Retrato

Aparece una foto de tu tez
y sonrío y me lleno y desfallezco
por la belleza eterna que otra vez
vacilo en si yo mismo la merezco.

No hay nada más hermoso ni en Jerez
ni en Cádiz ni en Sevilla; pues me crezco
al pensar que retuve el dulce diez
de tu cuerpo desnudo, al que me ofrezco
de por vida a seguir enamorado
y escribirte mil versos cada día
estés aquí o allá o en la alma mía.
Que no quiero bondad más que a tu lado,
vivir hasta agotar la tinta roja
que escribe mis amores en tal hoja.

Iraultza Askerria

La princesa de Gades

Home - Juan Diego JiménezSara abrió entonces los ojos, y con ello, la costa gaditana se llenó de claridad. El sol fulguraba sobre aquella princesa, encamarada a lo alto del faro que alumbraba las caprichosas ondas del Atlántico. Su mirada de niña mimosa rivalizaba con la propia estrella solar. Eran unos ojos de noche estelífera, mucho más nítidos y profundos que la monumentalidad violenta del astro rey. Vida llena de vida.

La brisa marina le retozaba por la cara, creando tibios molinos en su cabello de ébano y agitando cada hebra en una profusión de destellos. El amanecer sonrosado simulando el pudor de sus mejillas virginales. ¿Había algo más bonito que aquel rostro asomado al fin del mundo? ¿Había algo más pleno e íntegro? ¿Más completo? ¿Más perfecto?

Cualquier hombre habría respondido con un no. Sara era la verdadera sirena de Gades, la gran perla de la Bética, la sensual bailarina que desafiaba a la mismísima Teletusa.

De hombros esbeltos y finísimo cuello. Estaba ataviada con un peplo escotado de albino color, y un cinturón que abrazaba su vientre de bizcocho dorado, como la cebada. Bajo los brazos desnudos, el vino fluctuaba trasportando dulzura y en las dársenas de sus dedos se cobijaba en tímidas palpitaciones.

¿Y en sus pechos? Allí brillaba una canción en aleluya, en la mayor, mástil inconmensurable de poesía. Ciertamente, aunque nadie en Gades lo supiera, Sara había recibido el don de Apolo. La décima musa. Sara era poetisa.

Había trascrito sus amores mirando al mar, a veces desde el Templo de Saturno, otras desde el foro, pero siempre con un pergamino y un cálamo, dejando a la imaginación desbordarse desde sus cuencas negras hasta la vastedad del cielo.

Frecuentemente, se despertaba en mitad de la oscuridad, recorría las calles adormecidas de Gades y trepaba por el faro del muelle. Desde la cima podía contemplar el crepúsculo en su máximo apogeo y escribir la belleza de las emociones. Tal y como había intentado hacer aquella mañana.

Pero en esta ocasión, no la habían conducido a lo alto de la torre marina ni sus ilusiones literarias ni su afán por contemplar la hermosura del universo. En vez de ello, gemebunda y llorosa, se había encamarado a la cresta del faro con la única intención de plañir. Desconsolada, perla de concha cerrada, henchida de heridas en el caparazón, cubierta de sal y desabrigada en una playa inhóspita.

La princesa moría de amor.

Aquel joven apuesto y franco, de cabellos rubios y acento íbero, había sido mandado a luchar a las Galias, bajo las órdenes de un general conocido por su temeridad. Cuando la noche anterior se habían despedido con un beso de fuego y nada más, Sara supo que nunca más volvería a verlo.

Ahora, con el joven exiliado a mil kilómetros, su corazón le llamaba a voces y la poesía de su alma brotaba a raudales por los poros de la piel, quemando e irritando las emociones. ¿Valía la pena escribir palabras de dolor, versos atribulados, lírica atormentada? ¿Valía algo la pena cuando el amor se perdía? ¿Y la vida, que era la vida sin un amante, sin una mano suave, sin un abrazo férreo más que pena?

La vida no era nada; y la poesía menos aún.

La princesa de Gades, carcomida por el tormento, no podía ver más allá su romance; y por eso, mientras miraba la luz del amanecer rojo y dejaba que su cuerpo cayera al vacío, no cesó de pensar en él.

Iraultza Askerria

Por respeto a la monarquía

Me parece ésta una semana agitada, políticamente hablando. Los chismes se reproducen como plagas y las catástrofes acechan en cada titular de los periódicos. Desde el codiciado petróleo de Argentina hasta las selvas africanas de Bostwana, donde un tierno elefante yace abatido por la puntería de un rey. Una pena que su nieto no haya heredado la misma habilidad. Con todo esto, muchos de los diarios actuales han tratado de diferente manera la monarquía, ya sea para defender su institución o atacar a alguno de sus integrantes. En esto pienso, cuando recuerdo la última vez que coincidí con el rey español, en un acontecimiento público. Acaeció en la pálida Cádiz durante el bicentenario de la Constitución de 1812, La Pepa. Yo me encontraba en el Oratorio San Felipe Neri, acompañando a los coordinadores de mi partido político. Nuestro apoyo a la democracia era incuestionable y así queríamos demostrarlo acudiendo a aquella importantísima cita; una constitución, sea o no la más progresista, siempre debe ser honrada.La celebración transcurrió sin incidentes y sorpresas, con discursos ensalzadores y retazos históricos. Hasta que el rey Juan Carlos I tomó la palabra. Recuerdo que en ese momento mi corazón comenzó a clamar por la Constitución de 1931. Quizá por ello, haya olvidado el contenido de la arenga del monarca.

Lo que recuerdo con exactitud, y quizá fue lo que me despertó del pasmo, es como el público estalló en un aplauso al término del discurso del rey. Yo, por mi parte, contribuí a la ovación, con mi espíritu republicano y a pesar de que alguno de mis camaradas no lo hizo. Yo aplaudí, ¡claro que sí! ¿Y por qué? Porque acostumbro a aplaudir a los oradores de discursos, por simple respeto. Esgrimí el mismo gesto con el presidente del gobierno y con el doloroso gol que nos marcaron en la final de copa, años atrás. Simplemente, respeto. Nada más. El respeto es la base del progreso democrático. A pesar de no defender la monarquía, tengo el deber de respetarla. Y viceversa.

Por eso aplaudí.

En esto estaba pensando, cuando me encuentro con un profético titular del diario ABC. En sus párrafos, leo lo siguiente:

El ministro no consideró necesario que PP y PSOE alcancen un Pacto de Estado sobre la institución de la Monarquía y recordó que todos los grandes partidos han «escenificado su apoyo a la Corona» con los aplausos cerrados que han brindado al Rey en fechas recientes. Primero, en la inauguración de la actual legislatura y, después, con motivo de la celebración del bicentenario de la Constitución de Cádiz.

ABC

Entonces vuelvo a recordar mi aventura en la hermosa Cádiz: mis manos ovacionando al rey orador y mis compañeros cruzados de brazos. Sólo por eso se considera que apoyo a la Corona. Errónea interpretación.

La próxima vez ya sé que NO tengo que hacer.

Iraultza Askerria