Péndulo oscilante de penetrante aguja, marcando las horas en tu reloj de sol. Sofoco de lluvia arreciando sobre la tierra de tu vientre. La boca que devora una boca, el labio que muerde y se deja morder. El pico que excava en la mojada gruta, incesantemente.
La sonda se pierde en tu regazo buscando la raíz de tus gemidos. Son estos el papel blanco que transcribe arañazos, en mi espalda, en mis muslos y en mi rostro quemado. Brilla tu boca roja, tu lengua roja, tu mejilla roja. Atrae la negrura de tus ojos y de tu pelo. Me quemas y me absorbes. Estoy invaginado en tu interior como un recién nacido.
Se deshacen en pedazos las olas del mundo. Los terremotos arrastran nuestras almas en vela. El cielo se desprende del cosmos y cae sobre nosotros, nos aplasta, nos presiona, nos tensa la piel y la agonía. A punto de explotar.
Me comen la cara los suspiros de tu garganta. Me ensordecen los clamores ostentosos de tu orgasmo. Ardo en la felicidad de saberte complacida, herida, denostada, injuriada, apretada contra mí, acuchillada por mis embestidas.
Se agita el seno nevado. Se agita tu pelvis enloquecida bajo la mía. Montaña rusa. Cohete espacial. Viaje alrededor de una estrella a la velocidad de la luz. Restituyamos la dualidad del ser humano al corrernos mutuamente en la fundición de nuestros cuerpos.
Se desploman las ansias viriles y descansan las piernas femeninas. Un hombre condensado en una mujer. Una mujer diluida en un hombre. El corazón que late sobre y bajo el pecho ajeno. Los ojos mirándose en un recíproco reflejo. Placer y amor revueltos en el sudor, la sobredosis, el fin del universo.
Reconstruyendo el Big Bang con dos corazones.