡Escudos provocadores, armados de puntas rosadas!
armario de dulces secretos, lleno de buenas cosas,
de vinos, perfumes, licores
que harían delirar los cerebros y los corazones!

La conquista de la mujer como una batalla sin violencia, pero a la vez sexual, apasionada y amenazante como la punta más aguda de una lanza. Tras la victoria aguarda un secreto, un paraíso en forma de olores y sabores que perturban la mente y, por supuesto, el corazón.

Cuando vas barriendo el aire con tu falda amplia,
produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,
desplegado el velamen, y que va rolando
siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.

Repite el poeta la metáfora de la mujer-navío, belleza que da título a este poema, el número 52 de la obra. Aprovecho para señalar que está extraído de wikisource, y que la composición ha sido traducida con el título de El hermoso navío o El bello navío.

Tus nobles piernas, bajo los volados que ellas impulsan,
atormentan los deseos oscuros, y los acucian,
como dos hechiceros que hacen
girar un filtro negro en un vaso profundo.

Tentador, cuanto menos tentador, la descripción de las piernas de esta mujer, que deleitan, enajenan, embrujan. Bajo los volantes de la falda, el muslo incita el ansia más primigenia, haciendo uso de una magia sobrenatural. La mujer hechicera es una constante en este poema para hacer hincapié, casi con obsesión, en los encantos de la protagonista.

Tus brazos, que se burlarían de precoces Hércules,
son de las boas relucientes los sólidos émulos,
hechos para estrechar obstinadamente,
como para estampar en tu corazón, tu amante.

Se alude aquí al popular mito del poderoso Hércules que nada más nacer estranguló con sus propios brazos a dos serpientes. En dicha ocasión, la mujer no simboliza materialmente la fuerza corpórea del héroe grecolatino, sino un poder y un control que subyuga a los hombres: la seducción que los cautiva aferrándolos obstinadamente en un abrazo.

Sobre tu cuello largo y torneado, sobre tus hombros opulentos,
tu cabeza se pavonea con extrañas gracias;
con un aire plácido y triunfal
atraviesas tu camino, majestuosa criatura.

En el cénit de este poema se intercalan palabras como opulento, pavonear, gracia, plácido, triunfal o majestuoso. La mujer, la criatura descrita tenazmente en los cuartetos precedentes, ya no es representada con largas metáforas, sino con intensos calificativos que construyen el final de la composición. El rostro de la dama es el crisol de tanta perfección, el apogeo de tanta beldad, el punto culminante de una lindeza que vaya por donde vaya, siempre se mostrará magnífica y esplendorosa.

Finalizamos por tanto este breve comentario de un poema de Las flores del mal, cuya lectura es altamente recomendable para cualquier amante de la poesía. Se trata de una de las obras indispensables de la lírica, donde se aglutinan el amor y el erotismo, la poesía y la muerte y otros temas recurrente en las obras de este autor francés.

Cándido o el optimismo de Voltaire

CandidoEn este cuento filosófico que ahonda en el destino del ser humano en La Tierra, acompañaremos a un esforzado joven, cuyo nombre describe a la perfección su personalidad: Cándido. Un héroe que resulta una combinación explosiva entre el pícaro y torturado Lazarillo de Tormes y el audaz y bizarro Amadís de Gaula, y cuyas aventuras y desventuras nos obligarán a seguirle  con ferviente curiosidad y admiración.

No en vano, Cándido representa un ser inocente y puro en un mundo ciertamente crudo y tortuoso; en donde sus pensamientos sobre el optimismo son invulnerables a pesar de cuantos sufrimientos, pesares y oprobios padece. Un joven enamorado y valiente que recorre prácticamente todo el mundo conocido -desde Alemania hasta Turquía, pasando por Perú-, sin dejar de ser fiel a su filosofía y a su juicio.

Cándido no es más que un utópico personaje que se enfrenta a la horrorosa realidad con optimismo e inocencia, cualidades que utiliza su autor para tejer una sátira mordaz sobre la sociedad del siglo XVIII, y criticar, con afiladas razones, a la religión, el feudalismo y la truhanería del centenario de las luces. Todo en un viaje apasionante que nos remite a un desenlace agridulce, sin tapujos y con esclarecedora moraleja.

La obra fue muy polémica tras su publicación, un lejano año de 1759. Su autor fue un tal «señor doctor Ralph», tal y como vemos en la portada del libro original. Aunque el propio filósofo francés nunca lo admitió, Voltaire (François Marie Arouet) fue el verdadero escritor de la obra. Huelga decir que el sentido crítico del escritor francés, culminó una obra satírica que criticaba el supuesto optimismo histórico, promulgado por intelectuales como Leibniz, y cuyas máximas podían definirse con «todo sucede para bien» o «vivimos en el mejor mundo posible».

Como punto final a este mínimo artículo, me gustaría citar aquella magnífica frase de Horacio: “no vivió mal aquel que, al nacer como al morir, pasó inadvertido”.

Iraultza Askerria

El rayo de luna de Gustavo Adolfo Bécquer

Tramonto - yokopakumayokoQuizá, El rayo de luna sea la leyenda más conocida de Bécquer. Tal vez se haya convertido en un relato tan popular debido al tema recurrente que abarca: «amor ideal» o, mejor dicho, el «desengaño originado por el amor ideal». Creo que todos, y especialmente en la adolescencia, fraguamos en nuestro mente un amor idílico, platónico, que en forma de mujer o de hombre adquiere todos los canones de la perfección: belleza, inteligencia, simpatía. Concebimos el idea de una mentira que perseguimos tercamente.

Ya en el inicio de la susodicha leyenda, Bécquer nos advierte de dicha realidad:

Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia; lo que puedo decir es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy triste, de la que acaso yo seré uno de los últimos en aprovecharme, dadas mis condiciones de imaginación.

El propio autor reconoce, dado sus virtudes de creatividad lírica, que él es uno de los primeros en tropezar con la impenetrable roca de la idealización amorosa, una y otra vez, golpe tras golpe. Sin embargo, desgraciadamente, será de los últimos en aprender de esos errores. Si es que acaso consigue aprender algún día.

Quizá por ello, el poeta sevillano deja escapar en el apoteósico final toda la rabia, la frustración y la impotencia del desencanto:

Cántigas…, mujeres…, glorias…, felicidad…, mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué? Para encontrar un rayo de luna.

La lección que aprende Manrique, el protagonista de la leyenda, sobre la desilusión y el amor ideal es algo que todos nosotros aprendemos tarde o temprano. Desde mi punto de vista, no se trata de una experiencia amarga ni dura. Sencillamente, el amor ideal no existe; el amor perfecto es un fantasma vano que formamos en nuestra imaginación. Si el amor fuese perfecto, si nuestra pareja lo fuera, el sentimiento sería monótono e insulso; porque las pequeñas imperfecciones hacen del amor algo maravilloso, algo espléndido, algo por lo que —yo, al menos— daría mi vida.

¡Contenido extra!

Bécquer ostenta uno de los pedestales en mi panteón de poetas. Su influencia es clara en muchas obras mías, y asímismo, son abundantes las referencias que de él hago en mis textos. El libro de relatos «Rayo de luna» es un ejemplo claro de este influjo, porque dicha obra, además del título, comparte multitud de homenajes a las Rimas becquerianas. De hecho, el prólogo del libro comienza con el final de la leyenda El rayo de luna.

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Cortázar, entre citas y relojes

Al leer a Cortázar, uno se percata de que la literatura ha alcanzado las cotas más altas. Si a esto unimos la maestría de Borges o Márquez, el llanto aflora a mi rostro al comprender que nosotros, los nuevos escritores, estamos condenados al fracaso literario. En ese instante, el ansia por escribir desaparece y siento una íntima llamada de devorar libros y leerlos hasta desgastar la tinta impresa.

En esta ocasión, quiero centrarme en la figura literaria de Julio Cortázar y analizar una constante en su obra, como lo es el paso del tiempo, su temporalidad, su condena, su cotidianidad más nefasta; todo ello en la parábola de los relojes, objetos que se llenan de simbología en sus relatos. Sirva de ejemplo algunas citas extraídas de su libro Historias de cronopios y de famas o de su cuento El perseguidor:

Instrucciones–ejemplos sobre la forma de tener miedo

Se sabe de un viajante de comercio a quien le empezó a doler la muñeca izquierda, justamente debajo del reloj pulsera. Al arrancarse el reloj, saltó la sangre: la herida mostraba la huella de unos dientes muy finos.

Resulta aterrador imaginarse la escena, tan espeluznante como el ser diabólico que engendró Bram Stoker. En esta ficción, el reloj de pulsera personifica al mismísimo Drácula, una criatura del mal que poco a poco consume la vida de su portador. Eso es el reloj: un objeto infernal cuya agujas chupan la sangre de algún infortunado mientras avanza en la senda del tiempo.

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. […] Te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. […] Te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías. […] No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Piensa, reflexiona, recapacita. ¿En qué? En el tiempo. Un tiempo introducido a la fuerza en un minúsculo objeto, en un reloj malvado que lo controla, que mide su avance, que calcula su ciclo. El reloj brujo, símbolo de la temporalidad, que da al tiempo falsos atributos de puntualidad, espera, ansia y estrés. Al llegar a ese punto, el reloj se transforma en un ser animado, en el dueño de una mujer o de un hombre cuya vida controla hasta el menor detalle de la rutina.

El reloj consume el tiempo y es objeto de consumo por parte de su poseedor. Éste siempre atento, siempre cuidadoso, siempre preocupado de que el reloj se encuentre colgado de la muñeca y marcando una hora exacta. O en el peor de los casos, esperando a que el tiempo avance hasta el instante deseado mientras objeto y animal se consumen.

Porque al atarnos un reloj, nos encadenamos de por vida.

Instrucciones para dar cuerda al reloj

Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente.

El reloj nos conduce a la muerte, acompañándonos fielmente por la vida. En todos y cada uno de los momentos: el amor, el trabajo, la paternidad, la soledad, la segunda juventud, la vejez. Ahí permanece el reloj, siempre erguido sobre la muñeca, avanzando en la carrera del tiempo y atrastrándonos en pos de él. Corriendo, viviendo apurados, bajo presión, bajo la presión del reloj; aparato éste al que se da cuerda pretendiendo alargar el recorrido temporal. Pero poco importa. Al final, siempre está la muerte.

El perseguidor – Las armas secretas

Si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana.

¿Cómo se puede disfrutar del tiempo si a uno le preocupa tanto en qué momento vive? ¿En qué hora? ¿En qué minuto? ¿En qué segundo? ¿Llego tarde o llego pronto? ¿Falta mucho o falta poco? Condenados a la obsesión de las agujas del reloj, uno no puedo disfrutar de la vida. Siempre corriendo, siempre inquietado.

Indudablemente, el tiempo pasa mucho más rápido cuando hay un reloj momento.

La razón de ser del reloj

En la obra de Cortázar, el reloj hace referencia, como una obsesión, a la temporalidad. Es la forma de recordar que el ser humano es mortal y que de poco sirve la preocupación maniática de controlar el tiempo, de saber constantemente el segundo de cada momento, cuando en verdad, los segundos no existen. Los segundos fueron.

De esta forma, Cortázar nos invita a disfrutar de la vida, del arte, de los momentos, de la familia, de los amores y de cualquier experiencia mundana, sin obcecarnos en la reiterativa ilusión de controlar el paso del tiempo. El reloj no debe ser quien guíe la senda de nuestras vidas, sino simplemente un acompañante más dentro de una comitiva de complementos.

Por todo ello, es de agradecer la sabia tesis de Julio Cortázar y, desde estas líneas finales, invito a detener irremediablemente cualquier reloj que pase por nuestras vidas.

¡Contenido extra!

Como apéndice, recomiendo la lectura de este texto titulado Tristeza del Cronopio, donde Cortázar muestra magistralmente las ventajas y desventajas de que un reloj esté atrasado.

A la salida del Luna Park un cronopio advierte que su reloj atrasa, que su reloj atrasa, que su reloj. Tristeza del cronopio frente a una multitud de famas que remonta Corrientes a las once y veinte y él, objeto verde y húmedo, marcha a las once y cuarto. Meditación del cronopio: «Es tarde, pero menos tarde para mí que para los famas, para los famas es cinco minutos más tarde, llegarán a sus casas más tarde, se acostarán más tarde. Yo tengo un reloj con menos vida, con menos casa y menos acostarme, yo soy un cronopio desdichado y húmedo».

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