El bosque que chilla

El Sabinar, el bosque encantado de la Isla de El Hierro - {author}Van las rosas a esconderse de las sombras. En la oscuridad, las remotas esperanzas son deshojadas por los vientos. Aullidos que ensordecen el llanto mientras las lágrimas, embarradas, soterran la alegría. El bosque brama, el bosque chilla, el bosque teme y se desbanda. Muriendo van los regalos de la madre tierra cuando su flora es vilipendiada y su cielo violado. Condenado a desaparecer para siempre, arrastrando consigo cualquier recuerdo de la vida.

Iraultza Askerria

El bosque

Muir Woods National Monument - Héctor García

Circulando por aquella despoblada carretera, a varios kilómetros de la ciudad, la única huella de vida que podía encontrarse era la selva impenetrable y repelente que flanqueaba la autopista. Los árboles robustos, cual guardianes protegidos gracias al compacto apoyo de sus hermanos vegetales, resultaban gigantescas y apagadas antorchas clavadas en la tierra, cuyas cimas se zarandeaban como las llamas de una hoguera, bailando con resplandores pardos y verduscos. Los matorrales, barullos ilimitados de delgadas ramas, espinas rotas y raíces embarradas, tenían como corona la hojarasca que descendía de los árboles mayores, obteniendo un aspecto de ficticia solemnidad. Ya las flores sólo eran una ilusión pisoteada por el desapego y la tosquedad de los arbustos: nimias y polícromas gotas de vida extraviadas en un torbellino de agitaciones desinteresadas.

Así pues, el bosque ancestral, la selva inexplorada, aquella maraña de verdor casto perdía el atractivo que solía anteceder a las florestas tropicales y a las arboledas solitarias y románticas. El bosque era algo incivilizado, una muestra frecuente para la naturaleza, pero infrecuente para el ser humano.

Aquel bosque, al fin y a la postre, erigía una de las pocas barreras que la mujer y el hombre aún no había traspasado.

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria

Un cadáver sonriente

El entrañable cadaver - Ferran JordàSoltó un gemido cuando reconoció el rostro del hombre que yacía en mitad del bosque, cubierto de sangre seca y con una bala incrustada en el abdomen. Las escasas hojas que intentaban vanamente cubrir el fiambre mostraban unos ojos abiertos de par en par, colmados de lujuria y sadismo.

El cadáver de aquel asesino metódico y sagaz parecía un espíritu endiablado sin compañía. De los párpados abiertos se derramaba una chispa de felicidad, reforzada por la sonrisa imborrable de una boca insensible. Parecía que su rostro se deleitaba con la muerte, incluso con su propia muerte. Pero ya no podría deleitarse con nada.

Después de haber hecho el amor con una hermosa mujer y después de haber asesinado a una hermosa mujer, su noche se había terminado.

Para siempre.

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria

El motor

Jimmy - Hamed SaberEl motor ronroneaba como un gato en celo, con gruñidos suaves y pasajeros provistos de un silbido inherente de satisfacción; mientras las ruedas giraban con delicadeza romántica sobre el asfalto enjoyado que ceñía una senda misteriosa, íntima y virgen.
Tras mirar el reloj de su muñeca, el conductor pisó el acelerador violentamente. Al instante, el motor comenzó a toser de agonía, al tiempo que los neumáticos se arrastraban cual fustigados galgos sobre una calzada repleta de baches y piedras sueltas.
Pronto, los árboles se mostraron coléricos ante la contaminante y ruidosa velocidad del intruso automóvil. Las estrellas se apagaron para dificultar la circulación de aquella sangrante máquina de gasóleo. Las hojas verdes y resplandecientes se agitaron emitiendo un aullido fantasmagórico, como un lobo enfrascado en una demencia psicopática; y la oscuridad se agolpó frente a la cristalina luna del automóvil, cegándolo.
El conductor frenó, súbitamente.
Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria