Hacerla disfrutar

Lanzando un gemido suave y agudo, la agraciada mujer cerró los ojos. Al instante, todos sus sentidos se evaporaron, salvo la excitación del tacto —y del contacto—, convertido en la única impresión de su cuerpo.

Bajo una sonrisa de agrado, sentía la cabeza de José hundirse entre sus dos senos, mientras las cinco vergas de las manos naufragaban entre las húmedas aguas de sus ingles. Apreció las olas ardientes del hombre resbalar por sus pezones, dejando la estela salival sobre la piel.

De esta forma, deleitándose con los besos y las caricias de José, que se encallaban entre sus pechos y entre sus muslos, María no pudo más que continuar con los párpados cerrados mientras prorrumpía pausadas exclamaciones de complacencia, comprendiendo que aquel hombre iba a hacerla disfrutar.

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria

Bajo el acecho de la luna

Las caricias del viento suspiran de amor bajo el acecho de la luna, la cual lo persigue ansiosa y apasionadamente, derramando sus besos de luz allí donde se perciben sus murmullos. Dentro de ese iluminado entorno, la musicalidad de la brisa se ofrece como el roce de un cuerpo contra otro; como el jadeo de unos labios sobre una boca ajena; como el suave pestañeo entre dos pupilas que se miran. Algo tan hermoso y ardiente como el propio amor.

—Te quiero.

—Y yo a ti.

Voces que, fingiendo una única armonía, comprenden dos alientos abrazados a un beso. Dedos que, pareciendo una única mano, se desafían por poseer la palma contraria. Ojos que, pestañeando al unísono como un mismo párpado, se reflejan envidiando y anhelando el centelleo del otro. Suspiros de los labios, caricias de una mano y miradas de un alma. Un corazón en dos cuerpos y en un mismo hálito. Tan hermosa pareja se ama bajo el abrigo de la noche.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria

El amante de Eros

Eros, como todos los muchachos, era hermoso. Las quince primaveras de sus ojos de cielo brillaban sobre un perfil menudo de rostro impoluto y terso, sobre el cual se esparcían los destellos de unas nutridas sortijas. Su mirada atenta y hermosísima, acaso fruto de la ternura de Venus, se desprendía en un derroche de carácter bohemio y libre, haciendo honor a la grafía despreocupada y atrevida de los adolescentes.

Esos largos ríos de oro vistiendo superficialmente el oval de su rostro y esos grandes zafiros de destellos celestes iluminando el pozo de sus cuencas, generaban un semblante de refinada hermosura. En el fondo de su mirada, las aguas de un mar siempre vehemente rompían con un eco de autoridad.

Era terco, quizá a causa de la vanidad aristocrática heredada de su padre, un insigne noble reconocido a lo largo y ancho de toda la península peloponésica. Gracias a él, el muchacho siempre había saciado cada uno de sus caprichos.

Pero los caprichos no son sino un deseo material que dista mucho de ofrecer la felicidad consagrada a las virtudes del amor, cuya simiente fue sembrada por aquel joven de catorce años en quien nadie se había fijado hasta entonces, hasta que llegó Eros.

Era un chico de catorce años, de esculpido y desnudo torso, de marcados y apetecibles músculos, de firmes y exquisitos labios, que se erguía recto e imponente al filo de la entrada. Eros le observó como un mortal que observa a Zeus en la cima del Olimpo: uno en la llanura de la mortalidad y el otro sobre la divina cima.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria

Aún cuando no era mía

Disfruto del recuerdo; de las líneas del pasado que se esbozan tras mis ojos dibujadas por los lápices del más expresivo y preciso pintor. Evoco sus labios, chicos como una perla, que pese a su pequeñez, resplandecen más que el más grande diamante. Y más feliz me siento, a más recordar las noches que se nutrió entre mis brazos, bebiendo de mi piel, sorbiendo de mi boca, comiendo de mis latidos. Mas el recuerdo… es nostalgia, añoranza, menos felicidad.

Te miro. Te envidio. Te odio. Te recuerdo con ella, junto a ella, y siento que eres la daga de la traición.

Una lágrima se derrama desde mis ojos.

Yo la amaba, yo la he amado más que cualquiera, yo me he rendido a sus encantos ofreciéndole el sacrificio de los míos, yo la he adorado como a una deidad, la he amparado como a un frágil tesoro…, y tú me la arrebataste, aun cuando no era mía.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria

Extraviado en el paraíso

Derrotado por el placer, examinó su belleza femenina. Los labios húmedos esbozaban una deleitosa sonrisa, los imponentes senos se agitaban retándose mutuamente en un duelo sicalíptico, y las piernas mostraban una piel cálida y suave, una piel de vértigo.

Así se sentía él, mareado por la visión de aquel goce; desequilibrado por las caricias de tal desenfreno; estimulado por la posibilidad de fusionarse con otra persona, por la perspectiva de escuchar los latidos femeninos sobre los suyos, por la capacidad de extraviarse en el paraíso mientras él se extraviaba en ella.

 

Extracto de Sexo, drogas y violencia, de Iraultza Askerria

Author Bart from Amstelveen, Holland

Una mañana de agosto

En aquella bochornosa mañana de agosto, me encontraba en un tren casi vacío. El silencio y el hastío cargaban el ambiente del transporte público, construido para trasladar a los desafortunados obreros hasta su puesto de trabajo, donde venderían su tiempo a cambio de dinero sabiendo que en un futuro cercano comprarían tiempo a cambio de su dinero.

Pero lejos de este síntoma de revolución, me invadía el tedio y el sueño, la apatía y el sinsabor, insufribles sentimientos acrecentados por la perspectiva de aquel largo trayecto. Aquellos repartidores que solían despachar periódicos gratuitos a la entrada de la estación ferroviaria disfrutaban de unas merecidas vacaciones. A mí me privaban de la delicia de leer un diario manipulado, falaz y sensacionalista que pudiese, al menos, entretenerme durante el largo viaje.

El resto de los pasajeros del tren, sin embargo, había optado por diversas formas de solaz para matar el tiempo. Muchos se regodeaban con su móvil de última generación que en pocos días quedaría obsoleto, fuera de la moda preestablecida. Otros disfrutaban atontados con la mirada clavada en la pantalla de su novísimo iPad. Algunos se concentraban en las teclas de su Nintendo 3DS, manejando los movimientos de un diminuto muñeco tan vacío de alma como de corazón. Todos se creían felices, con un cerebro tan moderno como el microprocesador de una computadora; quizá no tan veloz, pero sí tan pequeño.

Mientras tanto, en mi mente se aglutinaban músicas tan dispares como el hip-hop y el heavy metal, acompañadas por las alarmas de los teléfonos celulares. Aquel entorno insufrible de tecnología y vana prepotencia me sobrecogía, como un puño cerrado sobre el cuello de mi memoria, apretando lento y malvado los pensamientos de un inconformismo moribundo.

Pero entonces, me percaté de que sobre tal muchedumbre de robóticos deseos, aún había personas, escasas, pero las había, que se conformaban con la literatura. Una mujer de mediana edad y un joven de aspecto rebelde leían ávidamente una novela, sumidos en el arte, ajenos a la indigestión tecnológica del entorno. A mí me empachaban de esperanza.

El trayecto prosiguió, pero ahora con una atmósfera más amena y delicada, como si los versos de un poeta se respirasen en el aire. Giré la cabeza hacia la derecha y me topé con una compañera de asiento en la que no había reparado antes.

Como siempre, lo más bonito estaba más cerca de lo que había pensado.

Ella tenía un librito entre las manos, acogido como un tesoro. Conseguí deslizar la atención hacia las palabras que en él se imprimían y mi corazón se sobresaltó de emoción. Las rimas del mismísimo Gustavo Adolfo Bécquer estaban siendo leídas por aquella hermosa chica. Su pupila era azul y, al mirarla, recordé el trémulo fulgor de los rayos de la luna.

El tren se detuvo entonces, sobresaltándome. Giré los ojos hacia la ventanilla del vagón. Aquél era mi destino.

La miré otra vez, a ella. Quería decirla que era preciosa, invitarla a salir, a cenar y recogerla después entre mis brazos. Pero el tren iba a reemprender la marcha de un momento a otro. Tenía que elegir entre perder mi empleo o perder el amor de mi vida. Finalmente opté por la más racional y estúpido.

No la he vuelto a ver.

Publicado en la Revista Boulevard, por Iraultza Askerria

La noche fantástica

Las noches han sido engendradas para concebir sueños y fantasías, las cuales se vuelven contra la voluntad del soñador al arribo de la aurora. Si se limitase el descanso a las indiscretas y entrometidas horas del día, el sol sería incapaz de mancillar las quimeras de cada uno, y por tanto, más fácilmente podrían consumarse al abrigo de la oscuridad; porque durante las noches, tiernas e íntimas, el mundo es sólo de cada uno, el universo nos pertenece. La noche es el instante donde cumplir las fantasías solitarias inspiradas por las musas de la luna. Bien saben esto él y ella, y bien saben que es más hermoso convivir al anochecer y, durante el día, enclaustrarse dentro de la mente de sus sueños. Prefieren no dormir, y tentar mutuamente las despiertas ilusiones que transpiran en la piel ajena. Sentirse en un abrazo y en un beso; libres en las sombras de la madrugada donde cada sueño y fantasía goza de un carácter verosímil y posible.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria

El lago camposanto

Eres un lago eterno de frescura.
Sin ahogarme en ti puedo naufragar.
Me llenas, me rodeas como un mar
templado; inmensa y plácida figura.

Me reflejo en tu líquida hermosura,
bálsamo rico, tú puedes curar
del monótono sentido de estar
buscando en esta vida la cordura.

Pero así es suficiente: loco, amante
de un lago sin final, lleno de vida
y que llena la mía con talante.

Lago eterno infinito que en ti quiero
morir, que no me importa si me olvida
el mundo mientras dentro tuyo muero.

Iraultza Askerria

A las llagas de la memoria

Yo, situado a unos metros del escenario, podía vislumbrar a los músicos y a la mayor parte del público: jóvenes rostros que sacudían la cabeza y el cuerpo con el alegre vaivén de la festividad cotidiana. Aquello parecía una reunión familiar, una íntima ceremonia, el casamiento entre la libertad y la noche que se habían amado durante siglos enteros, y que ahora se desposaban bajo un rocío de voces privilegiadas que cantaban al unísono.

Y entonces la vi.

Justo cuando terminó la canción, la vi.

Vi venir su imagen hacia mí como un huracán súbito e imparable, como el brazo irrefrenable de un maremoto, como la sacudida rabiosa de un catastrófico seísmo. Fui arrastrado a las llagas de la memoria, donde todo lo penetrante produce un profundo dolor en el espíritu y en el corazón, muy lejos del pasajero estremecimiento sentido apenas por la mente.

Extracto de Rayo de luna, de Iraultza Askerria